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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

El fantasma de Harlot (159 page)

BOOK: El fantasma de Harlot
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WILLIE: Bien, supongo que sabe qué contestarles.

MODENE: Sí, pero no sabe cuándo detenerse. La última vez que viajamos juntos, Sam cambió la terminación. Dijo: «Soy el dueño de Chicago, soy el dueño de Miami, soy el dueño de Las Vegas. ¿Y ustedes, bolsillos vacíos?». Se lo preguntó a un hombre del FBI a quien siempre encontramos en Chicago, un tipo grande, de pelo cortado al rape, que me asusta. Se lo ve siempre muy tenso. Es obvio que quiere echarle el guante a Sam. Apenas Sam dijo «bolsillos vacíos», este agente lo fulminó con la mirada. No sé de qué otra manera expresarlo. Dio media vuelta y dirigiéndose a los pasajeros que esperaban para tomar el avión, dijo: «Este es Sam Giancana. Mírenlo bien. Es el malhechor más notorio y barato del mundo. Es una basura. Van a viajar en el avión con la peor escoria que han visto en su vida». Nunca le habían hecho nada igual a Sam. «Cierre el pico —le dijo—, o yo mismo se lo arrancaré.» Me quedé helada. El agente, que es el doble de alto que Sam, lo miró con aire amenazador. «Por favor, Sam —le dijo—, da el primer puñetazo.» Lo dijo tan lentamente que parecía a punto de llorar. Sam logró controlarse. Le dio la espalda al agente e hizo lo mejor que pudo para ignorarlo, pero el tipo aquel seguía hablando. «Por favor, Sammy querido, dame un puñetazo. El primero, basura, cobarde.» No estoy segura, pero creo que Sam estaba asustado. Se puso pálido. «No puedo subir a ese avión —me dijo— y pasarme tres horas en él.»

WILLIE: ¿Y el equipaje?

MODENE: Cometí el error de mencionárselo. «Vámonos de aquí», gritó, y echamos a andar seguidos por los hombres del FBI, que gritaban como si fueran reporteros enloquecidos. Y el grandote seguía diciendo: «Dos kilos de mierda en una bolsa de un kilo».

WILLIE: Nunca pensé que los del FBI pudieran ser tan groseros.

MODENE: Lo que ocurre es que cuando se trata de Sam pierden la sensatez. Están furiosos porque no tienen pruebas contra él. Es demasiado inteligente para ellos. Incluso bajo esas circunstancias, fue él quien dijo la última palabra. Cuando subíamos al taxi, se dio media vuelta y le dijo al grandote: «Enciende el fuego esta noche, y nunca se apagará». «¿Me estás amenazando?», le preguntó el tipo. «No —le contestó Sam muy tranquilo, casi con cortesía—, es una afirmación.» El agente se quedó parpadeando. Luego los del FBI siguieron a nuestro taxi hasta la casa de Sam, pero a él eso no le importó. «Pueden esperar fuera toda la noche y que los devoren los mosquitos.» Fuimos a su despacho del sótano, que según dice él es cien por cien a prueba de escuchas. Llamó a algunos de sus hombres y les pidió que fueran.

WILLIE: Pero los del FBI los verían entrar.

MODENE: ¿Y eso qué importa? Los han visto reunirse con Sam cientos de veces. Si no pueden oír lo que se dice, ¿qué pueden obtener?

WILLIE: Veo que has aprendido cómo funcionan las cosas.

MODENE: Reboso de amor por Sam.

WILLIE: Y tanto.

MODENE: Créeme.

WILLIE: Entonces, ¿has terminado con Jack?

MODENE: Reboso de amor por Sam. Me dijo que nunca en su vida confió en una mujer, pero que yo no soy como las demás y que a mí puede confiarme cosas.

WILLIE: Sí. Y ¿qué te confió?

MODENE: No puedo decírtelo. Le prometí a Sam que no volvería a usar mi línea telefónica, pero estoy rompiendo la promesa. Lo que ocurre es que no soporto esos teléfonos públicos.

WILLIE: Creía que tu línea ya estaba limpia.

MODENE: Aunque así sea.

WILLIE: Vamos mujer, cuéntamelo. Tu línea está limpia.

MODENE: Sam dijo que odiaba a Bobby Kennedy. Que lo odia desde que en 1959 compareció ante la comisión McClellan, cuando Bobby era el asesor especial. Ya sabes que los testigos dicen: «Me niego a responder sobre la base de que podría incriminarme». Bien, eso a Sam le preocupaba. Según parece, en la escuela lo pasó muy mal. Le costó mucho aprender a leer. Dice que todavía se pone nervioso cuando tiene que hacerlo en voz alta. Bobby Kennedy le hacía preguntas como «¿Se libró de la víctima enterrándolo en cemento?», y Sam leía lo que estaba escrito en su tarjeta, ya sabes, eso de no responder para no incriminarse, y se ponía nervioso y lanzaba una risita. En un momento Bobby le dijo: «Yo creía que sólo las colegialas reían como tontas». Sam dice que todavía suda cuando lo recuerda. Trabajó para Jack a pesar de Bobby. Sam pensó que Jack le sacaría al FBI de encima. Esa sería su venganza contra Bobby. Pero no resultó.

WILLIE: ¿Está enfadado Sam con Sinatra?

MODENE: Enfadado no, furioso. Sam cree que yo no sé ni una palabra de siciliano, pero tengo muy buen oído y he aprendido un poco. Cuando uno de sus hombres dice
farfalleta
, están hablando de Sinatra.

WILLIE: ¿Qué significa?

MODENE:
Farfalleta
es una mariposa.

WILLIE: ¿Cómo te enteraste?

MODENE: Porque la gente de Sam usa mucho las manos para expresarse.

WILLIE: Sí, pero ¿cómo sabías que hablaban de Frank?

MODENE: Porque también lo nombran. Dicen Sinatra, o Frankie. Y usan las manos. Una noche era obvio que Sam les estaba diciendo lo disgustado que está con Sinatra. Dos de ellos empezaron a hablar de reventar la mariposa. Aplastaban las palmas de las manos sobre la mesa. Sam sonrió diabólicamente. Conozco esa sonrisa. Significa que hará dinero donde los demás no han podido hacerlo. Cuando terminaba la noche, Sam dijo: «He decidido ajustarle las cuentas a ese italiano canijo». (20 de mayo de 1962.)

De un informe del FBI, fechado el 10 de junio de 1962, del agente especial Rowse.

A: Oficina del Director.

TEMA: Giancana.

El SUJETO del TEMA contrató a Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis, Jr., Eddie Fisher y Joey Bishop para que actúen durante un fin de semana en Villa Venice, un salón de fiestas al NO de Chicago, que, según se cree, pertenece al SUJETO. Además de los ingresos provenientes del espectáculo ofrecido por personas tan talentosas, el SUJETO cuenta también con los que obtiene mediante la explotación de un establecimiento de juegos, abierto toda la noche, que funciona en un depósito a dos calles de la Villa Venice. Los ingresos por el juego significan un millón y medio de dólares mensuales para el SUJETO, en un período de tres meses. La información, proveniente de fuentes confiables, asegura que cada artista del espectáculo recibe sólo una parte de su cachet acostumbrado, dado que fueron invitados a Chicago por Sinatra.

Extracto de una transcripción de AURAL del 12 de junio de 1962:

WILLIE: ¿Leíste acerca de la fiesta de cumpleaños de Jack en el Madison Square Garden?

MODENE: Por supuesto.

WILLIE: Lo vi en televisión.

MODENE: Yo no.

WILLIE: Marilyn Monroe estaba fabulosa. Cantó «Feliz cumpleaños, señor presidente». Modene, le habían cosido el vestido encima. Una verdadera obra de ingeniería.

MODENE: Marilyn Monroe y Jack tienen una relación.

WILLIE: ¿Quién te lo ha dicho?

MODENE: Lo sé.

WILLIE: ¿Estás molesta?

MODENE: ¿Por qué habría de estarlo?

WILLIE: ¡Vamos, Modene!

MODENE: No. Cuando algo termina, termina. No echo de menos a Jack Kennedy. Estoy enfadada.

WILLIE: Creí que habías dicho que habíais terminado.

MODENE: Sí, lo dije. Terminó cuando intervino J. Edgar Hoover. Jack me llamó esa misma tarde y me dijo que era la última vez que hablaríamos por el conmutador de la Casa Blanca, pero debo reconocer que después me dio el número de una línea privada que podía usar en caso de emergencia.

WILLIE: ¿Lo llamaste por ese número?

MODENE: No pensaba hacerlo. Pero luego el FBI empezó a visitarme en mi apartamento de Los Angeles. Eso me resultó violento, debido sobre todo a las otras muchachas que viven allí. Se daban cuenta de que no se trataba de dos amigos que venían a tomar una copa.

WILLIE: No creo que ése haya sido un gran problema. Casi no ves a las otras muchachas.

MODENE: El FBI me pone muy nerviosa. Empecé a sufrir de vértigo. Me asusta. Ya casi no viajo. Sam lo ha arreglado todo para que haga sólo tres viajes por semana. En uno de los viajes se me cayeron tres bandejas.

WILLIE: Oh, no.

MODENE: Finalmente, decidí usar la línea privada. Le pedí a Jack que me quitara de encima al FBI, pero no quiso. No hacía más que decirme que el verdadero objetivo era Sam, y que yo debía reírme de ellos.

«No puedo —le dije—. Son demasiado para mí.» Entonces Jack se puso furioso. «Modene —me dijo—, ya eres adulta y tendrás que ocuparte de esto tú sola.» «¿Quieres decir que tú y tu hermano no tenéis poder para detener al FBI?» «Sí, podemos hacerlo —me contestó—, pero el precio tal vez resulte excesivo. Ocúpate de tus cosas. Aunque no lo creas, tengo asuntos más importantes en los que pensar.» Lo dijo con ese acento bostoniano que suele usar cuando quiere ponerse sarcástico. Me sentí humillada cuando me dijo «aunque no lo creas».

15

Tokyo

15 de agosto de 1962

Querido Rick:

Hace mucho tiempo que no te escribo, pero no lo he hecho a la espera de buenas cosas que contar. Me temo, sin embargo, que ha habido una serie de muertes que me han afligido, a lo que hay que sumar un par de visitas del FBI para aliviar la lobreguez. Debo decir que me he especializado en agotar la paciencia de los agentes especiales; además, la versión de la Pandilla del Buda que tenemos en el Lejano Oriente está compuesta por tipos razonablemente civilizados, que se dan cuenta de que aquí no sirven más que como enlaces. De modo que respetan mis sentimientos.

Otro de mis viejos amigos ha pasado a mejor vida. William Faulkner murió a principios del mes pasado. Si bien no puedo decir que tuve el placer de frecuentarlo en estos últimos tiempos, recuerdo muy bien una gloriosa noche de 1946, justo después de la guerra, cuando Dashiell Hammett, Faulkner y yo nos reunimos a beber en el Veintiuno. Durante dos horas, Faulkner no dijo ni una palabra. No estoy seguro siquiera de que escuchara lo que decíamos. De tanto en tanto le dábamos un codazo, él levantaba la cabeza y decía: «El secreto, caballeros, es que sólo soy un granjero». Bien, Dash era un hombre que apenas sonreía, y eso a veces, pero ante esas palabras no pudo por menos que echarse a reír, como si Faulkner hubiera hecho la observación más inteligente y humorística del mundo. Me sentía tan triste por la muerte de Bill que cometí el error de decírselo a Mary.

—Oh, Cal —me dijo—, no puedes decir que acabas de perder a un amigo íntimo. No has recibido una sola carta de él en quince años.

—Sí —repliqué—, pero era un gran escritor.

—¿Sabes? —dijo Mary con esa voz que adopta cuando ya ha decidido algo—. Era un gran escritor, supongo, pero yo no puedo leerlo. Es una de esas personas que empaquetan todo de manera tan apretada dentro de sí que no producen más que ruidos extraños.

Gracias a Dios que no soy propenso a pegar a las mujeres. Si se hubiera tratado de un hombre, le habría dado una paliza por mucho menos que eso. Francamente, me preocupo por mi genio. Finalmente decidí que Mary en realidad no estaba hablando de Faulkner, sino tratando de decirme algo acerca de su hombre de negocios japonés, a quien, por cierto, he enviado de vuelta a dondequiera que haya salido, pero decir que una persona como Bill Faulkner no produce sino ruidos extraños cuando obviamente estaba pensando en su maldito japonés, hizo que me sudaran las palmas de las manos.

Quizá se deba a todas estas muertes. Demasiados amigos a quienes no veré más. ¿Sabes? Lo que más desquicia durante las horas posteriores al combate es recordar la expresión en el rostro de los hombres cuando mueren. Muchas veces se trata de una expresión que no tuvieron nunca antes. De modo que medito acerca del fallecimiento de personas a quienes quise. Confieso que me pregunto cómo habrá sido su última expresión.

Ahora, Marilyn Monroe. Se suicidó el 5 de agosto, sí, hace sólo diez días. Me preocupó. ¿Sabes que en 1955 Allen Dulles se proponía enviarme a Hollywood a visitar a la señorita Monroe? Quería que la convenciera para que iniciase un idilio con Sukarno. Allen quedó embrujado por una conversación que tuvo una vez con Marlene Dietrich, quien le confió que lamentaba no haber conocido a Hitler en la década de 1930, porque estaba segura de que lo habría «humanizado», salvando de esa manera decenas de millones de vidas. Pues de haber sido yo, lo habría vulcanizado. Aun así, es indudable que Marlene sabe un par de cosas que yo ignoro. De todos modos, Allen guardó la idea en su mochila especial y se preparó para urdir un romance entre Sukarno y Marilyn Monroe. Creo haberte hablado de esto en alguna ocasión. Te darás cuenta de que Allen estaba absolutamente convencido, y al poco tiempo yo también lo estuve. ¡Qué magnífica misión! En diez años, una oportunidad así se presenta sólo una vez. Sukarno me importaba un pimiento. No pensaba más que en que iba a conocer a Marilyn Monroe. Tendría que convencerla del carácter patriótico de la misión, y para hacerlo quizá tuviese que cautivar su corazón. Estudié sus películas. Vi
Los caballeros las prefieren rubias
tres veces. De tanto en tanto, Allen me decía: «No me he olvidado de lo de ti y Marilyn Monroe».

Bien, para cuando se ocupó del asunto, ya corría el año 1956, y era demasiado tarde. Marilyn no estaba en Hollywood, sino en Nueva York, y estaba teniendo el romance del año con Arthur Miller. Qué desperdicio. Siempre pensé que yo podría haber sido su papaíto; tendría algunos años, pero era dinamita pura. Ahora está muerta.

Lo siguiente me preocupa. Trato de controlar mi imaginación, pero no estoy totalmente seguro de que no haya sido asesinada. Aquí tenemos un oficial de caso que está en buenas relaciones con el departamento de medicina forense de la policía de Tokyo, y como el médico forense de Los Angeles, Thomas Naguchi, también es japonés, obtuvo una copia del informe de defunción para mí.

Tú bien sabes, Rick, que no tengo un espíritu macabro. Conoces muy bien a tu borracho padre (sí, estoy bebiendo en este momento, mientras te escribo), de modo que no necesito defenderme. Te diré que tenía que conseguir una copia de ese informe. Llámalo instinto, o el producto de veinte años de servicio en Inteligencia, pero necesitaba verlo.

Lo he leído, mi querido hijo, y es una bomba de relojería. El informe del forense demuestra que Marilyn tenía una cantidad de barbitúricos en la sangre capaz de matar a dos mujeres saludables, pero nada en el estómago. Una cucharada de un «líquido viscoso de color marrón». Eso no es suficiente. Es imposible ingerir las cuarenta y tantas píldoras que son necesarias para elevar la cantidad de barbitúrico en la sangre a un nivel tan alto y no tener más que una cucharada en el estómago. Fue inyectada.

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