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Authors: Jude Watson

El fin de la paz (10 page)

BOOK: El fin de la paz
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Centró su atención en recordar el bote. En apariencia era como muchos botes que había visto en Senali. Estaba confeccionado a partir del tronco de uno de los árboles autóctonos. Recordó las provisiones cayendo del bote...

—¡Los tubos respiradores! —exclamó—. Los senalitas no los utilizan. ¿Por qué no se me ocurrió antes?

—No hemos tenido tiempo para pensar —dijo Qui-Gon amablemente—. Yo me di cuenta, pero ya me había preguntado por qué ocultaban su piel con esa arcilla blanca.

—Pero si sabías que eran rutanianos, ¿por qué no dijiste nada? —preguntó Obi-Wan.

—Porque todavía no sabía quién estaba detrás del secuestro —dijo Qui-Gon—. Mientras no lo supiera, pensé que lo mejor era fingir que pensaba lo que se suponía que tenía que pensar.

—Entonces ¿quién está detrás de esto? —preguntó Obi-Wan, frustrado—. ¿Y ahora adonde vamos?

—Vamos a ver a Taroon —dijo Qui-Gon.

—Pero lo más probable es que esté regresando a Senali —señaló Obi-Wan.

—Todavía no. Encontrará una razón para retrasarlo.

Obi-Wan seguía confuso.

—¿Crees que Taroon estaba detrás del secuestro de su hermano? Pero ¿por qué? Él fue a Senali para convencerle de que volviera a Rutan para siempre. Estaba enfadado y dolido cuando Leed se negó.

—Eso parecía. Pero, padawan, lo que las personas dicen y lo que sienten no tiene por qué coincidir. Los Jedi son diferentes en ese sentido.

—¿Temes que Taroon esté planeando un ataque? —preguntó Obi-Wan.

Qui-Gon asintió.

—Vi algo más entre las provisiones del campamento de los secuestradores. Androides rastreadores. Tenían el sello real de la casa de Rutan. Y el rey Frane nos acaba de decir que Taroon era el encargado de los rastreadores, ¿recuerdas? Sólo una persona podía tener acceso a esos androides y a la posibilidad de reunir seguidores para invadir Senali en secreto.

—¿Por qué iba Taroon a robar los androides rastreadores reales? —preguntó Obi-Wan. Cada vez estaba más frustrado.

—Esa es una buena pregunta, Obi-Wan —dijo Qui-Gon—. ¿Por qué iba a robarlos si son tan fáciles de conseguir? Sólo tiene sentido en caso de que Taroon modificara los androides de alguna forma, para después mandarlos de regreso a Rutan.

—¿Y qué ocurre después?

—Eso es algo que nos ha de explicar Taroon —respondió Qui-Gon con seriedad.

Obi-Wan vio que se habían detenido ante las puertas de una impresionante estructura. En la piedra del arco principal estaba grabado: "REAL ESCUELA DE LIDERAZGO".

Qui-Gon franqueó la entrada y abrió la puerta de la escuela. El pasillo estaba vacío, a excepción de un profesor que pasó a toda prisa con los brazos llenos de data-pads y pantallas de lectura.

—Perdone —dijo Qui-Gon educadamente—. Estamos buscando a Taroon.

El profesor frunció el ceño.

—Lo más probable es que esté camino de Senali. Su padre le ordenó partir de inmediato. Es una pena. Es un estudiante popular. Le echarán de menos.

—Tenemos razones para creer que sigue aquí —dijo Qui-Gon—. ¿Se le ocurre algún sitio en el que pueda estar?

—No hay que pensar mucho —dijo el profesor sonriendo—. Taroon suele estar en el laboratorio técnico con sus amigos, enredando con paneles de programación. Al final de pasillo, subiendo la rampa, la segunda puerta a la derecha.

Qui-Gon se lo agradeció y ambos se dirigieron rápidamente hacia donde había indicado el profesor.

—En caso de que estés en lo cierto, ¿qué te hace pensar que Taroon confesará? —preguntó Obi-Wan a Qui-Gon.

—Que no es mala persona —dijo Qui-Gon—. Sólo está dolido. Es como su padre... convierte su dolor en ira.

Llegaron al laboratorio técnico y activaron la puerta. Taroon estaba sentado en un banco apoyado contra la pared. Miró a los Jedi nervioso y se puso en pie de un salto.

—¿Ha ocurrido algo? —preguntó.

—¿Por qué lo preguntas? —inquirió Qui-Gon.

Taroon se encogió de hombros, pero su mirada era temerosa.

—Me sorprende veros aquí.

—Tu padre ha dado la orden de que partas hacia Senali de inmediato —dijo Qui-Gon—. ¿Por qué no te has ido?

—Me dejé algo de equipo aquí —dijo Taroon rápidamente—. Necesito incluirlo en mi equipaje para poder marcharme.

—No estabas recogiendo nada cuando entramos nosotros —señaló Obi-Wan.

Taroon le miró con arrogancia.

—¿Quién eres tú para cuestionar a un príncipe?

—Es un Jedi —dijo Qui-Gon con firmeza—. Tu padre nos hizo llamar para solucionar este asunto, pero no está solucionado, ¿verdad, Taroon?

—No sé a qué te refieres —dijo el joven, nervioso.

—Taroon, no tenemos tiempo de evasivas —dijo Qui-Gon—. Creo que estás detrás del secuestro de tu hermano en Senali.

—¡Eso es ridículo! —gritó Taroon—. ¿Por qué iba yo a arreglar algo así? Yo quiero a mi hermano. ¡Soy un patriota!

—Ambas cosas son ciertas —dijo Qui-Gon—. Quieres a tu hermano, pero también estás enfadado con él por darte la espalda. Eres un patriota, pero planearías un ataque a Rutan con la esperanza de que culparan a Leed. Pero Leed está aquí, Taroon. Dudo que el Rey le culpe. Culpará a Meenon. Y puede que éste tome represalias y todo conduzca a la guerra. Pero quizás eso no te importa. Quizá piensas que un evento semejante dividiría a Leed. Quizás es eso lo que pretendes.

—No sé de qué estás hablando, pero sé que no habrá guerra —dijo Taroon—. Mi padre habla mucho, pero no atacará. De todas formas, yo no he tenido nada que ver con todo esto.

—¿Estás seguro de que tu padre no atacará Senali? ¿Estás dispuesto a arriesgar muchas vidas? —le preguntó Qui-Gon, cuyo tono de voz crecía en intensidad. Obi-Wan pensó que él no hubiera soportado una mirada tan penetrante.

Taroon miró hacia otro lado.

—No puedes hablarme así.

Qui-Gon dio unos pasos por la sala.

—Déjame que te cuente lo que creo que pasó —dijo—. Alistaste a un pequeño grupo de rutanianos. Quizá fueran amigos tuyos de la escuela, una combinación entre los que te aprecian y los que esperan beneficiarse en caso de que seas coronado en lugar de Leed. Mientras estabas en Rutan, ese grupo viajó en secreto a Senali y adoptó una identidad fantasmagórica, lo justo para que Meenon advirtiera su presencia. Se untaron con arcilla blanca para que nadie viera que su piel carecía de escamas, robaron cosas y violaron lugares santos para que los distintos clanes se enemistaran, y fomentaron la intranquilidad para llamar la atención y ganarse el desprecio de los senalitas. Todo eso lo planeaste tú.

El sudor llenaba la frente de Taroon.

—No puedes probar nada.

—Arreglaste lo del secuestro de Leed porque durante su desaparición pretendías planear un ataque en Rutan. Querías que culparan al líder de los Espectros. A pesar de que Leed escapó, decidiste seguir adelante con el plan. Las pruebas señalarían a Leed como el responsable del ataque. Esto serviría para expulsar a Leed de Rutan para siempre y para que no obtuviera popularidad en Senali, ya que los Espectros desaparecerían pronto. Los senalitas también culparían a Leed. Él se quedaría sin patria y sin seguidores, y tú serías Rey. ¿No es así, Taroon? Traicionaste a tu hermano por tu propia ambición.

—¡No por ambición! ¡Por amor a mi planeta! —explotó Taroon—. Leed tiene razón. Él no puede ser el auténtico gobernante de Rutan. ¿Acaso no se merece lo que iba a suceder? ¡Nos dio la espalda hace mucho tiempo! Es mi hermano. Debería haber pensado en su familia. Debería haber pensado en mí. Crecí sin él. Tuve que soportar la ira de mi padre. Él creció con cariño y amor. ¡Yo crecí con desprecio!

—Tu padre es muchas cosas, pero no puedes decir que no quiera a sus hijos —dijo Qui-Gon con seriedad—. Quizá no te vea como el hombre fuerte que eres.

—Ni siquiera me ve —murmuró Taroon.

—Debe ser duro que tu padre te llame idiota —dijo Qui-Gon—. Tu ira es comprensible, pero estás alimentando tu enfado en lugar de intentar controlarlo. Si te enfrentaras a tu padre y le dijeras la verdad, la situación podría cambiar. En lugar de eso te comportas como un niño. La diferencia es que tú eres un príncipe, y el resultado de tu ira puede desembocar en una guerra.

—No habrá guerra. Sólo será un ataque. No se perderán vidas —dijo Taroon con gesto hosco—. Escogí un objetivo simbólico.

—¿Y cómo ocurrirá? —preguntó Qui-Gon con insistencia—. ¿Serán los androides rastreadores?

Taroon asintió reacio.

—El escuadrón de Senali está regresando a Rutan. Soltarán a los androides. Ya me he asegurado de que los androides que mi padre está empleando en la cacería se estropeen. Los nuevos ocuparán su lugar sin que nadie se dé cuenta.

—¿Y qué harán los androides? —preguntó Qui-Gon.

—En lugar de perseguir kudanas, están programados para colarse en las casetas de los perros nek. La caseta no tiene techo, está abierta por arriba. Cuando los androides localicen a su presa, están programados para hacer explosión. En un espacio cerrado como las casetas, los perros morirán.

Taroon se agitó nervioso ante sus miradas.

—¿Qué tiene de malo? Los neks son criaturas horribles. Atacan cualquier cosa, incluso a los de su raza.

—Sí —dijo Qui-Gon suavemente—. Atacar a los tuyos es realmente despreciable.

La piel azulada de Taroon se tiñó de un rojo iracundo cuando comprendió lo que Qui-Gon quería decir. Que él mismo se había vuelto contra su hermano.

—Ese ataque bastará para enfadar a tu padre —dijo Qui-Gon—. Y sospechará de Leed. Y si no lo hace, tú te encargarás de sembrar la duda en su cabeza. Por eso te quedas aquí y no te vas a Senali. Pero ¿qué pasa con Drenna?

Taroon le miró fijamente.

—¿Qué pasa con ella? Ha vuelto a Senali.

Qui-Gon negó con la cabeza.

—Se ha quedado en Rutan. Tu padre la ha instalado en el pabellón de caza.

Taroon saltó.

—¡Pero el pabellón está al lado de las casetas!

Qui-Gon asintió.

—Y su labor es cuidar a los animales. Ahora mismo estará en las casetas.

—¡No! —gritó Taroon—. ¡Es demasiado tarde para que vuelvan los androides rastreadores! ¡Tenemos que detenerlos!

—Sí —dijo Qui-Gon—. Quizá podamos impedir lo que tú has empezado.

—Podemos utilizar mi nave —dijo Taroon—. Seguidme.

Capítulo 16

Taroon se sentó a los mandos, echándose hacia delante como si pudiera obligar a la nave a ir más deprisa. Qui-Gon estaba tranquilo. Como siempre, Obi-Wan admiró la capacidad de su Maestro para invocar la serenidad en mitad de una situación tensa.

—Vuelvo a estar confuso —dijo Obi-Wan, acercándose a Qui-Gon y hablando en voz baja—. Pensé que Taroon odiaba a Drenna. ¿Por qué ha cambiado de opinión al saber que Drenna estaba en peligro?

Qui-Gon sonrió brevemente.

—Recuerda lo que te dije al principio de la misión, padawan. Las palabras no siempre reflejan los sentimientos. Viste a dos enemigos. Yo vi a dos seres luchando contra una atracción que les parecía inapropiada.

Obi-Wan negó con la cabeza.

—Yo no vi eso en absoluto.

—No te preocupes —dijo Qui-Gon con serenidad—. Quizá lo hubieras visto si fueras un poco mayor. De cualquier manera, hay cosas que tú ves y yo no. Ésa es la esencia de una relación efectiva entre Maestro y padawan.

—Esperemos que lleguemos a tiempo para salvar a Drenna —dijo Obi-Wan.

—Ya hemos llegado —exclamó Taroon con alivio—. No veo nada. Puede que se suspendiera la cacería.

—Aterriza enseguida —dijo Qui-Gon, escudriñando la zona.

Obi-Wan se unió a él, observando el horizonte en todas direcciones mientras Taroon hacía descender la nave. Obi-Wan vio unos puntos en movimiento a lo lejos en el cielo.

—Ahí —susurró a Qui-Gon.

—Sí —dijo Qui-Gon en voz baja—. Baja cuanto antes, Taroon —le dijo con calma. Obi-Wan sabía que su Maestro no quería alarmar al joven.

—¡Ahí está Drenna! —exclamó Taroon, distrayéndose por un momento—. Está saliendo del bosque.

Drenna salió de entre los árboles con el arco amarrado a la espalda. Obi-Wan echó una ojeada rápida a los puntos parpadeantes que tenía a su izquierda. Ahora podía distinguir claramente que eran androides rastreadores... quizás una docena. Se los señaló en silencio a Qui-Gon. Sabía por experiencia lo rápido que podían rastrear esos androides.

Drenna miró hacia arriba y vio la nave. Se tapó los ojos del sol, pero no podía ver en el interior del vehículo. Se dirigió hacia las casetas.

—¡No! —gritó Taroon. El transporte se estremeció cuando sus manos se agitaron.

Qui-Gon saltó hacia delante. Le quitó los mandos a Taroon con una serie de movimientos rápidos y experimentados, y aterrizó la nave al lado de las casetas. Activó la rampa de descenso.

—Date prisa, padawan —le apremió.

Bajaron la rampa corriendo, con los sables láser activados y listos.

Drenna ya casi estaba en la puerta de las casetas. Los androides rastreadores comenzaron a iluminarse mientras se acercaban al objetivo.

—¡Drenna! —gritó Qui-Gon—. ¡Arriba! ¡Ten cuidado!

Los reflejos de Drenna eran muy rápidos. Se dio la vuelta, mirando hacia arriba. Apenas tardó un momento en ver el peligro antes de echar el brazo atrás para llevarse el arco al hombro.

Qui-Gon dio un impresionante salto en el aire, aferrando el sable láser, que brillaba con su resplandor verde contra el cielo gris. Aplastó el androide rastreador que volaba más bajo. El sable láser lo atravesó suavemente, cortándolo en dos. Una pequeña explosión dejó escapar una nubecilla de humo. Mientras los androides rastreadores no tocaran el suelo, no provocarían una explosión a gran escala.

Obi-Wan, saltando a su vez, siguió a Qui-Gon. No podía subir tan alto como su Maestro, y su primera estocada cortó el aire; pero Drenna ya había cargado su arco y había tirado la primera flecha láser, que dio en el blanco. Otro androide cayó al suelo echando humo y chisporroteando.

Qui-Gon saltó sobre el tejadito de la entrada de las casetas. Desde ahí podía ir de un lado al otro, derribando a los androides mientras se acercaban a las casetas. Podía oír los gruñidos de los perros a medida que se acercaban los androides.

Obi-Wan saltó para unirse a él. Drenna se quedó en el suelo, con el arco en el hombro, disparando tan rápido que su brazo era como una centella mientras lanzaba una flecha tras otra. Obi-Wan dio un salto y, con una estocada de arriba abajo, derribó un androide. Después cambió de dirección y abatió a otro.

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