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Authors: Jude Watson

El fin de la paz (3 page)

BOOK: El fin de la paz
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—Leed está escondido.

Qui-Gon no reaccionó, sino que contempló cuidadosamente al gobernante.

Taroon sacó pecho de manera desafiante.

—¡Qué sorpresa oír que mi hermano ha desaparecido! Y cuando hables de él, utiliza el título. Es el príncipe Leed. Sé respetuoso.

Meenon se enfureció.

—En Senali no creemos en los títulos. Los títulos generan divisiones. En Senali todos somos iguales, no como en tu planeta de bárbaros.

Los ojos de Taroon centellearon.

—Al contrario que los primitivos, nosotros honramos nuestra estirpe.

Qui-Gon se metió suavemente en la conversación antes de que se convirtiera en una discusión abierta.

—Dices que Leed ha desaparecido. ¿No dijo adónde iba?

—No —dijo Meenon, dándole la espalda a Taroon—. No sé dónde está.

Taroon volvió a colocarse frente a él.

—¿Podrías jurarlo? —le preguntó con los ojos relampagueantes.

Meenon observó a Taroon.

—No necesito jurar. Yo no miento.

Qui-Gon habló un poco más rápido de lo que era habitual en él. Obi-Wan sabía que estaba intentando contener a Taroon sin dar esa sensación.

—Qué mala suerte.

Meenon se encogió de hombros.

—Sabía que veníais. Creo que por eso se esconde. No quiere volver a Rutan.

—No hemos venido a obligarle —dijo Qui-Gon—. Sólo queremos hablar con él.

—Yo le aseguré que si se reunía con vosotros, no permitiría que os lo llevarais a Rutan por la fuerza —dijo Meenon—. Parece que ha hecho las cosas a su manera, a pesar de mi consejo.

—Le buscaremos, con tu permiso —dijo Qui-Gon, mientras Taroon se exasperaba a su lado—. ¿Podemos hablar con la familia que lo adoptó?

—Aquí en Senali vivimos agrupados en clanes —dijo Meenon—. Yo le confié al clan de mi hermana, los Banoosh-Walore. Viven a un kilómetro al oeste, en Lago Claro. Podéis visitarles si lo deseáis.

Qui-Gon asintió.

—Estaremos en contacto.

—Os deseo paz y serenidad —dijo Meenon, mientras realizaba una inclinación.

Obi-Wan podía percibir la ira de Taroon mientras salían del patio y de la residencia de Meenon.

—¿Nos desea paz y serenidad después de semejantes noticias? —dijo Taroon disgustado—. ¡Se estaba burlando de nosotros!

—Es la fórmula de despedida tradicional en Senali —dijo Qui-Gon con tranquilidad.

—¡Esto es intolerable! —prosiguió Taroon—. ¡Nos toma por idiotas!

—Tu padre se va a tomar muy mal la noticia —dijo Qui-Gon—. Se va a enfadar tanto como tú.

—Yo no me parezco en nada a mi padre —dijo Taroon con los dientes apretados.

—Me pregunto si Meenon sabe más de lo que dice —reflexionó Obi-Wan.

—Por supuesto que sí —exclamó Taroon—. Todos los senalitas son unos mentirosos. Esto no es más que una maniobra para retrasarnos.

—Espero que el clan de su hermana nos ayude a descubrir algo —dijo Qui-Gon—. Hasta entonces, guardemos la calma.

Salieron a la brillante luz del sol. De repente, Taroon se dio la vuelta y pateó un arbusto en flor situado junto a la entrada de la vivienda. Lo atacó con frenesí, a puñetazos y patadas. Los pétalos rojos volaron por el aire y acabaron cubriendo el camino.

—Bueno, veo que al menos has heredado el temperamento de tu padre —comentó Qui-Gon.

Capítulo 5

La vivienda roja y azul del clan Banoosh-Walore formaba parte de la ciudad de Senali, que se levantaba sobre plataformas flotantes. Las distintas islas estaban conectadas entre sí mediante elegantes puentes de plata que se arqueaban sobre las aguas azules.

La brillante construcción se extendía por una amplia zona. El área principal de la vivienda no era más que una estructura formada por paredes de hojas entretejidas que se enrollaban para dejar correr la brisa marina. Una de las paredes estaba desplegada para proteger del sol el interior de la morada. Las otras tres estaban abiertas. No era necesario llamar. Podían ver a los miembros del clan reunidos en la gran sala central.

Una hembra senalita de elevada estatura y con corales rosas unidos a sus cortos cabellos les invitó a entrar.

—Meenon me dijo que veníais. ¡Bienvenidos, bienvenidos! Dejadme que os presente. Yo soy Ganeed, la hermana de Meenon. Éstos son mis hijos, Hinen y Jaret, y ésta es la mujer de Jaret, Mesan, y su hija, Tawn. Aquéllos son Drenna, mi hija pequeña; Wek, el hijo de mi hermana; Nonce, mi marido; Garth y Tonai, mi padre. Ah, y ella es mi nodriza, Nin; y el bebé, a la que llamamos Bu.

Un niño pequeño tiró a Ganeed de la túnica.

—¡Y yo! —dijo.

Ella le puso una mano sobre la cabeza.

—Claro, Tinta. No te he olvidado. Te he dejado para el final porque eres muy importante.

Obi-Wan saludó con una inclinación de cabeza al nutrido y animado grupo. Sabía que sería incapaz de acordarse de todos los nombres. Había comenzado hacía poco su entrenamiento de memoria en el Templo. Podía dibujar de memoria un boceto técnico que apenas había contemplado durante diez segundos, o recitar una complicada fórmula que había oído hacía tiempo, pero aún no se le daba bien recordar los nombres de un grupo de seres vivos. Esperaba que Qui-Gon sí fuera capaz.

Uno de los hijos de Ganeed, Jaret o Hinen, se sentó en una larga mesa. Estaba pelando fruta junto a una joven hembra senalita. ¿Sería Wek o Mesan? La senalita de más edad se hallaba frente a un fogón, removiendo en un cazo algo que olía deliciosamente. Un joven acunaba al bebé, y una bella joven senalita de pelo plateado estaba sentada en una esquina, arreglando una red de pesca. Todos parecían hablar al mismo tiempo y no se podía distinguir ninguna voz, excepto la de Ganeed, que pedía a todos que guardaran silencio. Al final optó por coger una cacerola y la golpeó con una cuchara. Los miembros del clan se callaron.

—Así —dijo ella satisfecha.

Taroon seguía rígido al lado de Obi-Wan, que también se sentía incómodo. Admiró la forma en la que Qui-Gon apoyó una pierna sobre una banqueta y comenzó a hablar tranquilamente con Tinta, alabando un juguete que el pequeño tenía en la mano. Obi-Wan no tenía esa facilidad para hablar con extraños.

—Lo primero que debería deciros es que no tenemos ni idea de dónde está Leed —dijo Ganeed sin esperar a que Qui-Gon le preguntara—. Dejó una nota diciendo que lo mejor para su clan era que no lo supiéramos.

Qui-Gon asintió.

—Entiendo.

Uno de los hijos de Ganeed tomó la palabra.

—Leed es así. No le gusta causar problemas.

Su mujer asintió.

—Es muy considerado.

El marido de Ganeed, Garth, intervino a su vez.

—Incluso cuando era un niño, su bondad hacía que todos le apreciaran. Es una verdadera lástima que le haya pasado esto.

—Es una lástima que su padre no entre en razón —dijo Hinen. ¿O era Jaret?

Obi-Wan vio los puños de Taroon ocultos bajo la túnica. El príncipe estaba luchando por controlarse. Qui-Gon le había advertido que dejara que los Jedi se ocuparan de todo.

La anciana Nin les miró desde el fogón.

—El siempre hacía las cosas a su manera, nuestro Leed. Wek, por favor, pon la mesa para comer. ¿Nuestros invitados se quedarán?

—Lo siento, no podemos, pero gracias —dijo Qui-Gon amablemente.

El joven Wek comenzó a poner la gran mesa. Apenas parecía uno o dos años menor que Leed. Obi-Wan se preguntó si serían amigos.

Qui-Gon debió de pensar lo mismo.

—¿Hay algún sitio especial adonde le guste ir a Leed, Wek? —le preguntó en tono cortés.

Wek colocó un cuenco en la mesa.

—Bueno, le gusta nadar —dijo.

—Y eso cuando no está navegando —dijo Jaret o Hinen.

—Es cierto, Jaret —dijo el otro hijo. Por fin, Obi-Wan supo quién era quién.

—¡Me encanta navegar! —gritó Tinta—. Leed me enseñó a hacerlo y...

—Pero no olvidéis que siempre estaba dando paseos por el bosque —interrumpió Mesan mirando a Jaret—. Ahí es donde buscaría yo... —se detuvo de repente para coger al bebé, Bu, que había empezado a llorar.

—Ahí sólo va en primavera —dijo Nonce por encima del llanto del bebé. Fue hasta el fogón y comenzó a ayudar a Nin, cortando el pan para la comida—. A él...

—¡También va en verano! ¡Todo el mundo va en verano! —replicó Wek—. Tú no lo sabes porque...

—¿Quién va en verano? Hace demasiado calor —intervino Tawn—. A Leed le gusta el agua fresca y los largos baños. Y...

—La comida —intervino Hinen, acercándose a la encimera para coger un pedazo de pan—. A Leed le encanta la comida. Pronto estará de vuelta... ¡Ay! —gritó cuando Nonce le dio en los nudillos con una cuchara de madera.

El bebé comenzó a llorar de nuevo, y Jaret lo cogió de los brazos de Mesan. Tinta comenzó a pelearse con el otro niño.

—Estoy de acuerdo con Jaret —dijo Tonai con voz serena por encima de los llantos y los gritos de la pelea—. Yo buscaría en el bosque, no en el mar.

—¡Yo dije el mar, y no en el bosque! —protestó Jaret—. Nunca escuchas una palabra de lo que...

—De todas formas, yo qué voy a saber —interrumpió Tonai, encogiéndose de hombros.

—Tú sabes mucho, viejo —dijo la anciana Nin—. Excepto cuándo tienes que irte a la cama.

—Sé cuándo tengo que comer —dijo Tonai, sentándose en la mesa con gran satisfacción. Nin sirvió algo de sopa en un cuenco.

—Yo creo que volvió a Rutan por su cuenta —dijo Garth—. Eso tendría sentido. No quería que nos preocupáramos.

Ese último comentario provocó numerosas intervenciones. Jaret e Hinen comenzaron a gritar. Tinta tiró la bandeja de pan. Bu comenzó a hipar, y Jaret entregó la pequeña a Ganeed.

Ganeed sonrió a los Jedi por encima del hombro del bebé, mientras le daba palmaditas en la espalda.

—¿Veis? No tenemos ni idea de dónde puede estar.

—Ni siquiera Drenna lo sabe —dijo Tinta.

Qui-Gon clavó su amable mirada en el niño.

—¿Drenna es muy amiga de Leed, Tinta?

—Son casi de la misma edad —dijo Ganeed, entregando el bebé a Mesan.

Obi-Wan contempló a Drenna por primera vez. Su densa cabellera parecía casi tan plateada como su piel azul oscuro. La muchacha alzó sus ojos de plata para mirar a los Jedi.

—Ya veis que este sitio es un poco caótico —dijo, haciendo una mueca—. Quizá lo único que Leed buscaba era un poco de paz para aclarar sus ideas. Yo creo que volverá pronto.

—Drenna, ayuda a Wek a poner la mesa —exclamó Nin—. Ve a sentarte, chico, estás muy cansado.

—Vamos a comer —dijo Jaret—. Tengo hambre.

—Bueno, pues ven a la mesa —le reprendió Nin—. Yo no puedo hacerlo todo.

Drenna se levantó de un salto y comenzó a poner la comida en los cuencos.

—Sí, es probable que Leed vuelva pronto —dijo Qui-Gon—. Echará de menos su clan. Así como vosotros a él.

Los ojos de Ganeed se llenaron de lágrimas.

—Como nosotros a él —dijo ella en voz baja.

El silencio se hizo en el clan por primera vez. Obi-Wan percibía dolor en los rostros. Vio que amaban sinceramente a Leed.

Durante un instante, lo único que se escuchó fueron los pequeños hipos de Bu, que apoyaba su cabecita en el hombro de su madre.

—Esto es una pérdida de tiempo —dijo Taroon de repente—. No nos van a decir nada.

—Os dejamos para que podáis comer —dijo Qui-Gon educadamente e inclinándose para saludar al clan.

—Os deseamos paz y serenidad —dijo Ganeed, sonriendo con los ojos llorosos—. Y si encontráis a Leed, por favor, protegedle.

—Así lo haremos —prometió Qui-Gon.

Salieron por el pasillo que unía la estructura con el embarcadero principal, de vuelta a la residencia de Meenon.

—No han sido de ninguna ayuda —se quejó Taroon—. No entiendo cómo Leed podía aguantar vivir con tanta gente.

—Ellos parecen disfrutar de la compañía —comentó Qui-Gon.

—Desde luego, les encanta hablar —añadió Obi-Wan. Se había sentido incómodo entre el clan, pero también había sentido la calidez y el visible cariño que sentían unos por otros.

—Pero no han dicho nada —dijo Qui-Gon—. ¿Te has dado cuenta, padawan?

Obi-Wan pensó en ello.

—Se contradecían unos a otros. Era como si estuvieran tratando de darnos pistas, pero no lo hacían.

—Exactamente. Y después, cuando desviamos nuestra atención a Drenna, a todos les entró mucha prisa por comer. Por aquí.

Qui-Gon bajó por una pequeña plataforma perpendicular a la principal. Había un pequeño jardín flotante para el disfrute de los habitantes de la ciudad. Qui-Gon se detuvo tras un arbusto repleto de capullos de azahar.

—¿Qué estamos haciendo? —preguntó Taroon irritado—. No tenemos tiempo de coger flores.

Qui-Gon no respondió. Obi-Wan vio que desde ese punto veían perfectamente la entrada de la residencia del clan. Un momento después, Drenna salió. Se detuvo en el embarcadero, miró a la derecha y luego a la izquierda. Se había colocado un cinto de provisiones por encima de la túnica, y Obi-Wan vio que llevaba el bolsillo lleno.

La joven giró y se alejó rápidamente por la plataforma en dirección opuesta.

—Vamos —dijo Qui-Gon.

—¿Por qué íbamos a seguir a una senalita en sus inútiles recados? —protestó Taroon.

—Porque nos conducirá hasta Leed —respondió Qui-Gon.

Capítulo 6

Al principio fue fácil seguir a Drenna. Los senalitas paseaban por los embarcaderos aquel bonito día, y se detenían para adquirir flores o comida en los mercados que había por el camino. Los Jedi y Taroon podían mezclarse entre la gente sin perder de vista a Drenna.

Los Jedi ya se habían acostumbrado a que el suelo no estuviera firme bajo sus pies. Las pasarelas se mecían de un lado a otro con el suave movimiento del mar. Taroon no lo llevaba tan bien. De vez en cuando se tambaleaba y se ponía colorado.

—¿Qué clase de planeta construye las ciudades en el agua? —gruñó tras tropezar y estar a punto de caer al mar—. No entiendo cómo aguanta mi hermano en este horrible lugar.

Qui-Gon arqueó una ceja a Obi-Wan en un gesto privado. Obi-Wan sonrió. Sabía lo que estaba pensando su Maestro. En Senali había mares turquesa, jardines en flor y, por lo que parecía, una población feliz y pacífica. Taroon abrigaba el mismo prejuicio que tenían los rutanianos, la mayoría de los cuales no había puesto un pie en Senali desde la guerra que les dividió para siempre.

Pensaban que los senalitas eran unos vagos que no habían creado una cultura o economía esplendorosa, y que vivían únicamente para el placer.

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