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Authors: Jude Watson

El fin de la paz (2 page)

BOOK: El fin de la paz
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—¿Más kudanas? —preguntó Obi-Wan.

—No —dijo Qui-Gon—. Hemos visto a la presa. Ahora conoceremos a los cazadores.

Obi-Wan comenzó a distinguir a las criaturas llamadas huds acercándose en la distancia. Esas criaturas, nativas de Rutan, tenían cuatro patas y pieles listadas de negro y rojo, y se criaban por su fuerza y su velocidad. Los rutanianos de piel azulada cabalgaban sobre ellos, vistiendo coloridas pieles. Atados a los ronzales de las monturas iban los fieros perros de batalla nek, ladrando junto a ellas y saltando de vez en cuando para esquivar los cascos de los hud. A pesar de su naturaleza violenta e imprevisible, muchos rutanianos criaban esas criaturas para la caza y como mascotas.

Qui-Gon esperó a que el grupo llegara hasta ellos. El rutaniano que iba en cabeza descendió bruscamente de su hud.

Los rutanianos eran conocidos por su altura, casi un metro más elevada que la de Qui-Gon. Este rutaniano era más alto que la mayoría. Su aspecto era hostil e iba vestido con las pieles y pellejos de varias criaturas que, cosidos con un hilo de plata, formaban un colorido conjunto. Su larga y brillante cabellera estaba cuidadosamente trenzada y le colgaba sobre los hombros. Tenía los dedos gruesos, muy peludos, cubiertos de anillos.

—¡Habéis asustado a mi manada! —bramó, avanzando pesadamente hacia los Jedi con sus botazas—. ¡Por todos los agujeros negros, que explote la galaxia! ¿Qué clase de idiotas sois?

—Somos los Jedi que hicisteis venir desde Coruscant, rey Frane —dijo Qui-Gon con calma.

—¡No sois más que un par de cerebros de gundark! —continuó increpándoles el rey Frane—. ¿Visteis aquella manada? Podríamos haber capturado al menos veinticinco pieles. Llevo siguiéndoles tres días. ¡Vais a pagar por esto!

Obi-Wan miró a Qui-Gon para ver cómo respondía ante aquello. No podía creer que el rey Frane hubiera insultado a los Jedi de forma tan ruda. ¿Se marcharía Qui-Gon?

Qui-Gon guardó silencio un momento y miró al rey Frane sin aspereza, esperando a que se calmara. La inteligencia y la tranquilidad de la mirada del Jedi pronto incomodó al rey Frane. Su incomodidad se tornó rápidamente en ira.

—¡No intentes utilizar tus trucos Jedi conmigo! —rugió—. Habéis estropeado la caza de hoy. ¡Estoy pensando que a lo mejor os envío de vuelta a vuestro Templo y le declaro la guerra a los senalitas! Por lo menos sé que a ellos puedo destrozarlos antes de que escapen.

—Sobre todo teniendo en cuenta que tiene androides rastreadores para seguirles —dijo Qui-Gon—. ¿Acaso no son ilegales en Rutan? Tenía entendido que se prohibieron para que todos los rutanianos tuvieran las mismas posibilidades en el juego. Incluido el Rey —señaló Qui-Gon.

Los ojos verdes cristalinos del rey Frane brillaban sobre su piel azulada. Obi-Wan no podía describir lo que veía en ellos. ¿Explotaría el Rey y les insultaría todavía más? Obi-Wan sabía que la caza era un pasatiempo popular en Rutan. El cuero rutaniano era conocido en toda la galaxia entre aquellos que vestían atuendos semejantes. Los animales se criaban expresamente por la suavidad y belleza de sus pieles. Luego se les dejaba en libertad para que proporcionaran diversión a la población.

El rey Frane se jactaba de ser el mejor cazador de todos. Las listas de las presas se anunciaban al final de cada año, y el Rey siempre estaba en primer lugar. Y ahora Qui-Gon había señalado el hecho de que hacía trampas.

De repente, el rey Frane soltó una estruendosa y explosiva carcajada. La corte real que estaba tras él también rió nerviosamente.

—¡Pillado por un Jedi! ¡Yo sí que soy un cerebro de gundark! —rió el rey Frane—. Ya veo que hice venir a las mejores mentes de la galaxia. Eso significa que soy tan listo como ellos, ¿no?

Pasó amistosamente el brazo por los hombros de Qui-Gon.

—Ven, amigo —dijo—. Me alegro de veros, después de todo. Tu joven compañero y tú sois bienvenidos a mi fiesta. Allí hablaremos de los tramposos y traicioneros senalitas.

Capítulo 3

Los Jedi fueron guiados a un amplio salón de piedra en el centro del palacio real. Una enorme hoguera ardía en un hoyo en mitad de la estancia. Las paredes estaban ennegrecidas por el humo. Los perros de guerra nek yacían en el frío suelo de piedra, encadenados a estacas grabadas con escenas de pasadas batallas. En las paredes, a distancias regulares, había cabezas disecadas de kudanas y otras criaturas nativas del planeta. A la entrada del salón, un gran kudana disecado y de aspecto fiero estaba colocado sobre sus patas traseras y enseñando los dientes. Qui-Gon pensó que era uno de los comedores menos sugerentes que había visto en su vida.

Mientras seguían al rey Frane a la mesa principal, junto a la chimenea, el olor de la carne asada llenaba la estancia. El humo les daba en la cara. Obi-Wan tosió y contempló asqueado la sangrante pieza de carne que giraba sobre las llamas. Qui-Gon estaba convencido de que su hambriento padawan no tendría mucho apetito aquella noche.

—Sentaos, sentaos —les dijo el rey Frane mientras ocupaba el lugar de honor en la mesa—. No, Taroon. Deja que los Jedi se sienten junto a mí.

Un rutaniano alto de piel azul celeste y con las trenzas anudadas en bucles alrededor de la cabeza dio un paso atrás y miró amenazador a los Jedi.

—Mi hijo, el príncipe Taroon —dijo el rey Frane. Qui-Gon se giró para saludarle, pero el Rey indicó con un gesto a Taroon que ocupara el asiento opuesto al suyo—. Hablemos de Leed. Es la razón por la que habéis venido, ¿no?

Qui-Gon se sentó mientras un criado le ponía un enorme plato de carne delante. El Jedi asintió a modo de agradecimiento.

—El príncipe Leed ha decidido quedarse en Senali... —comenzó él.

—¡Decidido! —interrumpió el rey Frane con un rugido. Luego dio un puñetazo en la mesa—. ¡Eso es lo que me dice ese dinko mentiroso de Meenon! ¡A mi hijo lo han secuestrado!

—Pero vos mismo visteis el holocom —señaló Qui-Gon—. Yo también lo he visto. El príncipe Leed parece sincero.

—Le han coaccionado o amenazado —insistió el rey Frane, trinchando un gran pedazo de carne. A continuación lo agitó ante Qui-Gon—. O le han dado una de sus pociones. Son primitivos. Pueden utilizar hierbas y plantas para nublar la mente. Leed nunca hubiera decidido quedarse. ¡Nunca!

Súbitamente, mientras miraba a Qui-Gon, los grandes ojos verdes de Frane se llenaron de lágrimas. Cogió su servilleta y se secó los ojos.

—Mi hijo mayor. Mi tesoro. ¿Por qué no viene a mí? —se sonó la nariz en la servilleta y se quedó pensativo. Cuando volvió a mirar al Jedi, su cara estaba desfigurada por la ira—. ¡Esos sucios senalitas le están obligando! —rugió—. ¿Por qué no viene a enfrentarse a mí?

Quizá porque te tiene miedo
, pensó Qui-Gon, pero no podía decirlo en voz alta. Los cambios de humor del Rey eran alarmantes, pero parecían sinceros.

—¿Qué puedo hacer, Jedi? —el rey Frane trinchó de nuevo la carne y le dio un vigoroso mordisco—. ¿Declarar la guerra?

—Evidentemente, nos oponemos a ese paso —dijo Qui-Gon—. Por eso hemos venido. Podemos reunimos con Leed y aclarar la situación.

—Traedle a casa —dijo el rey Frane—. Y comeos la cena. Es lo mejor que puede ofrecer Rutan.

Qui-Gon dio unos bocados de cortesía.

—Meenon ha accedido a que le visitemos.

—¡Es un cerdo! ¡Un salvaje! —gritó el rey Frane—. No creáis ni una palabra suya. Me robó a mi hijo. ¿Qué sabe él de lealtad? Mi hijo es una joya. Yo seguí sus progresos en ese asqueroso planeta. Tienen competiciones anuales de velocidad, resistencia y habilidad. Él ha ganado todos los años desde que cumplió los trece. Es una joya, os lo digo yo. ¡Un líder nato! —dio un golpe en la mesa—. Ha de ser mi heredero. ¡Es el único que puede sucederme! Todo lo que tengo, todos los que me rodean no valen nada si mi primogénito no me sucede.

Qui-Gon miró a Taroon. El hijo menor fingía no estar escuchando, pero el grito del rey Frane era francamente audible. ¿Por qué le trataba su padre como si fuera invisible? Leed sólo era un año mayor que él, un hombre joven, delgado y desgarbado, con largos brazos y piernas. ¿Acaso él no era valioso para su padre?

—Yo leeré la verdad en los ojos de Leed —prosiguió el rey Frane, poniendo otro enorme pedazo de carne en el rebosante plato de Qui-Gon—. Traédmelo y yo lo sabré.

Si no le dejan marchar, invadiré su planeta y les haré arrodillarse. Díselo a Meenon.

—Los Jedi no comunican amenazas —dijo Qui-Gon firmemente—. Intentaremos convencer a vuestro hijo de que vuelva. No le obligaremos a él ni al Gobierno de Senali. Pero si le traemos de vuelta, no podréis obligarle a que se quede. Debéis darme vuestra palabra.

—Sí, sí, tenéis mi palabra. Pero Leed querrá quedarse, os lo aseguro. El chico es consciente de sus deberes. Enviaré con vosotros a mi hijo menor, Taroon, para que le comunique mi amenaza a Meenon. También ocupará el lugar de Leed en Senali cuando mi hijo regrese a casa.

—Tampoco permitiré que Taroon sea mensajero de amenazas —dijo Qui-Gon—. Si ése es vuestro objetivo, Taroon se quedará aquí. Su presencia podría comprometer una misión diplomática. Meenon podría sentirse presionado por la presencia de alguien de la Familia Real. Además, los Jedi siempre negocian solos.

El rey Frane rasgó un trozo de carne con sus afilados dientes amarillentos. La astucia brillaba en sus ojos.

—Acabo de firmar la orden de encarcelamiento de la hija de Meenon, Yaana, aquí en Rutan. Sé que Meenon la aprecia tanto como yo a Leed. ¡Que conozca el sufrimiento de un padre! ¿Qué te parece eso, Jedi?

—Es un error —dijo Qui-Gon suavemente—. Meenon lo tomará como una provocación. Podría significar la guerra. Y, por mucho que digáis, no creo que lo deseéis. Vuestro pueblo no desea entrar en guerra.

—¡Mi pueblo quiere lo que yo le digo que quiera! —gritó el rey Frane furioso—. ¿Acaso no soy el Rey?

Qui-Gon no parpadeó.

—Permitiremos que Taroon nos acompañe si anuláis la orden de encarcelamiento de Yaana.

El rey Frane dejó de masticar y contempló duramente a Qui-Gon unos segundos. Luego volvió a golpear la mesa.

—¡Hecho! ¡El Jedi es listo! —se volvió sonriente hacia el resto de los comensales—. Los Jedi traerán a Leed de vuelta a casa.

El resto de la corte comenzó a vitorear.

El rey Frane se volvió de nuevo hacia Qui-Gon.

—En tres días —dijo—. Eso es todo lo que os ofrezco. Si no volvéis con Leed, Yaana acabará en la peor mazmorra de Rutan —con otro brusco cambio de humor, le dio una palmada a Qui-Gon en la espalda—. Y ahora, ¡a disfrutar!

El resto de la corte se sintió más relajada para gozar de su comida y todos comenzaron a conversar entre ellos.

Obi-Wan se aproximó a Qui-Gon.

—Taroon no parece contento con la idea de acompañarnos —dijo en voz baja.

—Ya me he dado cuenta —respondió Qui-Gon—, pero la negociación ha ido bien. Siempre quise que Taroon viniera con nosotros. Sospeché que el rey Frane encarcelaría a Yaana. Hemos conseguido unos cuantos días más de libertad para ella.

—Pero ¿cómo supiste esas cosas? —preguntó Obi-Wan, asombrado.

—Encuentra el sentimiento, predice la acción —respondió Qui-Gon—. Era una consecuencia lógica. Es lo único con lo que el rey Frane puede amenazar a Meenon. El Rey es el típico gobernante que golpea de la única forma que sabe. Pero le tiene miedo a la guerra, así que dejará que le convenzan de que es mejor esperar. Ahora lo único que tenemos que hacer es volver con Leed. Si pensamos que de verdad quiere quedarse en Senali, entonces tendremos que ayudarle a que su padre comprenda la decisión. Si nada sale mal y ambas partes actúan con sinceridad y tolerancia, la situación se resolverá sola.

Qui-Gon miró a Taroon. El joven rutaniano no se había unido al banquete ni a la conversación, sino que permanecía con los brazos cruzados. Su mirada era hosca y vigilante.

—¿Así que no crees que corramos peligro? —preguntó Obi-Wan.

Qui-Gon sonrió ligeramente.

—Veo lealtades enredadas y un gran potencial para el malentendido. Y hasta el menor de los malentendidos puede atraer el peligro cuando una situación es tan delicada como ésta. Las palabras no siempre reflejan lo que está en el corazón. Y las cosas no suelen ser nunca tan fáciles como parecen.

Capítulo 4

Desde el espacio, el planeta Senali era como una brillante joya azul. Su superficie contenía tanta agua, que reflejaba la luz y parecía relucir. Mientras la nave planeaba cerca del suelo y se dirigía a la plataforma de aterrizaje de Meenon, Obi-Wan pensó que nunca había visto un planeta tan bonito.

Los mares parecían mezclar mil tonos de azul y verde. Los archipiélagos esparcidos por el agua parecían collares. La exuberante vegetación verde y las flores poblaban las islas y crecían en los embarcaderos de las ciudades flotantes. Muchas de las estructuras se elaboraban a partir de las ramas y las copas de un árbol autóctono de corteza roja y brillante.

Aterrizaron en la real plataforma de aterrizaje y fueron recibidos por varios miembros de la guardia. Los senalitas eran de la misma especie que los rutanianos, pero tenían un ligero tono plateado en la piel debido a las escamas que recubrían sus cuerpos. Eran excelentes nadadores y tenían un extraordinario control de la respiración. Al contrario que los rutanianos, llevaban el pelo corto, y muchos de ellos llevaban diademas y collares hechos de corales y conchas.

Los Jedi y Taroon siguieron a los guardias hacia la residencia de Meenon. Era una construcción grande y no muy elevada que flotaba en las aguas de una laguna verde y profunda. Los guardias les condujeron a un patio interior que se había transformado en un exuberante jardín, con una frondosa vegetación que les tapaba los rayos del sol.

Meenon estaba cuidando el jardín, pero se enderezó y saludó formalmente a los Jedi a su llegada. Llevaba puesta una túnica de algodón e iba descalzo. Una sencilla diadema de conchas blancas rodeaba su afeitada cabeza.

—Es un honor para mí tener a los Jedi en mi bello planeta —dijo.

—Es un honor estar aquí —respondió Qui-Gon. A continuación se presentó a sí mismo, a Obi-Wan y a Taroon—. Nos gustaría ver al príncipe Leed lo antes posible.

—Ah —Meenon contempló la cesta de flores que llevaba en la mano y acarició un capullo—. Hay un pequeño problema.

Obi-Wan notó la tensión de Taroon a su lado.

—¿Problema? —preguntó Qui-Gon en tono neutro.

Meenon alzó la mirada.

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