Authors: Jude Watson
—¿Por qué te escondes en un área tan remota, Leed? —preguntó Qui-Gon—. ¿Tienes miedo de que tu padre pueda llegar tan lejos?
Leed asintió mientras se agachaba para desenredar una cuerda de pescar.
—He hablado con mi padre muchas veces. Nos comunicábamos periódicamente, igual que con Taroon. Pero cuando le conté mi decisión dejó de hablarme. Se negó a escucharme. Dijo que Meenon me había influido. Si tanto le duele oír el deseo más profundo de mi corazón, ¿por qué debería seguir intentando hablar con él?
Qui-Gon se sentó en el embarcadero, junto a Leed, para poder mirarle a los ojos, y comenzó a ayudarle a desenredar la madeja.
—Porque es tu padre —dijo—. Y tiene miedo de haber perdido a su hijo.
Las manos de Leed se quedaron quietas.
—Sigo siendo su hijo —dijo con firmeza—. Y si no fuera tan cabezota, estaríamos en contacto permanente. Podría ir a Rutan de visita de vez en cuando y él podría venir aquí; pero desde la guerra nadie viaja entre los dos planetas. Me gustaría cambiar eso.
Qui-Gon asintió.
—Sería un buen cambio. Es una de las cosas que podrías hacer como gobernante de Rutan. Tendrías poder para cambiar muchas cosas. ¿Por qué no quieres ayudar a tu mundo, a tu pueblo?
Leed miró a lo lejos sobre la laguna.
—Porque no siento que Rutan sea mi mundo. No siento que su pueblo sea el mío. Es difícil de explicar, pero aquí me encontré a mí mismo. Bajo este sol me siento como en casa. Y si Rutan ya no es mi hogar, no tengo derecho a gobernarlo. Senali está en mi sangre y en mis huesos. Es algo que no puedo evitar. Ni siquiera cuando era pequeño me sentí parte de Rutan. Me daba miedo dejar a mi familia y venir aquí, pero en cuanto salí de la nave me sentí como en casa —miró a Drenna—. Aquí me he encontrado a mí mismo —dijo.
Obi-Wan vio que a Taroon le ofendían las palabras de Leed. Cuando su hermano compartió una sonrisa cómplice con Drenna, el rostro de Taroon se tensó de rabia.
Se suponía que los Jedi tenían que permanecer imparciales, pero Obi-Wan sintió que las palabras de Leed le llegaban al corazón. Esta vez, sin embargo, en lugar de conectarlas con lo que había sentido en Melida/Daan, las relacionó con el Templo. Él no había nacido allí. Los Maestros Jedi no eran sus padres, pero era su hogar, y lo sabía desde lo más profundo de su corazón. Pensó que Leed se sentiría igual.
—Comprendo todo lo que dices —dijo Qui-Gon—. Y te pregunto esto: ¿crees que merece la pena que dos planetas entren en guerra porque tú hayas decidido actuar de acuerdo a tus deseos? ¿Tus deseos individuales son tan importantes?
Leed tiró a un lado el sedal con rabia.
—Yo no voy a provocar una guerra. Es mi padre el que lo hace.
—Lo hace por ti —le dijo Qui-Gon.
—¡Lo hace por él! —protestó Leed.
Taroon se había estado conteniendo, pero entonces dio un paso adelante.
—No te comprendo, hermano —dijo—. ¿Qué es lo que vale tanto para ti? ¿Un mundo de extraños? ¿Cómo puedes arriesgar la paz de tu planeta natal sólo por tus deseos personales?
—No lo entiendes —dijo Leed, negando con la cabeza.
—¡No, claro que no! —gritó enfadado Taroon—. No entiendo ese deseo tan profundo de tu corazón. ¿Acaso es más importante para ti vivir entre primitivos que ejercer tu derecho como primogénito?
—¿Primitivos? —exclamó Drenna—. ¡Cómo te atreves a llamarnos eso!
Taroon se volvió hacia ella.
—¿Dónde están vuestras grandes ciudades? —preguntó—. Un puñado de chabolas flotando en el mar. ¿Dónde está vuestra cultura, vuestro arte, el comercio y la riqueza? En Rutan tenemos centros educativos. Desarrollamos nuevos medicamentos y tecnologías. Exploramos la galaxia...
—Nuestra riqueza está en nuestra tierra, en nuestros mares y en nuestra gente —dijo Drenna, enfrentándose a él—. Nuestra cultura y nuestro arte forman parte de nuestras vidas cotidianas. Llevas medio día en Senali. ¿Cómo te atreves a juzgarnos?
—Conozco vuestro mundo —dijo Taroon—. La poca cultura que tenéis la trajeron los rutanianos.
—Lo que yo sé es que trajisteis vuestro gusto por los deportes sangrientos y vuestra arrogancia —replicó Drenna—. Nos libramos de todo eso cuando nos libramos de vosotros. Si matamos a una criatura, la matamos para alimentarnos. No la matamos por diversión ni para vender su piel. ¡Y vosotros nos llamáis primitivos!
—No creo que ayude en nada discutir las diferencias entre Rutan y Senali cuando... —comenzó a decir Qui-Gon, pero Drenna le interrumpió furiosa.
—Sólo un tonto discute con un ignorante —dijo ella orgullosa—. ¡Yo no discuto! Digo la verdad.
—Hablas con tu propia arrogancia —exclamó Taroon—. ¡No conoces Rutan más de lo que yo conozco Senali! Sólo tienes prejuicios y desprecio.
—Has venido para humillarnos —dijo Drenna con desdén—. Me di cuenta enseguida. ¿Por qué piensas que tu hermano debería escucharte cuando tu opinión está condicionada por tus propios prejuicios?
—¡Porque soy su familia! —rugió Taroon.
—¡Y yo también! —replicó Drenna.
—Tú no eres su familia —gritó Taroon—. Sólo fuisteis sus cuidadores. ¡Nosotros somos su sangre!
—No, Taroon —Leed se interpuso entre ambos—. Drenna es tan hermana mía como tú. Y tiene razón. Esto es lo que dejé en Rutan —continuó, elevando la voz hasta que alcanzó el volumen de Drenna y Taroon—. Esta actitud de superioridad con respecto a los senalitas. No conocéis Senali, ni deseáis hacerlo. ¿De veras quieres llevar la vida de nuestro padre, que vive sólo para cazar animales y celebrar banquetes hasta la extenuación? ¿Quieres que el objetivo de tu vida sea juntar cada vez más riquezas, sólo por el hecho de tenerlas?
—¿Es eso lo que piensas de nosotros? —inquirió Taroon—. ¡Ahora ya sé que te han lavado el cerebro! Rutan es mucho más que eso, y también lo es nuestro padre.
—He hablado con dureza —dijo Leed, intentando controlar su voz—. Lo siento. Sí, hay cosas buenas en Rutan. Pero no son cosas que me interesen.
Taroon agarró el brazo de su hermano.
—Leed, ¿por qué ibas a querer vivir así?
Leed se soltó bruscamente.
Drenna se dirigió a Leed.
—¿Lo ves? Ya te hablé del desprecio que nos tienen los rutanianos. Incluido tu hermano. No quisiste creerme. Ahora te darás cuenta de que no puedes volver.
—No —dijo Leed—. No puedo volver.
—No puedes enfrentarte a nuestro padre porque sabes que no tienes razón —dijo Taroon—. Le tienes miedo.
—No le tengo miedo —replicó Leed enfadado—. No me fío de él, que no es lo mismo. No quiero estar bajo su influencia. Me alegro de que me criaran otros, sin estar expuesto a todos sus defectos. Sabes que desde que murió nuestra madre no ha habido nadie para controlarle. No es un mal hombre, Taroon, es sólo un mal padre.
El rostro de Taroon estaba tenso.
—Y yo me he criado junto a él y he heredado todas sus malas características, mientras que tú te has llevado lo bueno, ¿no?
Leed respiró hondo.
—No estoy diciendo eso —se pasó las manos por el pelo con frustración—. No voy a volver, Taroon.
—Está bien —dijo Taroon, y su fría rabia comenzó a arder—. Ahora me doy cuenta de lo equivocado que estaba al intentar convencerte. Porque aunque cambiaras de idea, yo no me quedaría aquí en tu lugar.
Qui-Gon intercambió una mirada indefensa con Obi-Wan. Habían ido a Senali con la esperanza de que unas palabras suaves sirvieran para convencerlo. Qui-Gon pensó que de hermano a hermano, el evidente afecto que había entre Leed y Taroon les llevaría a un terreno común.
Pero, en lugar de eso, los dos hermanos se habían alejado más que nunca. Y los dos mundos estaban ahora más cerca de la guerra.
La noche cayó rápidamente sobre Senali, y aparecieron las cuatro lunas y las estrellas. Leed desenrolló las camas en silencio para ellos y les colocó delante un sencillo plato de comida a cada uno. Nadie habló. Qui-Gon pensó que era mejor que las tensiones se relajaran. Había aprendido por experiencia que todas las culturas de todos los planetas tenían algo en común: hasta las crisis más extremas se veían mejor por la mañana.
Se tumbó en su jergón junto a Obi-Wan.
—¿Tú qué piensas, padawan? —preguntó en voz baja—. ¿Leed tiene razón o no?
—No soy quién para decirlo —respondió Obi-Wan tras un breve silencio—. Debo permanecer neutral.
—Pero te estoy preguntando lo que opinas —dijo Qui-Gon—. Puedes albergar sentimientos. Aunque debes evitar que afecten a tu comportamiento.
Obi-Wan dudó de nuevo.
—Creo que la felicidad personal es menos importante que las obligaciones.
Qui-Gon frunció el ceño. Su padawan había evitado la pregunta. No había mentido, pero tampoco había dicho la verdad. Pero Qui-Gon no iba a recriminárselo. La evasión la provocaban los buenos deseos. De alguna manera, Obi-Wan pensaba que decirle a Qui-Gon la verdad no era lo más adecuado. Qui-Gon dejaría la pregunta en el aire. No insistiría más. Estaba aprendiendo a ser Maestro tanto como Obi-Wan estaba aprendiendo a ser padawan.
Aprender a no enseñar debes
, le había dicho Yoda.
En la misma medida en la que seas guiado guiar debes
.
Se quedaron dormidos mientras las olas rozaban suavemente el embarcadero. El sol salió, y los trinos de los pájaros y los chapoteos de los peces en el mar les despertó.
—Lo siento, pero no me queda comida —les dijo Leed. Estaba más amable que la noche anterior. Qui-Gon pensó que era una buena señal y le reafirmó en su decisión de no insistir aquel día. Se quedaría en un segundo plano y esperaría que Leed y Taroon se encontraran el uno al otro.
Drenna llevaba despierta un tiempo. Había desenredado un sedal y había alineado unos arpones cortos para ellos.
—En Senali nos enseñan desde muy pequeños a responsabilizarnos de nuestra propia alimentación —les dijo ella—. Si queréis comer, tendréis que pescar.
—Yo no tengo hambre —dijo Taroon con brusquedad.
Drenna le miró fijamente.
—Eso no es cierto —dijo ella—. Tienes hambre. Y tienes miedo.
Taroon se encolerizó, y Qui-Gon se preparó para otra discusión. Pero decidió que esta vez no permitiría que fuera tan lejos. Un día de armonía les vendría a todos muy bien.
Pero antes de que Taroon pudiera hablar, Drenna añadió en tono amable:
—Es normal tenerle miedo al agua cuando no se sabe nadar, pero yo te enseñaré. Los senalitas y los rutanianos son de la misma especie. Si nosotros podemos ser excelentes nadadores, vosotros también.
Taroon dudó.
—Claro que... —dijo Drenna, encogiéndose de hombros— igual tienes un problema. No puedes enviar a los androides rastreadores a perseguir a los peces. Y si les disparas con una pistola láser, te quedas sin desayuno.
Le dedicó una sonrisa picara a Taroon. Qui-Gon se dio cuenta de que Drenna estaba retándole.
—Yo puedo aprender solo —dijo Taroon.
—No, no puedes. No te preocupes —dijo Drenna en voz baja—. No me reiré de ti. Yo también tuve que aprender en su momento.
Taroon se levantó rígido y cogió un poco de sedal y un arpón.
—Está bien. Vamos.
Dando un alarido de alegría, Leed saltó al agua. Qui-Gon y Obi-Wan se lanzaron a las cálidas y transparentes aguas tras él. Drenna se fue con Taroon en la barca cerca de la orilla para darle sus primeras lecciones de natación.
Qui-Gon y Obi-Wan se pusieron los respiradores mientras Leed se mantenía a flote.
—La principal fuente de alimento para muchos senalitas es el pez de las rocas —explicó—. Tiene espinas por todo el cuerpo y tres grandes pinzas. Si coges sólo una, el animal puede seguir viviendo y desarrolla una nueva. Se pincha al pez por la cola, ya que ahí no tiene terminaciones nerviosas. Después se agarra la pinza y se retuerce con fuerza. Tened cuidado, podéis perder los dedos. Si queréis, podéis verme a mí primero cogiendo una pinza.
—Eso me parece buena idea —dijo Qui-Gon.
Se sumergieron en lo profundo de la laguna, donde el agua estaba más fría y era más clara. Qui-Gon y Obi-Wan siguieron a Leed cuando atrapó con facilidad a un pez de las rocas, y luego a otro, agarrando una pinza y girándola para arrancarla, para luego depositarla en la bolsa que llevaba en la cintura. Obi-Wan y Qui-Gon atraparon también sus peces de las rocas y muy pronto sus bolsas estaban llenas de las carnosas pinzas.
Ya estaban a punto de volver cuando vieron a Taroon y a Drenna nadando a poca distancia. Taroon se deslizaba por el agua. Drenna le había enseñado bien. Las largas extremidades de Taroon se coordinaban con suaves brazadas y potentes patadas. No parecía tan patoso como fuera del agua. Atrapó un pez de las rocas tras otro. Drenna nadaba junto a él, señalando los peces y atrapando algunos con sus disparos certeros y su perfecta puntería.
Cuando subieron a la superficie, Taroon sonrió, mostrando su bolsa llena. Qui-Gon se dio cuenta de que nunca había visto a Taroon sonreír.
—Está muy bien para ser la primera vez —dijo Drenna—. Aprendes rápido.
—Tú me has ayudado —admitió él.
—Yo tardé semanas en aprender a nadar así de bien —dijo Leed a su hermano con admiración.
Taroon volvió la cabeza para escudriñar la playa. Qui-Gon vio que estaba intentando disimular la ilusión que le había provocado el cumplido de Leed.
—Bueno, es mejor que ahogarse —dijo él entre dientes.
Nadaron hasta la orilla de la laguna, donde Leed y Drenna estaban haciendo una hoguera. Asaron las pinzas y las abrieron, aliñándolas con el jugo de unos cítricos que Leed y Drenna habían recogido.
Fue una comida deliciosa. Comieron hasta hartarse y vieron que les sobraba más de la mitad.
—Podemos llevárselo al clan Nali-Erun —dijo.
Fueron remando hasta la isla cercana. El clan había construido sus viviendas en el centro de la isla, bajo la fresca sombra de los árboles. Las estructuras eran diferentes a las de la ciudad principal. En la isla estaban construidas con hojas y cañas, tenían un aspecto endeble y algunas parecían a punto de caer. Cuando Leed mostró los pescados que había llevado, los niños corrieron hacia él hambrientos.
—¿Por qué tienen hambre? —preguntó Obi-Wan.
—No pueden pescar en la laguna —les explicó Leed en voz baja—. El clan Homd-Resa controla esta zona. Estos dos clanes han tenido sus diferencias hace poco. Los Homd-Resa arrasaron la isla y destruyeron casi todas sus casas. Los Nali-Erun tuvieron que volver a construirlas rápidamente. Aún no se han recuperado y llevan meses viviendo de los frutos, los cereales y el pescado que podían conseguir comerciando.