Authors: Jude Watson
—Está cerca, ¿pero quién quiere ir allí? —dijo el rey Frane furioso—. Es evidente que te han comido la cabeza en Senali, pero estoy seguro de que si pasas algo de tiempo en Rutan, olvidarás todas esas tonterías.
—No las olvidaré —dijo Leed, exasperado—. Forman parte de mí.
El rey Frane se calmó visiblemente, dejando caer las manos y respirando profundamente.
—Leed, tengo que hablar contigo como Rey tanto como padre —dijo con un tono que a duras penas mantenía su firmeza—. No quiero obligarte a que cumplas con tu deber, una opción que, como Rey, podría tomar; pero, como padre, prefiero hacerlo de forma razonable. Me romperás el corazón si haces esto. Matarás mi amor por ti.
—¿Ésa es tu forma de pensar? —le preguntó Leed atónito.
—Escúchame —dijo el rey Frane, alzando una mano—. Nuestra estirpe lleva cien años gobernando. El primogénito del Rey o de la Reina ha ocupado siempre su lugar sin excepción. ¿Eres consciente de lo que haces rompiendo la cadena? ¿Te tomas tan a la ligera tu responsabilidad con tu familia y tu mundo? ¿Cómo puedes, siendo tan joven, decidir lo que será mejor para el resto de tu vida?
Las palabras del rey Frane impresionaron a Obi-Wan más que cualquier cosa que hubiera oído antes. Cuando abandonó a los Jedi no era plenamente consciente de que no sólo rompía los lazos entre Qui-Gon y él, sino que había roto una tradición entre todos los Maestros y los padawan; pero se dio cuenta de lo importante que era su lugar en esa tradición.
¿Debería volver Leed a Senali y dar la espalda a las generaciones que le habían preparado el camino? De repente, no estaba tan seguro.
—Tú esperabas que subiera al poder dentro de un año —respondió Leed—. Tendré que tomar decisiones importantísimas para todos los rutanianos. Si confías en mí para hacer eso, deberías confiar en mí ahora.
El rey Frane estaba cada vez más enfadado, por mucho que intentara evitarlo.
—Le estás dando la espalda a todos esos rutanianos de los que hablas con tanta ligereza.
—No —dijo Leed con firmeza—. No puedo ser un buen gobernante. Lo sé. Así que cedo el honor a alguien más digno.
—¿A tu hermano? —preguntó el rey Frane incrédulo—. Taroon es un blando. No tiene cabeza para el liderazgo. ¿Quién iba a seguirlo? En cuanto fueron a buscarle a ese horrible planeta, lo mandé de vuelta a la escuela, que es donde tiene que estar.
—No le das ni una oportunidad —dijo Leed.
—¡Ni tengo que hacerlo! —dijo el rey Frane, levantando la voz de nuevo—. ¡Soy el Rey! ¡Yo elijo! ¡Y elijo a mi primogénito, como mi madre me eligió a mí, y como mi abuelo la eligió a ella!
Leed no respondió y guardó un obstinado silencio.
El rey Frane no dijo nada durante unos instantes. Padre e hijo enfrentados. Ninguno parpadeó.
Obi-Wan miró a Qui-Gon de reojo, pero, como de costumbre, no daba ningún indicio de lo que estaba pensando. Simplemente esperaba a que la situación se resolviera por sí sola. ¡Estaba tan tranquilo! Obi-Wan sentía la tensión ardiendo en su interior. Intentó invocar la calma propia de los Jedi, pero no la halló. Sólo encontró confusión.
El rey Frane tomó la palabra.
—La discusión ha terminado —dijo con rigidez—. No aceptaré la deslealtad ni la traición. Debes hacer frente a tu legado. Mi hijo gobernará después de mí. Estoy haciendo lo mejor para ti.
—No puedes obligarme a hacer esto —dijo Leed firmemente.
La risa del rey Frane tenía un tono áspero. Obi-Wan intentó escuchar como lo haría Qui-Gon. Se dio cuenta de que la risa la provocaba el desconcierto y el dolor, no el desprecio.
—¡Claro que puedo! ¡Soy el Rey!
—¿Y qué pasa con Yaana? —intervino Qui-Gon—. Te hemos traído a Leed. Ahora debes cumplir con tu parte del trato y liberarla.
—Yo no hice ningún trato —dijo el rey Frane con un brillo peligroso en la mirada.
—Claro que sí —dijo Qui-Gon con firmeza.
—Bueno, quizá lo hice, pero ahora lo rompo —dijo el rey Frane, mirando temeroso a Qui-Gon—. Yaana permanecerá bajo custodia hasta que Leed acepte comenzar su formación real.
—¡Así es como vas a obligarme! —gritó Leed—. ¡Retendrás como rehén a una niña inocente! ¡No eres más que un tirano!
La expresión del rey Frane se tornó en rabia instantáneamente.
—Sí, lo haré —gritó furioso—. ¿Acaso no me has oído, idiota? ¡Soy el Rey! Puedo hacer lo que me dé la gana. ¡Sé lo que le conviene a Rutan!
El rey Frane salió dando zancadas, seguido por su séquito de consejeros y guardias. Leed le siguió con la mirada y con expresión de disgusto.
—¿Entendéis por qué no quería volver? —dijo—. Ha encontrado una forma para que me quede en contra de mi voluntad.
—Eso parece —dijo Qui-Gon en tono neutro.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Drenna.
—Si devolvemos a Yaana a su padre, el rey Frane no tendrá nada con lo que negociar. Tendrá que enfrentarse a Leed de padre a hijo, no de Rey a súbdito.
—Pero ella está encarcelada —objetó Drenna.
—Ésa es la dificultad —dijo Qui-Gon.
—No necesariamente —dijo Leed lentamente—. Creo que sé cómo liberarla.
—Os lo explicaré por el camino —dijo Leed—. Sé dónde tienen a Yaana. ¿Podemos coger vuestra nave?
Qui-Gon asintió.
—Vamos.
—¿Estás seguro de que esto es lo correcto? —susurró Obi-Wan a Qui-Gon mientras Leed y Drenna se adelantaban—. Se supone que no debemos quebrantar las leyes de un planeta.
—Bueno, estamos con el príncipe —señaló Qui-Gon—. Oficialmente, está en su período de formación real. Tenemos su permiso.
—Pero si ayudamos a Leed, dejaremos de ser neutrales —dijo Obi-Wan.
—No, estamos rescatando a un rehén —corrigió Qui-Gon—. El rey Frane no tiene derecho a retener a Yaana. Sólo tiene diez años.
Obi-Wan se quedó callado. En ocasiones le costaba entender las decisiones de Qui-Gon. Su precaución quizá le llevaba a optar por otras vías, pero era en esos momentos cuando aprendía a dejarse llevar y a confiar en su Maestro. Sabía que era injusto que retuvieran a la niña.
—No te preocupes, padawan —le dijo Qui-Gon—. Estoy empezando a ver la solución a este problema —sonrió—. Lo único que hay que hacer es empezar por sacar a alguien de prisión.
—¿Eso es todo? —dijo Obi-Wan. Después le devolvió la sonrisa a Qui-Gon. Cuando perdían el ritmo, Qui-Gon se las arreglaba para que volvieran a sintonizar, gastando una broma o con una corrección leve.
Obi-Wan saltó al asiento de piloto de la nave. Siguiendo las instrucciones de Leed, introdujo las coordenadas de una plataforma de aterrizaje en las afueras de la ciudad, cerca de la prisión.
—Bueno, cuéntanos por qué crees que sabes cómo rescatar a Yaana —dijo Qui-Gon a Leed en cuanto estuvieron en camino.
—El verano pasado, cuando vine de visita —comenzó Leed—, yo ya estaba intentando decirle a mi padre que prefería Senali antes que Rutan. Por supuesto, él no me escuchó. Había una gran cacería aquel día, y yo me negué a participar. Así que me encarceló.
Qui-Gon le miró atónito. Drenna tragó saliva.
Leed sonrió débilmente.
—Fue sólo un día, y dijo que formaba parte de mi formación real. Para que supiera cómo trataba Rutan a sus prisioneros. No estuvo tan mal. Evidentemente, todo el mundo sabía quién era yo, así que me dieron la mejor celda y nadie me trató mal. Pero ocurrió algo interesante mientras estuve allí. Un pájaro se coló por las tuberías y se puso a volar por el lugar. Hizo saltar todas las alarmas. Los guardias no podían atraparlo ni dispararle, y los sensores no dejaban de indicar al sistema principal de seguridad que se estaba produciendo una fuga masiva en la prisión. Tardaron un rato en darse cuenta de que era por culpa del pájaro. Al principio pensaron que el sistema lo había hecho saltar un prisionero; pero cuando comprobaban los sensores y verificaban las celdas, todo estaba bien. El problema es que el sistema avisa automáticamente a la guardia del Rey cuando hay un problema en prisión. Mi padre recibió un mensaje en el que se advertía de una fuga masiva de presos, y después otro diciendo que no pasaba nada. Interrumpieron la cacería y él se puso furioso. Finalmente, tuvieron que confesar que había sido un pájaro. Les dijo a los responsables que apagaran el sistema y lo capturaran, o les mataría a todos.
Drenna rió.
—Me gusta la idea de que una pequeña criatura causara todo ese revuelo.
Leed sonrió.
—Mentiría si dijera que yo no me divertí. Apagaron el sistema hasta que atraparon al pájaro. Todos se olvidaron de mí. Yo estaba en la oficina del alguacil porque estaban a punto de soltarme. Fue entonces cuando me di cuenta de algo. En los cambios de turno de guardia, los vigilantes que se van se quitan los cinturones de armas, y los guardias del nuevo turno se ponen los suyos. Lo hacen en el almacén de armas, que se guarda bajo llave. Cuando apagan el sistema, el almacén se bloquea automáticamente, por si acaso se trata de un auténtico motín. No quieren que los presos tengan acceso a las armas.
Qui-Gon ya había entendido lo que Leed quería decir.
—Así que si el sistema se desactiva durante un cambio de turno, sólo quedaría de guardia una cantidad limitada de personal, sin acceso a las armas adicionales.
—Tres guardias por bloque, para ser exactos —dijo Leed asintiendo—. Es el punto débil del sistema. Intenté decírselo a mi padre cuando volví, pero... bueno, digamos que no estaba de humor para escuchar.
—No lo entiendo —dijo Drenna—. ¿Cómo conseguiremos que un pájaro invada el sistema?
Qui-Gon sonrió.
—No necesitamos un pájaro. Creo que Leed tiene una idea.
—Cuando llegué aquí, y cumpliendo los deseos de mi padre, fingieron que yo era un delincuente —dijo Leed, visiblemente agitado—. Me llevaron a la zona de ingresos y luego a la celda de control. Pasé por delante de entre diez y quince sensores durante todo el proceso —Leed miró a Drenna—. ¿Quién tiene la mejor puntería de Senali?
—Tú —dijo ella al punto.
El negó con la cabeza, sonriendo.
—¿Quién empató conmigo en primera posición en los Juegos Mundiales del año pasado?
—Yo —dijo ella con una sonrisa pícara—. Y casi te gano.
—Tú serás nuestro pájaro —dijo él—. Esto es todo lo que necesitas —le dio una pequeña cerbatana—. Con un poco de ayuda Jedi y un poco de jaleo por mi parte, creo que lo conseguiremos. Puedes disparar dardos a los sensores mientras recorres los pasillos —se metió la mano en el bolsillo de la túnica y sacó unos dardos. Eran pequeños y estaban hechos de un material transparente—. Éstos se quedarán pegados en la pared, pero nadie los verá.
—¿Pero cómo vamos a entrar todos? —preguntó Drenna.
La mirada de Qui-Gon resplandecía.
—Eso es lo fácil. Nos dejaremos detener.
***
Leed se separó de ellos en cuanto aterrizaron y se dirigió hacia la prisión. Fingiría realizar una inspección del lugar como parte de su programa de formación. Al rey Frane le había faltado tiempo para anunciar a todos los rutanianos que el príncipe había vuelto y que iba a cumplir con su deber.
Qui-Gon, Obi-Wan y Drenna recorrieron las concurridas calles de Testa. Los edificios habían sido esculpidos utilizando enormes bloques de piedra de colores oscuros. La ciudad tenía un gran número de habitantes y, en un esfuerzo por mantener el orden, había estrictos controles de conducta. Qui-Gon intuyó que sería fácil hacerse arrestar. Insistió en que no debían incurrir en la violencia ni en la destrucción de la propiedad. Lo único que necesitaban era encontrar un parque abierto o una plaza.
Drenna señaló hacia delante.
—Allí veo un sitio.
Se aseguraron de que una pareja del cuerpo de seguridad estuviera cerca mientras se aproximaban a una plaza con césped y matorrales. Qui-Gon y Obi-Wan desplegaron su tienda de campaña como quien no quiere la cosa y comenzaron a instalar un condensador. Drenna sacó algo de comida.
Al cabo de unos minutos apareció un par de policías.
—¿Qué estáis haciendo?
—Estoy cocinando —dijo Drenna, encantadora.
—La acampada libre es ilegal —dijo uno de ellos—. Y también cocinar al aire libre. Largaos de aquí.
—Pero tenemos hambre —dijo Obi-Wan.
—No tardaremos mucho —dijo Drenna.
Parecía que la juventud y la encantadora sonrisa de Drenna tenían su efecto. El alto policía rutaniano miró a su compañera, que era todavía más alta que él. Se encogieron de hombros.
—Acabo de terminar mi turno —dijo el policía.
—Yo estoy demasiado cansada para esto —dijo su compañera—. Si les arrestamos, no llegaré a casa para la cena.
—No os hemos visto, ¿entendido? —dijo el primero, y se marchó—. Recogedlo todo y perdeos.
Los Jedi y Drenna se miraron atónitos. Habían pensado que aquélla era la parte fácil del plan.
—Nos quedamos —insistió Drenna rápidamente.
—¡Y vamos a dar de comer a todos los del parque! —añadió Obi-Wan—. Hemos traído mucha comida. Podemos quedarnos hasta la puesta de sol.
Los dos agentes se dieron la vuelta despacio.
La hembra suspiró.
—¿Nos lo vais a poner fácil o difícil?
Qui-Gon se concentró en la mente de la policía.
—Creo que tendrás que arrestarnos.
—Creo que tendré que arrestaros —dijo la agente—. Poneos de pie.
—Uf—dijo Drenna en un suspiro cuando se puso en pie—. Nunca pensé que me aliviaría oír eso.
Recogieron su material de supervivencia bajo la atenta mirada de los agentes. Les registraron, pero Qui-Gon empleó otro truco mental Jedi para impedir que la policía les confiscara los sables láser y la cerbatana de Drenna. Luego les informó de que no debían causarles molestias, una orden que los agentes repitieron diligentemente. Después les escoltaron al deslizador policial y les llevaron a prisión.
Cuando atravesaron las enormes puertas grises de duracero, Obi-Wan observó cómo se cerraban tras ellos.
Un sistema de cierres bloqueó la salida con una serie de estruendosos chasquidos. Drenna tragó saliva.
—¿Estamos seguros de que esto es buena idea? —preguntó.
—Ahora es demasiado tarde —murmuró Obi-Wan.
—A eso me refiero —dijo ella.
Cuando entraron en prisión fueron conducidos al mostrador de ingresos.
—¿Delito? —preguntó el funcionario del mostrador a los dos guardias.
—Acampada libre —dijo la agente—. ¿Podemos terminar rápido, Neece? Hemos terminado nuestro turno.