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Authors: Arthur Machen

Tags: #Terror

El gran Dios Pan (7 page)

BOOK: El gran Dios Pan
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“Otro caballero ha caído víctima de la terrible epidemia de suicidios que, durante el último mes, ha prevalecido en West End. El señor Sydney Crashaw, de Stoke House, Fulhan y King's Pomeroy, Devon, fue hallado muerto a la una de esta tarde, luego de una prolongada búsqueda, colgado a la rama de un árbol en su jardín. El difunto caballero cenó anoche en el Club Carlton y su salud y humor se veían como siempre. Abandonó el club cerca de las diez y, algo más tarde fue visto caminando sin prisa por St. James Street. Luego de esto, se le pierde el rastro a sus movimientos. Apenas encontrado el cuerpo se llamó al médico, pero era evidente que la vida se había extinguido hace tiempo. Hasta donde se sabe, el señor Crashaw no tenía ningún tipo de problema o ansiedad. Este doloroso suicidio, como se recordará, es el quinto de su clase en el último mes. Las autoridades de Scotland Yard son incapaces de sugerir alguna explicación para estos terribles sucesos.”

Austin dejó el periódico con un mudo horror.

—Dejaré Londres mañana —declaró—, esta es una ciudad de pesadilla. ¡Qué espantoso es esto, Villiers!

El señor Villiers estaba sentado junto a la ventana, tranquilamente mirando a la calle. Había escuchado atentamente al informe del periódico, y la huella de indecisión había desaparecido de su rostro.

—Espera, Austin —replicó— he decidido mencionarte un asunto que sucedió anoche. ¿Creo que se afirmaba que Crashaw había sido visto con vida en St. James Street, poco después de las diez?

—Sí, eso creo. Miraré nuevamente. Si, estás en lo cierto.

—Correcto. Entonces, me encuentro en la posición de contradecir completamente el relato. Crashaw fue visto después de eso; de hecho, considerablemente más tarde.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque por casualidad vi a Crashaw, cerca de las dos de esta madrugada.

—¿Viste a Crashaw? ¿Tú, Villiers?

—Sí, lo vi claramente, de hecho, nos separaban tan sólo unos pocos pasos.

—¿Dónde, en nombre del cielo, lo viste?

—No lejos de aquí. Lo ví en Ashley Street. Precisamente cuando salía de una casa.

—¿Reconociste cuál era la casa?

—Sí. Era la de la señora Beaumont.

—¡Villiers! Piensa en lo que estás diciendo; debe haber algún error. ¿Cómo podría Crashaw haber estado en casa de la señora Beaumont a las dos de la mañana? Seguro, seguro debes haber estado soñando, Villiers; siempre has sido algo fantasioso.

—No; estaba completamente despierto. Incluso si hubiera estado soñando, como tú dices, lo que ví me hubiera despertado efectivamente.

—¿Lo que viste? ¿Qué viste? ¿Había algo extraño en Crashaw? Pero no lo puedo creer, es imposible.

—Bueno, si lo deseas te contaré lo que vi, o si te place, lo que creo haber visto. Puedes juzgar por tí mismo.

—Muy bien, Villiers.

El ruido y el clamor de la calle se habían extinguido, aunque algunos sonidos de gritos aún llegaban repentinamente desde la distancia, y el apagado y pesado silencio se parecía a la calma que sigue al terremoto o a la tormenta. Villiers dio la espalda a la ventana y comenzó a hablar.

—Anoche yo estaba en una casa cerca de Regent's Park y al dejarla, me asaltó la idea de caminar a casa en vez de tomar un cabriolé. Era una noche lo suficientemente clara y agradable, y luego de unos minutos ya tenía las calles para mí solo. Es curioso, Austin, estar solo en Londres de noche, las lámparas alargándose en perspectiva, y el silencio sin vida, y quizá de repente, la acometida y estruendo de un coche sobre las piedras y los cascos de los caballos echando chispas. Caminaba vigorosamente pues me sentía algo cansado de estar fuera en la noche, y cuando los relojes daban las dos, doblé por Ashley Street, la que, como sabes, está en mi camino. Estaba más tranquila que nunca y eran pocas las lámparas; en resumen, lucía tan oscura y tenebrosa como un bosque en invierno. Había recorrido casi la mitad de la calle cuando oí el sonido de una puerta cerrándose suavemente y, como es natural, miré para ver quién andaba allí como yo, a tales horas. Por casualidad hay una lámpara cerca de la casa en cuestión y vi a un hombre en el portal. Recién había cerrado la puerta y su cara estaba hacia mí, inmediatamente reconocí a Crashaw. Nunca lo conocí tanto como para hablarle, sin embargo, lo había visto frecuentemente, por lo que estoy seguro que no confundí a mi hombre. Le miré a la cara por un momento, y entonces —debo decir la verdad— emprendí una buena carrera y seguí corriendo hasta que estaba en mi propia puerta.

—¿Por qué?

—¿Por qué? Porque verle la cara a ese hombre me congeló la sangre. Nunca habría imaginado que una combinación de pasiones como aquella podría haber fulgurado en los ojos de ningún hombre. Casi me desmayé al mirar. Sabía que había atisbado en los ojos de un alma perdida, Austin. El exterior de ese hombre permanecía, pero todo el infierno estaba dentro de él. Una lasciva furiosa y un odio que era como el fuego, más la pérdida de toda esperanza y la completa oscuridad de la desesperación parecían dar alaridos a la noche, aunque su boca estaba cerrada. Estoy seguro que no me vio; no veía nada de lo que tú o yo podemos ver, sin embargo, lo que presenciaba espero que jamás lo veamos. No sé cuándo murió; supongo que dentro de una hora, o quizá dos, pero cuando pasé por Ashley Street y oí la puerta cerrándose, el hombre ya no pertenecía a este mundo. Lo que ví fue la cara de un demonio.

Hubo un intervalo de silencio en la habitación cuando Villiers terminó de hablar. La luz estaba menguando y todo el tumulto de una hora atrás se había acallado por completo. Austin había inclinado su cabeza al final del relato, y las manos cubrían sus ojos.

—¿Qué puede significar todo esto? —dijo finalmente.

—Quién sabe, Austin, quién sabe. Este es un asunto oscuro, pero creo que será mejor que quede entre nosotros por ahora, sea como sea. Veré si puedo saber algo acerca de esa casa a través de algunos canales privados de información, y si me encuentro con algo, te lo haré saber.

Capítulo
VII
 
Encuentros en el Soho

T
res semanas más tarde Austin recibió una nota de Villiers, pidiéndole que lo visitara aquella noche o la siguiente. Eligió la fecha más cercana. Encontró a Villiers sentado, como era usual, junto a la ventana, aparentemente perdido en meditaciones en el adormecedor tráfico de las calles. A su lado había una mesa de bambú, un objeto fantástico, enriquecido con oropel y exóticas escenas pintadas, y sobre ella había una pila de papeles arreglados y rotulados tan pulcramente como cualquier cosa en la oficina del señor Clarke.

—Bueno, Villiers, ¿has hecho algunos descubrimientos durante las últimas tres semanas?

—Eso creo: aquí tengo uno o dos apuntes que me impactaron por su singularidad, y hay un informe sobre el cual quisiera llamar tu atención.

—¿Y estos documentos se relacionan con la señora Beaumont? ¿Era realmente Crashaw a quien viste esa noche en la puerta de la casa de Ashley Street?

—En relación a ese asunto mi creencia se mantiene inalterada, sin embargo, ninguna de mis indagaciones ni sus resultados tiene alguna especial relación con Crashaw. Pese a eso, mis investigaciones han tenido un extraño resultado. ¡He descubierto quién es la señora Beaumont!

—¿A qué te refieres con quién es ella?

—Me refiero a que tú y yo la conocemos mejor bajo otro nombre.

—¿Cuál es ese nombre?

—Herbert.

—¡Herbert! —Austin repitió esta palabra aturdido por la sorpresa.

—Sí, la señora Herbert de Paul Street, o Helen Vaughan, cuyas anteriores aventuras desconocía. Tuviste razón al reconocer la expresión de su rostro; al llegar a casa observa el rostro del libro de horrores de Meyrick, y conocerás la fuente de tus recuerdos.

—¿Tienes pruebas de esto?

—Sí, la mejor de las pruebas. He visto a la señora Beaumont, ¿o debo decir la señora Herbert?

—¿Dónde la viste?

—En un lugar donde difícilmente esperarías ver a una dama que vive en Ashley Street, Picadilly. La vi entrando a una casa en una de las calles más despreciables y de peor reputación del Soho. De hecho, yo había concertado una cita, aunque no con ella, y ella estaba precisamente allí, en el mismo lugar y al mismo tiempo.

—Todo esto parece muy sorprendente, pero no puedo llamarlo increíble. Debes recordar Villliers, que yo he visto a esta mujer en la corriente aventura de la sociedad londinense, conversando y riéndose, sorbiendo su café en un salón común y corriente, con gente común y corriente. Pero tú sabes lo que dices.

—Lo sé; no me he permitido ser guiado por conjeturas ni fantasías. No era con la intención de descubrir a Helen Vaughan que buscaba a la señora Beaumont en las oscuras aguas de la vida londinense, sin embargo, ese ha sido el resultado.

—Debes haber estado en lugares extraños, Villiers.

—Sí, he estado en lugares bastante extraños. Como sabes, hubiera sido inútil dirigirme a Ashley Street y haberle pedido a la señora Beaumont que me hiciera un corto esbozo de su historia pasada. No; asumiendo que, como tuve que asumir, sus antecedentes no eran de los más limpios, era bastante seguro que en algún período pasado debió haberse movido en círculos no tan refinado como los actuales. Si ves lodo en la superficie del arroyo, puede estar seguro que alguna vez estuvo en el fondo. Y yo fui hacia el fondo. Siempre me he sido aficionado a sumergirme en la Calle Extraña por placer, y me di cuenta que mi conocimiento de la localidad y sus habitantes me era muy útil. Tal vez sea innecesario mencionar que mis amigos jamás habían escuchado el apellido Beaumont, y como yo jamás había visto a la dama y no podía dar su descripción, tuve que ponerme a trabajar de una manera indirecta. La gente del lugar me conoce; eventualmente he podido prestarles algún servicio, así que no pusieron ninguna dificultad en darme su información; estaban conscientes que yo no tenía ninguna comunicación directa o indirecta con Scotland Yard. Sin embargo, tuve que eliminar una buena cantidad de líneas antes de obtener lo que quería, y cuando pesqué el pez no pensé ni por un momento que ese era mi pez. Sin embargo escuché lo que me decían desde un constitucional aprecio por la información inútil, y me encontré en posesión de una historia muy curiosa, aunque como imaginé, no la historia que buscaba. Resultó ser lo siguiente: Aproximadamente cinco o seis años atrás, una mujer de apellido Raymond apareció repentinamente en el barrio al que me refiero. Me la describieron como una mujer bastante joven, probablemente de no más de diecisiete o dieciocho, muy atractiva, y luciendo como si viniera del campo. Me equivocaría si dijera que ella encontró su nivel entrando a este barrio en particular, o asociándose con esta gente, pues por lo que me contaron, pensaría que la peor pocilga de Londres es demasiado buena para ella. La persona de la cual obtuve la información, no un gran puritano como puedes suponer, se estremeció y se puso pálido al contarme acerca de las infamias sin nombre de las que se le acusaba. Después de vivir allí por un año, o quizá un poco más, desapareció tan repentinamente como había llegado, y no supieron nada de ella hasta la época del caso de Paul Street. Al principio venía a su guarida ocasionalmente, luego con más frecuencia y finalmente, se estableció allí como antes, y permaneció por seis u ocho meses. No tiene sentido que entre en detalles acerca de la vida que la mujer llevaba; si quieres detalles puedes mirar en el legado de Meyrick. Aquellos diseños salieron de su imaginación. Ella desapareció nuevamente, y nadie del lugar la vio hasta hace unos pocos meses atrás. Mi informante me contó que había tomado algunas habitaciones en una casa que me indicó, y que tenía el hábito de visitarlas una o dos veces a la semana, siempre a las diez de la mañana. Esperaba que realizara una de esas visitas cierto día de la semana pasada, y de acuerdo a ello logré estar vigilando, acompañado de mi cicerone un cuarto para las diez, y la hora y la dama llegaron con igual puntualidad. Mi amigo y yo nos encontrábamos bajo un pasaje abovedado, algo retirado de la calle, sin embargo, ella nos vio y me dirigió una mirada que me tomará tiempo olvidar. Aquella mirada fue suficiente para mí; sabía que la señora Raymond era la señora Herbert; mientras que la señora Beaumont se había ido completamente de mi cabeza. Entró a la casa, y vigilé hasta las cuatro de la tarde, cuando salió, y luego la seguí. Fue una larga cacería, y tuve que mantener gran cuidado de mantenerme a lo lejos, en un segundo plano, pero sin perder de vista a la mujer. Me llevó por el Strand, luego hacia Westminster, para continuar por St Jame's Street, y a lo largo de Picadilly. Me sentí de lo más extraño cuando la vi doblar por Ashley Street; la idea de que la señora Herbert era la señora Beaumont vino a mi mente, pero parecía demasiado imposible para ser verdad. Esperé en la esquina, sin perderla de vista en ningún momento, poniendo especial cuidado en identificar la casa en la que se había detenido. Era la casa de las cortinas alegres, la casa de las flores, la casa de la cual Crashaw salió la noche en que se colgó en su jardín. Casi me estaba yendo con mi descubrimiento, cuando vi que un carruaje vacío viró y se detuvo frente a la casa, llegué a la conclusión que la señora Herbert tomaría un paseo, y tenía razón. Allí, de casualidad, me encontré con un hombre que conocía, y estuvimos conversando a poca distancia del camino por donde pasaría el carruaje, que se encontraba a mis espaldas. No habíamos estado allí ni diez minutos cuando mi amigo se quitó el sombrero, di un vistazo a mi alrededor y allí vi a la dama a la que había estado siguiendo todo el día. “¿Quién es ella?” —le pregunté. Y su respuesta fue: “La señora Beaumont; vive en Ashley Street”. Después de eso no cabía ninguna duda. No sé si ella me vio, pero creo que no lo hizo. Inmediatamente regresé a casa y, considerándolo, pensé que tenía un caso suficientemente bueno como para presentarme donde Clarke.

—¿Por qué donde Clarke?

—Porque estoy seguro de que Clarke conoce hechos acerca de esta mujer, hechos de los que yo no sé nada.

—Bueno, ¿qué pasó entonces?

El señor Villiers se reclinó en su butaca y miró a Austin reflexivamente un momento antes de contestar su pregunta:

—Mi idea era que Clarke y yo deberíamos visitar a la señora Beaumont.

—¿Jamás irías a una casa como esa? No, no, Villiers, no puedes hacerlo. Además, considera qué resultado…

—Pronto te lo diré. Pero iba decirte que mi información no terminaba aquí; sino que fue completada de una forma extraordinaria.

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