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Authors: Arthur Machen

Tags: #Terror

El gran Dios Pan (4 page)

BOOK: El gran Dios Pan
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Villiers no pudo desligar su mente de Herbert y su historia, la que pareció más desenfrenada a medida que pasaba la noche. El fuego parecía arder débilmente, y el frío aire de la mañana se filtraba dentro de la habitación; Villiers se levantó dando una mirada sobre su hombro y, estremeciéndose ligeramente, se fue a la cama.

Unos días después encontró a uno de sus conocidos en su club, se llamaba Austin y era famoso por su íntimo conocimiento de la vida londinense, tanto en sus fases tenebrosas como luminosas. Villiers, aún repleto de su encuentro en el Soho y sus consecuencias, pensó que quizá Austin podría echarle algo de luz a la historia de Herbert, y así, luego de un poco de charla informal, lanzó la pregunta:

—¿Por casualidad sabes algo de un hombre llamado Herbert —Charles Herbert?

Austin se volteó seriamente y miró a Villiers con asombro.

—¿Charles Herbert? ¿No estabas en la ciudad hace tres años? No; ¿entonces no oíste acerca del caso de Paul Street? Causó gran sensación en aquel tiempo.

—¿Cuál fue el caso?

—Bueno, un caballero, un hombre de muy buena posición fue hallado muerto, tiesamente muerto, en el terreno de cierta casa en Paul Street, lejos de Tottenham Court Road. Por supuesto que la policía no hizo el descubrimiento; si te pasas despierto toda la noche y tienes luz en tu ventana, el policía llamará a tu puerta, sin embargo, si sucede que yaces muerto en el patio de alguien, te dejan solo. En este caso, como en muchos otros, la alarma fue dada por una suerte de vagabundo; no me refiero a un vago común, o a un haragán de alguna taberna, sino a un caballero, cuyo negocio o placer, o ambos, lo convirtieron en un espectador de Londres a las cinco de la mañana. Este individuo estaba, como dijo, “yendo a casa”, no se supo desde dónde ni hacia dónde, y tuvo la ocasión de pasar por Paul Street entre las cuatro y las cinco a.m. Algo captó su mirada en el número 20; bastante absurdamente dijo, que la casa tenía la fisonomía más desagradable que había visto, pero que de todas formas había mirado. Se sorprendió bastante al ver a un hombre yaciendo sobre las piedras, sus extremidades completamente agazapadas, y su rostro vuelto hacia arriba. A nuestro caballero el rostro le pareció extrañamente espectral y, de esta forma, partió corriendo en busca del policía más cercano. Al comienzo, el alguacil se inclinaba a tratar el caso ligeramente, sospechando una borrachera común; sin embargo, se dirigió al lugar y, luego de mirar el rostro del hombre, cambió su tono, bastante rápidamente. El madrugador, quien había recogido este “gusanito”, fue enviado en busca del doctor, mientras el policía golpeaba y llamaba a la puerta de la casa, hasta que una desaliñada sirvienta, luciendo más que un poco dormida, abrió la puerta. El alguacil le señaló el contenido del terreno a la sirvienta, quien gritó lo suficientemente fuerte para despertar a toda la calle, mas no sabía nada acerca del hombre; nunca lo había visto en la casa, etcétera. Mientras tanto, el descubridor original había regresado con el médico, y lo siguiente fue ingresar al área. La reja estaba abierta, por lo que el cuarteto completo bajó pesadamente las escaleras. El doctor escasamente necesitó un momento de inspección; dijo que el pobre tipo había estado muerto por varias horas. Entonces fue cuando el caso se puso interesante. El muerto no había sido asaltado, y en uno de sus bolsillos estaban sus papeles identificándolo como…bueno, como un hombre de buena familia y medios, un favorito de la sociedad, un enemigo de nadie, hasta donde se puede saber. No te digo su nombre, Villiers, porque nada tiene que ver con la historia, además no es nada bueno desentrañar estos asuntos de los muertos cuando no hay familiares vivos. El siguiente punto curioso fue que el médico no pudo acordar cómo encontró su muerte. Había algunos ligeros moretones en los hombros, pero eran tan tenues que parecía como si hubiese sido empujado rudamente fuera por la puerta de la cocina, y no arrojado por sobre la reja desde la calle o, más aún, arrastrado escaleras abajo. Sin embargo, no había absolutamente ninguna otra marca de violencia en él, por cierto ninguna que diera cuenta de su muerte; y cuando hicieron la autopsia, no había rastros de veneno, de ningún tipo. La policía, obviamente, quería saber todo acerca de las personas del número 20 de Paul Street, y aquí nuevamente, como he escuchado de fuentes privadas, surgieron uno o dos puntos muy curiosos. Al parecer los ocupantes de la casa eran el señor y la señora Charles Herbert; se decía que él era un terrateniente, lo que impactó a la gente pues Paul Street no era exactamente un lugar en el cual buscar a la burguesía hacendada. En cuanto a la señora Herbert, nadie parecía saber quién o qué era y, entre nosotros, imagino que los que se sumergieron tras la historia, se encontraron en aguas más bien extrañas. Por supuesto que ambos negaron saber algo acerca del fallecido y, por falta de evidencia en contra de ellos, fueron dejados en libertad. Sin embargo, algunas cosas muy extrañas salieron respecto a ellos. A pesar de que eran entre las cinco y las seis de la mañana cuando el muerto fue removido, un gran gentío se reunió, y varios de los vecinos corrieron a ver qué estaba sucediendo. Eran bastante desatados en sus cometarios, en todo caso, y de estos apareció que el número 20 tenía muy mala fama en Paul Street. Los detectives trataron de rastrear estos rumores hacia algún fundamento sólido de los hechos, pero no pudieron agarrarse de nada. La gente negaba con su cabeza y elevaban sus cejas pues los Herberts les parecían más bien “raros”, “mejor no ser visto entrando a su casa”, y etcétera. Pero no había nada tangible. Las autoridades estaban moralmente convencidas que el hombre había encontrado su muerte, de alguna u otra forma, en la casa y que había sido arrojado fuera por la puerta de la cocina, pero no podían probarlo, y la ausencia de indicios de violencia o envenenamiento los dejó impotentes. Un caso singular, ¿no es cierto? Pero curiosamente, hay algo más que no te he dicho. Resulta que conozco a uno de los médicos que fue consultado acerca de la causa de muerte, y algún tiempo después de la investigación me lo encontré, y le pregunte acerca del tema. “¿Realmente quieres decirme —le dije—, que te viste desconcertado con el caso, y que realmente no sabes de qué murió aquel hombre?” “Discúlpame —respondió— conozco perfectamente bien la causa de la muerte. Blank murió de miedo, de un verdadero y espantoso terror; nunca durante el curso de mi práctica he visto rasgos tan terriblemente desfigurados, y le he visto las caras a un sinnúmero de muertos”. El doctor era usualmente un tipo bastante sereno, pero una cierta intensidad en sus modos me impresionó, sin embargo, no pude sonsacarle nada más. Supongo que Hacienda no encontró la manera de procesar a los Herberts por asustar a un hombre hasta matarlo; de cualquier forma, nada se hizo, y el caso se retiró de la mente de los hombres. ¿Por casualidad, sabes tú algo sobre Herbert?

—Bueno —contestó Villiers—, era un antiguo amigo de universidad.

—No me digas. ¿Viste alguna vez a su esposa?

—No, nunca. Perdí de vista a Herbert por muchos años.

—Es extraño, ¿verdad?, separarse de un hombre en la puerta de la universidad o en Paddington, no saber nada de él por años, y luego, encontrarlo asomando su cabeza en tan extraño lugar. Pero a mí me hubiera gustado ver a la señora Herbert; se dicen cosas extraordinarias acerca de ella.

—¿Qué clase de cosas?

—Bueno, casi no sé cómo contártelo. Todos los que la vieron en la corte policial dijeron que era, al mismo tiempo, la mujer más hermosa y la más repulsiva, sobre la que hayan fijado sus ojos. Hablé con un hombre que la había visto, y te lo aseguro, realmente se estremecía mientras trataba de describirme a la mujer, mas no podía decir por qué. Parece que ella era una especie de enigma; y yo creo que si aquel muerto hubiera podido contar cuentos, habría narrado unos extraordinariamente raros. Y nuevamente nos encontramos frente a otro acertijo, ¿que podría haber querido el señor Blank (lo llamaremos así, si no te molesta) en una casa tan extravagante como la del número 20? Es un caso del todo extraño, ¿no lo crees?

—Realmente lo es, Austin; un caso extraordinario. Nunca pensé, al preguntarte por mi antiguo amigo que me encontraría frente a tan extraño metal. Bueno, debo irme, buen día.

Villiers se alejó, pensando en su propia idea ingeniosa de las cajas Chinas; aquí había un artificio exótico, de hecho.

Capítulo
IV
 
El descubrimiento en Paul Street

P
ocos meses después del encuentro entre Villiers y Herbert, el señor Clarke se encontraba, como era usual, sentado junto al hogar después de la cena, cuidando resueltamente que sus fantasías no erraran en dirección a su escritorio. Por más de una semana había logrado mantenerse lejos de sus "Memorias", abrigando esperanzas de una completa auto-reformación; sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, no podía acallar el interés y la extraña curiosidad que el caso que había escrito, excitaba en él. Le había expuesto el caso, o más bien un resumen de él , en forma de supuesto, a un amigo científico, quien meneó su cabeza pensando que Clarke se estaba volviendo excéntrico, y durante esta noche en especial, Clarke se esforzaba en racionalizar la historia, cuando un repentino golpe a la puerta lo sacó de sus meditaciones

—El señor Villiers le busca, señor.

—¡Dios mío! Villiers, es muy amable de tu parte venir a visitarme, no te había visto en muchos meses, debo pensar que cerca de un año. Entra, entra. ¿Cómo estás, Villiers? ¿Necesitas algún consejo sobre inversiones?

—No, gracias, creo que todo lo que tengo en ese sentido está completamente a salvo. No, Clarke, vine más bien a consultarte sobre una materia realmente curiosa de la cual me enteré no hace mucho. Me temo que puedas encontrarla del todo absurda cuando te la cuente. A veces yo mismo lo hago, y por esa razón decidí recurrir a tí, pues sé que eres un hombre pragmático.

El seños Villiers ignoraba las "Memorias para probar la existencia del Diablo".

—Bueno, Villiers, estaré feliz de darte mi consejo, si mi habilidad lo permite. ¿Cuál es la naturaleza del caso?

—Es un asunto del todo extraordinario. Tú me conoces, siempre mantengo los ojos abiertos en las calles, y durante mi vida me he encontrado con tipos realmente extraños, y casos extraños también, pero creo que éste, los sobrepasa a todos. Hace cerca de tres meses venía saliendo de un restaurant una desagradable noche de invierno; había consumido una cena importante y una buena botella de Chianti, y me detuve un momento en la acera, pensando acerca del misterio que hay alrededor de las calles de Londres y de los visitantes que las recorren. Una botella de vino rojo da alas a estas fantasías, Clarke, y me atrevo a decir que debo haber pasado a través de una página pero fui interrumpido por un mendigo que había aparecido tras de mí, y hacía las peticiones usuales. Por supuesto mire a mi alrededor y este mendigo resultó ser lo que quedaba de un viejo amigo mío, un hombre llamado Herbert. Le pregunté cómo había llegado a tan miserable pasar, y me lo dijo. Caminamos por una de aquellas largas y oscuras calles del Soho, y allí escuché su historia. Dijo que se había casado con una mujer hermosa, algunos años más joven que él y, según dijo, lo había pervertido en cuerpo y alma. No entró en detalles; dijo que no se atrevía, que lo que había visto y oído lo acechaba día y noche, y al mirar en su rostro supe que decía la verdad. Había algo respecto al hombre que me hacía estremecer. No sé por qué, pero estaba allí. Le di algo de dinero y lo despedí, y te aseguro que cuando se fue jadeé al respirar. Su presencia parecía congelar la sangre.

—Yo creo que el pobre tipo contrajo un matrimonio imprudente, y, en ingles llano, se fue por las malas.

—Bueno, escucha esto —Villiers le contó a Clarke la historia que había oído de Austin—. Ya ves —finalizó— casi no hay duda de que este señor Blank, quienquiera que haya sido, muriera de un verdadero terror; presenció algo tan espantoso, tan terrible, que le arrebató la vida. Y lo que vio, seguramente lo vio en aquella casa, la cual, de una u otra forma, tiene una mala reputación en el vecindario. Tuve curiosidad de ir y ver el lugar por mí mismo. Es una calle del tipo deprimente; las casa son suficientemente antiguas para ser despreciables y terribles, pero no lo suficientemente viejas para ser extravagantes. Hasta donde pude observar, la mayoría de ellas eran hospedajes, amobladas y no amobladas, y casi cada casa tenía tres campanillas en su puerta. Aquí y allá, los primeros pisos habían sido transformados en negocios de la clase más corriente; es una calle lúgubre, en todos los sentidos. Encontré que el número 20 estaba en alquiler, y fui donde el agente y obtuve la llave. Por supuesto que no hubiera escuchado nada de los Herberts en ese cuarto, pero le pregunté al hombre, directamente, hace cuánto habían dejado la casa y si habían habido otros inquilinos mientras tanto. Me miro extrañamente por un minuto, y me dijo que los Herberts la habían abandonado inmediatamente después de lo enojoso, como lo llamaba, y desde entonces la casa ha permanecido vacía.

Villiers se detuvo por un momento.

—Siempre me he sentido atraído por entrar a las casa vacías, hay una suerte de fascinación en los desolados cuartos vacíos, con los clavos en las paredes, y el polvo acumulado sobre los alfeizares de las ventanas. Pero no gocé entrando al número 20 de Paul Street. Difícilmente había puesto un pie dentro del pasaje, cuando noté un extraño y pesado sentimiento en el aire de la casa. Por supuesto que todas las casas vacías son sofocantes, y otras cosas, pero esto era algo totalmente diferente; no te lo puedo describir, pero parecía cortar la respiración. Fui a la habitación delantera y a la trasera, y a las cocinas escaleras abajo; todas estaban suficientemente sucias y polvorientas, como esperarías, más había algo extraño en todas ellas. No podría definirlo, sólo se que me sentí raro. Sin embargo, una de las habitaciones del primer piso era la peor. Era una habitación más bien grande, y alguna vez el papel mural debió haber sido alegre, pero cuando yo la vi, la pintura, el papel, y todo eran de lo más lúgubre. Y la habitación estaba llena de horror; sentí rechinar mis dientes al poner la mano sobre la puerta, y cuando entré, pensé que iba a desmayarme. Sin embargo, me dominé y me situé junto a la pared del fondo, preguntándome qué diablos podría haber en esa habitación que hacía temblar mis extremidades y hacía latir mi corazón como si estuviera en la hora de la muerte. En una esquina había un montón de periódicos esparcidos por el suelo; comencé a mirarlos. Eran periódicos de hace tres o cuatro años, algunos de ellos medio rasgados y algunos arrugados, como si hubieran sido usados para embalar. Di vuelta toda la pila, y entre ellos encontré un curioso dibujo —te lo mostraré inmediatamente. Pero no pude quedarme en la habitación, sentía que me aplastaba. Agradecí haber salido de allí al aire abierto, sano y salvo. La gente me miraba mientras caminaba por la calle, y un hombre dijo que estaba borracho. Me tambaleaba de un lado a otro de la acera, y lo más que pude hacer fue llegar donde el agente con la llave e irme a casa. Estuve en cama por una semana, sufriendo de lo que mi doctor diagnosticó como impacto nervioso y agotamiento. Uno de esos días estaba leyendo el periódico y me topé por casualidad con el siguiente titular: "Murió de hambre". Era lo usual, un hospedaje típico en Marleybone, una puerta cerrada durante varios días, y un hombre muerto en su silla cuando forzaron la puerta. “El fallecido —decía el párrafo— era conocido como Charles Herbert, y se cree que alguna vez fue un próspero hacendado. Su nombre fue familiar para el público tres años atrás en conexión con la misteriosa muerte en Paul Street, Tottenham Court Road, siendo el difunto el inquilino de la casa número 20, en cuyo terreno fue encontrado muerto un caballero de buena posición, bajo circunstancias no desprovistas de sospechas”. Un trágico final, ¿verdad? Pero después de todo, si lo que me contó era verdad, y estoy seguro que lo era, la vida de aquel hombre era una completa tragedia, y una tragedia de la suerte más extraña que la que pusieron en las tablillas.

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