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Authors: Johan Theorin

Tags: #Intriga

El guardián de los niños (11 page)

BOOK: El guardián de los niños
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Cuando llega al edificio casi todas las ventanas están apagadas.

«Mi hogar», piensa, pero en realidad no lo siente así. Eso lleva algún tiempo.

Ve que alguien está fumando en pipa en un balcón dos pisos por debajo del suyo. Es el hombre de pelo blanco de la lavandería, el que (quizá) llevaba una vieja bolsa de tela de la lavandería de Santa Psico.

El hombre chupa la pipa, exhala una gran nube blanca en la oscuridad y parece ensimismado. Jan se detiene y alza la mano.

—Buenas noches.

El hombre asiente con la cabeza y tose una nube de humo.

—Mmm… —responde lacónico.

Jan continúa hasta el portal, se detiene en el segundo piso y observa el nombre que figura en la puerta derecha: «V. LEGÉN».

Bueno. Por lo menos sabe cómo se llama el hombre de la pipa y dónde vive.

Jan sigue escaleras arriba hasta su oscuro apartamento, pero no piensa quedarse. Deja apresuradamente su mochila en el recibidor, se cambia de ropa, se pone un traje y se adentra de nuevo en la oscuridad de la noche.

Se pasará un rato por el Bills Bar. Quizá intente convertirse en un asiduo: eso es algo que Jan nunca ha sido en ninguna parte.

14

—¡Salud! —exclama Lilian y alza su vaso.

—Salud —responde Jan, en voz baja.

—Salud —dice Hanna, aún más bajo.

Lilian es la que más bebe, vacía la mitad de su vaso.

—¿Te gusta el Bills Bar, Jan? —pregunta.

—Sí.

—¿Qué es lo que te gusta?

—Bueno… la música.

Hablan muy alto, casi como hacen con los niños en la escuela infantil, para alzar la voz por encima de la banda del bar, los Bohemos. La componen cuatro hombres de mediana edad que llevan gastados chalecos de cuero y tocan sobre un pequeño escenario. El cantante tiene el cabello rubio recogido en una cola de caballo e interpreta canciones de rock con una voz rasgada de barítono. A pesar del reducido espacio del escenario, el grupo consigue a veces dar pequeños pasos de baile con las guitarras sin chocar entre ellos. Los clientes charlan sin prestar atención a la música, aun así son lo bastante generosos como para aplaudir discretamente a los músicos después de cada canción.

Jan prefiere las susurrantes melodías de Rami sobre la soledad y la añoranza, pero aplaude por educación.

Alza el vaso. Esta noche bebe cerveza con alcohol y se le ha subido a la cabeza como un cohete. Los pensamientos se deslizan con libertad.

Le parecería maravilloso ser un cliente habitual del local, pero Jan no tiene talento para hacer amigos en el bar. Se dio cuenta al principio de la noche, cuando se abrió camino hasta la barra sin mirar a una sola persona a los ojos. Le cuesta relajarse entre personas adultas, le resulta mucho más fácil desenvolverse entre niños.

Por lo menos el barman le hizo un gesto amable con la cabeza cuando fue a buscar la segunda cerveza. Además, sus compañeras de trabajo están sentadas a su mesa. Hanna con sus ojos azules y Lilian con su pelo rojo surgieron de la nada y se sentaron con él.

Lilian vacía su tercer vaso y se inclina sobre la mesa.

—¿Has venido solo, Jan?

Asiente y piensa en citar a Rami, «Soy un alma perdida en un desierto de hielo», pero apenas esboza una sonrisa. Confía en que esta resulte enigmática.

—Vaya, me la he vuelto a acabar. —Lilian cabecea hacia la barra—. Guardadme el sitio, voy a por otra.

Los vasos de Jan y Hanna aún están medio llenos, pero Lilian regresa con cervezas para todos.

—¡La próxima ronda os toca a vosotros!

Jan no quiere beber ni una gota más; sin embargo, acepta el vaso.

Permanecen sentados a la mesa, y siguen hablando. Primero sobre los Bohemos, que, según Lilian, es sin duda el mejor grupo de la ciudad, aun cuando apenas nadie haya oído hablar de ellos fuera del Bills Bar.

—Para ellos actuar en el Bills es un hobby —informa—. Tienen otros trabajos…

—Un par de ellos trabajan en Patricia —anuncia Hanna.

Lilian le dirige una mirada rápida, como si hubiera hablado más de la cuenta.

—¿Ah, sí? —Jan estudia al grupo con renovado interés—. ¿En Patricia?

—No los conocemos —comunica Lilian.

Jan se siente mejor; paga la siguiente ronda. Luego Hanna compra tres botellas más. ¡La cerveza corre! Jan se siente bien. Mañana podrá dormir antes de empezar el turno de noche en la escuela infantil.

Lilian bebe más que Hanna y él juntos, y su cabeza cuelga cada vez más sobre la mesa. Pero, de repente, se recompone.

—Jan… Jan, bonito —dice, y parpadea cansada—. Pregúntame si creo en el amor.

—¿Perdón?

Lilian agita con parsimonia la cabeza.

—No creo en el amor. —Levanta tres dedos—. Aquí están mis hombres… El primero me quitó dos años, el segundo cuatro, y con el tercero me casé. Y se acabó el año pasado. Así que ahora solo tengo a mi hermano. Un solo hermano. Tenía dos, pero ahora solo tengo uno…

Hanna se inclina sobre la mesa.

—¿Nos vamos a casa, Lilian?

Lilian no contesta, apura su vaso de cerveza, lo deja sobre la mesa y suspira.

—De acuerdo… Nos vamos a casa —responde.

Jan se da cuenta de que el Bills Bar está a punto de cerrar. La música ha cesado, los Bohemos han abandonado el escenario. Las mesas de alrededor empiezan a vaciarse.

—Bien —conviene Jan—. Nos vamos.

Cabecea de una lado a otro: ahora por primera vez está realmente borracho, y al ponerse en pie siente como si sus pies se movieran por su cuenta.

—«Soy un alma perdida en un desierto de hielo», recita, pero ni Lilian ni Hanna parecen hacerle caso.

Al salir a la calle el aire resulta tan gélido como una nevera. En el exterior la borrachera le provoca martillazos a Jan en la cabeza. Se tambalea y mira el reloj, son casi las dos. Es tarde, muy tarde. Pero no tiene que trabajar hasta las nueve de la noche. Puede dormir todo lo que quiera.

Lilian mira alrededor y descubre un taxi al otro lado de la calle.

—¡Ese es mío! —grita desgañitándose—. ¡Hasta luego!

Se va dando tumbos hacia el taxi, se sube en él y desaparece.

Hanna no se ha movido.

—Lilian vive bastante lejos… ¿Y tú dónde vives, Jan?

—Bastante cerca. —Señala con el brazo izquierdo hacia el sur—. Allí, al otro lado de la vía del tren.

—Entonces vamos para allá —anuncia.

—¿A mi casa?

Ella niega con la cabeza.

—Solo hasta la vía del tren. Te acompaño… Llevamos el mismo camino.

—Bien —responde Jan, e intenta recuperar la sobriedad.

Caminan por la acera juntos y, al cabo de un cuarto de hora, llegan a los raíles que corren hacia el centro.

—Bueno… Aquí nos separamos.

El universo sobre ellos es negro, la vía del tren está desierta.

Baja la vista y mira a Hanna. Sus brillantes ojos azules, el cabello rubio y su rostro joven. Es guapa, pero él sabe que no está interesado en ella: no de esa manera. Sin embargo, mantiene la vista clavada en sus ojos, en silencio.

—¿Qué es lo peor que has hecho en la vida?

Es Hanna quien pregunta.

—¿Lo peor? —Jan la observa. Sabe la respuesta—. Tengo que pensarlo… ¿Qué es lo peor que has hecho tú?

—Muchas cosas —responde.

—Sí, claro. Pero di una.

Ella se encoge de hombros.

—He sido infiel y he traicionado a mis amigas… Es algo que pasa de vez en cuando, ¿no?

—¿Ah, sí?

—Sí —afirma Hanna—. Cuando tenía veinte años fui infiel con el novio de mi mejor amiga, en un cobertizo para barcas. Ella se enteró y rompió el compromiso… pero hemos vuelto a ser amigas, más o menos.

—¿Más o menos?

—Nos enviamos felicitaciones de Navidad. —Suspira—. Pero ese es mi problema.

—¿Cuál?

—Que traiciono a la gente. —Parpadea, y lo observa—. Cuando creo que me van a traicionar, yo me adelanto.

—Vale… Gracias por el aviso.

Él sonríe, pero ella no. Se hace de nuevo un silencio junto a la vía del tren. Hanna es guapa, pero Jan ahora solo quiere dormir. Gira la cabeza y mira hacia el alto edificio donde vive. Seguro que todos sus vecinos duermen, todas las personas de bien. Como los animales y los árboles…

—¿Y tú, Jan?

—¿Qué?

Hanna lo observa.

—¿Recuerdas qué es lo peor que has hecho?

—Sí, quizá…

¿Qué fue lo que hizo aquella vez en Lince? Jan intenta recordar. Pero las casas se tambalean alrededor y la embriaguez parece empeorar y, de repente, las palabras salen por sí solas:

—Hace tiempo cometí una tontería… en una guardería de mi ciudad. En Nordbro.

—¿Qué hiciste?

—Trabajaba cuidando niños, era mi primera suplencia, y metí la pata… Perdí a uno de los niños.

Jan baja la vista al suelo y aplana con el pie un montoncito de grava.

—¿Perdiste?

—Sí. Salimos con un grupo de niños al bosque, una compañera y yo… un grupo demasiado grande. Y regresamos a la guardería con un niño menos. Uno de ellos se quedó en el bosque, y fue… En parte fue culpa mía.

—¿Cuándo ocurrió?

Jan sigue mirando el suelo. Lince. Se acuerda de todo. Recuerda el aire en el bosque de abetos, tan frío como esta noche.

—Hace nueve años… Casi nueve años exactos… Sucedió en octubre.

«No hables más», piensa Jan, pero los ojos azules de Hanna lo miran con intensidad.

—¿Cómo se llamaba el niño?

Jan duda.

—No me acuerdo —responde al fin.

—¿Qué pasó entonces? —pregunta Hanna—. ¿Cómo acabó todo?

—Él… Todo acabó bien. Al final. —Suspira y añade—: Pero los padres lo pasaron muy mal, estaban desolados.

Hanna suspira.

—Idiotas… Era su retoño el que se fugó. Dejan a sus angelitos del alma y exigen que tengamos toda la responsabilidad. ¿O no es cierto?

Jan asiente, pero al momento se arrepiente de su confesión. ¿Por qué ha hablado de Lince? Está beodo, es un borracho.

—No se lo contarás a nadie, ¿verdad?

Hanna lo observa.

—¿A algún jefe, quieres decir?

—Sí, o a…

—No, claro, Jan. Tranquilo.

Ella bosteza y mira el reloj.

—Tengo que irme a casa… mañana trabajo. Temprano.

Se pone de puntillas y lo abraza un momento. Un poco de calor en la noche.

—Que duermas bien, Jan. Nos vemos en Calvero.

—Vale.

La ve alejarse por la calle y desaparecer en dirección al centro, como una imagen rubia y onírica. Alice Rami también es como un sueño para Jan: tan vaga y borrosa como un poema o una canción. Todas las chicas son imágenes oníricas…

¿Por qué le ha hablado a Hanna de Lince?

Poco a poco se le va despejando la mente, y con ello llega el arrepentimiento.

Sacude la cabeza y abre la puerta.

Es hora de dormir, y después a trabajar. Se ha portado como un perro obediente durante dos semanas y ahora recibirá su recompensa: un turno de noche con los niños de la escuela infantil.

15

—El teléfono de urgencia está aquí —dice Marie-Louise, y señala un aparato gris en la pared del cuarto de empleados, junto a la taquilla de Jan—. Lo único que tienes que hacer es descolgar y esperar, la llamada se conecta automáticamente.

—¿Adónde?

—A la central de seguridad en la entrada del hospital. Están de guardia las veinticuatro horas, así que siempre responde alguien. —Le sonríe a Jan, algo avergonzada, y añade—: De noche puede resultar agradable saber que hay alguien cerca… aunque te las apañarás solo, ¿verdad?

—Claro.

Jan asiente y endereza la espalda para parecer más eficiente, y Marie-Louise se acaricia nerviosa el cuello.

—Puedes llamarlos si ocurre algo, pero hasta ahora no ha hecho falta… —Se da la vuelta y se aparta apresuradamente del teléfono de urgencias, como si deseara olvidarlo—. Bueno, ¿alguna duda?

Jan niega con la cabeza. Su jefa ha repasado las rutinas un par de veces, así que está preparado. Y completamente sobrio. Esta mañana, al despertar, sintió un escalofrío al recordar la noche pasada en el Bills Bar, pero ahora se siente mejor.

Es viernes por la noche, la segunda semana de trabajo en la escuela infantil, y su primer turno de noche; en realidad, es la primera vez que trabaja de noche en su vida. Su turno comienza a las nueve y media y acaba a las ocho de la mañana del sábado, pero le han informado de que no hace falta que se quede despierto toda la noche. Un sofá cama le espera en el cuarto de empleados y puede dormir cuanto desee, siempre que se despierte cuando alguno de los tres niños necesite ayuda o consuelo.

—Creo que lo he entendido todo —dice Jan.

—Bien —responde Marie-Louise—. ¿Has traído sábanas?

—Sí. Y también cepillo de dientes.

Marie-Louise esboza una sonrisa y parece satisfecha. Ya se ha puesto el abrigo y el gorro de lana, y cuando abre la puerta de la calle entra el frío de la noche.

—Espero que tengas una noche tranquila, Jan. Hanna vendrá a relevarte mañana temprano… y nosotros nos veremos mañana por la noche.

La puerta se cierra. Jan corre el cerrojo, y mira el reloj.

Son las diez y veinte. En la escuela infantil reina el silencio.

Se dirige al cuarto de empleados y prepara el estrecho sofá cama; a continuación se come un sándwich en la cocina y luego se lava los dientes.

Pero esto son tan solo rutinas nocturnas cotidianas: el problema es que no está cansado en absoluto.

¿Qué más puede hacer? ¿Qué quiere hacer?

Ver a los niños.

Abre con cuidado la puerta del oscuro dormitorio, y escucha su respiración susurrante. Matilda, Leo y Mira duermen en sus camas. Profunda y tranquilamente, incluso Leo. Según Marie-Louise, lo normal es que ninguno se levante antes de que los despierten a las seis y media de la mañana.

Lo normal. ¿Cuándo es todo normal?

Jan deja la puerta entreabierta y se dirige al comedor de la parte trasera de la escuela. Permanece junto a la ventana y mira al exterior, sin encender la luz.

Santa Psico también está a oscuras. Hay unos focos que iluminan la verja, pero la zona interior está llena de sombras.

Sombras grises en la hierba, sombras negras bajo los abetos. Esta noche nadie fuma.

El ala este del hospital se alza a cuarenta o cincuenta metros de distancia, y en lo alto de la fachada de piedra solo cuatro de las ventanas más altas están iluminadas. Parece que la luz proviniera de tubos fluorescentes blancos como los que ponen en los pasillos: como la luz del sótano.

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