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Authors: Maj Sjöwall,Per Wahlöö

Tags: #Novela negra escandinava

El hombre del balcón (25 page)

BOOK: El hombre del balcón
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—Supongo que sí —asintió Kristiansson.

—Le cogí un trozo de chocolate —dijo el hombre llamado Ingemund Fransson— Pero al niño le di un billete de tranvía. Ni siquiera estaba terminado. Quedaba un viaje.

Kristiansson no encontró nada más en los bolsillos. Kvant cerró la puerta.

—¡Chocolate! —dijo enfadado—. ¡Un billete! ¡Has matado a tres niñas! ¿No…?

—Sí —dijo el hombre. Sonrió, meneando la cabeza afirmativamente—. Tuve que hacerlo —añadió.

Kristiansson permanecía fuera del coche.

—¿Cómo consiguió hacer que le acompañaran esas niñas? —preguntó.

—Ah, es que se me dan muy bien los niños. Siempre les caigo bien. Les enseño cosas. Flores y cosas así.

Kristiansson reflexionó un momento.

—¿Dónde pasó la noche? —dijo luego.

—En el cementerio del norte —contestó el hombre—. En el jardincillo de las urnas de incineración.

—¿Ha dormido allí todo el tiempo? —preguntó Kvant.

—A veces. También en otros cementerios. No me acuerdo muy bien.

—Y durante el día… —dijo Kristiansson—. ¿Dónde ha pasado el día?

—En distintos lugares… He pasado mucho tiempo en las iglesias. Son tan bonitas. Tan tranquilas y silenciosas. Puedo pasar horas y horas allí.

—Pero ha tenido mucho cuidado de no acercarse a su casa, ¿a que sí?

—No. Estuve en casa… Una vez. Me había manchado ios zapatos. Y…

—¿Y?

—Tuve que cambiarme y ponerme mis viejas zapatillas de deporte. Luego me compré zapatos nuevos, claro. Muy caros. Hay que reconocer que su precio era realmente desorbitado. —Kristiansson y Kvant le miraban fijamente—. Y fui a por mi americana.

—Comprendo —dijo Kristiansson.

—La verdad es que, para pasar la noche al aire libre, hace bastante fresco —dijo el hombre, como con ganas de dar conversación.

Oyeron el ruido de unos pasos rápidos. Una joven en bata azul y zuecos se acercaba corriendo. Descubrió el coche patrulla y se detuvo en seco.

—Ah —dijo jadeando—. ¿No habrán…? Mi hija… mi vida… No la puedo encontrar… Se me ha escapado. ¿La han visto? Lleva un vestido rojo…

Kvant bajó la ventanilla para decir algo. Luego se controló y dijo educadamente:

—Sí, señora. Está detrás de los arbustos jugando con una muñeca. No pasa nada. Acabo de verla hace un momento.

Kristiansson escondió instintivamente las bragas azul claro tras la espalda intentando mostrar una sonrisa a la mujer. No le salió muy bien.

—No pasa nada —dijo bobamente.

La mujer se acercó corriendo a los matorrales. Acto seguido se oyó una voz clara de niña:

—¡Hola, mamá!

Las facciones de Ingemund Fransson se desdibujaron. Su mirada se tornó fría y esquiva.

Kvant le cogió fuerte del brazo.

—Venga, vamonos ya, Kalle —dijo.

Kristiansson cerró la puerta de un golpe, se puso al volante y arrancó el motor. Mientras subía al camino, dando marcha atrás, dijo:

—Sólo me pregunto una cosa.

—¿Qué?

—¿A quién habrán rodeado en Djurgárden?

—Pues vete tú a saber —dijo Kvant.

—Por favor, no me apriete tan fuerte —dijo el hombre que se llamaba Ingemund Fransson—. Casi me duele.

—Cállate —le espetó Kvant.

Martin Beck seguía todavía en Biskopsudden, Djurgárden, a casi ocho kilómetros de la alameda de Huvudsta. Permanecía completamente quieto, con la mano izquierda en la barbilla, mirando a Kollberg.

Éste tenía la cara roja y estaba empapado en sudor. Un agente de motocicleta con casco blanco y un walkie-talkie en la espalda acababa de despedirse con un saludo militar y se alejaba en su moto.

Dos minutos antes, Melander y Ronn se habían llevado al hombre que decía llamarse Fristedt a su casa en Bondegatan, dándole así la oportunidad de probar su identidad. Aunque se trataba de una pura formalidad. Martin Beck y Kollberg no tenían ya duda alguna de que era una pista falsa.

En el lugar quedaba sólo un coche patrulla. Kollberg estaba al lado de la puerta delantera, abierta. Martin Beck permanecía a unos pocos metros de distancia.

—Aquí hay algo —dijo el hombre del coche—. Algo en la radio.

—¿Qué? —preguntó Kollberg con desánimo.

El agente del coche escuchaba con atención.

—Un par de colegas de Solna. Un coche radiopatrulla.

—¿Sí?

—Lo han cogido.

—¿A Fransson?

—Sí, le tienen en el coche.

Martin Beck se acercó. Kollberg se inclinó hacia delante para escuchar mejor.

—¿Qué dicen? —preguntó Martin Beck.

—Está completamente claro —dijo el agente del coche—. La identidad está confirmada. Incluso ha confesado. Además, llevaba en el bolsillo unas bragas infantiles de color azul claro. Lo han pillado in fraganti.

—¿Qué? —exclamó Kollberg—. ¿In fraganti? ¿Ha…?

—No, llegaron a tiempo. La niña está sana y salva.

Martin Beck apoyó la frente contra el borde del techo del coche. La chapa estaba caliente y polvorienta.

—Dios mío, Lennart, ¡se acabó!

—Sí —dijo Kollberg—. Por esta vez, sí.

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