—¿Usted no los vio allá arriba en la ventana, señor Molina? Explíqueme, por favor, cómo han hecho para estar ya aquí abajo.
—Lo mío, joven, es mirar al frente, para que no nos estrellemos.
—Es cierto, señor Molina. Y ahora, ¿puedo bajar ya?
—Pero por el lado derecho, joven, para que no lo atrepellen. Y espere a que yo le abra la puerta, por favor, qué dirían, si no, don Luciano y doña Piedad, que,
ellos,
sí sabían bajar como se debe de un automóvil con o sin estribos.
—Le prometo tenerlo todo en cuenta, señor Molina.
—Mi nombre es Molina y se me dice sólo Molina, señor Carlos.
—Le prometo tenerlo todo en cuenta, señor.
—Molina, señor.
—Sí, señor.
—No parece chofer —se les escapó a los mellizos, en su desesperación por ver y enterarse de más, y, de paso, entender un poquito, también.
—Mi uniforme es de chofer de los señores de Larrea y Olavegoya.
Casi los mata con su respuesta, el uniformado, pero sobre todo casi los mata con el problema racial que, desde ese instante y para siempre, significó Molina en la atormentada vida etnosociocultural de los mellizos Céspedes Salinas —más bien de raza blanca, aunque además…, o, al revés, algo cholones, aunque también…—, con su aspecto simple y llanamente ario y prusiano y hasta superior a nosotros, mierda. Porque Molina medía un metro ochenta y siete, era albión, como la rubia Albión, llevaba unos bigotes de noble y de ruso y de ruso blanco despilfarrando en Maxim's, como en la película en tecnicolor
La viuda alegre,
vista en un cine de provincias, bueno, sí, de barrio, carajo, no nos confundas, Carlitos, unos ojos verdes y un sinnúmero más de ventajas y superioridades de tamaño y color, cuando menos, con respecto a nosotros, chofer de mierda… Todos se despidieron odiándose, en la vereda derecha de la calle de la Amargura, menos Carlitos, que no entendió nada de lo ocurrido, ni de una parte ni de la otra, y cuando los mellizos le aseguraron que este hijo de puta tiene que ser hijo natural de alguien, les respondió:
—Pues yo creo que es menos hijo de alguien que nadie en este mundo, porque, por no tener, no tiene ni apodo.
—Pero un segundo apellido…
—Ni segundo ni tercero, se lo aseguro, porque Natalia lo conoce desde niña y dice que sólo tiene ese malhumor permanente y ese amor eterno por sus padres. Fíjense ustedes que hasta sigue lavándoles el Daimler, todas las mañanas a la misma hora, y después se sienta y se pone a esperar órdenes hasta la hora de guardar el auto de nuevo. Ah, olvidaba explicarles lo de los estribos y el largo tan largo del Daimler. Es una limusín o
une limousine,
como ustedes prefieran, según el señor Molina.
—No jodas, hombre, Carlitos. Las limusines son sólo para las funerarias.
—Pues pregúntenle al señor Molina y verán. Son sólo para las funerarias y para
los
multimillonarios.
Los mellizos Céspedes no le iban a preguntar nunca jamás nada en su puta vida al chofer uniformado Molina, que, antes de despedirse, dirigiéndose exclusivamente al señor Carlos Alegre, además, le recordó que a las trece horas lo estaría esperando, ya, como convenido, en este mismo lugar, y acto seguido se limitó a ser estrictamente un poquito más alto y más rubio que nunca, porque mientras subía al Daimler y ponía en marcha el motor, los estaba mirando de arriba abajo con los ojos más verdes que nunca y con el uniforme con más botas que nunca y más Miguel Strogoff que nunca, también, por consiguiente, aunque esto último en tecnicolor y en el cine de barrio Ollanta y con el actorazo ese de Curd Molina, perdón, Curd Jurgens, carajo, un error lo comete cualquiera, pero este hijo…
Molina y el Daimler ya habían torcido hace horas, a la derecha, para enrumbar nuevamente a Chorrillos y los mellizos continuaban parados ahí, odiándolo para siempre, encontrándolo simple y llanamente inexplicable, también para siempre, e intentando ver el automóvil por dentro.
—Pues me parece que ya va a ser bastante difícil ver el auto por dentro y por fuera, je —los despertó, literalmente Carlitos, o más bien los desextasió, je, je, y continuó contándoles que el Daimler es una maravilla y tiene miles de asientos—. Yo, por ejemplo, venía sentado en medio de la sala, al principio, pero de un solo miradón Molina me mandó para atrás, porque ése debe ser mi sitio, para siempre, y parece que él de eso sí que lo sabe todo porque hasta tiene libros sobre los choferes en la corte del rey Arturo y cosas semejantes, se lo juro. La propia Natalia me lo contó anoche, palabra de honor.
—El chofer de la familia de Larrea y Olavegoya, carajo, nada menos…
—Bueno ¿pero no les parece que deberíamos subir y estudiar un poquito siquiera, antes de que Molina regrese y nos encuentre todavía parados aquí? Francamente…
—Subamos, sí, Carlitos. Pero no sólo a estudiar. Tenemos algunas ideas, ya vas a ver. Llevábamos algún tiempo dándoles vueltas, pero con los líos en que te has metido, no sé, teníamos también nuestros temores. Pero, bueno, este Daimler como que lo aclara todo e inclina la balanza a nuestro favor. Basta con ver un carrazo así, compadre, para que nuestras dudas se desvanezcan y nuestras ideas brillen como nunca, para serte honesto. Y es que todo está clarísimo, ahora, hermanón.
Carlitos, por supuesto, no les entendió ni jota, de qué demonios le estaban hablando este par de locos, caray.
—Bueno, la verdad… je, je.
—Subamos, Carlitos. Esta mañana te lo aclaramos todo, y esta tarde estudiamos como nunca. ¿De acuerdo?
—Las cosas que se les ocurren a ustedes —fue lo único que se atrevió opinar a Carlitos, cuando Arturo y Raúl Céspedes terminaron de exponerle la larga serie de ideas y planes de acción que, además, ahora, con un Daimler a su disposición, a ellos les parecían alta y exitosamente ejecutables, por decir lo menos.
Los tipos estos sí que eran ciento por ciento increíbles, y sólo de escucharlos el pobre Carlitos se había debatido entre la más sonora carcajada y la más espantosa vergüenza. Y ahí andaba ahora pensando que, en cambio, eso sí, Lima entera se escandaliza porque Natalia y yo nos queremos tanto, y sin embargo la parejita esta es capaz de todo con tal de llegar sabe Dios dónde, cuando los mellizos casi lo matan de una verdadera andanada de palmadas de complicidad en el hombro y hablándole al mismo tiempo de los lazos de amistad que nos unen, Carlitos, desde el día en que, bueno…
Por supuesto que no se atrevieron a mencionar el día aquel, ni mucho menos a decir que se trataba de un día ya lejano, y esas cosas, porque Carlitos bruto sí que no era ni andaba mal de la memoria ni nada, y, todo lo contrario, tenía fama de genio, al menos en lo suyo. Pero Carlitos también vivía en las nubes, gracias a Dios, y con eso contaban los mellizos para que, una vez más en la vida, al pobre se le escapara lo elemental del asunto y ni cuenta se diera de que ellos acababan de hablarle muy claramente, por fin, y de que éste era el momento, o nunca, para enterarse de la verdadera razón por la cual aparecieron un día en su vida, por puro interés, claro está, porque eran un gran par de trepadores, y porque en su inefable escala de valores, él, nada menos que él, mamita linda, había resultado ser el puente y la escalera, y el ascensor, y todo, más la llave ganzúa, por supuesto, también, si se quiere, capaz de hacerlos llegar a las más altas esferas, hasta la mismita
high,
Arturo, la
highzota,
y de abrirnos una tras otra las puertas de la alta sociedad de Lima, más la suya propia, Raulito, y la puerta de la clínica de su padre, en Miraflores, Arturazo, y la del abuelo premio Nobel,
in USA,
caray, ¿te imaginas?, y, cómo no, las puertas de oro de los corazones tan adinerados de Cristinita y Marisolcito, que debían de significar nada menos que la cumbre del estrellato para este par de cretinos, porque lo que hay que ver y oír en esta vida, y lo que hay que soportar, además.
Aunque claro, por el momento, de eso, nada, con el problema de mierda de la Natalia esta, aunque también la Natalia esta, claro está, y mejor que nadie, tal vez, sí, por amor a su Carlitos y a sus amigos Céspedes Salinas, y por, y para, y entonces, y mira tú por dónde, y mira tú que, y encima de todo, y a lo mejor, también… Bueno, éste era un tramo de las ideas y los planes de acción de los mellizos que aún no estaba demasiado claro, porque, entre otras cosas, como que les quedaba inmenso y plagado de obstáculos, por ahora, pero que, de una manera u otra, ya se irá viendo, podría ser importantísimo, en su debido momento. Y además a Carlitos tampoco se le podía contar todo, al menos no en esta primera etapa, claro que no, Raúl, de a poquitos, Arturo, y con mucho cuidado, Raúl, por más que el genio del Daimler y el hembrón de alta cuna y fortuna, ojo, Arturo, que la expresión esta todavía no la tenemos bien controlada, es cierto, lo sé, lo recuerdo, no hay que abusar, pero aquí entre nos, como suele decirse, sí, entre nos, dime…
—Las cosas que se les ocurren a ustedes —fue lo único que se atrevió a decir Carlitos Alegre, que nunca se fijaba en nada, y que también esta vez dejó pasar ante sus ojos lo elemental.
¿Cómo y por qué había empezado la relación con los mellizos? Y: ¿Qué hago yo metido hace semanas con unos tipos que, ahora que lo pienso bien, hasta me fumaron en los antebrazos, cuando…? Pero a Carlitos siempre se le bifurcaban los senderos, y hasta se le trifurcaban, o, mejor aún, a Carlitos hasta se le
trifulcaban
los senderos, porque las cosas se le hacían un lío y de pronto en medio de una grave reflexión soltaba tremenda carcajada, como ahorita en que los mellizos le estaban contando todo lo que en la vida de ellos significaba una limusín Daimler con estribos, sí, Carlitos, porque ven, bajemos un ratito a la calle para que veas el auto que acabamos de comprar para este verano, ¿te acuerdas del Ford sedán del 42 con que fuimos a tu casa, la primera vez, el que tú creíste que era un taxi?
—Yo no creí nada, la verdad, pero, eso sí, hasta ahora me da muchísima risa cuando me acuerdo de que ese taxi, perdón, ese auto negro, los atropello a los dos, sin chofer y sin moverse. ¿Se acuerdan? Increíble. Cosa de dibujos animados o de Los Tres Chiflados. Mis hermanas también se tronchan de risa cada vez que se acuerdan de, je, je… De locos, aquello sí que fue de locos, je, je, y si además de todo era un taxi que ahí nadie había llamado, je, je, je… Les tendría que contar este ultimo detalle a mis hermanas, aunque claro, por ahora no voy a poder, pero no bien…
—Olvídalo, por favor, Carlitos, te lo rogamos. Olvídalo y escúchanos, por favor, hermano. Fuera de bromas, ese automóvil era de nuestro padre, y lo vendimos por viejo, sólo por viejo, Carlitos. Era el automóvil de nuestro viejo, y, ¿entiendes, carajo?
—¿Y éste de quién es, entonces? Porque la verdad es que también se ve bastante viejito, aunque todavía huela a pintura fresca, je, je…
Sin darse cuenta siquiera, Carlitos les estaba dando en la madre, ahora, y nada menos que después de haberles dado en el padre, hace un instante, pero la verdad es que el pobre no sabía qué diablos se traían los mellizos con tanto automóvil viejo.
—Éste, Carlitos, para serte del todo sinceros, lo hemos comprado con ayuda de nuestra madre. Pero tú bien sabes que a ella le pagaremos un día todo con creces, ¿o no, amigo? Lo sabes, ¿no es cierto?
—Con muchas creces, sí, je.
—Éste es un cupé del 46. Recién pintadito y todo. Ford, cupé, y del 46. Tremendo bólido, ¿no?
—¿Bólido, esto? —se le escapó a Carlitos, que se excusó de inmediato por su tremenda metida de pata, pero que, acto seguido, simple y llanamente no logró controlar la carcajada que le produjo imaginar a Molina opinando sobre
esta
limusín. Vio a Molina furibundo, y más rubio y uniformado que nunca, odiando al bolidillo de porquería este y a sus propietarios, y lo único que se le ocurrió decir, por toda explicación, y siempre entre carcajadas, es que él era así de loco, que por favor lo disculparan, pero que a él de pronto se le venían a la mente asociaciones de ideas como ésta del eternamente malhumorado y uniformado Molina, parado ahí con ellos, con el cupé recién pintadito del 46 y odiando a la humanidad entera, entera, sí, por haberlo distraído de sus serias tareas Daimler. Carlitos Alegre continuaba tronchándose de risa y los mellizos, parados y hechos una mierda, ahí, se preguntaban a dúo, y en patético monólogo interior, mezclado además con toda una reflexión sobre las cosas de esta vida, si Carlitos era un tipo fiable o no. Porque de confianza sí era, y buena gente, y un buenazo, y un cojudo a la vela, también, si se quiere, pero imagínate tú, Raúl, ni me lo digas, Arturo, que en plena casa de las Vélez Sarsfield, tan finas, tan pelirrojas, tan multimillonarias, tan anglosajonas, ellas, nos suelta babosadas como éstas y carcajadas de mierda como ésta, y no hay quien lo pare, al muy hijo de la gran puta, sshiii, Arturo, calla, piensa que está en juego el Daimler y su relación con esas chicas, él es el que las conoce y hasta son sus primas, por algún lado, parece ser, pero además hay una buena amistad entre los padres de ambos y Carlitos las conoce desde que regresaron de Inglaterra, por más que diga que no las ha vuelto a ver hace siglos y que a lo mejor ni las reconoce ya. Carlitos es sencillamente imprescindible, Arturo, aunque antes vamos a tener que entrenarlo un poquito mejor, creo yo, y hay cosas que tendremos que explicárselas casi al pie de la letra, aunque nos joda y pasemos un momento difícil, pero es que el tipo no puede seguir metiendo las cuatro, a cada rato, como ahora con nuestro sedán y nuestro cupé y hasta con nuestro padre y nuestra madre, no, definitivamente no puede, carajo.
Pues hubo, en efecto, entrenamientos intensivos y también intensas confesiones y, cómo no, momentos en los que Carlitos les decía que francamente no entendía ni papa. Y hubo otros momentos en los que soltaba una carcajada asociativa, según él, y luego se disculpaba muchísimo, pero continuaba con su carcajada horas y horas, hasta pasar a otros momentos en los que les pedía por favor que le repitieran bien una cosa, a ver si por fin entiendo, caramba. Y hubo, también, otros momentos en los que movía la cabeza negándolo todo, como quien dice que la vida no puede ser así y punto, me niego a creerlo. Y hubo, por último, momentos en los que Carlitos se ponía de pie, les decía que por hoy ya basta, y yo creo que deberíamos estudiar un rato, a ver si con unos cuantos capítulos de dermatología se me aclaran un poco las ideas.