El jardín secreto (19 page)

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Authors: Frances Hodgson Burnett

BOOK: El jardín secreto
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—¿Qué? ¿Quién? —tartamudeó.

Esta no era la clase de encuentro planeado por Colin, pero quizás el haber salido corriendo y ganando una carrera, era aun mejor que todo lo imaginado por él.

—¡Papá! —dijo—, soy Colin. No lo puedes creer, ¿verdad? Yo casi no lo creo, pero soy Colin.

El niño no entendía por qué su padre repetía una y otra vez:

—¡En el jardín! ¡En el jardín!

—Sí —se adelantó Colin—, fue el jardín que lo logró; también Mary, Dickon, los animalitos y la magia. Nadie lo sabe. Lo mantuvimos en secreto hasta tu llegada. Estoy tan bien que incluso puedo ganarle a Mary en una carrera. Seré un atleta.

Se le veía como el más saludable de los niños. Con la cara enrojecida, estaba tan excitado que las palabras se le atropellaban. Al oírlo el señor Craven se estremeció de alegría.

Colin puso su mano en el brazo de su padre.

—¿Estás contento, papá? —le preguntó—. Viviré por siempre jamás.

El señor Craven puso sus manos sobre los hombros del niño manteniéndolo quieto. Por un momento, no se atrevió a hablar.

—¡Llévame al jardín, hijo! —dijo al fin—. ¡Cuéntame lo que ha pasado!

Y entonces lo condujeron al jardín.

El lugar era un conjunto esplendoroso de colores otoñales con gavillas de lirios de variadas tonalidades. El recordaba muy bien el momento en que los habían plantado, esperando esta época para que revelaran su color. Rosas tardías trepaban y colgaban y el obscuro sol daba mayor intensidad al amarillo de los árboles. Parecía la bóveda de un templo dorado. El recién llegado se detuvo silencioso mirando a su alrededor.

—Pensé que estaría muerto —dijo.

—También Mary lo pensó —contestó Colín—, pero renació.

Colin de pie quiso contar la historia, mientras los demás se sentaron bajo el árbol a escucharlo. Archibald Craven pensó que era una extraña historia aquella que le fue relatada a la manera de los niños, con una mezcla de misterio, magia, criaturas, encuentros y la llegada de la primavera. También le hablaron del orgullo herido del joven, que como un raja se había levantado para desafiar a Ben, la actuación y el gran secreto celosamente guardado. El señor Craven se rió hasta cansarse, pero también sus ojos se humedecieron. El atleta, el orador y el descubridor científico, era un joven saludable y encantador.

—Y ahora —dijo al finalizar su historia—, ya no será necesario que sea un secreto. Creo que se asustarán de muerte cuando me vean, pero nunca más volveré a la silla. Caminaré a la casa contigo, papá.

Los deberes de Ben raramente lo acercaban a la casa, pero en esta ocasión buscó un pretexto para llegar hasta las cocinas y entrar al salón de los empleados a beber un vaso de cerveza. El quería estar presente en el más dramático de los momentos que esa generación iba a presenciar.

Como la señora Medlock sabía que Ben venía del jardín, trató de averiguar detalles del encuentro de su amo con el niño.

—¿Vio a alguno de ellos? —le preguntó.

—Sí, claro que los vi —contestó con expresión significativa.

—¿Vienen juntos? —le preguntó la señora Medlock muy excitada—. ¿Qué se dijeron?

—No los escuché —dijo Ben—. Pero han estado ocurriendo cosas muy extrañas que ustedes no sospechan. Ya las sabrán.

Dos minutos más tarde apuntó solemnemente hacia la ventana.

—¡Mire! —le dijo—. ¿No le parece curioso? Mire quién camina a través del prado.

Al mirar, la señora Medlock levantó los brazos y dio un pequeño chillido, ante el cual los sirvientes que la rodeaban se acercaron para mirar también. Los ojos casi se les salieron de las órbitas.Caminando por el prado, radiante de felicidad, venía un señor Craven desconocido para la mayoría de los empleados. A su lado, Colin, con la cabeza en alto y los ojos llenos de risa, avanzaba fuerte y firmemente, como cualquier niño de Yorkshire.

Un

Comentario

El relato de F. H. Burnett ha llegado a su fin. Una curiosa sensación de "reposo" espiritual parece adueñarse ahora del lector, que ha seguido paso a paso y con no decreciente interés las peripecias de los dos, cuando no de los tres, protagonistas. Y digo dos o tres porque, en efecto, si bien es la pequeña Mary quien comienza actuando en el centro de la acción narrativa, a partir de su llegada a Inglaterra, y tras su rápida transformación psicológica, su figura va sirviendo poco a poco de benéfico pretexto para mostrar los efectos que una recién adquirida vitalidad logra ejercer sobre la enfermiza figura de su primo, sumido en el marasmo de la histeria y —cualquier médico lo diría— también de la depresión. Es así como él, Colin Craven, se yergue lentamente en la protagonización de esta segunda parte del texto, destacando primero como sutil contrapunto de esa personalidad tan bien asentada —como la suya propia, ni más ni menos— de Mary, pero asumiendo muy luego sobre su cabeza (tal cual ocurre con el dominio gradual de sus piernas) el control "estelar" de la narración.

Al lector le queda claro, no obstante, que ninguno de los dos niños habría sido capaz de manejar las riendas de su proceso psicológico sin la presencia activa de ese verdadero milagro "pánico" —en cuanto recuerda la mitológica y lúdica silueta del dios flautista Pan— que es Dickon, el hermano de Martha. Por algo su aparición se anuncia, como el número de fondo de un circo, a lo largo de varias "trompetadas": éstas irán preparando la avasallante entrada en escena del Mago, al cual ningún secreto, absolutamente ninguno, le estará vedado. Ahora bien, hay que tener presente que aquí no intervienen en sentido alguno aquellas influencias extrañas o sobrenaturales del tipo Deus ex machina, tan caras a la mayor parte de los escritores románticos, aunque sí se habla constantemente —y cuando no se habla se insinúa— de la insólita "magia" latente en el jardín, de la vaga pero palpable sombra que sobreflota y abona el misterioso huerto abandonado o de ciertas voces y conjuros "mágicos" que nada tienen de magia, aunque mucho sí de moderna (y ancestral) psicología... Sea como fuere, lo cierto es que Dickon actúa como la levadura sin la cual el desarrollo interior y exterior de los primos no habría tenido posibilidad alguna de concretarse. Porque Dickon ES la naturaleza y su fuerza pujante incontenible; Dickon ES la total armonía que la visión panteísta de la autora concibe como la única forma de felicidad imaginable.

No de otra manera lo demuestra, por lo demás, la comunicación perfecta que el humilde niño (bueno, bello e inteligente, TAL COMO DEBE SER) mantiene con pájaros y plantas, por no decir, globalmente, con toda la creación. Esto viene a corroborarse, en último término, con las extrañas energías que el señor Craven adquiere en el Tirol cuando, tendido junto a un arroyo, se sume en un embriagante y olvidado estado de quietud espiritual, en el que le parece escuchar un llamado de su tierra que, en definitiva, no es sino el llamado potente de su propia carne y de su propia sangre.

La tesis de la autora pareciera ser, entonces, como de alguna manera lo explicita el narrador omnisciente de los hechos, que no hay equilibrio en el ser humano si cuerpo y alma caminan separadamente, de la misma forma que no lo hay si el hombre no incorpora a su ser las infinitas y necesarias riquezas que ofrece la naturaleza.

El postulado no es, ciertamente, nuevo, y cualquiera puede rastrear sus huellas en los orígenes mismos del pensamiento griego y, desde luego, de la filosofía oriental, tan bien sintetizado por el idioma latino en el dicho Mens sana in corpore sano. No, no reside aquí la novedad de este texto, como tampoco —mucho menos— el interés que su hermosura despierta, más allá de todo afán didáctico: lo que ocurre es que, para decirlo de una vez por todas y sin entrar en detalles que en este breve comentario de verdad no caben, TODO ES RARO en el relato de esta autora.

Y eso es lo que se encargan de verificar los maravillados ojos del lector infantil.

ANA MARIA LARRAIN

FRANCES HODGSON BURNETT, Nacida en 1849 en la ciudad inglesa de Manchester, en 1865 Frances Hodgson Burnett viajó, junto a su familia, a los Estados Unidos. Allí contrajo matrimonio con el doctor Swann M. Burnett, de quien se divorciaría en 1898. Sin embargo, mientras llevaba su nombre había llegado a ser una popular escritora de libros para jóvenes. Por ello, profesionalmente continuó firmando con el apellido de su primer marido.

El pequeño lord Fauntleroy, novela inspirada en el propio hijo de la autora, alcanzó un gran éxito entre los jóvenes y los niños. Para ellos, Frances Hodgson Burnett continuó escribiendo numerosas obras, tales como Sara Crewe, El jardín secreto y Princesita. También escribió algunos libros para adultos —A fair barbarian y Through one administration— y su autobiografía que tituló Whom I know best of all.

Los libros de Frances Hodgson Burnett se caracterizan por un estilo elegante, fácil y sentimental. A juicio de un crítico, la autora posee "buenas facultades de observación que hacen interesante, incluso desde el punto de vista psicológico y social, la lectura de sus obras".

El pequeño lord Fauntleroy es una de las novelas más populares de la literatura infantil. Casi podría definirse como un cuento de hadas, aunque en él no aparecen seres fabulosos. Son personas verosímiles que dan ilusión de realidad a una trama puramente fantástica.

En El jardín secreto —obra que, al igual que la anterior, fue llevada con gran éxito a la pantalla— la autora narra la historia de una niña solitaria y de carácter amargo. Poco a poco, en estrecho contacto con la naturaleza y con su magia —elementos que juegan un importante papel en la novela—, la pequeña protagonista cambia de manera de ser. Toda esta transformación de su personalidad aparece hábilmente mezclada con la llegada de la primavera y el renacer de las flores y las plantas.

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