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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Relato, #Biografía

El joven Lennon (13 page)

BOOK: El joven Lennon
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Él hizo un gesto propio de quien piensa haber hecho una pregunta normal.

—No veo qué tiene de extraño que me lo pregunte. Dejó a mamá, pero seguimos siendo su única familia o, al menos, así lo creo. Si hubiese muerto, ¿nos escribirían o algo así?

—Es posible, suponiendo que llevase encima algún documento, papeles. En caso contrario nadie tiene porqué saber nada. Puede haberse casado en algún otro lugar, y tener una nueva vida.

Se arrepintió al instante de haber dicho aquello, pero ya era tarde. Para suerte suya, John no continuó ahondando en el tema. Terminó lo que quedaba en su plato y entonces dijo.

—Ayer leí que el padre de Marilyn Monroe la dejó cuando ni siquiera había nacido, y que jamás quiso saber nada de ella. Incluso en una ocasión, Marilyn le localizó y él pensó que quería pedirle dinero, así que le pegó media docena de gritos y la mandó de paseo. Lo pasó muy mal. Luego se hizo famosa y fue él quien la llamó.

Mimi Stanley le miró sin entender nada. Un interrogante en la historia que acababa de contarle se abrió paso en la niebla de su sorpresa.

—¿Y qué hizo ella?

—No quiso saber nada de su padre, por supuesto —dijo John con naturalidad—. A fin de cuentas, él tuvo su oportunidad y la perdió, ¿no?

Tía Mimi tuvo una intuición, pero no quiso confirmarla. Buscó una forma de escapar y, pensando en su hermana, acabó diciendo:

—Creo que yo también voy a acostarme un rato.

Se levantó. John se sonrió cálidamente. No había en él la menor señal de animosidad ni acritud. Sólo mostraba la imagen de un adolescente, vuelto sobre sí mismo. Podía creérsele o no.

Pero de ninguna forma dudar de él.

—Procura no hacer ruido, ¿quieres cariño? —pidió tía Mimi.

45

EL Liverpool Art College ofrecía el inequívoco aire de un primer día de clase. Los veteranos se reencontraban y daban codazos, guiñándose con malicia al descubrir a las antiguas compañeras y a las nuevas incorporaciones. Los novatos miraban con cierto aire de respeto, esperanza y desasosiego el recinto en el que probablemente pasarían varios años, según la especialidad escogida. Unos y otros se entremezclaban en los minutos previos a la inauguración del curso. Ellos buscaban a la posible chica que les ayudase a hacer el camino. Ellas se unían, sintiendo su feminidad protegida y más deseada al verse todas juntas.

Libertad y juventud eran los componentes de la brisa poderosas que mecía aquella masa, como ondula las mieses en primavera.

Tenían un horizonte en común, y eran los componentes individuales de eso genérico que llamamos voluntad. Cabezas y manos soñando con ser artistas.

Soñando con llegar.

Y el primer día siempre era el más importante. Surgía en forma de velada respuesta a pasados interrogantes. Era el amanecer.

La alborada de un nuevo mundo.

—¡Eh, yo a ti te conozco!

John se detuvo. Ante sí tenía a un chico de su edad, emocionado y alterado. Se puso en guardia. Las bromas a los novatos siempre eran amargas.

—¿Ah, sí? —contestó a la expectativa.

—¡Eres de Los Quarrymen! —gritó el otro, abriendo más los ojos, aumentada su alegría—. ¡Te vi tocar un par de veces este verano! ¡Sí, seguro que eras tú! ¿Verdad?

Algunos los miraban. John se sintió feliz. Después de todo, había sido un duro verano. ¿Tenía algo de malo recoger las migajas de una incierta popularidad?

— Sí, soy de Los Quarrymen. Me llamo John Lennon.

—¡Chico, esto es fantástico! ¿Sabes que sois muy buenos? Yo me llamo Alan, Alan Tanner. ¿Vas a estudiar aquí? ¿Qué especialidad?

La campana del Liverpool Art College convocó por primera vez a todos los alumnos. Había empezado el curso.

La manada de futuros genios se puso en movimiento, arracimada bajo el imperio del deber. Las puertas del destino se abrieron. La meta a conseguir arrasó miles de sueños locos. El primer día daba paso a la hora cero.

John Lennon sabía que el mundo era bueno.

Beatles

1958

46

—ES una buena canción. ¿Qué título le habéis puesto?

John y Paul intercambiaron una mirada.


Love me do
—dijo el primero.

—¿De verdad os gusta? Acabamos de componerla ayer mismo —completó la información el segundo.

El reducido grupo de amigos reunido en torno a ellos asintió con fervor. Por lo general no solían fiarse de los amigos, incapaces de hacer una crítica imparcial y técnica, como tampoco se fiaban de los enemigos, incapaces de echarles una mano.

En aquel caso, sin embargo, estaban casi convencidos de que eran totalmente sinceros.

De hecho, desde el mismo instante de ir dando forma a
Love me do
, habían sabido que era un buen tema, distinto, diferente de cuanto habían compuesto hasta el momento. Y eran más de cien canciones.

Más de cien.

—Una canción así tiene que venderse por fuerza —afirmó una muchacha llamada Sally—. ¿Por qué no lo probáis de una vez?

—¿Es que no lo comprendes? —le dijo John—. ¿Dónde quieres que vayamos Paul y yo solos? No hay grupo, no hay buenos instrumentistas, todo se ha ido al diablo.

—No puedo creerlos —insistió ella—. No sé dónde leí, o tal vez lo oí por radio, que como mínimo podían contarse doscientos grupos funcionando ahora mismo aquí, en Liverpool, ¡Si es una fiebre…!

—Paul tiene quince años y medio, y yo cumplí los diecisiete hace cuatro meses —suspiró John con amargura—. Casi todos los que saben tocar bien tienen por los menos dieciocho o diecinueve años. Ninguno quiere saber nada de nosotros, y los que quieren no tienen influencia alguna.

Sally, como si hablase en nombre de los demás, preguntó horrorizada, enfatizando cada palabra:

—No vais a dejarlo, ¿verdad?

—No podríamos —Paul fue terminante—, pero, desde luego, han sido dos años de darnos de cabeza contra la pared, y ahora estamos como al principio, sin nada, sin gente, sin actuaciones, aunque seamos capaces de escribir canciones como ésta.

Una compañera de Sally, una muchachita de doce o trece años llamada Hermione, puso ojos de ensueño al intervenir por vez primera en la conversación. Su voz atiplada se elevó por encima de las de los demás.

—Pues a mí, cuando cantabais hace un momento, me recordabais a los Everly Brothers —dijo—. Y ellos ni siquiera son un grupo: son dos, y se acompañan con las guitarras.

—Sabemos quiénes son los Everly —la atajó Paul, no demasiado cortésmente—. Lo sabíamos antes que tú, y también Buddy Holly, Paul Anka y todos los demás.

—No sé por qué te pones así —le recriminó Hermione.

—Porque esos dos son fantásticos, pero van de guapos, mientras que Los Quarrymen somos un grupo, un conjunto, ¿entiendes?

Miró a John para buscar apoyo, pero John parecía inmerso en sus pensamientos. conociéndole como le conocía, supo inmediatamente que algo estaba pasando por su cabeza y se calló.

Lo que más necesitaban ahora era una idea impulsora, una idea que les devolviese las esperanzas.

47

LA idea no le gustaba demasiado.

—Sólo será temporalmente, mientras esperamos a que las cosas cambien —le animó John—. No podemos liarnos a cantar en solitario porque hasta los solistas llevan su grupo detrás, pero un dúo es distinto. ¿No oíste a los demás? Sonábamos bien. Hay que cuidar las voces al máximo y nada más.

—¿Y el material que tenemos compuesto, o las canciones que interpretamos? ¿Te imaginas cantando
Long tall Sally
a dúo?

John se desesperó.

—A veces eres absurdo —dijo—. Si no hacemos algo, nos quedaremos atrás, y cuando por fin podamos reunir a los dos o tres instrumentistas que nos hacen falta, será tarde: habrá mil grupos aquí, en Liverpool. Prefiero que formemos un dúo, que cantemos lo que sea, mientras podamos hacerlo, a encerrarme en casa sin hacer nada, salvo componer. ¿De qué sirve hacer buenos temas como
Love me do
si no podemos cantarlos? Estamos convencidos de que es una buena canción, ¿verdad?

Paul bajó la cabeza. John nunca le había visto en aquel estado, y se dio cuenta de que era parecido al suyo en otras épocas, cuando su ímpetu y sus deseos de hacer cosas chocaban con las limitaciones de la edad. Paul estaba igual que él cuando tenía entre quince y dieciséis años.

Por primera vez temió incluso perderle.

—Soy el líder de Los Quarrymen, ¿recuerdas? —insistió—. Pero la cosa está en que Los Quarrymen somos tú y yo: Lennon y McCartney. ¡Vamos, Paul, estoy seguro de que podríamos volver a actuar!

El disconforme se levantó. Por la ventana vio cómo la primera nieve se deshacía sin haber llegado ni siquiera a cuajar, aunque nuevos nubarrones se aproximaban por el oeste. Desde su posición, sin dejar de observar la calle y la indiferencia de la vida cotidiana, le dijo:

—¿Te acuerdas de aquel día, en la estación de Lime, cuando me hablaste de Liverpool y de Londres?

—Creo que sí.

—Fue antes del verano del año pasado —continuó Paul—. Resultó un buen verano, ¿no es cierto? Whalley nos encontró bastante oportunidades. Lo absurdo es que ahora estemos así.

—¿A qué viene eso?

—A que finalmente te entiendo y sé que tienes razón. No hemos vuelto a tocar ese tema, pero me doy cuenta de que lo que dijiste era cierto: hay que lanzarse de cabeza para conseguir lo que uno quiere. No basta con estar seguros de nosotros mismos. Me imagino que ahora todavía no podemos, pero hemos de estar preparados para cuando llegue el momento.

—¿Hablas de romper con todo, independizarnos, dejar Liverpool, ir a Londres?

Paul se apartó de la ventana y se enfrentó a él.

—A Londres o a Nueva York, donde sea necesario. Es el único sistema.

John se acercó a su amigo. Era la única persona de una edad inferior a la suya que admiraba, respetaba y quería. Los dos hablaban el mismo lenguaje, y posiblemente tuviesen los mismos sentimientos.

—¿Y mientras tanto?

Paul se sonrió un poco forzadamente.

—¿Qué nombre quieres ponerle al invento del dúo? —bromeó.

—¿Qué te parece Los Nurk Twins?

48

NO era tan introvertido como John, y buscaba una mayor comunicación con el entorno, pero, a pesar de todo, sentía el peso de aquella crisis y a su alrededor no veía más que caminos y puertas cerradas. Era como si el mundo adulto jamás hubiese pasado por la adolescencia, o como si pretendiese ignorarla, odiando aquello que ya no volvería para él, o poniendo obstáculos a los que venían detrás. Demasiadas veces había oído las frases de ritual: «Hicimos la guerra para daros un mundo mejor, así que aprovéchalo»; «¿sabes cuánta gente murió para que tú pudieses ser libre»; «yo no pude estudiar, porque a los diecinueve años me pusieron un fusil en las manos»; «¿qué pretendes de la vida?».

¿Pretender? Quería componer, cantar, ser músico. Por lo general los «mayores», y ése era un término muy amplio que a veces englobaba ya a los de diecisiete o dieciocho años para arriba, le ponían una mano en el hombro y le sonreían. «¿Tocas la guitarra? ¿Estás en un grupo? ¡Oh, qué bien!». La única persona que conocía, capa de agarrar el mundo con una mano y proyectarlo muy lejos era John. Mientras estuviesen juntos, todo iría bien.

Y nunca, nunca pensaban separarse.

Le quedaba mucho de escuela, y su padre jamás permitiría que abandonase los estudios. La fiebre del
rock
era una catapulta que cada vez pasaba más cerca y más lejos al mismo tiempo. El 57 había sido un apocalipsis, y el 58 prometía ser mejor. Y mientras, ellos daban vueltas en círculos, en un Liverpool agitado por la música. ¿Por qué en Inglaterra no era posible que un chico de dieciséis años fuese número uno como sucedía en Estados Unidos con Paul Anka y su canción
Diana
? Era como si los ingleses se autoexcluyesen. Los hijos de la clase obrera debían ser obligatoriamente los obreros del mañana. Tradición. Restos del Imperio. ¿No se daban cuenta de que una nueva generación acababa de ponerse en marcha, con un lenguaje, una vida y unas ideas propias? ¿No comprendían que el
rock
, la música, era el cordón umbilical que los unía a todos? Doscientos grupos en Liverpool eran la mejor de las pruebas. Precisamente allí, en la ciudad más obrera de Inglaterra, en la más dura, abierta al mar y con el pesado lastre de su pasado, un pasado endurecido por el trabajo y la supervivencia. Los miles de chicos que esgrimían sus guitarras, agitando la bandera de sus sueños, significaban algo.

Eran la rebeldía del nuevo mundo.

«No queremos ser lo que vosotros queráis que seamos, sino lo que nosotros deseamos ser.»

La pregunta final no era si le dejarían, sino, simplemente, si podrían.

¿Estarían tan seguros todos, como John y él, de conseguirlo?

Los muros del Liverpool Institute High School semejaban las paredes de una alta cárcel. Los estudiantes perseguían un balón o buscaban el amparo del sol para sacudirse el frío de encima. A través de los distintos grupos, separados por edades y afinidades, podían entreverse un origen y la incertidumbre del futuro. Nadie se daba cuenta de la altura y la espesura de aquellas paredes. Las veían cada día. Formaban parte de sus vidas, en los años de escolaridad obligatoria. El horizonte que nacía al otro lado, se perdía a lo lejos, en algún confín necesariamente imaginario, porque desde allí no podía verse.

El peso de la depresión se afianzó más en él.

Se alejó del núcleo más bullicioso, buscando la soledad, y en la pequeña esquina arbolada escuchó las notas de una guitarra, surgiendo limpias y veloces entre los matorrales. Se aproximó sin hacer ruido, atraído por aquel sonido, y especialmente curiosos por las manos que pudieron estarlo produciendo. Creía conocer a la mayoría de los melómanos de la escuela y, desde luego, ninguno era capaz de tocar con aquella limpieza.

Ni siquiera él.

Su sorpresa fue total.

Había visto muchas veces al protagonista de su asombro, aunque nunca le prestó la menor atención, porque iba dos cursos por detrás del él. Era un chico muy delgado que aún llevaba pantalón corto a veces, si no recodaba mal, con el cabello ensortijado y abundante por la parte superior de la cabeza. No sabía ni su nombre.

Pero sus dedos eran la mejor de las tarjetas de presentación.

Estaba sentado en el suelo, sobre la funda de la guitarra que asomaba por ambos lados. Tocaba la música de
Loving you
, uno de los éxitos de Presley el año anterior, con una naturalidad absoluta. Paul pensó que, o bien era la única canción que conocía y se la sabía de memoria, o aquel chico era sencillamente fantástico, especialmente tratándose de un crío.

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