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Authors: Nury Vittachi
Verdadero experto en feng shui el arte de armonizar las construcciones humanas con el entorno natural, el señor C.F. Wong es un caballero típicamente chino, es decir, discreto, formal, sabio y reservado. Afincado en Singapur, un compromiso profesional lo obliga a contratar como ayudante a Joyce, una chica extrovertida y desenvuelta que le provoca cierta irritación.
No obstante, una extraña alquimia se produce entre Wong y Joyce, convirtiéndolos en una pareja de probada eficacia. Así, cuando el azar los lleva a resolver un crimen aplicando los preceptos del feng shui, el señor Wong y su original compañera se ven envueltos en nueve casos tan enrevesados como divertidos, cuya resolución demuestra hasta qué punto esta sabiduría milenaria es capaz de penetrar en el corazón de las personas.
Nury Vittachi
El maestro de Feng Shui
Los nueve casos del Sr Wong
ePUB v1.0
LittleAngel15.09.11
Título original:
The Feng Shui Detective
Traducción: Luis Murillo Fort
Copyright © Nury Vittachi, 2000
Copyright de la edición en castellano © Ediciones Salamandra, 2007
ISBN: 978-84-9838-101-6
Depósito legal: B-27.372-2007
1ª edición, junio de 2007
Al maestro de feng shui Lo Hung Lap
Recientemente, hace mil años, vivía un sabio en la llanura de Jars. Se llamaba Lu Hsueh-an y dijo: «Los enseres de la vida de un hombre no son su vida. Pero los enseres de la vida de un hombre son su vida.» ¿Es una contradicción? Sí, pero también no. Pensemos en la siguiente imagen.
Hace calor y estás sentado bajo un árbol muy pequeño. Esto es bueno, porque hay sombra, puedes ver todo alrededor y ningún intruso puede sorprenderte. Pero hay sombra para una persona sola y no tienes sitio para recibir visitas. Pronto te sientes solo.
Te trasladas a un árbol más grande, cuya sombra alcanza para dos o tres invitados. Es muy bonito, pero tiene un tronco demasiado ancho y no puedes ver si alguien se oculta en ese espacio detrás de ti.
Algunos envejecemos. Nos trasladamos a árboles más voluminosos. Encuentras una higuera de Bengala, tan grande que una aldea entera podría ponerse a su sombra. Ahora tienes un mundo realmente grande, pero es peligroso. Detrás de ti hay un espacio desconocido, igual de grande que el espacio que tienes ante ti.
Algunas personas nunca llegan a una higuera de Bengala. Otras se trasladan de mundos pequeños a mundos grandes, pero algo en sus vidas las asusta y al final regresan a mundos muy pequeños.
Brizna de Hierba, cuando conozcas a alguien debes hacerle en silencio una pregunta: ¿cuán grande es tu mundo? Es una de las cosas más importantes que puedes saber de una persona.
A veces conoces a alguien y te das cuenta de que tu propio mundo no es lo bastante grande para darle cabida. Entonces debes tomar una decisión: ¿le dices que no hay suficiente espacio, o te trasladas a un árbol más grande?
Lu Hsueh-an dijo también: «No preguntes a los Inmortales cuán grande es el mundo. El mundo lo haces tú.»
Destellos de sabiduría oriental,
de C. F. Wong, parte 73
C. F. Wong cerró su diario manchado de tinta y lo metió junto con su pluma en el cajón. Luego flexionó los dedos y miró por la ventana. Aunque adoptaba el papel del viejo sabio cuando escribía, a menudo, sin poder evitarlo, se encontraba a sí mismo transformado en el pupilo que es reprendido.
Consideraba que su mundo era grande, pero su despacho era pequeño. Fue el segundo de estos factores el que utilizó para justificar su inmediata hostilidad hacia una petición proveniente de alguien que estaba por encima de él, en el sentido cronológico y corporativo del término.
La secretaria de Wong y administradora de la oficina, Winnie Lim, le había dado la mala noticia con su acento hokkien de Singapur:
—Uno de los contactos del señor Pun quiere que le haga un favor. M. C. Queeny o algo así. Quiere que le busque un empleo a su hijo. Sabe de quién hablo, ¿no?
—¿M. C. Queeny? No tengo ni idea.
—M. C. Q. U. I. N. N. I. E. El chico se llama Joe. Su padre es un buen cliente de la empresa. Amigo del señor Pun. La secretaria del señor Pun me ha llamado para decírmelo. Tiene usted que encontrarle un empleo al chico para sus vacaciones escolares. ¿Lo ha entendido o no?
Wong suspiró. Las incursiones en su espacio privado siempre lo incomodaban. Sabía que era muy habitual en esa ciudad, como probablemente en la mayoría de los lugares modernos, que personas con influencia buscaran colocación para los hijos de sus amigos. La expresión era, le parecía,
old boys' network,
¿o
young boys' network
? Tendría que buscarlo en su diccionario de locuciones inglesas, aunque en todo caso significaba amiguismo. Pero su oficina sólo disponía de dos habitaciones y su organización la formaban únicamente él mismo, Winnie, y algún que otro chino licenciado en Filosofía que trabajaba allí a tiempo parcial. Wong no tenía presupuesto, ni mesa libre ni ganas de ayudar.
Tras una larga pausa —larga para ella— de tres segundos, Winnie añadió algo más:
—El señor Pun me ha dicho que le diga que estaría extremadamente complacido si usted lo ayuda. Eso es lo que dijo: extremadamente complacido.
La frase provocó un ligero parpadeo en Wong.
—Ah, entiendo.
Hubo un silencio mientras los dos ocupantes del despacho pasaban al departamento izquierdo del cerebro, el de las finanzas.
—¿Cuánto cree usted que será?
El geomántico se tiró de los escasos pelos de su barbilla con aire reflexivo.
—Cuando dice que está «contento» significa que hay un pequeño extra en el horno. Si está «extremadamente complacido» tal vez quiere decir que hay un aumento de sueldo en el horno.
—¿Cómo que en el horno?
—Es un coloquialismo inglés. Se lo oí decir a Dilip. Significa que sucederá pronto.
—Ya hay un aumento, pero no para usted, para la oficina. Es para cubrir el salario del chico.
—¿Cuándo?
—Cuando él venga.
—No. ¿Cuándo va a venir?
—La semana que viene. El lunes.
—Ah. Bien, podemos hacer que archive algunas cosas. Para tenerlo ocupado. Para que no ande por ahí. De hecho, es lo que el padre quiere.
Mo baan faat.
Qué se le va a hacer.
El problema pronto dejó de ocupar un sitio preferente en la mente de Wong. Exhaló lentamente el aire al estilo chigong, y sus aprensiones salieron con él. Ese día ocurría algo que le impedía calentarse la cabeza con nada. No estaba seguro del motivo. Simplemente parecía encontrarse a merced de una sensación de bienestar general.
Sabía que ese estado positivo tenía que venir de dentro, más que de fuera. Las oficinas de C. F. Wong & Associates ocupaban la segunda planta de Wai-Wai Mansion, una antigua tienda-vivienda china en un sector poco elegante de Telok Ayer Street. La calle estaba convirtiéndose a marchas forzadas en una vía comercial importante, y el suelo temblaba regularmente al paso de vehículos pesados. Esa mañana la circulación era densa. El tráfico lento significaba menos traqueteo de ventanas, pero más bocinazos de automovilistas impacientes.
La sensación de sosiego tampoco venía, desde luego, del entorno de la oficina, que estaba repleta de mesas, armarios y estanterías. Era una desgracia para un maestro de feng shui trabajar en un espacio tan caótico, pero Wong había renunciado hacía tiempo a controlar las decisiones que la señorita Lim tomaba como decoradora de interiores. Muchos hombres de negocios importantes de Singapur esperaban con ansia los oraculares pronunciamientos de Wong sobre cómo disponer sus oficinas, pero él no se atrevía a dar consejos como los de Winnie. Winnie, de veintiséis años y nacida en el seno de una familia china de Kuching, creía que, puesto que era la administradora de la oficina, todos los aspectos físicos de la misma la incumbían. En realidad, su principal ocupación diurna era practicar y refinar las técnicas de maquillaje y aplicación de laca de uñas.
Unos cuatro años atrás, al crearse la empresa, una parte de la única habitación grande que habían alquilado fue reservada para uso exclusivo del geomántico en jefe (y único, para el caso). Al principio, Wong había tratado de convertir aquel espacio en un despacho centrado en el chi, o energía vital, pero resultó demasiado pequeño y mal orientado.
En términos de feng shui, y conforme a la Escuela de las Ocho Mansiones, la oficina era un lugar Tui Kua, pues la parte de atrás estaba orientada al oeste y la puerta al este. Su cubículo estaba entre el sudoeste (bien: indicaba buena salud) y el sur (mal: allí se localizaban los Cinco Fantasmas), de modo que tuvo mucho trabajo para convertirlo en un lugar utilizable. Peor aún, estaba cerca de la mesa de Winnie. La juiciosa colocación de una campanilla metálica servía para ahuyentar parcialmente el exceso de
chi
de fuego de la secretaria.
No obstante, Wong trabajaba últimamente en la estancia mayor, en una mesa situada perpendicularmente respecto a la de Winnie, y utilizaba su despacho sólo para meditar, pensar, venerar a los ancestros, hacer rituales diurnos y echar la siesta.
No, definitivamente la sensación de paz venía de dentro, se dijo. Del sueño profundo de la noche anterior. Del sabroso donut que había comido para desayunar en la cafetería, camino del trabajo. Procedía del alegre borboteo del hervidor en un rincón de la oficina. Del hecho de que ese día cumpliera cincuenta y seis años, pese a que nunca había celebrado su cumpleaños, ni siquiera de niño. Era un buen número, cincuenta y seis, mucho mejor que el espantoso cincuenta y cinco, con sus muy negativas connotaciones numerológicas. No, cincuenta y seis era una buena cifra, un número que denotaba madurez y habilidad de estadista. Un año de sabiduría. Un momento en que sin duda tenía algo importante que decir, algo que merecía ser escuchado. Tenía que terminar su libro.
Con ese pensamiento, sacó el diario del cajón y se puso a escribir otra vez.
El lunes amaneció bochornoso, como si el aire estuviera cansado y sin fuerzas. El sol salió perezosamente y pareció levantar del suelo una cortina de bruma opaca. Constelaciones de polvo, provocadas por la traslación del aire, subían en espiral entre los pálidos rayos sesgados que entraban por las ventanas. El vecindario despertó provisionalmente a las siete por causa de una emergencia de poca importancia: un pequeño incendio en el edificio de enfrente, al parecer causado por un pebete de incienso que había caído del altar dedicado al dios de la Seguridad, según contó el vigilante. Las sirenas sacudieron los edificios hasta que llegó un bombero y descubrió que una monja budista había extinguido el fuego con sus pies descalzos, callosas pezuñas caballunas que apenas se resintieron de la dura prueba.
Wong, que ya había ido a su primera reunión del día, llegó sudando a la puerta de su oficina a las nueve y media. Lo recibió Winnie con cara de preocupación y señalando con la cabeza hacia un cuerpo grande que estaba sentado en la mesa de Wong, leyendo una revista extranjera.
—M. C. Queeny. Resulta que era chica, ya ve —dijo Winnie.
—Ya —dijo él, viendo.
La señorita McQuinnie bajó de un salto, cruzó el despacho en dos zancadas y le estrechó firmemente la mano. Su nombre no era Joe, sino Joyce, aunque su familia la llamaba Jo o Joey. No le interesaba hacer trabajo de archivo. Había pedido una prórroga de un año y estaba haciendo un trabajo sobre geomancia oriental con un tutor privado, para presentarlo junto con su solicitud para un curso de una «uni» muy selecta. Quería pasar parte del verano observando a Wong y aprendiendo de él. Quería ser «su sombra». Quería ver cómo trabajaba en la oficina y acompañarlo en sus visitas de campo y tal. Había estado tres veces en Singapur... Emitía todo un torrente de palabras, pero ¿qué idioma era aquél?