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Authors: Nury Vittachi

El maestro de Feng Shui (6 page)

BOOK: El maestro de Feng Shui
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Ocho minutos más tarde, el taxi huía de la lenta comitiva del tráfico matutino y torcía hacia un grande aunque insulso rascacielos. A través de la puerta de cristal, Wong vio el típico suelo de granito rosa, paredes de mármol oscuro, una combinación casi obligada en los vestíbulos de edificios de oficinas en todo Singapur.

Ir del coche al edificio fue como salir de una nevera, cruzar una sauna y meterse en otra nevera.

Cuando estuvieron en el moderno ascensor con tabiques de espejo, el geomántico miró la tarjeta que llevaba en la mano y reparó en algo que lo sobresaltó.

—Ah. Publicaciones Hong Siu está en la misma planta en que estaba Brighter Corporation. Me pregunto si...

Pero la pregunta quedó sin formular, pues el ascensor llegó a la duodécima planta y la puerta se abrió. A la izquierda de los ascensores vieron las puertas de cristal de Publicaciones Hong Siu, y allí obtuvo la respuesta: la empresa hacia la que dirigían sus pasos estaba en las antiguas oficinas de Brighter Corporation.

Un poco desconcertado, llamó al timbre; una recepcionista risueña con un peinado tipo casco pulsó un botón y la puerta se abrió. Luego los llevó ante Alberto Tin, el editor, un hombre obeso de unos treinta años, quien tapó con una mano el teléfono por el que hablaba y dijo en voz baja:

—Un minuto. Enseguida voy. Siéntense, siéntense.

Joyce lo hizo en un sofá negro de piel, pero el geomántico se quedó de pie y miró hacia la zona principal, a la izquierda del despacho del editor. No sin dificultad, su adormilada ayudante consiguió levantarse del mullido asiento y fue hacia él. El espacio estaba dividido en una zona principal de trabajo y una serie de pequeños despachos a cada lado. Había mesas repletas de papeles, cada cual con su ordenador, aparentemente donde trabajaban los redactores; en otra parte había mesas agrupadas con monitores muy grandes y rodeadas de equipamiento informático, probablemente la sección de diseño y producción.

El personal, mayormente gente joven con ropa informal, parecía ensimismado en sus pantallas y ninguno levantó la vista cuando los recién llegados entraron en la sala. El aire acondicionado estaba al máximo y la iluminación daba un uniforme fulgor blanco azulado. De fondo, un rumor constante de teclados de ordenador.

Wong consultó su reloj y luego miró hacia la ventana del fondo, orientándose por la posición del sol. El despacho de Alberto Tin estaba en el noroeste, la ubicación clásica para el director de una empresa.

Los redactores estaban en el lado sur, una zona siempre asociada a la fama, el don de gentes y el perfil público. Al oeste había una habitación de archivadores ocupada por una mujer con gafas: probablemente la contable de la compañía, si es que habían seguido las enseñanzas del método de la brújula.

Para su sorpresa, incluso las directrices del feng shui que solían pasarse por alto normalmente, como el lugar correcto para transporte e inversión, parecían haberse respetado a rajatabla. El este lo ocupaba el despacho del director de publicidad, de hecho directora, presumiblemente responsable de la expansión y desarrollo del nuevo negocio, con ayuda del
chi
de ese punto cardinal. En una zona abierta junto a la recepción había un par de jóvenes que no vestían traje y sostenían cascos de motorista: sin duda los mensajeros, situados debidamente en el sudeste, ya que propicia la eficacia de movimientos.

Incluso Joyce se percató de que las oficinas estaban dispuestas con arreglo a los principios correctos.

—No soy una experta —dijo—, pero parece que han seguido los principios de los que usted habla. Fíjese dónde está ese árbol y esa cosa con agua. El agua controla la madera, ¿no? Parece que está todo muy bien
fengshuiado.

—Es que aquí era la sede de Brighter Corp —dijo Wong—. Yo mismo la...
fengshuié.

—Ah. ¿O sea que hicieron cambios que estropearon el flujo de energía de su diseño original o algo así?

Wong miró en derredor antes de arriesgarse a dar una respuesta. Asomó la cabeza a un pasillo y examinó otra zona.

—Todo está casi igual como lo dejé para la otra empresa.

—¿Eso significa que usted se... equivocó? —preguntó Joyce con una media sonrisa.

—¡No! Claro que no me equivoqué —refunfuñó el geomántico—. Que el espacio físico sea correcto no significa que yo me equivocara, so colegiala.

—Vale, vale, no se me despeine... aunque tampoco se le iba a notar mucho. —Joyce esperó que él riera, pero como no fue así, hundió la cabeza entre los hombros, amilanada.

Wong se alejó para observar otro pasillo y al punto volvió, ya más calmado.

—Yo no me equivoqué —dijo—. Puede que el espacio esté dispuesto de forma correcta para que fluya la energía, pero eso no basta. A menos que seas el más novato de los novatos. ¿Y si, por ejemplo, la carta natal de la empresa, o del jefe, no encaja con la de la oficina? ¿Y si la mudanza se hizo en un momento inoportuno y en una dirección inoportuna? ¿Y si la compañía se mudó un día cinco hacia el número cinco, liberando así una fuerza destructiva? Esto, desde luego, podría originar efectos perjudiciales. O también podría haber un cambio en el exterior; un edificio nuevo, un nuevo parque o lago... ¿comprende?

Se acercó a la ventana que había junto a la zona de producción y un joven los miró un momento antes de volver a su monitor. El horizonte de Singapur cambiaba, por supuesto, constantemente, y Wong reparó en varios edificios nuevos. Pero nada indicaba la presencia de algo funesto.

Alguien habló detrás de ellos.

—Perdón, lo siento, los he abandonado. Vengan, vengan a mi despacho y tomen asiento. —Alberto Tin los llamaba desde su celda de cristal—. Me alegro de verlos, muchas gracias por venir. ¿Quieren un té, un café, Coca-Cola?

—No, gracias —dijo Wong.

Joyce dio un respingo, siempre necesitada de cafeína.

—Bien, ¿quieren que empecemos, entonces? ¿Puedo ayudarlos? ¿Alguna pregunta?

—Sí. Muchas. —Wong se sentó, sacó su bolígrafo y su libreta y le hizo a Tin una serie de preguntas, entre ellas fecha, hora y lugar de su nacimiento así como la fecha de fundación de la empresa, la de inicio en la nueva oficina y la de lanzamiento de la revista. Solicitó planos y documentos relacionados con el diseño de las oficinas, así como un mapa de distribución de los ordenadores. Tardaron casi veinte minutos en recabar toda la información que el geomántico necesitaba y llevarla a la sala de reuniones, que iba a ser el lugar de trabajo de los dos miembros de C. F. Wong & Associates.

Mientras Wong procedía a examinar la documentación, Joyce se volvió hacia Tin y le dedicó una sonrisa.

—Oiga, me encanta su revista. Es superguay. Mi compañera de piso es suscriptora desde hace la tira, un año o así.

—Muy amable de su parte. Siempre es agradable conocer personalmente a quien manda. A mis redactores siempre les digo que los lectores de nuestras publicaciones son nuestros patronos y tesoreros, de modo que se lo agradezco. —Su redondez de cara quedaba desgraciadamente realzada por un corte de pelo a lo paje, unas gafas redondas y una amplia sonrisa, que convertía los pómulos en dos pequeños círculos.

—Lo que más me gusta es la sección Yoot. Quería preguntar una cosa. ¿Por qué se llama así? ¿Qué es eso de Yoot? ¿Es un apodo o algo?

—Verá usted, Yoot es como cierto político pronunciaba la palabra
Youth.

—Ah, claro, ya entiendo, la juventud. Supongo que con acento de Singapur. Guay. En Australia decimos
yoof.
Sobre todo me encanta lo que escribe B. K. Le gusta la misma música que a mí. Y también me gustan las reseñas de cine de Dudley Singh.

—Gracias por el cumplido. Se lo diré. Bueno, de hecho, acaba usted de decírselo. Yo soy B. K.

—¿En serio? Cómo mola. Esos Mooneaters son de fábula, ¿verdad?

—Lo son.


Trip it, trip it, trip-trip hop.


Do me baby, please don't stop.


Shake your booty in your face.


Push it mama to the top. Yo!

—Es una canción superguay —dijo Joyce, divertida—. La letra es una verdadera pasada.

—Una pasada —concedió Tin.

Wong los miró de reojo. Por lo visto, Tin entendía el lenguaje de Joyce. Debía de ser una especie de código que admitía ser descifrado por un adulto. ¿Qué significado cultural tendría agitar una bota?
[1]
Se preguntó si habría algún diccionario de argot juvenil.

—Oiga, en la revista firma como B. K., pero en realidad se llama Alberto, ¿no? —Joyce estaba muy excitada.

—Me llamo Alberto, y B. K. Y también Pheobe Poon. En realidad, la revista la hacemos entre cinco personas. Es algo habitual en las publicaciones de mayor tirada en Singapur. Poco personal en la redacción y mucho en el departamento de publicidad y ventas.

—¿Dudley Singh es real?

—Sí, lo es. Y también Susannah Lo. Ustedes los occidentales dicen «muchas manos, menos trabajo». Nosotros los de Singapur decimos «pocas manos, mucho beneficio». —Frunció afectadamente el entrecejo—. Pero no, ay, en este caso. En fin. Espero que el señor Wong pueda echarnos una mano. Oh, perdón, le ruego me disculpe. Enseguida estoy con usted.

La mujer con pelo de casco le estaba haciendo señas desde una ventana interior. Tin era requerido al teléfono.

Wong había hecho ya un bosquejo y lo examinaba con gesto desconcertado. Este encargo, que había creído que sería el más sencillo del mes, resultaba todo un reto. ¿Cómo era posible que unas oficinas diseñadas por él, y que habían sido un éxito, se hubieran convertido ahora en un fiasco? El cambio de compañía debía de tener algún defecto esencial. Normalmente, las cartas
lo shu
solían dar la respuesta pero, antes que nada, debía verificar la forma y orientación de las oficinas.

Mientras él examinaba el plano, Joyce intervino con intención de hacer las paces.

—Eh, se me ocurre cómo puedo ayudarle. Primero tiene que encontrar el punto medio, ¿no? Lo cual es difícil puesto que la planta tiene una forma rara con esa ventana curva y ese tramo en L que va hacia el ascensor, ¿verdad? Yo sé calcular el centro de un romboide. Lo aprendí en clase de geometría. ¿Tiene una calculadora? —Le tendió la mano.

Wong se la quedó mirando.

—Vale, no hay calculadora. Bueno, da igual. Pediré una a la secretaria de B. K.

—El señor Tin.

—Bueno.

Joyce regresó a los dos minutos con una calculadora de la sala de contabilidad y se sentó en una butaca de cuero a la cabecera de la larga mesa.

—Veamos. Primero hay que medir los lados de esta parte, y luego...

La joven estuvo relativamente callada durante diez minutos, asomando la lengua entre los dientes mientras llenaba una hoja con operaciones aritméticas.

—Es jodido, por culpa de esta curva de aquí —suspiró al cabo—. Un momento. Mmm. Tres coma cinco, más...

Pasaron otros cinco minutos de sumas y multiplicaciones. Por fin, Joyce se incorporó y miró con orgullo el fruto de sus desvelos.

—Creo que el centro está más o menos aquí. O puede que un poquito hacia ese lado. Oiga, ¿qué hace?

El viejo geomántico había recortado un trozo de cartón con la forma del plano de la planta. Sosteniendo un lápiz, intentaba que el cartón se mantuviera en equilibrio encima del mismo. Tras varios intentos, encontró el punto en que el cartón quedaba equilibrado sobre la punta de la mina.

—Aquí está el centro —proclamó.

Joyce se desinfló.

—Ah, vale. Supongo que es más rápido así.

Comparó el centro del espacio, según el método del lápiz, con el resultado de sus cálculos.

—Pues me he equivocado por muy poco... Vale, de acuerdo, por no tan poco, pero iba bien encaminada, ¿no? Voy a buscar una Coca a la máquina, ¿quiere una? ¿No? Bueno, vale.

Wong se ensimismó en sus arcanos diagramas y estudió planos, consultó almanaques, tomó medidas, hizo lecturas de luz y magnéticas, examinó lo que se veía por las ventanas, recorrió todas y cada una de las habitaciones para hacer bocetos. Al final trazó más de una docena de cartas
lo shu.

Tin, aprovechando un hueco entre sus innumerables llamadas telefónicas, volvió a la sala y les explicó las actividades de la oficina.

—Los redactores, diseñadores y demás están en ese espacio de allí porque se supone que es el más creativo. Dudley es el jefe de la sección. Las páginas, una vez revisadas por los lectores de galeradas, se llevan al Centro de Servicios Sam Long, dos plantas más abajo, para ser procesadas por mi ayudante, Susannah Lo, que es también la directora de producción. Volvemos a traer cada plancha a medida que están listas. Las páginas definitivas han de estar preparadas exactamente a la una y cuarto del día anterior a la distribución, que es cuando van a la imprenta. Hollis News Retail se ocupa de la distribución, básicamente a través de sus propios puntos de venta. Todo el dinero de los vendedores, suscriptores y anunciantes se gestiona en ese cuarto de ahí. Los anteriores inquilinos nos dijeron que era el mejor lugar para atraer oro y no dejarlo escapar, en términos de feng shui.

—El diseño de la oficina es correcto —dijo el geomántico—. Se ajusta a lo que recomendé en mi estudio previo para el anterior inquilino. Dígame, pues, ¿cuál es exactamente el problema? ¿Pocas ventas, pocos lectores, poca publicidad?

Alberto Tin suspiró hondo. Era un hombre de carácter jovial, pero sometido a mucha presión. Tan pronto su sonrisa desapareció, Wong pudo ver sus grises ojeras y la tensión en sus labios.

—El problema es... Bien, para serle franco, no sé cuál es el problema. Los lectores nos adoran, recibimos más cartas que nunca, tenemos mejores redactores, mejores fotógrafos, mejor diseño, nuestra encargada de mercadotecnia ha trabajado a tope. Pero las ventas no acaban de funcionar. Hace un año teníamos una tirada de veintiséis mil ejemplares, que no es poco para una revista pequeña. Este año esperábamos ir aumentando poco a poco, pero hemos bajado a nueve o diez mil ejemplares. Así no podremos sobrevivir. Los anunciantes se están dando de baja.

—¿Por qué no ponen publicidad en televisión? —sugirió Joyce—. Ahora hay anuncios muy buenos.

—Hace poco invertimos mucho dinero en una campaña. La tirada aumentó en un diez por ciento, pero luego volvió a bajar. Fue muy decepcionante.

—¿La distribución es correcta? —preguntó Wong.

—Hollis nos da un excelente trato. Susannah conoce muy bien a la gente de Hollis, tiene contactos allí. Nuestra revista siempre ocupa el primer plano en todos sus puntos de venta. Pero no ha sido suficiente. Las ventas se han ido a pique y así no hay modo de convencer a los anunciantes. Estamos agonizando. Nuestros patrocinadores nos han dado cuatro semanas de plazo, y luego tendremos que cerrar.

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