El manuscrito Masada (25 page)

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Authors: Robert Vaughan Paul Block

Tags: #Intriga, Religión, Aventuras

BOOK: El manuscrito Masada
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Tras detenerse ante la última estación, una gran estructura de mármol que guarda los restos de la tumba de Cristo excavada en la roca, Flannery salió a la calle y, con espíritu renovado, se dirigió a su hotel de Jerusalén por la Vía Dolo— rosa.

A la mañana siguiente, Flannery alquiló un coche y se dirigió al sur, por la carretera 90, bordeando el mar Muerto, hasta Ein Gedi. Dieciocho kilómetros al sur de Ein Gedi, giró al oeste y siguió unos dos kilómetros más, para acabar en un aparcamiento al pie de una montaña empinada y estéril.

Salió del Ford y dirigió la vista a la meseta de la cumbre en la que se asentaba la fortaleza de Masada. La última vez que visitó la fortaleza lo habían llevado hasta allí en helicóptero. La ruta usual pasaba por tomar un teleférico que llevaba del aparcamiento hasta la cumbre. Los visitantes más aventureros podían ascender por un estrecho camino que serpenteaba por la ladera de la montaña, aunque estaba oficialmente cerrado debido al peligro de desprendimientos.

Flannery no tomó el teleférico ni el camino; volvió, en cambio, a subir al coche y continuó por la carretera hacia Sdom. A unos kilómetros de Masada, dejó la carretera principal, entrando por un camino estrecho y rocoso que conducía a un pequeño complejo, cerca de la orilla del mar Muerto. El sencillo y casi anodino edificio principal albergó el Monasterio de la Vía del Señor, el monasterio al que destinaran al P. Leonardo Contardi. Abandonado desde hacía muchos años, había mantenido una presencia cristiana casi constante desde los primeros días de la Iglesia. Ahora era un sitio adecuado para los arqueólogos y los estudiosos que trataran de comprender la historia entrelazada de cristianos y judíos.

Cuando se encaminaba al monasterio, un policía armado israelí le dio el alto. Flannery no esperaba encontrarse con los servicios de seguridad en aquel oscuro lugar y lo consideró un recordatorio de la tensión de la época. Mostró al policía la tarjeta de seguridad que le habían entregado durante su última visita a Israel, con la esperanza de que le sirviera. El policía la examinó con detenimiento; después, asintió con la cabeza y le indicó a Flannery que pasase.

Cuando aparcó cerca de la entrada principal y salió del coche, vio a varios trabajadores que examinaban un sector de los cimientos exteriores. Los tres hombres llevaban kipás y la mujer iba vestida con el atuendo palestino tradicional. La mujer se dio cuenta de que se acercaba y, cuando se alejó de los otros y se acercó, Flannery la reconoció.

—Usted es Azra, ¿no?

—Azra Haddad, sí —dijo ella, bajando la vista—. Y usted es el padre Michael Flannery, del Vaticano.

—Sí —respondió, sorprendido porque ella recordara su nombre después de su último y breve encuentro. Señaló a los trabajadores—. Me ha sorprendido ver a israelíes interesados por un antiguo monasterio católico.

—Algunos creen que esta estructura actual fue construida sobre el asentamiento de una pequeña comunidad de esenios —explicó Azra.

—¡Ah!, los esenios. Entonces entiendo su interés —dijo Flannery. Conocía la secta de ascetas judíos que prosperó antes y en la época de Jesús. La comunidad esenia más famosa, Qumrán, estaba asentada al norte, en la palestina Cisjordania. Allí fue donde se encontraron la mayoría de los manuscritos del mar Muerto, metidos en tinajas, como el documento de Dimas, aunque no tan bien conservados.

—¿Qué le trae por aquí, padre? —preguntó Azra—. Creí que estaba en Jerusalén, trabajando sobre el manuscrito.

—Tenía un amigo que vivió aquí durante los últimos tiempos de actividad del monasterio.

Azra se volvió y miró hacia el edificio; después se volvió hacia el sacerdote.

—¿Es mayor que usted?

—No, es más o menos… bueno, era más o menos de mi edad —dijo Flannery—. Murió la semana pasada.

—¿Se refiere al padre Leonardo Contardi?

Flannery se quedó visiblemente atónito.

—¿Cómo lo sabe?

—Tenemos un documento que menciona a todos los que estuvieron destinados aquí durante el siglo pasado. El padre Contardi estuvo aquí durante los primeros años ochenta y tiene más o menos su edad. Acabamos de enterarnos de su muerte y, claro, dos y dos…

Flannery se rió.

—Dos y dos es aritmética sencilla. Lo que usted ha hecho es trigonometría. ¿Qué más sabe sobre este lugar?

—Muchos creen que el monasterio fue fundado por Santiago, el hermano de Jesús, y siguió ininterrumpidamente como templo cristiano hasta el final del primer milenio, cuando los musulmanes mataron a los monjes y lo ocuparon. Ellos, a su vez, fueron expulsados por los cruzados, en 1099. Los cruzados establecieron aquí una nueva orden católica, que sobrevivió durante las ocupaciones mongola, egipcia, turca, francesa y británica; después Israel. Se cerró en 1986 y el Vaticano negoció un acuerdo por el que el monasterio y los terrenos se devolvían a Israel.

—Tengo que decir que estoy muy impresionado. Ha aprendido muchas cosas trabajando en este lugar.

—La mayor parte de las cosas que sé se las debo a mi esposo.

—¿Es arqueólogo?

Ella negó con la cabeza.

—Como su amigo, el padre Contardi, mi marido estuvo aquí como monje.

—¿Monje? —dijo él, sorprendido.

—Dejó la Iglesia antes de que nos casáramos —explicó Azra—, pero siempre le fascinó este lugar… hasta su muerte —añadió, con un tono tranquilo y equilibrado, como si hubiese enterrado su dolor mucho tiempo atrás.

—¿Es usted cristiana, Azra?

—Soy palestina musulmana y ciudadana israelí.

—Me ha dicho que a su marido le fascinaba este lugar. ¿Por su posible conexión con los esenios?

—En parte —respondió ella—. Pero, sobre todo, por una leyenda que descubrió durante su época de monje.

—¿Una leyenda?

—La de que, en algún sitio cercano, yace enterrado un relato secreto de la vida y ministerio de Jesús, perdido desde la época de la caída de Jerusalén.

Flannery quería preguntarle si se estaba refiriendo al evangelio de Dimas. Después de todo, ella misma había descubierto la urna en Masada, que solo estaba a unos kilómetros de allí, pero se contuvo, porque no sabía si ella conocía, ni si estaba autorizada para saberlo, la naturaleza del manuscrito que se había descubierto dentro de la urna.

—Habla usted de un escrito secreto —dijo él, escogiendo cuidadosamente las palabras—. ¿Se refiere a algo parecido a los manuscritos del mar Muerto?

—Sin duda, su descubrimiento en Qumrán alimentó la leyenda —replicó Azra—. Llegó a convertirse en una especie de rito de iniciación para cada nuevo monje pasar varios años buscando las enseñanzas perdidas del Mesías. Algunos nunca dejaron de buscar, mientras que otros acabaron desencantándose y marchándose, bien a otros monasterios, bien a buscarse la vida fuera de la Iglesia, como hizo mi marido.

—¿Creían todos que existía ese documento?

—Había quienes lo creían, aunque otros estaban convencidos de que no existía en el ámbito físico, pero era como el Santo Grial que buscaban los caballeros del Rey Arturo.

—¿Y usted qué cree, Azra? ¿Cree que cerca de aquí ocultaron un evangelio perdido? —preguntó Flannery.

—Siempre he pensado que la verdad está en ambos mundos, el tangible y el etéreo.

Flannery pudo ver la sombra de una sonrisa en los labios de Azra y, aunque había pasado mucho tiempo desde que se la pudiera considerar joven, no pudo dejar de recordar la mujer con la sonrisa más famosamente inefable de todas, la Mona Lisa.

—Muy bien, aceptaré eso —dijo, hablando más despacio mientras consideraba exactamente lo que quería preguntar—, pero eso me lleva a otra pregunta… que puede tener una relación con este monasterio.

—¿Cuál es?

—¿Conoce una organización llamada Via Dei?

Una sombra reemplazó la sonrisa de Azra; ella miró rápidamente a su alrededor, como si tratara de ver si había alguien escuchando.

—¿Dónde ha oído hablar de esa gente?

—Entonces,
¿conoce
Via Dei?

—He oído hablar de ellos.

—Dígame todo lo que sepa.

—Padre Flannery, ¿por qué anda usted detrás de esto?

—Ha surgido… hace poco —replicó, procurando no concretar mucho—. Creo que el padre Contardi estuvo relacionado de alguna manera con Via Dei.

—¿Esa relación ha tenido algo que ver con su muerte?

—No… no lo sé —respondió Flannery, sorprendido por la pregunta. En realidad, él sospechaba la existencia de alguna relación entre la muerte de su amigo y la organización secreta de su juventud. Quizá el mismo Flannery fuese el agente del deceso de Contardi, al haberlo afectado de un modo tan terrible al suscitarle unos recuerdos que el frágil sacerdote no estaba preparado para afrontar.

—Usted sabe algo de Via Dei, ¿no? —presionó Flannery.

—No estoy segura de que pueda distinguir lo que sé de lo que sospecho —respondió Azra.

—Entonces, ¿qué sospecha?

—Que, durante muchos años, este monasterio ha estado estrechamente relacionado de alguna manera con Via Dei… quizá desde la época de las cruzadas.

—¿Pero no antes? —preguntó Flannery.

—¿Antes?

—Estoy tratando de descubrir cuánto tiempo lleva funcionando esta Via Dei. ¿Podría haber existido antes de las cruzadas, o la crearon los cruzados como orden secreta, parecida a la de los caballeros templarios?

—Puede ser anterior a las cruzadas —dijo Azra, rotundamente—. Puede haber estado implicada en la creación de los templarios.

—Azra, ¿su marido era miembro de Via Dei?

Ella negó enfáticamente con la cabeza.

—No. Si lo hubiera sido, nunca hubiese podido abandonar la fraternidad y nunca le hubiesen permitido casarse.

—Pero él conocía Via Dei, ¿no es así? Y le habló a usted de ella.

—Sí, él sabía lo suficiente para estar asustado lejos del monasterio y fuera de la Iglesia.

—Sin embargo, estuvo fascinado toda su vida por este monasterio… ¿no es eso lo que me dijo?

—Miedo y fascinación —dijo ella en voz baja—. Con mucha frecuencia van parejos —miró al sacerdote, con una mirada casi suplicante—. Quizá ya hayamos hablado bastante de Via Dei. Puedo guiarle visitando el monasterio —e hizo un gesto señalando la entrada e invitándole a pasar.

Flannery estaba convencido de que la mujer sabía más, pero no quiso presionarla demasiado, temiendo haberla asustado ya. Quizá ella sospechara que él fuera miembro de la orden secreta y estuviera tratando de determinar qué sabía y hasta qué punto podía ser una amenaza para la organización.

Como leyendo su mente, Azra dijo:

—Padre Flannery, me arriesgaré a pensar que usted no pertenece a Via Dei.

—No soy miembro de ella —la tranquilizó él.

—Pero, ¿se acercaron a usted para que ingresara en ella?

—Fue hace mucho, mucho tiempo, en mi juventud.

—Entonces ya sabe algo de Via Dei. No le diré que deje su investigación; me parece que es un hombre valeroso y unas palabras de una vieja no lo detendrán. Le pido, sin embargo, que tenga mucho cuidado en su investigación. Averigüe en quién puede confiar y en quién no, y no le será fácil distinguir entre ambos.

—¿Por qué tiene tanto miedo? —preguntó Flannery.

Ella lo miró con curiosidad.

—Yo no tengo miedo de Via Dei. No soy más que una pobre mujer que excava en la tierra para sacar los restos que el suelo me dé. ¿Por qué iban a reparar en alguien tan… invisible como yo? Pero, ¿en un gran hombre de la Iglesia como usted? La talla implica una gran visibilidad, algo que una organización secreta como Via Dei teme siempre… tratarán de destruirlo.

De repente, la oscuridad desapareció de sus ojos y ella sonrió abiertamente.

—Ya es hora de la visita al monasterio que le prometí.

Volviéndose, señaló primero la entrada principal que estaba ante ellos; después, una puerta más pequeña a unos seis metros a su izquierda y otra igual a unos seis metros a su derecha.

—Hay tres puertas por las que se puede entrar en el Monasterio de la Vía del Señor. Escoja sabiamente.

Él examinó las tres entradas. Al principio, creyó que las puertas a la izquierda y a la derecha eran idénticas, pero después se dio cuenta de que eso solo era una ilusión y que, en realidad, la de la derecha era un poco más pequeña y más estrecha. Inmediatamente, hizo su elección con un movimiento afirmativo de la cabeza.

—¿He hecho la elección correcta? —preguntó, mientras Azra le llevaba por el pasillo que llevaba a la más pequeña de las tres puertas.

—Todas las opciones son correctas —dijo ella—, sea que la puerta que se escoja se abra al Cielo, al Infierno o… a Via Dei.

Capítulo 27

D
aniel Mazar tomó un sorbo de su café matutino mientras estudiaba una sección del manuscrito de Dimas que había imprimido de los archivos de imagen del ordenador. Prefería trabajar sobre papel, no solo porque había aprendido el oficio mucho antes de que los ordenadores se hicieran ubicuos, sino también porque le permitía hacer anotaciones en la copia y esbozar conexiones entre porciones de texto.

Cuando se descubrieron las secciones insertas en hebreo, Yuri Vilnai se había basado en su presencia para cuestionar la autenticidad del manuscrito. Aunque los ejemplares más antiguos del Antiguo Testamento estaban en hebreo, prácticamente todos los escritores del Nuevo Testamento utilizaron el griego y ninguno intercaló fragmentos en hebreo, como se habían encontrado en el documento de Dimas.

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