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Authors: Robert Vaughan Paul Block

Tags: #Intriga, Religión, Aventuras

El manuscrito Masada (41 page)

BOOK: El manuscrito Masada
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—Si me necesita, estaré en el puesto de entrada. —Se alejó por el pasillo.

—¿Qué hacemos primero? —preguntó Preston después de ponerse las zapatillas de papel y los guantes.

—Busca el manuscrito —contestó ella.

—Espero que todavía esté aquí, en alguna parte —dijo Flannery mientras se ponía también los elementos de protección.

—¿Por qué dice eso?

—Bueno, Via Dei tenía información de que estaba en el laboratorio, pero lo único que encontraron fue la urna que recuperamos la noche pasada. De alguna manera, lo pasaron por alto.

—Pronto lo descubriremos —dijo Sarah cuando los condujo al interior.

La puerta de la cámara acorazada seguía abierta, como estaba cuando se encontró el cuerpo de Mazar. Sarah examinó minuciosamente el interior; después, volvió hacia ellos, moviendo la cabeza.

—Está completamente vacía. Y, si hubiese estado allí, no es posible que hubiesen pasado por alto el manuscrito.

—Quizá te mintieran —le dijo Preston a Flannery—. Quizá lo tuvieran en su poder todo el tiempo y te estuviesen poniendo a prueba, para ver si estabas dispuesto a entregárselo.

—No creo. No. Si ellos hubieran tenido el manuscrito, no se habrían molestado tanto para secuestrarme. No habrían necesitado que me uniese a ellos.

—Estoy de acuerdo —dijo Sarah mientras salía de la cámara—. Solo hay otra explicación. Alguna otra persona con acceso a la cámara lo retiró antes del asalto.

—¿Cómo quién? —preguntó Preston.

—Yo, por ejemplo —sonrió—. Como oficial de seguridad de este proyecto, yo tenía acceso a una de las dos combinaciones —vio sus expresiones de confusión y añadió—: No os preocupéis; yo no me llevé el manuscrito. Solo estaba haciendo una observación importante. Conozco esa combinación, está archivada en el cuartel general y podría haber estado comprometida. Los profesores Mazar y Vilnai conocían la otra combinación.

—Quizá forzaran a Daniel a que abriera la cámara —aventuró Preston.

—Quizá, pero, ¿por qué iban a matarlo? —dijo ella en voz alta—. Quiero decir que, cuando se dieron cuenta de que el manuscrito no estaba, ¿no tratarían de utilizarlo para descubrir su ubicación, igual que trataron de utilizarlo a usted, padre?

—Puede que Daniel lo escondiese —sugirió Flannery—. Si se percató de que estaban atacando el laboratorio, quizá no confiara en la cámara de seguridad.

—Entonces, ¿dónde está? Nuestra gente ha examinado por completo este laboratorio.

Sarah recorrió toda la sala, mirando con atención dónde ponía los pies, para no comprometer ninguna prueba. La detuvo un pequeño panel de la pared, en un rincón de la sala y abrió la puerta. En un estante, en el interior, había una grabadora de vídeo. Estaba encendida y ella pulsó varias veces el botón de expulsión de la cinta para asegurarse de que no había ninguna metida.

—Hay algo extraño aquí —susurró—. Este vídeo graba las imágenes que recoge aquella cámara —señaló una cámara de seguridad que había encima de la puerta—. El teniente Lefkovitz dice que alguien debió de olvidarse de meter la cinta, pero nadie carga ni descarga este vídeo. La misma cinta está grabando continuamente. Es un bucle continuo que graba seis horas y después borra la grabación anterior. Es un sistema muy sencillo y, por regla general, muy eficaz.

—A menos que alguien sepa dónde está el vídeo —observó Preston.

—Exactamente. La gente que mató al profesor Mazar debía de conocer el sistema y retirar la cinta.

Flannery no estaba escuchando la conversación, sino que estaba examinando algo que le había llamado la atención. Llamó a los demás y le dijo a Sarah:

—Cuando mencionó una cámara de seguridad, yo miré en otro sitio y vi esta aquí encima. ¿Está conectada al mismo vídeo?

Sarah vio una pequeña webcam embutida entre algunos libros en un estante que estaba sobre uno de los puestos de ordenador.

—No forma parte del sistema de seguridad.

Para inspeccionarla mejor, apartó los libros; siguió el cable desde el estante y por detrás del ordenador hasta donde estaba conectado en el puerto USB de la unidad que estaba en el suelo.

—Este ordenador está encendido —dijo sorprendida, levantándose.

—No, no está encendido —dijo Preston—. Todos están apagados.

—Este no —Sarah examinó el monitor—. Alguien apagó el monitor, pero dejó funcionando el ordenador.

Pulsó el interruptor de la pantalla. Crujió por la electricidad estática y, poco a poco, apareció el salvapantallas. Pulsó el botón del ratón y desapareció la imagen en movimiento, apareciendo el escritorio del PC.

—Hay un programa de captura de la
webcam
y está activo, aunque debía estar apagado.

Movió el cursor, pulsó el botón «atrás» para saltar al principio de la grabación y después pulsó el de «play».

Al principio, todos vieron un par de manos que ocupaban un lugar destacado en primer plano. Después, las manos desaparecían, mostrando a Daniel Mazar ajustando la cámara en el estante.

—Sarah —dijo Yuri Vilnai al aparecer en la puerta del laboratorio—, me alegro de que me mandaras llamar. Traté de llegar antes, pero estos locos de la puerta no querían dejarme pasar. Evidentemente, tú tienes más mano con la policía.

—Sí —contestó Sarah—. Entra, por favor.

—El manuscrito… ¿lo habéis encontrado? —preguntó él con impaciencia.

—¿Cómo sabías que faltaba?

—Fue lo primero que comprobé cuando llegué aquí y encontré muerto al pobre Daniel.

—¿Quieres decir que miraste en la cámara acorazada?

—Claro, pero no estaba allí, por lo que me imaginé que estaba dentro de la urna y que eso era lo que debían de llevar sus asesinos cuando salían del edificio.

—¿Cómo supones que lo consiguieron? —presionó Sarah—. Quiero decir que la cámara acorazada estaba cerrada, ¿no?

—Supongo. Quizá obligaran a Daniel a abrirla.

—Pero él solo tenía una combinación.

Vilnai parecía un poco avergonzado.

—Creo que, si le hubiera hecho falta, Daniel podría haber abierto la cámara sin dificultad.

—Igual que tú —dijo Sarah sin más detalles—. Pero nunca pensé eso. Para responder a tu primera pregunta, no, no hemos encontrado el manuscrito, aunque encontramos otra cosa.

—¿Sí? ¿Qué otra cosa importa si no es el manuscrito? —Miró a Preston y a Flannery, que lo observaban en silencio.

—Quizá quieras echar un vistazo a esto —dijo Sarah, acercándose al ordenador. Pulsó el ratón, reiniciando el vídeo que había grabado Daniel Mazar.

—¿Qué es esto? ¿Qué ocurre? —preguntó Vilnai cuando apareció la imagen del profesor ajustando la
webcam.

—Limítate a mirar —replicó Sarah.

Vilnai se desplomó casi inexpresivo en la silla que estaba ante el ordenador. En la pantalla, Mazar comenzó a hablar, con voz algo fina y aguda por el altavoz del ordenador.

La grabación comenzaba cuando Mazar llamó por teléfono a Preston pidiéndole que viniese rápidamente al laboratorio. Cuando Preston preguntó si había ocurrido algo, Mazar replicó:

—No es lo que ha ocurrido, sino lo que va a ocurrir. Es decir, si estoy en lo cierto.

—¿En lo cierto con respecto a qué? Daniel, amigo mío, te encuentro muy, muy misterioso. ¿Qué pasa?

—Si te lo dijese, pensarías que estoy loco. Tendrás que verlo con tus propios ojos.

—¿Esperará hasta que llegue yo ahí? —Ha esperado dos mil años… supongo que puede esperar una hora más.

Tras esa llamada, Mazar continuó con su trabajo en el ordenador, el tiempo que narraba lo que estaba haciendo.

—Estoy trabajando con una fotocopia del manuscrito, porque es necesario que haga algunas anotaciones con el fin de extraer el código.

—¿El código? ¿Qué código? —preguntó Vilnai, interrumpiendo la grabación.

—Chss —dijo Sarah—. Escucha.

—Algunos conocerán el trabajo de mi colega, el Dr. Eliyahu Rips, uno de los principales expertos mundiales en la teoría de grupos, un campo de las matemáticas que sub— yace a la física cuántica. El Dr. Rips descubrió un código oculto en la Torá que parece revelar los detalles de acontecimientos que se producen miles de años después de la redacción de las Escrituras.

»Asombrosamente, he descubierto ese código, incluido en las porciones hebreas de nuestro manuscrito de Dimas. Una entrada dice que el manuscrito estará enterrado en la "montaña de los patriotas judíos" hasta que sea el momento en que haya de ser revelado. La fecha de esa revelación, dada en el calendario hebreo, coincide con el mismo día en que fue desenterrado el manuscrito en Masada. Más increíble aún: el mensaje codificado dice que el evangelio será codiciado por muchos y que, no mucho después de su descubrimiento, será secuestrado y devuelto a la oscuridad por manos humanas. El período de tiempo entre el descubrimiento del manuscrito y su desaparición está dado en días y revela que será robado en este mismo día.

En el monitor, se veía a Mazar mirando a la cámara.

—No sé si esos mensajes son avisos o predicciones absolutas, pero, asumiendo la teoría de que sea una advertencia, planeo retirar el manuscrito de su lugar normal.

Yuri Vilnai miraba la pantalla como hipnotizado, viendo cómo interrumpían a Mazar una especie de estampidos cuya intensidad aumentaba hasta convertirse en el inconfundible sonido de los disparos. Vilnai vio al profesor que se apartaba rápidamente del ordenador, oyó abrirse y cerrarse la puerta del laboratorio, escuchó paralizado cómo exclamaba Mazar: «
¡Dios mío! ¡La profecía es cierta!
»

El vídeo seguía en marcha y Vilnai vio que Mazar se dirigía a la cámara acorazada, que quedaba fuera de foco, y reaparecía poco después con el manuscrito. Estaba en un extremo de la pantalla cuando retiró uno de los cajones del archivador y colocó el manuscrito en el interior, volviendo a colocar luego el cajón.

Vilnai se dio la vuelta, mirando hacia el archivador. El cajón estaba en el suelo y no se veía nada en su interior.

—Sigue mirando —dijo Sarah, señalando el monitor.

Vilnai comenzó a agitarse cuando Mazar dijo directamente a la cámara: «
Me temo que estas sean mis últimas palabras en esta Tierra. Cuiden el manuscrito. Protéjanlo con sus vidas. Eso es lo importante».

Un momento después, los pistoleros irrumpían en la sala y pudieron verse los momentos finales de la vida de Daniel Mazar, cuando le dispararon a quemarropa, abrieron la cámara acorazada y escaparon.

Agitándose todavía, Vilnai se levantó y se apartó del ordenador.

—Daniel… grabó su propia muerte —dijo, con voz quebrada.

—Espera —dijo Sarah— Hay más.

—No, apágalo. No quiero ver nada más.

—¿Estás seguro?

—Yo… por favor… —Vilnai se desplomó en una silla y se tapó la cara con las manos—. Por favor —suplicó con voz apagada—. Apágalo.

Sarah detuvo el programa.

—¿Por qué, Dr. Vilnai? —preguntó ella. Al no obtener respuesta, continuó—: Te das cuenta de que la grabación muestra todo, ¿no? Lo que dijisteis ambos… lo que le hiciste… cómo robaste después la grabación de la cámara de seguridad para encubrir tu crimen.

Vilnai seguía sin hablar.

—¿Por qué lo mataste?

—Yo no tuve nada que ver con el asalto —dijo Vilnai, con los ojos abiertos de par en par, aterrorizado, cuando miró hacia ella—. Quiero que sepas eso. Lo juro, yo no tenía nada que ver con eso.

—Pero tú lo mataste —dijo Preston, acercándose.

Vilnai asintió, con lágrimas en sus mejillas.

—Sí. Sí, yo lo maté.

—Te pregunto de nuevo: ¿Por qué? —presionó Sarah.

—Iba a morir de todos modos. Sus heridas eran terribles. Apenas resistía.

—Pero era la vida a lo que se estaba aferrando —dijo Flannery—. No tenías derecho a jugar a Dios.

—No comprendéis. Nadie comprende —dijo Vilnai—. Fue Daniel quien cometió el error con el osario de Santiago. Él lo autenticó. Fue su descuidada investigación. Yo demostré que era un error, pero, ¿se me reconoció por esto? Todo lo contrario. La gente pensaba que yo le había asestado una puñalada trapera a un colega. Y Daniel, a pesar de su error, seguía infundiendo más respeto que yo.

—¿Y por eso lo mataste? —dijo Preston, incrédulo.

—Cuando me habló del código de la Torá… No podía soportar que se llevara todo el crédito, póstumamente, encima. Yo quedaría siempre en la sombra. No, mejor para él que permaneciese callado y yo me encargaría de continuar su trabajo.

—Queda usted detenido, Dr. Yuri Vilnai, por el asesinato del Dr. Daniel Mazar —dijo Sarah con autoridad.

—Yo… no me resistiré —dijo Vilnai con voz débil.

—Las cosas serán más fáciles para usted si devuelve el manuscrito —añadió ella.

Vilnai levantó la vista sorprendido.

—¿Qué quiere decir?

—El manuscrito —dijo Preston—. ¿Qué ha hecho usted con él?

—No sé nada del manuscrito. ¿No estaba en ese archivador?

Sarah negó con la cabeza.

—No estaba allí.

—Entonces, los terroristas tienen que haberlo cogido.

—No —dijo ella—. En el vídeo está claro que se fueron sin él. Alguien volvió a la sala y lo sacó del archivador después de que acabara el tiempo de grabación.

—Se lo juro. No sé dónde está el manuscrito —protestó Vilnai.

—¿Y por qué tenemos que creerte? —preguntó Preston.

—He confesado el asesinato. ¿Crees que confesaría eso y mentiría sobre un robo?

—No pondría la mano en el fuego por ti ni en eso ni en cualquier otra cosa —dijo Preston con una voz que destilaba desprecio.

—Nos preocuparemos de eso más tarde —declaró Sarah—. Ya es hora de que el profesor se dé un paseo hasta el cuartel general de la policía y se acostumbre a su futura residencia.

Dos horas más tarde, una mujer pulsaba un número en su teléfono móvil. Cuando se estableció la comunicación, ella dijo:

—¿Padre Flannery? Soy Azra Haddad. Usted está buscando el evangelio de Dimas, ¿no es así?

—¿Azra? —replicó Flannery—. ¿Quién le ha dicho que ha desaparecido?

—Usted busca el manuscrito, ¿no?

—Sí, sí. Lo estamos buscando.

—Yo tengo cierta información que puede resultarle útil.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Flannery—. ¿Sabe dónde está?

—Reúnase conmigo a las cuatro treinta de la tarde —le dijo Azra—. Pero esta información es solo para usted. Por favor, no traiga a nadie con usted y no le hable a nadie más del encuentro.

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