El mazo de Kharas (34 page)

Read El mazo de Kharas Online

Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El mazo de Kharas
10.12Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Será mejor que me dejes el Yelmo de Grallen —pidió Flint.

Tanis se lo dio. El enano le frotó un poco la suciedad y le sacó brillo al rubí con la manga. Después se lo puso debajo del brazo y esperó.

—¿Esos hylars huyen de la luz? —preguntó Caramon.

—No. Los hylars no le temen a nada —contestó Flint.

20

Héroe renacido

Una complicación imprevista

Un contingente de doce enanos hylars avanzaba de frente por el corredor. Todos excepto uno vestían cota de malla y un pesado peto de armadura encima. La excepción era un enano sucio y con aspecto de estar enfermo que llevaba grilletes en las muñecas. Mientras los hylars hacían frente a los extraños, ese enano se sentó pesadamente en el suelo, como si estuviese exhausto. Uno de los hylars se paró para ponerle la mano en un hombro mientras le decía algo. El enano con aspecto de estar enfermo asintió con la cabeza, como si le asegurara a su compañero que se encontraba bien.

Algunos de los hylars blandían espadas y otros empuñaban lanzas, además del martillo de guerra que llevaban colgado de un correaje a la espalda. Varios sostenían faroles que irradiaban una extraña luz verdosa que alumbraba una amplia área. Los enanos caminaban despacio, pero a paso regular, corredor adelante.

Al irse acercando, uno de ellos se adelantó al resto. Iba equipado con armadura igual que sus compañeros, pero, a diferencia de ellos, vestía un tabardo encima de la armadura. En el tabardo lucía un martillo como insignia y en una mano empuñaba un martillo de guerra increíblemente grande; mucho más grande que el que llevaría un enano por norma general. A lo largo del mango e incluso en la cabeza del martillo, se habían grabado runas de alabanza a Reorx, Forjador del Mundo.

Sturm miró de hito en hito el martillo y se acercó a Tanis.

—¡Ése es el Mazo de Kharas! —dijo el caballero en voz baja—. ¡Lo he reconocido por haberlo visto en cuadros antiguos!

—Tienes buena vista, humano —dijo el enano en Común. Alzó el mazo y lo contempló con cariño—. Éste no es el verdadero mazo, sino una réplica. Encargué que me lo hicieran cuando tomé mi nombre, porque soy Kharas —manifestó enorgullecido—. Arman Kharas. Kharas el menor. Kharas renacido. Algún día me será otorgada la capacidad de saber cómo hallar el verdadero mazo. Hasta ese día, empuño éste como un recordatorio para todos de que estoy destinado a la grandeza.

—Dioses benditos —masculló Sturm. No osó mirar a Tanis.

Arman Kharas era más alto que otros enanos. Era el enano más alto que Tanis había visto en su vida y tanto por físico como por estatura podía rivalizar con Caramon entre los humanos. Tenía los hombros anchos, así como el torso, en tanto que las piernas eran gruesas y musculosas. El largo y negro cabello le llegaba más abajo de los hombros. La negra barba trenzada le sobrepasaba la cintura. Llevaba puesto un yelmo con gemas engarzadas y marcado con el símbolo del martillo.

Arman y sus soldados se detuvieron a unos veinte pasos de los compañeros. Los otros hylars observaban al grupo con una mezcla de sorpresa y suspicacia. Arman los miraba sosegadamente. Les hizo una seña a algunos de sus guerreros.

—Id a ver qué ha sido ese ruido.

Los soldados partieron y pasaron corriendo junto a los compañeros, a los que lanzaron miradas desconfiadas.

—Ese ruido que habéis oído era la Puerta Norte al abrirse —dijo Flint, que cambió del Común al lenguaje enano.

Arman le lanzó una fugaz ojeada y después miró a otro lado mientras esperaba el regreso de sus soldados. Volvieron pronto, a toda prisa, e informaron que la Puerta Norte estaba abierta y que no podía cerrarse de nuevo porque estaba hecha añicos al pie de la ladera.

—¿Lo habéis hecho vosotros? —inquirió Arman, ceñudo.

—No rompimos la puerta, si es a eso a lo que te refieres —repuso Flint.

Tasslehoff había estado observando con atención los faroles que llevaban los enanos.

—¡Hay gusanos ahí dentro! —exclamó de repente—. ¡Gusanos que brillan! Caramon, mira...

—Cuatro humanos, un neidar y un kender. —Arman pronunció la última palabra como si le hubiese dejado mal sabor de boca.

—Tasslehoff Burrfoot —se presentó Tas, que dio un paso adelante con la mano extendida.

Caramon asió al kender y tiró de él hacia atrás. Lo mantuvo sujeto firmemente por el hombro, y Raistlin lo ayudó plantando el bastón delante de Tas.

—Sólo trataba de ser educado —protestó Tas, ofendido.

—¿Cómo han pasado por la puerta clausurada cuatro humanos, un neidar y un kender? —demandó Arman.

Flint abrió la boca para contestar, pero Arman alzó la mano en un gesto imperioso.

—¿De dónde has sacado ese yelmo que sostienes bajo el brazo? Es un antiguo diseño hylar y, según parece, vale una fortuna. ¿Cómo ha llegado semejante yelmo a manos de un neidar?

—Lo encontramos —dijo Tas, que añadió su latiguillo preferido—: Creo que se te debió de caer.

Caramon suspiró y le tapó la boca al kender con su manaza.

Flint se había ido enfureciendo paulatinamente desde que Arman Kharas había empezado a hablar. No lo aguantó más y la rabia lo desbordó.

—¡Veo que los enanos bajo la montaña no han aprendido modales en los últimos trescientos años! —espetó, furioso—. Estás en presencia de una persona mayor, joven, pero ni siquiera has tenido la cortesía de preguntar cómo me llamo o por qué estamos aquí antes de ponerte a lanzar acusaciones.

—Soy un príncipe hylar —dijo Arman, que había enrojecido—. Yo hago las preguntas y doy las órdenes. Con todo —dijo tras una pausa que indicaba que quizá no estaba tan seguro de sí mismo como hacía ver—, permitiré que os expliquéis, si es que podéis. Decid vuestros nombres.

—Soy Flint, hijo de Durgar, nieto de Rhegar Fireforge. Un Enano de las Colinas —añadió, casi gritando las palabras—, como lo fueron mi padre y mi abuelo antes que yo. ¿Quién es tu padre, Arman Kharas, para que afirmes ser un príncipe?

—Soy, como he dicho, Arman Kharas, hijo de Hornfel, thane de los Hylar. Soy el héroe renacido de los enanos. Cuando me fue dado este nombre, una luz sagrada me rodeó... El espíritu de Kharas entró en mi cuerpo. Soy su encarnación y, como tal, estoy destinado a hallar el Mazo, unificar las naciones enanas y hacer a mi padre, Hornfel, rey.

Mientras Arman proclamaba su importante legado, Tanis reparó en que alguno de los hylars ponían los ojos en blanco. Varios parecían sentirse abochornados. Uno masculló algo entre dientes y los que estaban cerca de él esbozaron una sonrisa. Su regocijo cesó rápidamente cuando Arman miró de casualidad en su dirección.

Flint se atusó la barba. No sabía qué decir a eso y por ello decidió retomar el asunto de la puerta.

—Como te he dicho, Arman Kharas, la puerta se abrió para nosotros. No hemos tenido nada que ver en su destrucción. El saliente en el que debería haberse apoyado el bloque de granito se había desmoronado con el paso del tiempo. El mecanismo empujó la puerta más allá del borde, el eje no pudo soportar la tensión generada por el peso del bloque de granito y se partió. La puerta cayó al fondo de la garganta.

—¿Cómo habéis encontrado la puerta que ha permanecido oculta durante trescientos años, Flint Fireforge? —demandó Arman Kharas, fruncido el entrecejo. Seguía utilizando el Común para que todos pudieran entender—. ¿Y con qué medios entrasteis tú y tus compañeros humanos?

—Y kender —murmuró Tasslehoff bajo la manaza de Caramon—. ¡Me deja fuera todo el tiempo!

—Ilusiones —masculló Caramon.

—Nos guió esto —contestó Flint, que sostuvo en las manos el Yelmo de Grallen—. Mis amigos lo encontraron en el Monte de la Calavera...

—Yo encontré el yelmo en el Monte de la Calavera —lo corrigió Raistlin, que hizo una leve inclinación de cabeza a Arman Kharas—. Soy Raistlin Majere y éste es mi hermano, Caramon.

El guerrero hizo una torpe y brusca reverencia.

—Supe de inmediato que el yelmo era mágico —prosiguió Raistlin—. Estaba poseído por el espíritu de su difunto dueño, muerto en batalla. Se llamaba Grallen, hijo de Duncan...

Arman dio un grito y se llevó la mano a la espada al tiempo que retrocedía un paso. Sus hombres se agruparon a su alrededor en medio de un clamor de gritos, y las graves voces resonaron en la cámara.

Caramon llevó la mano a la espada, al igual que Sturm. Miraron a Flint, que parecía tan desconcertado como cualquiera de ellos. Ésa no era la reacción que habían esperado. Habían dado por sentado que serían aclamados como héroes por llevar de vuelta el yelmo del príncipe muerto. En cambio, parecía más probable que se vieran obligados a luchar para salvar la vida.

Arman hizo que cesara el tumulto con un gesto imperioso. Miró fijamente el yelmo con expresión torva, severa, y luego volvió a mirar a Raistlin.

—Un hechicero humano. Debería haberme dado cuenta. ¿Fuiste tú el que trajo aquí el yelmo? —demandó.

—Lo encontré —repuso Raistlin—. El noble caballero —señaló a Sturm— se ofreció a ponérselo, permitiendo así que el espíritu del príncipe enano tomara control de su cuerpo. Bajo el encantamiento del yelmo, el príncipe Grallen nos pidió que lo acompañáramos al hogar de sus antepasados. El espíritu del príncipe abrió la puerta. Nos alegra haber podido satisfacer la petición de su alma, ¿verdad, Sturm? —dijo el mago con mordacidad.

—Soy Sturm, hijo de Angriff Brightblade —se presentó el caballero sin apartar la mano de la espada—. He tenido el honor de poder servir al príncipe caído en batalla.

Arman los miró con detenimiento a todos ellos; los oscuros ojos relucían bajo el entrecejo fruncido.

—Te toca, Tanis —dijo suavemente Raistlin.

Tanis miró a Flint, que se encogió de hombros. Estaba tan desconcertado como los demás.

—Alteza —se dirigió Tanis a Arman Kharas—, Raistlin es diplomático cuando dice que vinimos aquí con el yelmo de forma voluntaria. La verdad es que no tuvimos otra opción. El yelmo había tomado a nuestro amigo, Sturm Brightblade, de rehén, o como si lo fuera, y lo obligó a venir a Thorbardin. Sturm no sabía lo que hacía. Estaba en trance, dominado por un príncipe muerto hace trescientos años. No teníamos idea de quién era ese príncipe, excepto Flint, que conoce la historia de vuestro pueblo.

—Ya lo creo que la conozco. Muy bien. Sé cómo el rey Duncan nos dejó fuera de la montaña, para que muriéramos de hambre...

—Así no estás ayudando —murmuró Tanis.

Flint rezongó algo entre dientes.

Kharas sacudió la cabeza.

—Si doy crédito a lo que contáis y nos trajisteis el yelmo con toda inocencia, entonces es peor aún. —Miró el yelmo y su expresión se ensombreció—. El yelmo del príncipe Grallen está maldito y, si es éste, habéis hecho que la maldición caiga sobre nosotros. ¡Habéis traído la perdición a los enanos!

—Lo siento. —Tanis suspiró—. Era imposible que supiéramos eso. —Su disculpa era poco convincente, pero no se le ocurría otra cosa.

—Tal vez sí o tal vez no —dijo Arman Kharas—. He de informar sobre la destrucción de la puerta al Consejo de Thanes. Tendréis ocasión de contarles vuestra historia. Si la creen...

—¿Qué quieres decir con «si»? —inquirió Flint, encrespado—. ¿Tienes el valor de insinuar en mis propias barbas que mis amigos y yo estamos mintiendo?

—Sólo tenemos vuestra palabra de que ese yelmo es lo que afirmáis que es. Podría ser un fraude, una falsificación.

Flint parecía a punto de reventar de rabia, pero Raistlin se le adelantó antes de que tuviese ocasión de contestar.

—Hay un modo sencillo de comprobar si decimos la verdad, alteza —sugirió con voz fría.

—¿Y cuál sería? —demandó Kharas con desconfianza.

—Que te pongas el yelmo —repuso Raistlin.

—¡Ningún enano se atrevería a hacerlo! —Kharas dirigió al yelmo una mirada de espanto—. Tendrá que ser el Consejo el que determine qué es lo mejor que se puede hacer en este asunto.

—¡Yo me lo pondré! —se ofreció Tasslehoff, pero nadie lo tomó en cuenta.

—¡No tengo por qué demostrar a ese Consejo ni a nadie que no soy un mentiroso! —Flint estaba tan enfadado que casi no podía hablar. Se volvió bruscamente hacia sus amigos—. ¡Os dije a todos que era un error venir aquí! ¡No sé qué pensáis hacer vosotros, pero yo me marcho! ¡Y puesto que veo que aquí no se desea este yelmo, me lo llevo!

Flint se metió el yelmo debajo del brazo y echó a andar por el corredor en dirección a la puerta rota.

—¡Detenedlo! —ordenó Arman Kharas al tiempo que hacía un gesto imperativo—. ¡Apresadlos!

Sus soldados se pusieron en movimiento desde que pronunció la primera orden. Sturm bajó la vista hacia la punta de lanza que le hacía cosquillas en el cuello. Tanis sintió algo puntiagudo que le tocaba la espalda. Caramon alzó los puños, pero Raistlin le susurró algo y el guerrero, asestando una mirada fulminante a los enanos, bajó los brazos y los dejó caídos contra los costados. Tasslehoff dio un golpe con la jupak, pero un enano se la quitó de la mano de una patada y a continuación asió al kender por el copete al tiempo que le ponía un cuchillo al cuello.

Al oír el jaleo a su espalda, Flint giró sobre sus talones. Tenía el rostro congestionado de rabia y se le marcaban las venas de la frente. Dejó el Yelmo de Grallen a sus pies, como para protegerlo, y enarboló el hacha de guerra.

—¡Mandaré con sus antepasados el alma del primer enano que se me acerque y que Reorx me lleve si no lo hago!

Arman Kharas impartió una seca orden y cuatro enanos fueron hacia Flint con las armas enarboladas.

Tanis gritó a Flint que lo dejara, pero el indignado Enano de las Colinas maldecía, juraba mientras blandía el hacha en violentos arcos y, o no lo oyó, o es que hizo caso omiso de la orden de Tanis. Los soldados enanos lo aguijonearon con las lanzas y Flint arremetió contra ellos con el hacha. Mientras tanto, otro soldado se había deslizado detrás de él, le hizo una zancadilla y Flint cayó de espaldas al suelo. Los otros soldados saltaron sobre él y uno le arrebató el hacha. Los demás le sujetaron brazos y piernas.

—¡Traición de Thorbardin! ¡Lo esperaba! ¡Te advertí sobre esto, Tanis! —bramó Flint mientras forcejeaba en vano para soltarse—. ¡Te dije que nos tratarían así!

Una vez que las manos de Flint estuvieron atadas, los soldados lo pusieron de pie, aunque seguía maldiciendo y rabiando. Todos, Kharas incluido, miraron el Yelmo de Grallen que seguía en el suelo, donde Flint lo había dejado. Ninguno hizo la menor intención de acercarse a él y mucho menos tocarlo.

Other books

Cheetah by Wendy Lewis
The Baby Verdict by Cathy Williams
Blood of Paradise by David Corbett
The Foreshadowing by Marcus Sedgwick
Country Heaven by Miles, Ava
The Best of June by Tierney O'Malley
Rescuing Julia Twice by Tina Traster
Hard Target by Jacobson, Alan
Knave of Hearts by Anton, Shari