El kender no se había metido en jaleos principalmente debido al hecho de que los enanos lo habían atado con tanta eficacia que le había sido imposible soltarse. Cada vez que Tas veía algo interesante y hacía intención de desviarse, el soldado lo azuzaba en la espalda con la lanza. Caramon se preguntó cuánto duraría ese tira y afloja antes de que el kender encontrara la forma de escapar o de que el enano se sintiera tan frustrado que lo ensartara.
—Pensé que cruzar un puente con buhederas que se llaman pozos de la muerte sería muy interesante, pero no lo es. Es aburrido.
—Y en ningún momento se ha hablado de comer —rezongó Caramon—. Tengo el estómago tan vacío que está sacudiéndose alrededor de la columna vertebral. Por cierto, ¿qué comen los enanos de Thorbardin?
—Gusanos —aseguró Tasslehoff—. Como los que hay dentro de los faroles.
—¡No! —exclamó el guerrero, conmocionado.
—Oh, sí —insistió Tas—. Los enanos tienen enormes granjas donde crían unos gusanos gigantes y tienen carnicerías donde cortan filetes de gusano y chuletas de gusano y carne para guisar de gusano...
Caramon estaba horrorizado.
—Raist, Tas dice que los enanos comen gusanos. ¿Es verdad?
Su hermano, que estaba atento a la conversación de Tanis con Arman, lanzó una mirada a Caramon que dejó tan claro como si lo hubiese dicho con palabras que no lo molestara con preguntas tontas.
El guerrero se dio cuenta de pronto que ya no tenía tanta hambre como un momento antes. El kender se había pegado al parapeto e intentaba divisar el fondo.
—Si me caigo, ¿estaría cayendo hasta que saliera al otro lado del mundo? —preguntó Tas.
—Si te caes, caerás hasta que te estrelles y acabes salpicado en todas las rocas de abajo —le dijo Caramon.
—Supongo que tienes razón. —Tas miró hacia adelante, donde Flint, Tanis y Arman Kharas caminaban juntos—. ¿Oyes lo que dicen?
—Quiá —contestó Caramon—. Es imposible oír nada con todo ese pataleo de botas y golpeteo de armaduras. ¡Estos enanos hacen tanto ruido como un festival ogro!
—Y no hablemos ya del trueno —abundó Tas.
—¿Qué trueno? —preguntó Caramon, que lo miró desconcertado.
—Hace un momento se oyó un trueno. Debe de acercarse una tormenta —contestó el kender.
—Si la hubiera no se oiría desde aquí. —Caramon frunció el entrecejo—. ¿Te lo estás inventando?
—No, Caramon. ¿Por qué iba a hacerlo? He oído tronar y noté en los pies lo mismo que se siente cuando cae un rayo...
Ahora también lo oyó Caramon. El guerrero alzó la vista hacia la oscuridad.
—Eso no son truenos... ¡Raistlin, cuidado!
Arrojándose hacia adelante, Caramon derribó a su hermano y lo cubrió con su cuerpo para protegerlo justo cuando un enorme pedrusco se estrellaba en el sitio donde antes se encontraba el mago. La piedra aplastó dos estatuas de enanos y abrió una gran brecha en el parapeto antes de precipitarse en la oscuridad.
Los hylars se dispersaron cuando otro pedrusco salió lanzado detrás el primero. Ese salió desviado y pasó lejos del puente. Oyeron al primero llegar con un fuerte impacto al fondo y romperse en pedazos.
—¡Raistlin, apaga esa luz! —gritó Tanis—. ¡Que todo el mundo se eche pegado al suelo!
—
¡Dulak!
—dijo Raistlin, y la luz del cristal del bastón se apagó. Los enanos hicieron lo mismo con los faroles y quedaron inmersos en la oscuridad.
—Tampoco es que vaya a servir esto de mucho —gruñó Flint—. Los theiwars ven mejor a oscuras que con luz. Sólo es cuestión de apuntar para dar en el blanco.
—Creía que habías comentado que el acceso a las buhederas era infranqueable —le dijo Tanis a Arman.
—Lo era. —El cabecilla enano era el único que seguía de pie y miraba hacia arriba con estupefacta indignación—. Los theiwars tienen que haberlo reparado, aunque eso es raro...
Se calló cuando otra enorme piedra cayó sobre el puente, un trecho por delante de donde él se encontraba. La piedra se rompió e hizo que el puente se sacudiera de manera alarmante.
—¡Caramon, quítate de encima! ¡No puedo respirar! —urgió Raistlin, malhumorado.
—Lo siento, Raist. —El guerrero se desplazó a un lado—. ¿Te encuentras bien?
—Estoy tirado de espaldas en un puente, en medio de una oscuridad total, mientras alguien nos lanza piedras enormes. No, pues claro que no me encuentro bien —replicó Raistlin.
Otra piedra se estrelló contra el parapeto y destrozó más estatuas enanas; todos dieron un respingo.
—¡Ésa me ha pasado rozando! —informó Sturm en tono serio—. ¡No podemos quedarnos aquí hasta que nos hagan papilla!
—¿Cuánto falta para llegar a terreno seguro? —preguntó el semielfo a Arman en voz baja.
—No mucho. Sólo unos cincuenta pasos más.
—Deberíamos salir corriendo hacia allí —apremió Tanis.
—Algunos no vemos en la oscuridad como tú, semielfo —le recordó Caramon—. Me parece que prefiero acabar aplastado por una roca que caerme del puente.
Todos se pegaron más contra el suelo al oír el ruido sordo de otra gran piedra rodando en alguna parte cercana. Arman hizo un gesto a sus soldados.
—Descorred la pantalla de los faroles —les mandó.
Los enanos cumplieron la orden con presteza, y todos echaron a correr.
—Pues resulta que el puente no era tan aburrido como había pensado yo —comentó alegremente Tasslehoff—. ¿Crees que nos echarán aceite hirviendo a continuación?
—¡Corre y calla, maldita sea! —ordenó Tanis.
El kender corrió y, siendo como era ágil y al estar acostumbrado a escapar a toda prisa de todo tipo de peligros, desde alguaciles iracundos hasta amas de casa furiosas, el kender en seguida dejó atrás a todo el mundo. Caramon se movía pesadamente, sin alejarse de su hermano. Raistlin se había recogido los vuelos de la túnica y, bastón en mano, corría con rapidez. Sturm marchaba el último. No era fácil correr con las manos atadas, pero los impactos de los pedruscos les dieron un excelente incentivo para no pararse.
De pronto, tras ellos sonó un grito. Pico, el enano enfermo, había tropezado y había caído de rodillas. Arman se dio media vuelta y, al ver el aprieto en el que estaba su hermano, le tendió el Yelmo de Grallen a uno de sus soldados. Éste se encogió, sacudió la cabeza y siguió a todo correr.
—¡Yo lo cogeré! —se ofreció Flint—. Tendrás que cortar la cuerda para soltarme las manos.
Otra piedra pasó silbando y todos se agacharon en un gesto automático. Pico profirió un grito de terror cuando el pedrusco golpeó el puente muy cerca de él y una lluvia de esquirlas lo salpicó. Kharas vaciló sólo un instante y luego sacó un cuchillo, cortó las ataduras de Flint y le lanzó el yelmo. Entonces, esquivando otra piedra que chocó con la balaustrada y rebotó, regresó a toda prisa por el puente. Asiendo las manos de su hermano, Arman lo levantó y se lo cargó a la espalda.
Sin dejar de correr, avanzaron puente adelante. La luz verde de los gusanos de los faroles brillaba primero en un sitio y luego en otro conforme los faroles se mecían atrás y adelante. El centelleo enloquecido hacía que las estatuas de enanos dieran la impresión de estar ejecutando algún tipo de danza absurda que estimulaba la concepción macabra que su raza tenía de la muerte.
Tanis seguía de cerca a Flint, que ahora cargaba con el yelmo, por si su amigo necesitaba ayuda. Sin embargo, el viejo enano corría con fuerza, gacha la cabeza y las piernas moviéndose a un ritmo regular. Sujetaba firmemente el Yelmo de Grallen entre los brazos y, aunque la muerte los seguía de cerca, la sonrisa de sombría satisfacción que esbozaba no presagiaba nada bueno para cualquiera que intentara quitarle el yelmo de nuevo.
Más piedras cayeron en medio de la oscuridad teñida de verde; pasaban silbando tan cerca que notaban el soplo de aire en las mejillas. Tanis ya divisaba el final del puente que llegaba a la entrada de un pasadizo en arco. La luz arrancó destellos en los barrotes y las afiladas puntas del rastrillo, que, por fortuna, estaba levantado.
Aquello espoleó al grupo y les dio nuevos bríos a los que flaqueaban. Tasslehoff llegó a la entrada el primero, seguido por los soldados enanos, que llegaron en tromba. El resto del grupo venía detrás. Raistlin se desplomó a corta distancia del acceso y su hermano tuvo que arrastrarlo dentro. Arman Kharas, cargado con Pico a la espalda, fue el último. Una vez que estuvieron fuera del puente, las piedras dejaron de caer.
—Los theiwars nos eligieron como blanco —dijo Sturm, falto de resuello.
—Su blanco era Raistlin —comentó Tanis.
Flint resopló.
—Dije que los theiwars eran perversos, no que no tuvieran sentido común —manifestó el enano.
El templo de Reorx
El Mazo de Kharas
Un encuentro extraño
Todos, incluso los robustos enanos, que por lo general daban poca importancia a cualquier esfuerzo físico, se echaron al suelo y se quedaron allí tumbados, jadeantes. Tanis tenía muchas preguntas que hacer, pero le faltaba el resuello.
Raistlin se recostó en la pared de la torre de guardia. La piel dorada tenía una rara tonalidad verdosa a la luz del farol; el mago había cerrado los ojos y de vez en cuanto se oía el sonido rasposo de su respiración.
—No está herido, sólo exhausto —les informó Caramon.
—Todos lo estamos, no es únicamente tu hermano —replicó Sturm, malhumorado, mientras se frotaba la pierna para aliviar el calambre de un músculo—. Nos hemos pasado la mitad del día escalando una montaña. Tengo la garganta seca. Necesitamos agua y descanso...
—Y comida —abundó Caramon, que añadió precipitadamente—: Verduras o algo así.
—Esta zona sigue estando en territorio theiwar y no es segura. Un poco más adelante se encuentra el templo de Reorx —les dijo Arman—. Allí podremos descansar a salvo.
—Raist, ¿puedes seguir caminando? —Caramon miraba a su gemelo con expresión dubitativa.
—Supongo que tendré que hacerlo —contestó Raistlin, que, aún con los ojos cerrados, hizo un gesto de dolor.
—Me temo que he de pedirte que lleves de nuevo el yelmo —le dijo Arman a Flint—. El pobre Pico no puede seguir sin mi ayuda y ninguno de mis soldados quiere saber nada de eso.
—Si piensan que este yelmo es tan terrible, ¿por qué no lo arrojan por ese puente y acaban con el problema de una vez? —le preguntó Caramon a Flint.
—¿Arrojarías tú los huesos de tu padre muerto por ese puente? —le preguntó a su vez el enano a la par que le asestaba una mirada feroz—. Esté encantado o no, el espíritu del príncipe ha vuelto con su pueblo y hay que enterrarlo.
Arman insistió en que se pusieran en marcha y, entre gruñidos y gemidos, echaron a andar y cruzaron un puente levadizo que por las apariencias no se había levantado hacía muchos años. Temiendo que los persiguieran, Sturm sugirió que se intentara levantar el puente, pero Arman dijo que el mecanismo estaba oxidado y no funcionaría.
—Los theiwars no nos perseguirán —añadió.
—También dijiste que no nos atacarían —señaló Flint.
—Mi padre se enfadará cuando se entere de este asalto contra mí y mis soldados —manifestó Arman—. Tal vez esto acabe en guerra.
Dejando atrás la torre de guardia salieron a una calzada principal flanqueada por más casas y comercios vacíos. Calles y callejones partían de la calzada en diversas direcciones. No había luces ni sonidos ni indicios de que los edificios estuviesen habitados.
Raistlin cojeaba y su hermano lo ayudaba a caminar. Flint marchaba con la cabeza agachada y el yelmo sujeto con fuerza. Los pasos de Tasslehoff empezaban a flaquear. Arman salió de la calzada principal y tomó un desvío a la izquierda que los llevó a una calzada secundaria.
Ante ellos se alzaba un gran edificio. Las puertas de bronce, con el símbolo de un martillo, estaban abiertas.
—El templo de Reorx —dijo Arman.
Los soldados hylars se quitaron el yelmo al entrar, aunque parecía que lo hacían más por costumbre que por verdadero respeto o devoción. Ya dentro, los enanos se relajaron y no dudaron en ponerse cómodos; se tendieron en el suelo, donde se había levantado un altar en otros tiempos, echaron largos tragos de los odres de cerveza y rebuscaron algo de comer en las mochilas.
Arman conferenció con los soldados y después mandó a uno por delante a fin de informar a su padre. Destacó a otro para guardar la puerta y ordenó a otros dos más que vigilaran a los compañeros.
Tanis habría podido hacer la observación de que no era probable que intentaran escapar ya que ninguno de ellos tenía el menor deseo de cruzar el Eco del Yunque por segunda vez. Sin embargo, estaba demasiado cansado para discutir.
—Pasaremos aquí la noche —anunció el príncipe—. Pico no está lo bastante fuerte para viajar. Creo que estaremos bastante seguros. Los theiwars no suelen aventurarse tan lejos, pero por si acaso he enviado a uno de mis hombres para que traiga refuerzos de los Suburbios Oeste.
A Tanis le pareció una idea excelente.
—¿Podríais desatarnos al menos? —le pidió a Arman—. Tenéis nuestras armas y no tenemos intención de atacaros. Queremos hablar ante el Consejo.
El príncipe lo miró inquisitivamente y después asintió con la cabeza.
—Desatadlos —ordenó a los soldados.
A los hylars no pareció gustarles la idea, pero hicieron lo que les mandaba. Volcado con su hermano, Arman se ocupó de que tuviera algo de comer y que estuviera cómodo. Tanis miró a su alrededor con curiosidad. Se preguntó si Reorx se habría presentado ante los enanos como habían hecho los otros dioses. A juzgar por el estado desvencijado del templo y la actitud despreocupada de los enanos mientras disponían el acomodo para pasar la noche, Tanis dedujo que el dios, por las razones que fuera, todavía no había informado a los enanos de su regreso.
Según los estudiosos, la creación del mundo había empezado cuando Reorx, amigo del dios Gilean, el Fiel de la Balanza, golpeó con su martillo el Yunque del Tiempo, lo que forzó a Caos a frenar su ciclo de destrucción. Las chispas que saltaron del martillo del dios se convirtieron en estrellas. La luz de esas estrellas se transformó en espíritus a los que los dioses dieron cuerpos mortales y el mundo de Krynn para que habitaran en él. Aunque la creación de los enanos había sido siempre un tema de controversia (los enanos creían que Reorx los había creado a su imagen mientras que otros mantenían que los enanos habían aparecido como raza al paso de la caótica Gema Gris de Gargath), los enanos creían firmemente que eran el pueblo elegido de Reorx.