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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El mazo de Kharas (9 page)

BOOK: El mazo de Kharas
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—Cambiaréis de parecer cuando llaméis en vano a la ladera de una montaña que no se abrirá —dijo Raistlin con los ojos entornados en dos estrechas rendijas.

Esta vez fue Hederick el que habló antes de que Elistan pudiese replicar.

—Es una idea excelente, Hijo Venerable. Propongo que enviemos a Tanis el Semielfo en esa expedición, junto con su amigo, el enano. Como digo siempre, para pillar a un enano, usa a otro enano.

Hederick rió su broma tonta.

Tanis estaba asombrado por esa repentina aquiescencia y de inmediato sospechó que había algo detrás. Había esperado que Hederick se opusiera con firmeza a cualquier sugerencia de marcharse y ahora estaba propiciando el plan. El semielfo miró a la asamblea para ver qué pensaban los demás. Elistan se encogió de hombros, como para decir que tampoco lo entendía, pero que deberían aprovechar el repentino cambio de posición del Sumo Teócrata para lograr su propósito. Riverwind estaba encerrado en un silencio impasible. No le gustaba la idea de ir a Thorbardin. Aún cabía la posibilidad de que él y su pueblo decidieran ponerse en marcha solos. Eso le dio una idea a Tanis.

—Estoy de acuerdo en ir —dijo— Y Flint vendrá conmigo...

—¿Qué? —Flint alzó la cabeza sin salir de su asombro.

—Vendrás —repitió Tanis, que de nuevo le pisó el pie y añadió en un susurro—: Te lo explicaré después.

»
En mi ausencia —alzó la voz para continuar—, el Sumo Teócrata y Elistan pueden ocuparse de las necesidades espirituales de la gente. Propongo que Riverwind de Que-shu esté a cargo de su seguridad.

Ahora le llegó el turno a Riverwind de asombrarse.

—Excelente idea —dijo Elistan—. Todos hemos sido testigos de la valentía de Riverwind en la batalla de Pax Tharkas. Hoy mismo hemos visto cómo él y su gente han superado el terror al dragón para atacar al reptil.

Hederick pensaba tan de prisa que Tanis podía ver el proceso mental del hombre reflejado en su cara. Primero, frunció el entrecejo y apretó los labios. El Sumo Teócrata no estaba seguro de que ahora le gustara la idea del viaje, aunque hubiese sido él quien había propuesto que Tanis y Flint fueran a Thorbardin. Estaba seguro de que el semielfo tenía que estar tramando algo si ofrecía el mando a Riverwind. La mirada de los ojos demasiado juntos de Hederick se dirigió hacia el Hombre de las Llanuras, a la túnica y al pantalón de piel de ante, y después desapareció el ceño. Riverwind era un salvaje, un bárbaro. Sin instrucción, sin educación, sería fácil de manipular... O eso suponía Hederick. Podría haber sido peor. El semielfo habría podido elegir a ese insufrible caballero solámnico para que fuese el cabecilla en su ausencia. Eso era lo que Hederick estaba pensando.

Tanis había estado a punto de escoger a Sturm. De hecho, iba a decirlo cuando reconsideró la idea. Al elegir a Riverwind no sólo esperaba persuadirlos a él y a los suyos de que se quedaran, sino que además estaba convencido de que sería un líder mejor. Para Sturm todo era blanco o negro, sin los infinitos matices del gris. Era demasiado estricto, inflexible, intransigente. Riverwind era la mejor opción.

—Si el Hombre de las Llanuras acepta la tarea —dijo Hederick con una amplia sonrisa—, yo no tengo ninguna objeción.

Riverwind iba a rechazar la propuesta en ese mismo momento, pero Goldmoon le puso las manos en el brazo y alzó la vista hacia él. No dijo nada con palabras, pero él la entendió.

—Lo pensaré —contestó tras una pausa.

Goldmoon le sonrió y él cerró su mano sobre las de su esposa. Los seguidores de Hederick se reunieron a su alrededor para hablar de lo que se había tratado. Maritta se acercó a Laurana y las dos se pusieron a hablar con Elistan. La reunión se terminaba.

—¿A qué ha venido eso de que yo iré a Thorbardin? —demandó Flint—. ¡No pondré un pie dentro de esa montaña!

—Luego hablamos —contestó Tanis.

En ese momento, sabiendo que Sturm pensaba que estaba mejor cualificado para el puesto por educación y por linaje, tenía que hablar con el caballero y explicarle por qué había elegido a Riverwind en vez de a él. Sturm era muy quisquilloso con esas cosas y se ofendía fácilmente.

Tanis se abrió paso entre la gente. Flint continuaba con el tema de Thorbardin y lo seguía tan de cerca que el enano tropezaba con los talones del semielfo cada dos por tres. Intentando esquivar el agujero de la lumbre, Tanis pasó cerca de Hederick. El Teócrata estaba de espaldas y hablaba con uno de sus compinches.

—La única forma de salir de este valle es por las montañas —le explicaba en voz baja—. El semielfo y el enano tardarán semanas en cruzarlas y pasarán otras cuantas semanas más mientras buscan ese inexistente reino enano. De esa manera, nos habremos librado del entrometido mestizo...

Tanis siguió andando, prietos los labios.
«De modo que ésa es la razón de que Hederick respalde el plan de ir a Thorbardin
—pensó—.
Librarse de mí. Una vez que me haya ido, cree que puede pasar por encima de Elistan y de Riverwind. Yo que él no estaría tan seguro de eso.»

A pesar de su razonamiento, Tanis se preguntó si Hederick tendría razón. Cabía la posibilidad de que Flint y él pasaran semanas intentando cruzar las montañas.

—No te preocupes por lo que diga ese charlatán —dijo la voz gruñona de Flint junto a su codo—. Hay un camino.

Tanis bajó la vista hacia su amigo.

—¿Significa eso que has cambiado de opinión?

—No —replicó el enano, hosco—. Significa que puedo explicarte cómo encontrar ese camino.

El semielfo sacudió la cabeza. Haría que el enano cambiara de opinión. En ese momento lo que le preocupaba era haber ofendido a Sturm.

El caballero se encontraba cerca de la lumbre, mirando las llamas. No parecía estar ofendido. De hecho, ni siquiera parecía darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Tanis tuvo que llamarlo varias veces para que le oyera.

Sturm se volvió hacia él. Los ojos del caballero brillaban con la luz del fuego. Su semblante, por lo general de gesto severo e impasible, se mostraba animado y expresivo.

—¡Qué plan tan brillante, Tanis! —exclamó mientras le estrechaba la mano con fuerza.

—¿Qué plan? —preguntó el semielfo, que miraba a su amigo sin salir de su estupor.

—Pues viajar a Thorbardin, claro. Puedes encontrarlo y traerlo de vuelta.

—¿Encontrar qué? —Tanis estaba cada vez más desconcertado.

—¡El Mazo de Kharas! Ésa es la verdadera razón de que te vayas allí, ¿verdad?

—Voy a Thorbardin para encontrar un refugio seguro para todas estas personas. No sé nada sobre ningún mazo...

—¿Es que has olvidado las leyendas? —preguntó Sturm, escandalizado—. Estuvimos hablando de eso la otra noche. Del sagrado y mágico Mazo de Kharas... ¡Utilizado para forjar la Dragonlance!

—Ah, sí, cierto. La Dragonlance.

Sturm, al captar el tono escéptico del semielfo, lo miró con decepción.

—La Dragonlance es la única arma capaz de derribar a un dragón, Tanis. Necesitamos esas lanzas para luchar contra la Reina Oscura y sus secuaces. ¡Ya viste lo que pasó cuando las flechas alcanzaron a esa bestia roja! ¡Rebotaron! Una Dragonlance, por otro lado, es una arma bendecida por los dioses. El gran Huma usó una Dragonlance para derrotar a Takhisis...

—Lo recuerdo —se apresuró a atajarlo Tanis—. El Mazo de Kharas. Lo tendré en mente.

—Deberías. Esto es importante, Tanis —insistió el caballero, y lo hizo con una tremenda seriedad—. Quizá sea la tarea más importante que hayas abordado en toda tu vida.

—Las vidas de ochocientas personas...

Sturm hizo un ademán con la mano, como desestimando ese tema.

—El Mazo es la única oportunidad que tenemos de ganar esta guerra y está en Thorbardin. —Los dedos del caballero presionaron con más fuerza el brazo de Tanis. Éste lo sintió temblar por la intensidad de sus emociones—. Tienes que pedir a los enanos que nos lo presten. ¡Has de hacerlo!

—Descuida, Sturm, lo haré, te lo prometo —contestó Tanis, perplejo por la vehemencia de su amigo—. En cuanto a Riverwind...

Pero la mirada de Sturm se había desviado hacia Raistlin y Caramon, a los que observaba ahora.

Caramon hablaba con su gemelo en voz baja. La expresión del hombretón era de preocupación. Raistlin hizo un gesto impaciente y luego, acercándose más a él, le dijo algo a su hermano.

—Raistlin planea algo —dijo Sturm, ceñudo—. Me pregunto qué será. ¿Por qué sacó a relucir el Monte de la Calavera?

—Nombré líder a Riverwind en mi ausencia... —volvió a intentarlo Tanis.

—Una buena elección, Tanis —comentó Sturm con aire ausente.

Los gemelos habían acabado la conversación y, dejando atrás a Caramon, Raistlin se encaminó hacia la boca de la cueva a paso vivo, con más energía de lo que era habitual en él. Los ojos de Caramon siguieron con expresión triste la marcha del mago. Después, el hombretón sacudió la cabeza y abandonó la cueva también.

—Discúlpame, Tanis —dijo Sturm, que se apresuró a ir en pos de los hermanos.

—¿A qué ha venido todo eso? —preguntó Flint.

—Que me maten si lo entiendo. ¿Sabes tú algo sobre ese mazo?

—Y dale con el mazo. —Flint estaba que echaba chispas—. No pienso poner los pies dentro de esa montaña.

Tanis suspiró y estaba a punto de llevar a cabo su propia escapada de la agobiante cueva cuando vio a Riverwind y a Goldmoon parados delante de la entrada. Creyó que les debía a ambos una explicación.

—Buena trampa me has tendido, semielfo —comentó Riverwind—. Estoy pillado en ella y ni siquiera mi esposa me liberará.

—Hiciste una sabia elección —dijo Goldmoon.

Riverwind sacudió la cabeza.

—Te necesito, amigo mío —confesó Tanis completamente en serio—. Si he de emprender este viaje, necesito saber que tengo aquí a alguien en quien puedo confiar. Hederick es un asno que nos conducirá al desastre si se le presenta la menor oportunidad. Elistan es un buen hombre, pero no sabe nada de batallas. Si Verminaard y sus fuerzas atacaran, la gente no puede contar sólo con plegarias y discos de platino para que la salven.

—Tanis, no deberías hablar tan a la ligera de esas cosas. —La mujer estaba muy seria.

—Lo siento, Goldmoon —respondió el semielfo con toda la suavidad con la que fue capaz—, pero ahora no tengo tiempo para sermones. Ésta es la pura y dura verdad, a mi entender. Si vosotros y vuestros guerreros os marcháis, abandonaréis a esta gente a su suerte y a una muerte casi segura.

Riverwind parecía seguir dudando, pero Tanis se daba cuenta de que empezaba a flaquear.

—He de discutir esto con mi pueblo —dijo finalmente.

—Sí, hazlo —lo animó Tanis—. Necesito tu respuesta en seguida. Flint y yo nos marchamos por la mañana.

—Querrás decir que tú te marchas por la mañana —rezongó el enano.

—Tendrás mi respuesta antes de que te duermas —prometió Riverwind, y él y su esposa se fueron; Goldmoon le dirigió una mirada preocupada antes de salir de la cueva.

Tanis apartó a un lado el armazón de ramas y salió; ya fuera, respiró profundamente el fresco aire. Sintió el hormigueo del frío en los brazos al caerle encima los copos de nieve. Se quedó parado allí un momento, respirando el aire frío y puro, y después echó a andar por el camino que descendía por la ladera.

—¿Adónde vas? —demandó Flint.

—A soltar a Tasslehoff, a no ser que haya arrancado a mordiscos la pata de la mesa a estas alturas...

—Déjalo atado —aconsejó el enano—. Menos problemas para todos nosotros.

Los copos blancos seguían cayendo lentamente, pero aquí y allí Tanis divisó estrellas a través de las nubes. Esa noche no caería una gran nevada, sólo la suficiente para dejar blanco el suelo, lo que facilitaría a los cazadores seguir el rastro de los venados. Cada vez había menos ciervos en el valle y eran más difíciles de encontrar.

—Después de que apacigüe a Tas, tú y yo tenemos que hacer el equipaje —continuó Tanis al oír a su espalda las fuertes pisadas del enano—. Quiero que nos pongamos en marcha tan pronto como haya luz.

Las pisadas se detuvieron. El enano se había cruzado de brazos; daba la impresión de tener el propósito de quedarse plantado sobre aquella piedra hasta echar raíces.

—Yo no voy. Te lo he dicho, Tanis. No pienso poner los pies...

—...dentro de esa montaña, sí, te he oído las primeras veinte veces. —El semielfo se paró y se volvió para mirar al enano—. Sabes que no puedo hacer esto solo, Flint. Sabes que necesito tu ayuda. Hablo el idioma enano y supongo que comprendo a los enanos más o menos como cualquier elfo o cualquier humano los comprende, pero no tanto como puede entenderlos uno de los suyos.

—¡No soy uno de los suyos! —bramó Flint—. Soy un Enano de las Colinas...

—Lo que significa que serás el primer neidar que pise dentro de la montaña en trescientos años. Harás historia, Flint. ¿Se te ha ocurrido pensar eso? ¡Incluso podrías ser el responsable de la unificación de las naciones enanas! Y, además, está el mazo. Si encontrases el Mazo de Kharas y lo trajeras de vuelta...

—¡El Mazo de Kharas! Algún cuento disparatado que le contó a Sturm su abuelita —se mofó Flint.

Tanis se encogió de hombros.

—Depende de ti, por supuesto —dijo—. Si decides quedarte, serás tú quien tendrá que hacerse cargo de Tasslehoff.

Flint dio un respingo horrorizado.

—¡No te atreverías a hacerme eso!

—¿Y en quién más puedo confiar? ¿En Caramon?

Tanis echó a andar de nuevo. A su espalda oyó un rezongo, el ruido de pies al arrastrarse y algún que otro resoplido furioso. Después sonaron las ruidosas pisadas de unas botas.

—Supongo que tendré que ir —claudicó el enano con voz destemplada—. Jamás encontrarías la puerta sin mi ayuda.

—No tendría la más mínima posibilidad —dijo Tanis.

El semielfo sonrió, al abrigo de la oscuridad, mientras la nieve seguía cayendo a su alrededor.

5

El mandato de Raistlin

El ultimátum de Tika

Caramon hace una elección

Fistandantilus. Caramon conocía ese nombre. Se había puesto tenso al oír al enano pronunciarlo y siguió tenso durante el resto de la reunión; perdió completamente el hilo de la discusión que se desarrolló a continuación. Estaba recordando una conversación con su gemelo en la ciudad en ruinas de Xak Tsaroth.

Raistlin le había dicho que entre el tesoro del dragón de esa condenada ciudad había un libro de hechizos de inmenso valor. Si conseguían derrotar al dragón, Raistlin le había ordenado a Caramon que buscara ese libro y se hiciera con él para dárselo después.

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