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Authors: Neil Strauss

Tags: #Ensayo, Biografía

El método (The game) (56 page)

BOOK: El método (The game)
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—Soy un hombre roto —dijo entre lágrimas—. Estoy roto.

El muro de sofisticación y autoengaño tras el que se protegía acababa de derrumbarse.

—¿Qué puedo hacer? —dijo al tiempo que levantaba la cabeza y me miraba—. Dime qué puedo hacer.

Noté cómo mis ojos se llenaban también de lágrimas. Incapaz de contenerlas, me volví hacia la pared para que Herbal y Papa no me vieran. Las lágrimas cada vez fluían más rápido. A pesar de todos sus defectos, Mystery me importaba. Después de dos años en la Comunidad, puede que yo todavía no tuviera novia, pero sí tenía la amistad que me unía a ese gran genio llorón. Después de todo, puede que sean las emociones sinceras y las experiencias compartidas las que forjan una relación; no siete horas de
técnica
s de sargeo seguidas de dos horas de sexo.

—Necesitas hacer terapia —le dije—. Necesitas ayuda. No puedes seguir haciéndote esto a ti mismo.

—Tienes razón —asintió. Las lágrimas volvieron a llenar sus ojos, espesas como el mercurio. Mystery cerró la mano en un puño y se dio un golpe en la cabeza—. Tienes razón —repitió—. La he cagado.

CAPÍTULO 3

Salí de la habitación de Papa y me fui de la mansión. Me dolía la cabeza. Había sido un día muy largo.

Estaba bajando la cuesta para ir a tomar un burrito a Poquito Más cuando un Mercedes descapotable negro con dos chicas rubias dobló la esquina a gran velocidad. Con un fuerte frenazo, el coche se detuvo frente a mí y una de las chicas gritó mi nombre desde el asiento del conductor. Era Lisa. El corazón me dio un vuelco.

Llevaba puesta una chaqueta roja de Diesel con un gran cuello con los colores del arco iris que la hacía parecer una mezcla entre una modelo y un piloto de carreras. Yo iba en chándal y, además de agotado tras la reunión, estaba sin afeitar. Experimenté tantas sensaciones al mismo tiempo: vergüenza, emoción, resentimiento, temor, alegría… Pensaba que nunca volvería a verla.

—Vamos a tomar algo —me dijo Lisa—. ¿Quieres venir?

—¿Qué haces aquí? —le pregunté, intentando parecer tranquilo.

—Vamos al Whiskey Bar.

—¿No os lo habéis pasado?

—Hemos venido a preguntarte si querías acompañarnos. ¿O es que te parece mal?

Un toque de atención. Me gustaba. Desde luego, Lisa seguía siendo un desafío. No dejaba pasar una sola ironía sin devolverte una bofetada verbal.

—Deja que me cambie de ropa —le dije—. Os veo allí.

Me puse unos Levi’s Red con falsos arañazos de gato en los muslos y una camisa con cuello militar que había comprado en Australia y bajé a la carrera hasta el Whiskey Bar.

No podía esperar a hablar con Lisa. Quería saber por qué había desaparecido después de su viaje a Atlanta. Pero cuando llegué, Lisa y Sam estaban sentadas con dos robustos roqueros llenos de tatuajes. Eran exactamente el tipo de tíos con los que me había imaginado a Lisa. Me acerqué al grupo, saludé y me senté entre los dos tipos, que me hicieron empequeñecer.

Mientras cotilleaban sobre conocidos comunes del mundo de la noche, de los que yo ni siquiera había oído hablar, una terrible ansiedad se apoderó de mí. Yo no quería hablar con esos tíos, no quería tener que fingir que me interesaba la conversación. Lo que quería era estar a solas con Lisa; quería crear un vínculo afectivo con ella.

Cuando la primera gota de sudor rodó por mi frente, me incorporé de un salto. No podía soportarlo más.

—Ahora vuelvo —dije.

Necesitaba
sargear
. No era que quisiera ligarme a una chica; lo que quería era el estado de ánimo positivo y hablador que conseguía al
sargear
. De lo contrario, iba a explotar.

Me acerqué a la barra y pedí una copa. Olí un perfume a lilas detrás de mí. Al darme la vuelta, vi a dos chicas con vestidos de noche.

—¿Podríais darme vuestra opinión sobre algo? —empecé a decir con menos entusiasmo de lo normal.

—Déjame adivinar —dijo una de ellas—. Tienes un amigo cuya novia está celosa porque él todavía habla con su ex de la universidad.

—¿Por qué preguntáis lo mismo todos los tíos? —añadió su amiga—. ¿Qué clase de jueguecillo os traéis entre manos?

Cogí mi cubata de Jack Daniel’s y salí al patio, donde ya hacía muchos meses que había tenido lugar mi competición con Heidi Fleiss. Casi tartamudeando, me aproximé a un
set
de dos chicas que estaban sentadas en un banco y repetí la frase de la novia celosa. Afortunadamente no me oyeron.

—Hola —insistí. Quería forzarme a mí mismo a hablar—. ¿Cuánto hace que os conocéis?

—Unos diez años —respondió una de ellas.

—Lo sabía. Tengo que haceros el test de las mejores amigas.

—No, gracias. Ya nos lo han hecho antes —me dijo educadamente una de ellas.

Al final había ocurrido: habíamos agotado el Sunset Strip.

La Comunidad había crecido demasiado. Había demasiadas páginas web compitiendo unas con otras por enseñar las mismas
técnicas
. Y no sólo en Los Angeles. En San Diego, en Montreal, en Nueva York, en San Francisco y en Toronto se enfrentaban al mismo problema: cada vez había menos chicas que no hubieran estado expuestas ya a nuestras
técnicas
.

Volví a donde estaba Lisa con sus amigos.

—Estoy agotado —le dije—. Me voy a casa. Pero mañana voy a ir a hacer surf a Malibú. Podríais venir. Lo pasaremos bien.

Ella me miró fijamente y, durante tres extraordinarios segundos, el resto del mundo desapareció.

—Vale. Suena divertido —me dijo.

—Perfecto. Os espero a las doce en la mansión.

Y, tan pronto como había surgido, la conexión desapareció.

Cuando llegué a la mansión, Isabel me estaba esperando. ¿Es que no iba a poder dormir nunca?

—¿No te había dicho que no vinieras sin avisar? —le reproché.

—Te dejé un mensaje —se defendió ella.

Hacía unos años yo habría renunciado a escribir durante un año entero a cambio de acostarme una sola vez con una chica como Isabel, pero ahora todo era distinto. No es que le pasara nada malo; sencillamente no tenía nada que ofrecerme. Tan sólo era una mujer con orificios: oídos para escucharme, una boca para hablarme y una vagina para provocarme orgasmos. Isabel y yo no éramos más que una mutua distracción. Juntos nos sentíamos menos solos durante unas horas. Pero no formábamos un equipo. Nunca habíamos tenido una verdadera conversación; teníamos no conversaciones en las que nos limitábamos a llenar el espacio vacío con palabras. Al menos eso era lo que yo creía. Pero, a veces, sencillamente por el hecho de acostarse con un hombre, sobre todo cuando ese hombre está más distanciado emocionalmente de lo que ella quisiera, una mujer puede acabar sintiendo algo por él, y entonces puede empezar a querer más.

—¿Sigues viendo a otras mujeres? —me preguntó Isabel a la mañana siguiente al tiempo que se montaba encima de mí y me miraba fijamente a los ojos. Era una pregunta para la que sólo había una respuesta correcta. Y yo le di la equivocada: fui sincera con ella.

—He conocido a una chica que se llama Lisa —le dije—. Creo que estoy empezando a sentir algo especial por ella.

—Entonces tendrás que elegir entre ella y yo.

Antes, me hubiera dejado amedrentar por una amenaza así. Pero, con el tiempo, había aprendido que las amenazas son expresiones vacías cuyo único propósito es intentar influir en situaciones sobre las que no se tiene control.

—Si de verdad me obligas a tomar esa decisión, me temo que vas a salir perdiendo —le dije finalmente a Isabel.

Ella dejó caer la cabeza sobre mi hombro y empezó a llorar. Sentí lástima por ella. Pero eso fue todo lo que sentí.

Sam y Lisa llegaron una hora después. Mystery estaba sentado, tecleando furiosamente, delante del ordenador del salón. Levantó la mirada al oír entrar a Lisa, que llevaba puesto un jersey Juicy Couture de lino con la capucha sobre la cabeza. —¿Qué pintas son ésas? —le dijo lanzándole un
nega
.

Ésa era la única manera que conocía de relacionarse con una mujer de la categoría de Lisa.

Lisa lo miró de arriba abajo. Mystery llevaba unos calzoncillos, una bata y unas sandalias, y tenía las uñas de los pies pintadas de negro.

—¿Te has mirado últimamente al espejo? —le devolvió ella el
nega
al tiempo que lo fulminaba con la mirada.

Lisa estaba hecha a prueba de
negas
. Durante la infancia se enseña a las mujeres a actuar como subordinadas ante la figura autoritaria del hombre. Al crecer, algunas de esas chicas —muchas de las cuales terminan en Los Ángeles— caminan por la vida sintiéndose psicológicamente inferiores, degradándose constantemente ante el sexo opuesto y dejándose manipular por los hombres. Pero Lisa no era un felpudo diseñado para satisfacer ni las expectativas ni los deseos de ningún hombre. Lisa no tenía miedo a ser ella misma.

Mystery permaneció unos segundos en silencio. Luego se aclaró la garganta y dijo:

—Estoy ocupado.

Y continuó tecleando furiosamente.

Sin duda, estaría dando rienda suelta en los foros de seducción a la rabia acumulada tras la reunión del día anterior.

Antes de irnos a la playa, les enseñé a Sam y a Lisa las fotos que había hecho la primera noche que había pasado Lisa en la casa, cuando nos habíamos puesto los disfraces de Halloween.

—Nunca te había visto tan feliz —dijo Sam cuando le enseñé la foto en la que Lisa y yo nos mirábamos fijamente a los ojos.

—Sí —admitió Lisa, y sus labios dibujaron una amplia sonrisa—. Es verdad. Sam fue al baño mientras Lisa y yo cargábamos las tablas de surf en la limusina. Mientras conducíamos a Malibú, Sam le susurró algo al oído a Lisa que le borró la sonrisa de la cara.

—¿Qué pasa? —pregunté yo.

Ellas se miraron entre sí.

—¿Qué pasa? —insistí. De verdad quería saberlo. Estaba seguro de que tenía que ver conmigo y de que no era nada bueno.

—Olvídalo —dijo Sam—. Cosas nuestras.

—Bueno.

Cuando iba a hacer surf, yo normalmente me quedaba cerca de la orilla, cogiendo las olas pequeñas, mientras los expertos remaban mar adentro para coger las olas más grandes. Pero ese día, después de ayudar a Sam y a Lisa con sus tablas de surf, decidí remar mar adentro para intentar coger una de las olas grandes.

Mientras yo esperaba, los surfistas que se habían quedado cerca de la orilla cogían una ola tras otra. Veinte minutos después, al ver cómo el agua por fin se elevaba ante mí, me di la vuelta y empecé a remar. La pared azul crecía a mi espalda, cada vez más grande. Yo tenía todos los músculos en tensión. Me preguntaba si estaría preparado para coger una ola tan grande. Al oír cómo la ola empezaba a romper, me levanté de un salto sobre la tabla. El azul se levantó sobre mí, oscureciendo el cielo. Cabalgué la ola prácticamente hasta la orilla y salí de ella con un rápido cambio de dirección. Me sentía lleno de vida, acelerado, feliz. Hasta ese momento no me había creído capaz de algo así, no había creído que tuviera la habilidad necesaria para coger una ola como aquélla. Por primera vez, desde que dejé el instituto, me hubiera gustado escribir un poema.

Mientras volvía triunfalmente hacia la playa, con la tabla debajo del brazo, pensé que, con las mujeres, también había llegado el momento de coger las olas grandes. No merecía la pena seguir perdiendo el tiempo con olas pequeñas. Lo que importaba era la calidad, no la cantidad. Y yo me merecía esa calidad.

Al volver a la mansión, aproveché un momento en que nos quedamos a solas para pedirle una cita a Lisa.

—Me gustaría llevarte a comer sushi el sábado —le dije.

Le estaba pidiendo que saliera conmigo, como lo haría un
TTF
.

Ella tardó unos segundos en contestar. Por un instante pensé que estaba buscando la mejor manera de decirme que no. Finalmente, frunció los labios y dijo:

—Está bien. Iré a cenar contigo.

—¿Cómo que está bien?

Yo ni siquiera recordaba la última vez que le había pedido una cita a una chica, y Lisa se estaba comportando como una engreída.

—Es que… —empezó a decir, pero inmediatamente se detuvo—. Olvídalo. Me encantaría salir a cenar contigo. Me preguntaba cuándo me lo ibas a pedir.

—Vale. Te recogeré a las ocho.

Cuando Sam y Lisa se marcharon, fui a la cocina a prepararme un filete de pollo. Los restos de incontables comidas se habían solidificado formando una costra alrededor de los fogones. Mientras esperaba a que se hiciese el pollo, Tyler Durden entró por la puerta que daba al patio. Llevaba un walkman y se había puesto zapatillas para correr. Se levantó la camiseta, se examinó un michelín y se quitó los auriculares de los oídos.

—Me he enterado de lo de Mystery —me dijo—. Siento que las cosas acabaran así. Si crees que puedo hacer algo para convencerlo de que no se vaya, dímelo.

—Mystery es muy testarudo —le contesté—. No creo que nadie pueda convencerlo.

—Proyecto Hollywood no será lo mismo sin él —continuó diciendo Tyler Durden—. Supongo que se convertirá en una especie de mansión de la
VDS
.

—Sí, supongo que sí.

Puse el filete de pollo en un plato y cogí un cuchillo y un tenedor.

—Por cierto, acabo de comprarme una camisa en Melrose. Es completamente de tu estilo. Te la tengo que enseñar.

—Me alegro —dije yo. Había algo de lo que quería hablar con Tyler Durden desde hacía algún tiempo—. Creo que deberías empezar a pagar un pequeño alquiler o parte de las facturas. Hace meses que vives en Proyecto Hollywood y, cuando alquilamos la mansión, quedamos en que los invitados que se quedaran mucho tiempo tenían que ayudar con los gastos.

—Claro, tío —respondió él—. Hablalo con Papa.

Tyler dio media vuelta y se fue.

Aunque sus palabras fueran las de alguien dispuesto a cooperar, no podía decirse lo mismo de su lenguaje corporal. Movía la cabeza incómodamente mientras hablaba y no sabía adónde mirar. Y aquel día había algo extraño en su sonrisa; algo que me recordó al día que había besado a su chica en Las Vegas. Además, Tyler Durden siempre se había esforzado por no participar activamente en ningún asunto relacionado con la casa. De ahí que, al pedirle que pagara un alquiler, me hubiera convertido en una amenaza para él.

Me llevé el plato de pollo al salón y encendí el ordenador. Quería leer la obra maestra que había escrito Mystery mientras yo hacía surf.

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