—Su padre está forrado —me dijo Mystery—. Exoticoption, el del taller de Belgrado, le habló de mí. Estudia en la universidad de Wisconsin. Hace tan sólo unas semanas que se ha introducido en el foro de Internet de la Comunidad con el nombre de Papa.
La mayoría de las conversaciones con Mystery giraban en torno a algún tipo de plan: organizar talleres, preparar un espectáculo de magia de noventa minutos, crear una página web pomo en la que saldríamos follando disfrazados de payasos… Su última idea era el tatuaje oficial del MDLS.
—Todo el mundo en el foro se hará el tatuaje —me dijo antes de despedirnos en el aeropuerto—. Será un corazón, en la muñeca derecha, justo donde te toman el pulso. Así nos podremos reconocer entre nosotros. Y, además, es perfecto para un número de ilusionismo. Recuérdame que algún día te enseñe a parar el pulso durante diez segundos.
Varios MDLS ya se habían hecho el tatuaje; entre ellos, Vision. Pero había un problema: Vision nos había mandado una foto de su tatuaje y resultaba que no sólo se lo había hecho en la muñeca equivocada, sino mirando hacia el lado equivocado. El corazón tenía que estar justo encima de la vena en la que se toma el pulso, pero Vision se lo había hecho en el centro de la muñeca, a varios centímetros y mirando hacia él.
Sea como fuere, era un gesto de fidelidad; un pacto de por vida con la Comunidad.
Había llegado el día. Ése iba a ser el viaje más importante de mi carrera de seductor. Primero viajaría a Toronto, para hacer de
ala
de Mystery en el taller particular que le iba a dar a Papa. Después nos haríamos los tatuajes de MDLS y viajaríamos a Nueva York, donde Mystery iba a dar su primer seminario en una aula; finalmente, volaríamos a Bucarest, donde Mystery llevaría a cabo lo que él llamaba Proyecto Dicha, que consistía, básicamente, en encontrar y seducir a dos mujeres bisexuales que anhelaran una vida mejor en Norteamérica. Mystery les conseguiría sendos visados de estudiante y volvería con ellas a Canadá, donde, bajo su atenta tutela, se convertirían en bailarinas de
striptease
, en sus novias y, llegado el momento, en las ayudantes que necesitaría para su espectáculo de ilusionismo.
Tatuajes y trata de blancas; a eso era a lo que me había llevado mi afán de superación.
Antes de salir de viaje, comprobé el correo. Junto a las facturas impagadas de costumbre y la notificación de la subida de tasas en la póliza de mi coche, había una postal donde podía verse el Muro de la s Lamentaciones de Jerusalén. «Tu nombre hebreo es Tuvia. —Era la letra de Dustin—. Procede de la palabra
Tov
, que significa “bien”. Es el contrario de
Ra
, o mal. En hebreo,
Tov
también significa “aquello que perdura”, mientras que
Ra
es aquello que tiene una vida corta. Así, tu esencia está ligada al deseo de búsqueda de aquello que perdura o, lo que es lo mismo, del bien. Aunque, en ocasiones, durante el camino, uno se detenga momentáneamente en el mal».
Releí la postal durante el vuelo a Toronto. Dustin intentaba transmitirme un mensaje. Y, aunque no le faltaba algo de razón, desde que era un adolescente mi mayor deseo había sido poder seducir a cualquier mujer a la que deseara. Ahora se me había concedido mi deseo y eso era algo bueno. Sí, eso era Tov.
Mystery acababa de mudarse a un pequeño apartamento de dos habitaciones situado encima de un cibercafé, cerca de la universidad de Toronto. Compartía apartamento con un MDLS llamado Number9
[1]
, un empollón obsesionado por la informática al que había conseguido convertir en un chico con un aspecto razonablemente enrollado.
Number9 estaba pasando unos días fuera, así que dejé mi equipaje en su cuarto y me uní a Mystery en la cocina. Desde que Patricia había vuelto a dejarlo —esta vez, definitivamente—, Mystery pasaba mucho tiempo encerrado en su habitación, jugando con un videojuego llamado Morrowind y bajando porno lésbico de Internet. Necesitaba salir de casa.
Había tres tipos de personas que se apuntaban a los talleres de seducción. Estaban los tipos como Exoticoption, en Belgrado, que, aun siendo normales y no teniendo mayores dificultades para ligar, querían disponer de mayor maestría para seducir a mujeres 10. Luego estaban los tipos como Cliff, rígidos de ideas y costumbres, a los que los molestaba hasta tener un apodo. Eran personas que asimilaban sin dificultad toda la información que se les daba en los talleres pero que se topaban con enormes dificultades a la hora de realizar incluso el cambio más insignificante en su conducta. Y estaban los tipos como Papa. Máquinas de ligar que compensaban su falta de habilidades sociales con su ausencia de pudor. Éstos tendían a ser los que más rápido aprendían, siguiendo al pie de la letra los consejos que les dábamos.
Papa era un joven chino de trato agradable que estudiaba derecho. Llevaba una camisa de cuadros blancos y negros y unos pantalones vaqueros una talla demasiado grande. Al principio, la mayoría de nuestros alumnos vestían pantalones demasiado grandes, pero, tras asistir al taller, acababan con una camisa brillante y llamativa, pantalones negros ajustados de algún material sintético, multitud de anillos y unas gafas de sol en la cabeza. Era un uniforme ideado para transmitir sexualidad, algo que parecía estar intrínsecamente unido al más hortera de los gustos.
Sentados en un café, Mystery y yo le hicimos las preguntas de rigor a Papa:
«¿Qué puntuación tienes? ¿Qué puntuación te gustaría tener? ¿Cuáles son tus puntos flacos? ¿En qué destacas?».
—Bueno, fui presidente de eventos sociales de mi fraternidad —empezó diciendo él—. Y vengo de una familia con mucho dinero. Mi padre es el presidente de una prestigiosa universidad.
—Ya he oído suficiente —lo interrumpí—. Se supone que nos estás diciendo qué te hace especial, pero, en vez de ganarte nuestra admiración, estás haciendo lo contrarío. Para empezar un hombre rico no necesita decir que lo es.
Papa asintió con gesto adormilado. Su rostro parecía rodeado por una densa e invisible neblina que hacía que su tiempo de reacción fuese ligeramente más lento que el de la mayoría de los humanos. Al mirarlo daba la impresión de que no estaba del todo con nosotros.
—¿Os importa si grabo la conversación? —nos preguntó Papa mientras se sacaba una pequeña grabadora digital del bolsillo.
Hay ciertos malos hábitos que fomentamos durante toda nuestra vida; malos hábitos que pueden abarcar desde el comportamiento hasta la manera de vestir.
Tradicionalmente, el papel de los padres y los amigos consiste en reforzar la creencia de que estamos bien como somos, de que no necesitamos cambiar. Pero no basta con ser nosotros mismos. Tenemos que ser la mejor versión posible de nosotros mismos. Y eso no siempre es fácil, sobre todo cuando ni siquiera sabes quién eres.
Es por eso, precisamente, por lo que los talleres pueden llegar a tener un impacto tan importante en la vida de quienes asisten a ellos. Sin que nos preocupara herir sus sentimientos, nosotros le hacíamos saber a cada alumno la impresión que transmitía cuando conocía a alguien por primera vez. Corregíamos sus gestos, su manera de hablar, su manera de vestir… Y lo hacíamos para ayudarlo a acercarse lo más posible a su máximo potencial. Muchos de nosotros repetimos viejos patrones de comportamiento que quizá fuesen eficaces cuando teníamos doce meses o doce años de edad, pero que ahora sólo son un
obstáculo
. Y aunque quienes nos rodean puedan llamarnos la atención sobre algún pequeño defecto, siempre ignoran los que realmente tienen importancia, pues llamar la atención sobre ellos sería algo así como criticar nuestra propia esencia.
Pero ¿qué somos en realidad? Un montón de genes buenos y malos mezclados con buenos y malos hábitos. Y, dado que ningún gen determina nuestro grado de confianza en nosotros mismos, entonces, la falta de dicha confianza sólo puede ser un mal hábito del que podemos deshacernos si contamos con la ayuda y la fuerza de voluntad necesarias.
Y ésa era la mayor virtud de Papa: su fuerza de voluntad. Papa era hijo único y estaba acostumbrado a recurrir a las medidas de presión más radicales para conseguir lo que quería. Compartí con él mis mejores
técnicas
, la
frase de entrada
de la novia celosa, el test de las mejores amigas y una nueva
técnica
que había ideado sobre las sonrisas con forma de C y de U y las distintas personalidades que reflejaban. Papa grabó cada palabra en su grabadora digital. Pasado el tiempo, las pasaría a su ordenador, las memorizaría y las usaría, sin cambiar una sola coma, para ligarse a Paris Hilton.
Debería haberlo sabido entonces. Debería haber reconocido las señales. Lo que estábamos haciendo no podía llamarse enseñar; lo que estábamos haciendo en realidad era crear clones de nosotros mismos. Mystery y yo viajábamos por el mundo creando versiones en miniatura de nosotros. Y pronto pagaríamos por ello.
Al salir del café fuimos a un bar en Queen Street. Tras observar cómo Papa se estrellaba con dos sets, decidí pasar a la acción. Esa noche me sentía imparable. Todas las mujeres me miraban. Una pelirroja que estaba con su prometido llegó incluso a meterme una nota con su número de teléfono en el bolsillo del pantalón. Yo supuse que esa noche tendría lo que la gente llama aura de seductor; sea como fuere, lo cierto era que emanaba algo especial. ¿Y qué mejor noche que ésa para demostrar mis habilidades delante de un alumno?
Vi a Papa hablando con una chica castaña con el pelo corto y una cara redonda en perfecta consonancia con la de él. Pero, lejos de hacerle caso, la chica miraba una y otra vez en mi dirección. Para ese tipo de situaciones, los MDLS utilizamos un acrónimo con nombre de mujer, ISA (Invitación Silenciosa a la Aproximación).
Esperé a que Papa se alejase antes de acercarme a ella. La abordé con una
frase de entrada
que olvidé inmediatamente; lo cual era una buena señal, pues quería decir que empezaba a interiorizar las
técnicas
, que ya era capaz de desenvolverme sin tener que recurrir una y otra vez a patrones memorizados. Apenas dos minutos después, ella ya me miraba con
ojos de cachorro delante de un plato de comida
. No había ninguna razón para retrasar más el momento.
—¿Te gustaría besarme?
—La verdad es que no lo había pensado —dijo ella sin dejar de mirarme a los ojos.
Interpretando su respuesta como un sí, me acerqué a ella para besarla. Ella respondió metiéndome la lengua en la boca al tiempo que apretaba mi rodilla con una mano. Me deslumhró el flash de una cámara; Papa estaba haciendo fotos.
Cuando nos separamos para respirar, ella sonrió y dijo:
—No tengo ninguno de tus compact, pero a mis amigas les encanta tu música.
—Ah, ya.
¿Con quién me habría confundido?
Ella sonrió, me lamió la cara, como si fuese un cachorrillo —después de todo, puede que David DeAngelo no se equivocara con sus metáforas caninas—, y se quedó mirándome con ojos expectantes, como si esperara que yo dijera algo sobre mi música. No quería decepcionarla, ni menos aún privarla de una historia que contar a sus amigas, así que me despedí educadamente. Ella me dio su número de teléfono y me pidió que la llamase cuando llegara a mi hotel.
En la puerta del bar, la encargada se acercó a mí con una gran sonrisa.
—Muchísimas gracias por venir —me dijo—. Toma mi tarjeta. Si necesitas cualquier cosa, no tienes más que pedirla.
—¿Con quién me estáis confundiendo? —le pregunté yo.
—¿Es que no eres Moby?
Así que, después de todo, ésa no era mi noche. Al parecer, una camarera me había confundido con Moby al llevar la cabeza afeitada, y se lo había dicho a medio bar. La fama parecía ser un atajo que hacía innecesario todo el tiempo y el esfuerzo que yo le había dedicado a la seducción. Si quería llegar al siguiente nivel, tendría que encontrar la manera de accionar los mismos interruptores que encendía la fama —la constatación de la propia valía y el derecho a alardear—, sólo que sin ser famoso.
Supongo que un hombre con menos sentido de la moral hubiera prolongado la farsa y, aprovechándose de la situación, habría llamado a la chica. Pero yo decidí no hacerlo. No había entrado en la Comunidad para engañar a las mujeres, sino para gustarles tal y como era.
Observamos a Papa en acción en otras dos discotecas antes de que acabara la noche. En seguida ponía en práctica cada consejo que le dábamos. Corregía inmediatamente cada error que le apuntábamos. Con cada nuevo set, parecía crecer en estatura. Papa nos dijo que, durante el verano, había estado practicando la Seducción Acelerada. Incluso estaba estudiando hipnosis con uno de los expertos más respetados en el campo: Cal Banyan. Pero, hasta hoy, nunca había visto a un verdadero MDLS en acción. Estaba tan alucinado que esa misma noche nos contrató un segundo taller.
El último día fuimos a una discoteca que se llamaba Government. Hicimos que Papa abordara un
set
tras otro, repitiendo, como un robot, las frases de entrada, las
técnicas
y los
negas
que le habíamos enseñado. Y cada vez eran más las mujeres que respondían a sus intentos de seducción. Resultaba increíble ver lo que se podía lograr con un par de simples frases; increíble y también un poco deprimente.
Lo primero que hace un actor cómico es perfeccionar una sólida
técnica
de cinco minutos con la que pueda ganarse a cualquier audiencia, pero, tras ver cómo cientos de personas responden riéndose exactamente en los mismos momentos, el actor empieza a perderle el respeto a un público tan fácilmente manipulable. El éxito podía tener un efecto similar para los MDLS.
Papa se marchó a su hotel para intentar descansar un poco antes de volar de vuelta a su casa. Mystery y yo decidimos quedarnos un rato más en la discoteca. Hacía poco, Grimble me había dado la idea de coger todos los números de teléfono que me habían dado durante los últimos meses y ponerlos debajo del cristal de una mesa a modo de decoración. Estaba compartiendo la idea con Mystery cuando, de repente, él me interrumpió.
—¡
Alerta de proximidad
! —exclamó.
Las alertas de proximidad de Mystery se encienden automáticamente cuando una mujer se acerca a un hombre y permanece quieta, dándole la espalda; sobre todo cuando no existe ninguna razón para estar en ese lugar en concreto. La alarma nos indica que la mujer desea ser abordada.