El método (The game) (23 page)

Read El método (The game) Online

Authors: Neil Strauss

Tags: #Ensayo, Biografía

BOOK: El método (The game)
3.68Mb size Format: txt, pdf, ePub

La chica 11 se inclinó hacia mí y me miró fijamente a los ojos.

—Eso que has dicho no tiene ninguna gracia. ¿Y si estuviera calva de verdad? Podrías hacerle mucho daño a una chica si dices ese tipo de cosas. ¿Cómo te sentirías tú si alguien te dijera algo así? La seducción es un juego arriesgado y, para ganar, hay que apostar fuerte. Había conseguido captar su atención y con ello había provocado una reacción emocional. Ahora sólo tenía que conseguir convertir esa reacción negativa en sentimientos positivos.

Por suerte, resultó que, con el fin de demostrarles a mis alumnos que el aspecto era lo de menos, que lo que importaba de verdad era la
técnica
, me había puesto un falso
piercing
en el labio y una peluca negra al estilo mod.

Sin bajar en ningún momento la mirada, me incliné hacia la chica 11.

—Pues mira por dónde —le dije—. Resulta que yo sí soy calvo y llevo peluca. Guardé silencio durante unos instantes, mientras ella me miraba boquiabierta. La chica 11 no sabía qué decir. Había llegado el momento de cobrar la presa.

—Y te voy a decir otra cosa. Da igual que salga con la calva al aire, con esta peluca o con otra más larga y desmelenada; la gente siempre me trata igual. Lo que importa es la actitud de una persona, no su aspecto. ¿No te parece?

Durante la seducción, todo lo que dices debe encerrar un motivo. Yo quería que ella supiera que, al contrario que todos los demás hombres que había a nuestro alrededor, yo ni me sentía intimidado ni me dejaría intimidar por su aspecto. Ahora, para mí la belleza no era más que una simple pantalla que cegaba a los perdedores, paralizándolos.

—Yo vivo en Los Ángeles —continué diciendo—. Las mujeres más hermosas del país van a Los Angeles a intentar triunfar. Allí, si miras a tu alrededor, todo el mundo es guapo. Comparado con una discoteca de Los Ángeles esto parece un tugurio de mala muerte.

Eran palabras que había aprendido, casi de memoria, de Ross Jeffries. Y funcionaban.

Permanecí en silencio unos segundos, para que ella mirase a su alrededor, antes de seguir.

—¿Y sabes lo que me ha enseñado eso? Que la belleza es algo vulgar. Es algo con lo que naces o algo por lo que pagas. Lo importante es lo que hagas con ella. Lo que de verdad importa es tener una mente abierta y una actitud positiva.

Ya estaba dentro. Ahora eran ellas las que se habían quedado de piedra. Tal como lo expresó Jeffries en una ocasión, yo había entrado en su mundo demostrando autoridad. Y, para reforzar esa autoridad, añadí un último
nega
, aunque en esta ocasión acompañado por un cumplido, como si fuese yo quien me estuviese dejando ganar por ellas.

—La verdad es que no tienes una sonrisa fea. Creo que, debajo de todo ese artificio, probablemente no seas una mala persona.

La chica 10 se acercó un poco más a mí.

—Somos hermanas, ¿sabes? —me dijo.

Un MDLS menos preparado habría pensado que ya estaba todo hecho. Pero no, ese movimiento no era sino otra prueba más. Las miré muy lentamente a las dos antes de arriesgarme.

—No me lo creo —les dije con una sonrisa—. Supongo que conseguiréis engañar a muchas personas, pero a mí no. Yo soy una persona muy intuitiva. Sois muy diferentes para ser hermanas.

La chica 10 sonrió con complicidad.

—No se lo digas a nadie —me dijo—, pero tienes razón. Sólo somos amigas.

Ahora sí que había conseguido romper definitivamente su barrera. La había obligado a abandonar el piloto automático del que normalmente se servía para tratar con los hombres que la abordaban y le había demostrado que yo no era uno más. Así que volví a arriesgarme.

—Y no sólo eso, sino que apostaría a que tampoco hace mucho tiempo que os conocéis. Las amigas íntimas acaban por compartir todo tipo de gestos, y vosotras no lo hacéis.

—Sólo nos conocemos desde hace un año —reconoció la chica 10.

Había llegado el momento de frenar un poco.

Tal y como me había enseñado Juggler, yo nunca hacía preguntas; tan sólo hacía afirmaciones. Así conseguía que fuesen ellas quienes me hicieran las preguntas a mí.

La chica 10 me dijo que eran de San Diego, así que hablamos un rato sobre la costa Oeste y sobre Miami. Mientras hablábamos, me aseguré de darle la espalda a la chica 11, como si ella me interesara menos que su amiga. Era una estrategia típica del método de Mystery: quería que ella se preguntara por qué no le estaba prestando la atención a la que estaba acostumbrada.

En el sargeo no hay nada accidental.

Me gusta comparar el interés que una mujer muestra por mí con un fuego; cuando empieza a perder fuerza hay que reavivarlo con un poco de oxígeno. Cuando noté que la chica 11 estaba a punto de irse a buscar a alguien con quien hablar, me volví hacia ella.

—¿Sabes qué? Al verte, puedo imaginarme perfectamente el aspecto que tenías con catorce años. Y apostaría a que entonces no eras tan popular ni tan extrovertida como ahora.

Se trataba de una verdad prácticamente universal, así que no podía equivocarme. Ella me miró boquiabierta, sin poder comprender cómo lo habría adivinado. Y para sellar mi victoria, la obsequié con la
técnica
neutralizadora de bellezas.

—Supongo que mucha gente pensará que eres una creída. Pero yo no lo creo. De hecho, en el fondo estoy seguro de que eres una chica tímida.

Como se suele decir en la Comunidad, la chica 11 empezó a mirarme con
ojos de cachorro delante de un plato de comida
. Era la mirada que todo MDLS busca: los ojos humedecidos y las pupilas dilatadas mientras me escuchaba absorta, sin siquiera parpadear.

Y cuanto más evidente se hacía el interés de la chica 11 por mí, más quine recibía de la chica 10.

—Me caes bien —me dijo rozándome con un pecho.

Mystery, Outbreak y Matador of Love me animaban en la distancia.

—Deberíamos vernos en Los Ángeles —continuó diciendo ella. Después se inclinó hacia mí y me dio un abrazo.

—Lo que acabas de hacer te va a costar treinta dólares —exclamé al tiempo que me apartaba—. ¿O es que te crees que estoy disponible para cualquiera? Cuanto más las alejas de ti, más desean acercarse.

—Lo adoro —le dijo a su amiga. Después me preguntó si podían quedarse en mi casa la próxima vez que fuesen a Los Ángeles.

—Bueno —contesté yo y, en cuanto lo hice, me di cuenta de que no debería haber accedido con tanta facilidad. Son tantos los factores que forman parte de un buen sargeo que, en ocasiones, hasta el mejor MDLS puede tener una equivocación. Pero, en esta ocasión, no tuvo ninguna importancia. La chica 10 me dio su número de teléfono.

Habréis notado que no me he referido a esas dos chicas por sus nombres. No lo he hecho porque nunca me presento cuando estoy ligando. Fue una de las primeras reglas que me enseñó Mystery: esperar a que sea la chica quien se presente o quien pregunte cómo te llamas. Así podrás saber si le interesas. Y, de esta forma, al darme su número de teléfono, la chica 10 me dio también un IDI. Además, en ese momento aprendí que la chica 10 se llamaba Rebekah y la chica 11 Heather. Había llegado el momento de separarlas y de intentar conseguir más IDI; los suficientes como para cerrar con beso.

En aquel momento, un tipo que las conocía se acercó a nosotros y pidió tres chupitos: uno para Heather, otro para Rebekah y otro para él. Yo extendí una mano vacía y miré a mi alrededor, como si me sintiera dolido. Heather, que, por lo que empezaba a conocer de ella, realmente era una chica dulce, a pesar de su fría y trabajada fachada, mordió el anzuelo.

—No le hagas ni caso —me dijo señalando a su amigo—. Es un maleducado.

Después llamó al camarero y le pidió un chupito para mí.

—No te olvides de nuestro pacto —le dijo Rebekah, mirándola con cara de pocos amigos.

Yo sabía cuál era ese pacto. A las chicas como ellas les encanta que las inviten a una copa. Pero yo sabía que no debía hacerlo. Me lo había enseñado David X. Las chicas no respetaban a los hombres que las invitan a copas. Un verdadero MDLS nunca invita a una mujer a comer ni a una copa, ni le regala nada a una chica con la que no se haya acostado todavía.

—Prometimos que no pagaríamos ninguna copa mientras estuviéramos en Florida —protestó Rebekah.

—Pero la copa no es para ninguna de vosotras —le dije yo—. Me estáis invitando a mí. Y yo no soy como los demás.

No es que yo sea tan arrogante. Es que en el sargeo hay reglas que no se pueden romper; no pueden romperse porque funcionan.

De repente, Mystery se acercó a mí.

—Aíslala —me susurró al oído.

—Quiero enseñarte algo —le dije a Heather al tiempo que la cogía de la mano. La llevé a una butaca, nos sentamos y le hice varios trucos de magia. No demasiado lejos, Mystery apretó lentamente el puño contra la palma de la mano. Era una señal. Había que cambiar de fase. Había llegado el momento de cerrar.

Le dije a Heather que iba a enseñarle a mirar en el alma de otra persona y, rodeados de música
house
y del rumor de decenas de conversaciones, nos miramos fijamente a los ojos, compartiendo un largo momento de intimidad. Mientras la miraba, me imaginé a la chica regordeta de catorce años que debía de haber sido. De haber estado pensando en lo atractiva que era, habría estado demasiado nervioso para besarla.

Lentamente, acerqué mi cara a la suya.

—Sin besos —dijo ella con tranquilidad.

—Chis —le dije yo al tiempo que levantaba el dedo índice y lo apoyaba en sus labios. Después la besé en la boca.

Hubiera sido el beso más hermoso de toda mi vida de no haber estado tan concentrado en el falso
piercing
que llevaba en el labio. Preocupado por la posibilidad de que se cayera (o, aun peor, de que acabase en la boca de Heather), me aparté, volví a mirarla y le di pequeños mordisquitos en el labio superior.

Su lengua buscaba mi boca con avidez.

—No tan de prisa —protesté yo, como si fuese ella quien estuviera intentando ligar conmigo. La clave de la escalada física, tal como había dicho David De Angelo en su seminario, consistía en dar dos pasos adelante y uno atrás.

Después de besarnos, se la devolví a Rebekah en la barra. Tenía que atender a mis alumnos, así que les dije a las dos que había sido un placer conocerlas, pero que había llegado el momento de volver junto a mis amigos. Hicimos planes para pasar un fin de semana juntos y me alejé con una melodía en el corazón.

Matador of Love fue el primero en acercarse a mí.

—En la India nos postramos ante las personas como tú —dijo al tiempo que me cogía la mano y me la besaba—. Verte le ha dado un nuevo sentido a mi vida. Ha sido como ver a John Elway ganar la Superbowl. Todos sabíamos que Elway era capaz de hacer grandes cosas, pero había que estar allí en el momento en que por fin lo demostró, en el momento que ganó el anillo de campeón.

Esa noche ya no hubo quien me parase; incluso las mujeres que no me habían visto con las dos rubias platino intentaban ligar conmigo. Podían olerlo.

—No serás una ladrona, ¿verdad? —le pregunté a Heather al encontrármela de nuevo en el piso de abajo.

—No —dijo ella.

Me quité la cadena del cuello y la coloqué cuidadosamente alrededor del suyo.

—Es para que recuerdes esta noche —le susurré al oído—. Pero no es un regalo —continué diciendo después de besarla con suavidad—. Cuando nos volvamos a ver, me lo devuelves; es algo muy especial para mí.

Volví a alejarme de ella sabiendo que, ahora, Heather de verdad se sentía especial.

Que me acostara o no con ella era lo de menos. Lo importante era que acababa de hacer una demostración de cómo debía ser el sargeo perfecto. Eso era exactamente para lo que me había estado preparando. Lo que no supe hasta ese momento fue que iba a conseguirlo con tanta maestría ni que, en el proceso, estaba alimentando una sed que nunca podría saciar.

CAPÍTULO 3

Tras dos meses de continuos talleres, volví a Los Ángeles decidido a tomarme un descanso. Pero me aburría. La ciudad estaba repleta de bares y discotecas con mujeres esperando a ser abordadas; cada una de ellas era una nueva aventura en potencia. El ansia de
sargear
me consumía.

Hasta que me llamó Grimble. Estaba en el bar Whiskey con Heidi Fleiss, la ex madame de Hollywood, que acababa de salir de la cárcel, tras cumplir condena por evasión de impuestos. Heidi quería conocerme.

Me vestí con un traje que acababa de hacerme a medida, cogí mi bolsa de accesorios y me puse una pizca de colonia en cada muñeca. Tenía la sensación de que ésa no iba a ser una noche cualquiera.

Al entrar en el bar, vi a Grimble con Heidi junto a la barra. Grimble llevaba la misma camisa con flores estampadas que llevaba la primera vez que lo había visto, sólo que, después de tantos lavados, los tonos plateados se habían convertido en grises; tan supersticioso como un jugador de béisbol, Grimble la consideraba su camisa de la suerte. Esa noche llevaba tres botones desabrochados y sacaba el pecho todavía más que de costumbre.

—Te presento a Style —le dijo a Heidi con una sonrisa que, aunque a sus amigos pudiera resultarnos algo irritante, atraía a determinadas mujeres—. Es el amigo del que te estaba hablando.

Aunque Heidi resultaba atractiva, había una indudable dureza en su rostro; como la hay en aquellas mujeres que han tenido que salir adelante sin la ayuda de nadie. Me pregunté si Grimble estaría intentando liarme con ella, aunque me parecía poco probable.

Heidi extendió la mano y estrechó la mía con firmeza.

—Bueno —dijo—, enséñame de lo que eres capaz.

—¿Qué quieres decir? —pregunté yo.

—Grimble me ha contado que eres un verdadero artista ligando. Me ha dicho que hasta das clases. Enséñame cómo lo haces.

Yo miré a Grimble con cara de pocos amigos.

—¿Por qué no se lo enseñas tú? —le dije.

—Estoy con una chica —respondió con una sonrisa cruel al tiempo que señalaba con la barbilla hacia una diminuta mujer latina con unos zapatos de tacón de doce centímetros—. Y, además, Heidi puede verme cuando quiera en «Elimina a un pretendiente».

Hacía varios meses, Grimble me había dicho que iba a poner a prueba sus poderes de seducción presentándose en el programa «Elimina a un pretendiente»; lo que yo no sabía era que ya lo hubiera hecho. Se había presentado y lo habían aceptado.

—¿Cuándo sales en la tele? —le pregunté.

Other books

The Walking Dead Collection by Robert Kirkman, Jay Bonansinga
Love and Lattes by Heather Thurmeier
Shadow Catcher by James R. Hannibal
Karna's Wife by Kane, Kavita
Liars & Thieves by Stephen Coonts
A Taste of Sin by Fiona Zedde
Manolos in Manhattan by Katie Oliver
Indecent Intent by Bethany Amber