DeAngelo no mencionó a ninguno de sus competidores durante el seminario; era demasiado inteligente para cometer ese error. Estaba intentado distanciarse de las mediocres luchas de la Comunidad, y la mejor manera de hacerlo era ignorar su existencia. Había dejado de aparecer en Internet; en su lugar, ahora pagaba a otros para que colgaran en el foro sus consejos cuando él se veía en la necesidad de hacerlo. Desde luego, DeAngelo no era un genio ni un gran innovador, como lo eran Mystery y Jeffries, pero era un magnífico vendedor.
—¿Cómo podemos conseguir que alguien desee algo? —preguntó después de hacer que sus estudiantes practicasen miradas a lo James Dean—. Dándole valor, demostrando que los demás lo quieren, haciendo que sea difícil de obtener y obligando a trabajar para conseguirlo. Durante la comida quiero que penséis en otras maneras de conseguir que alguien desee algo.
Decidí ir a comer una hamburguesa con DeAngelo y con algunos de sus alumnos para conocerlo mejor.
Harto de trabajar con poco éxito como agente inmobiliario en Eugene, Oregón, DeAngelo se había trasladado a San Diego dispuesto a volver a empezar. Pero se encontraba solo en San Diego y añoraba cruzar esa barrera invisible que separa a dos desconocidos en un bar. Así que empezó a buscar consejos en Internet y a cultivar amistades que tuvieran éxito con las mujeres. Uno de esos amigos fue Riker, un discípulo de Jeffries. Riker le enseño la manera de conocer mujeres a través de Internet. Además, a DeAngelo, la red le proporcionó la manera de practicar las tácticas de sargeo que le enseñaban sus nuevos amigos sin correr el riesgo de ser rechazado en público.
—Tenía acceso a nuevas ideas, las ponía en práctica y después observaba cómo reaccionaban a ellas las mujeres en los foros —dijo mientras algunos de sus alumnos se acercaban a escucharlo—. Fue entonces cuando descubrí que tocarle las narices a una mujer no tenía el efecto que yo creía. Así que decidí que, además de desenvolverme con chulería, debía ser todo lo gracioso que pudiera. Les robaba las palabras, me burlaba de ellas, las acusaba de intentar ligar conmigo y, desde luego, nunca las dejaba en paz.
Embargado por la euforia de sus descubrimientos, DeAngelo envió un escrito de quince páginas a Cliff’s List, uno de los foros de seducción más antiguos y consolidados de Internet. Y la Comunidad, que por aquel entonces todavía estaba en pañales, lo acogió con entusiasmo; había nacido un nuevo gurú. Cliff, el canadiense de mediana edad que dirigía el post, convenció a DeAngelo para que dedicara tres semanas a convertir sus ideas en un libro electrónico:
Dobla tus citas
.
Mientras hablábamos, Rick H. se unió a nosotros. Rick H. y DeAngelo compartían una casa en Hollywood Hills. Yo había oído hablar mucho de Rick H. Decían de él que era el mejor, un maestro entre los MDLS, especializado en mujeres bisexuales. Su manera llamativa de vestir, que recordaba a la de una lagartija de Las Vegas, había sido una de las fuentes de inspiración de la teoría del pavoneo de Mystery.
Bajo y con algunos kilos de más, Rick H. llevaba una camisa roja con un cuello inmenso y una chaqueta del mismo color. Lo seguían varios fieles, ansiosos por empaparse de su sabiduría. Reconocí a dos de ellos: Extramask, con los ojos tan hinchados que casi no podía abrirlos, y Grimble, que empezaba a dudar sobre la utilidad de la Seducción Acelerada, pues hipnotizar a mujeres para poder conseguir darse el lote con ellas en locales nocturnos no le había proporcionado ninguna relación estable. Así que, finalmente, Grimble había optado por el método del chulo gracioso. Su última
técnica
de ligue consistía en sacar el codo cuando pasaba una mujer a su lado y, al golpearla, gritar «ay», como si ella le hubiese hecho daño. Cuando la mujer se paraba junto a él, Grimble la acusaba de haber intentado tocarle el culo. En un bar, ser divertido tenía muchas más recompensas que la adulación.
Rick se sentó a nuestro lado y se reclinó cómodamente sobre su silla. Rodeado de estudiantes, que se apiñaban a su alrededor, empezó a compartir su sabiduría. Dijo que tenía dos reglas con las mujeres.
La primera: ninguna buena acción escapa sin castigo. (Una frase que, irónicamente, fue acuñada por una mujer: Clare Boothe Luce.)
La segunda: siempre has de tener una respuesta mejor que la de ella.
Una de las posibles interpretaciones de la segunda regla de Rick es que nunca debes darle una respuesta directa a una mujer. Si una mujer te pregunta en qué trabajas, mantenla con la duda, dile que reparas mecheros o que eres un tratante de esclavos o un jugador profesional de tres en raya. La primera vez que lo intenté, no funcionó muy bien. Una noche, mientras trabajaba un
set
de cinco en el vestíbulo de un hotel, una mujer me preguntó por mi trabajo. Yo le ofrecí la respuesta que había preparado para esa noche: tratante de esclavos. En cuanto terminé de pronunciar las palabras, me di cuenta de que no debería haberlo hecho, pues la chica era negra.
Una de las cosas que advertí oyendo hablar a Rick fue que la gente a la que le gusta oír el sonido de su propia voz tiende a tener más éxito con las mujeres; en Cliff’s List lo llamaban la teoría del bocazas.
—¿Por qué nos gustará tanto hablar de esas cosas? —le preguntó Rick H. a DeAngelo.
—Porque somos hombres —le contestó DeAngelo, como si fuese lo más evidente del mundo.
—Claro —asintió Rick—. Eso es lo que hacen los tíos.
Al marcharse los gurús, fui a sentarme con Extramask, que estaba dándole pequeños sorbos a una lata de zumo de manzana. Llevaba un
piercing
con la forma de unas pesas de halterofilia en la parte posterior del cuello y, de no ser por los ojos hinchados, hubiera sido el tío con el aspecto más guay de todo el seminario.
—¿Qué te ha pasado? —le pregunté.
—Me acosté con la chica de la cara de pan —me dijo—. Lo hicimos tres veces, pero esta vez tampoco conseguí correrme. No sé si son los condones o si es que tengo demasiada ansiedad y necesito tranquilizarme… O puede que tenga razón Mystery y que sea gay.
—¿Y qué tiene que ver eso con tus ojos? ¿Es que te pegó?
—No. Pero tenía una almohada de plumas o no sé qué mierda y, con mis alergias, se me han hinchado los ojos.
Extramask me contó que habían quedado para tomar un café. Él le había enseñado un juego psicológico que se llama el cubo y había continuado con otras demostraciones de valía. Me dijo que supo que las cosas iban a salir bien cuando ella empezó a reírse con todos sus chistes; incluso con los que no tenían gracia. Alquilaron la película
Insomnio
, fueron a casa de ella y se acurrucaron juntos en el sofá.
—Yo estaba superempalmado —me dijo Extramask—. La tenía durísima.
—Sí, sí —lo animé yo—. ¿Y qué pasó?
—Ella tenía una pierna apretada contra mi polla. Y te aseguro que era imposible no notar lo dura que la tenía. Me quité la camisa y ella empezó a besarme y a acariciarme el pecho. Yo estaba a punto de explotar. —Guardó silencio unos instantes mientras bebía un poco más de zumo de manzana—. Entonces le quité la camisa y ella se quedó en sujetador. Comencé a tocarle las tetas… Pero, cuando fuimos a su habitación, empezaron los problemas.
—¿Se te bajó?
—No, no. Lo que pasó es que ella todavía llevaba puesto el sujetador.
—¿Y? Habérselo quitado.
—Ahí está el problema. No sé cómo se quita un sujetador.
—Bueno, supongo que es una de esas cosas que se aprenden con la práctica —dije yo.
—Se me ha ocurrido una idea. ¿Quieres oírla?
—Sí, dime.
—Voy a coger uno de los sujetadores de mi madre y lo voy a atar alrededor de un palo, o algo así. Después voy a vendarme los ojos y voy a intentar desabrochar el sujetador a ciegas.
Lo miré con la cabeza ladeada. No sabía si hablaba en serio o si me estaba tomando el pelo.
—Lo digo en serio —aseguró él—. Es una manera de aprender tan buena como cualquier otra.
—Pero ¿qué tal te fue en la cama con Cara de Pan?
—Igual que la otra vez. Follamos sin parar. Debimos de estar media hora dale que te pego. Y yo seguía con la polla dura como una piedra. Pero no había manera de correrse. Creo que me hizo mi primera mamada. Aunque no estoy seguro, porque con el condón no notaba nada. Pero ella tenía la cabeza en mi entrepierna. Y me chupó los huevos. Eso sí que lo noté. De verdad, es una mierda. Quiero poder correrme con una tía.
—Te estás obsesionando. No sé; puede que no te gusten las mujeres.
—O puede que nadie sepa cómo darme placer mejor que mi mano —declaró, frotándose los ojos.
Grimble se acercó a nosotros y me dio una palmada en el hombro.
—El seminario va a continuar —me dijo—. Les toca a Steve P. y a Rasputín; te recomiendo que no te lo pierdas.
Me levanté y dejé a Extramask con su zumo de manzana.
—¿Sabes lo que hice? —gritó cuando empezaba a alejarme—. ¡Le metí los dedos!
Me volví hacia él. Extramask me hacía reír. Aunque actuaba como si estuviera confuso e indefenso, yo a veces pensaba que, en el fondo, era más listo que todos nosotros.
—Y la sensación no fue para nada como lo había imaginado —siguió gritando—. Al contrario, me pareció como que todo estaba en su sitio, muy bien organizado.
Quién sabe.
Aunque era David DeAngelo quien impartía los seminarios sobre el método del chulo gracioso, el indiscutible peso pesado era un escritor canadiense de cuarenta años conocido como Zan. Mientras otros MDLS, como Mystery, defendían la opción de disfrazar sus intenciones, Zan alardeaba de ser un mujeriego natural. Se consideraba a sí mismo un seductor en la tradición de Casanova, o del Zorro, de quienes disfrutaba disfrazándose en las fiestas. A lo largo de cuatro años, no había perdido un solo consejo en los foros de seducción; tan sólo los había dado.
Grupo MSN:
Salón de Mystery
Asunto:
Técnica
del chulo gracioso con camarera
Autor: Zan
Juego con la ventaja de no sentirme intimidado por ninguna mujer. Mi método es muy sencillo: interpreto cualquier cosa que una mujer haga o me diga como un IDI. Y punto. Me desea. Da igual quién sea ella. Y cuando tú lo crees, ellas no tardan en creerlo también.
Soy un esclavo de mi amor por las mujeres. Y ellas lo notan. El punto débil de las mujeres son las palabras. Afortunadamente, las palabras son uno de mis puntos fuertes.
Si una mujer intenta resistirse a mis avances, yo me comporto como si me hablara en marciano y sigo adelante, como si no entendiera lo que me ha dicho. Nunca me excuso ni pido perdón por ser un mujeriego. ¿Por qué? Porque la reputación es muy importante para una mujer. Lo digo en serio. Yo soy el otro hombre, el hombre por el que se preocupan los que se casan con una mujer.
Y, con eso en mente, quisiera compartir con vosotros mi
técnica
del chulo gracioso con camarera.
Por lo general, cuando un grupo de hombres se topa con una camarera de una belleza devastadora, se limitan a mirarle el culo cuando ella está de espaldas y hablar de ella cuando no puede oírlos. Pero cuando la camarera se acerca a la mesa para atenderlos, se comportan con exquisita educación y cortesía, como si no se sintieran atraídos por ella.
Yo, al contrario, adopto inmediatamente la actitud de chulo gracioso. Voy a describir cada paso con gran detalle, pues a veces pienso que algunos de vosotros no entendéis cómo ha de comportarse un chulo gracioso.
Cuando veo acercarse a la camarera, empiezo una conversación aparentemente profunda con alguno de mis compañeros de mesa, asegurándome de darle la espalda a la camarera.
Cuando ésta se acerca y nos pregunta qué queremos beber, la ignoro durante unos segundos. Después vuelvo la cabeza hacia ella, como si la viera por primera vez, recorro su cuerpo con la mirada, lo suficientemente despacio como para que ella lo note y me doy la vuelta completamente hasta quedar de frente a ella. Sonrío ampliamente y le guiño un ojo; el juego ha empezado.
Ella: ¿Qué vas a tomar?
Zan (ignorando su pregunta): Hola. No te había visto antes. ¿Cómo te llamas?
Ella: Stephanie. ¿Y tú?
Zan: Yo me llamo Zan. Y tomaré un gin-tonic. (Gran sonrisa.)
He roto el hielo y, al intercambiar nombres, ella me ha concedido el derecho implícito para tratarla con mayor familiaridad. Así que, cuando ella vuelve con las bebidas, vuelvo a sonreír y a guiñarle un ojo.
Zan: ¡Has vuelto! Parece que te caemos bien.
Ella (se ríe. Dice cualquier cosa).
Zan (digo cualquier otra cosa).
Ella (dice cualquier otra cosa).
Zan (cuando ella empieza a alejarse): Qué te apuestas a que no tardas en volver. Lo veo en tus ojos.
Ella (sonriendo): Tienes razón. Sois irresistibles.
He creado una temática de chulo gracioso: ella se acerca a nuestra mesa porque le hemos caído bien. La realidad, por supuesto, es que tiene que acercarse a nuestra mesa; al fin y al cabo, es nuestra camarera. Y, cuando vuelve a acercarse, miro a mis compañeros de mesa y sonrío, como diciendo: «¿Veis? Ya os lo había dicho». Desde el principio, trato a la camarera como si nos conociésemos desde hace tiempo.
Así consigo una familiaridad para la que normalmente hacen falta varios encuentros.
Y, ahora, la conversación seguirá más o menos así:
Ella: ¿Te traigo algo más?
Zan (sonrisa, guiño): ¿Sabes que eres irresistible? Sí, te llamaré un día de éstos.
Ella: No tienes mi número de teléfono.
Zan: ¡Es verdad! ¡Qué despiste! Dámelo antes de que se te olvide.
Ella (sonriendo): Creo que no es una buena idea. Tengo novio.
Zan (haciendo como si escribiera algo): No tan rápido. ¿Puedes repetirlo? Era el 555…
Ella (se ríe y arquea las cejas).
Es un intercambio aparentemente absurdo, pues ella nunca me daría su número de teléfono delante de mis amigos. Ninguna chica lo haría. Pero su número no es mi
objetivo
; todavía no.
Ahora, entre la camarera y yo existe cierta complicidad. Cuando vuelva allí, ella se acordará de mí y yo podré acercarme a ella, rodearla con un brazo y seguir con mi juego. Le diré que me convendría como novia y, como siempre, emplearé un tono jocoso; así ella no podrá saber si estoy intentando ligar con ella o si sólo estoy bromeando.
Ella: No, tú otra vez no.
Zan: ¡Stephanie, cariño! Oye, perdóname por no haber contestado a tu llamada de anoche. Ya sabes, soy un hombre tan ocupado.