El superhéroe Linterna Verde, cuyo anillo mágico le permitía convertir en realidad sus deseos, siempre había sido una fuente de inspiración para Jeffries. Tras usar la
PNL
para poner fin a un largo período de castidad involuntaria seduciendo a una mujer que había presentado una solicitud de trabajo en el despacho de abogados donde trabajaba, Ross Jeffries supo que había encontrado su propio anillo; por fin tenía el poder y el control que había ansiado durante toda su vida.
Su carrera como seductor profesional empezó con un libro de setenta páginas que publicó él mismo. El título no dejaba lugar a dudas sobre el momento emocional en el que se encontraba:
Cómo acostarte con la mujer que deseas
. Era una guía para todos los hombres que estuvieran hartos de ser agradables y sensibles. Jeffries lo vendió mediante pequeños anuncios publicados en las revistas
Playboy
y
Gallery
. Pronto empezó a hacer seminarios y a promocionar su libro en Internet. Uno de sus alumnos, un famoso
hacker
llamado DePayne, creó el foro alt.seduction.fast
[1]
.Y, lentamente, ese foro dio lugar a una comunidad internacional de MDLS.
—Cuando empecé a hablar de mi método, la gente me ridiculizó sin piedad —dijo Jeffries—. Me llamaron de todo y me acusaron de las cosas más horribles que puedas imaginar. Al principio me dolió mucho. Pero pronto dejaron de reírse.
Y ésa es la razón por la que todos los gurús están en deuda con Ross Jeffries; él había puesto los cimientos de la Comunidad. Pero ésa es también la razón por la que, cada vez que surge alguien nuevo, Jeffries intenta acabar con él; en algunos casos ha llegado incluso a amenazar a algún joven competidor con contarle lo que hace a sus padres o al director de su colegio.
Pero, más que a cualquier otra persona, incluso que a Mystery, Jeffries odiaba a David DeAngelo, un antiguo aprendiz de la Seducción Acelerada. Con el nombre de Sisonpih —hipnosis escrito al revés—, DeAngelo había ascendido rápidamente en la jerarquía de la Seducción Acelerada ayudando a Jeffries con el marketing. Los problemas surgieron cuando Jeffries hipnotizó a una novia de DeAngelo para conseguir acostarse con ella.
Según Jeffries, había sido el propio DeAngelo quien le había presentado a la chica para que la sedujese, pero DeAngelo insistía en que nunca le había dado permiso a Jeffries para que se acostara con ella. Sea como fuere, ambos dejaron de hablarse y DeAngelo montó su propio negocio, al que llamó «Dobla tus citas». No se basaba en ningún tipo de
PNL
ni en ninguna otra forma de hipnosis, sino en la psicología evolutiva y en el principio del chulo gracioso.
—¿Sabes que ese imitador de poca monta va a organizar un seminario en Los Ángeles? —me dijo Jeffries—. No entiendo cómo nadie puede pensar que el muy capullo de DeAngelo, con todos sus contactos en el mundillo de la noche y su buena presencia, va a poder entender los problemas y las dificultades a las que se enfrentan los hombres normales a la hora de conocer mujeres.
Me dije a mí mismo que tenía que apuntarme al seminario de DeAngelo.
—DeAngelo, Gunwitch y Mystery comparten una misma visión del género femenino —continuó diciendo Jeffries, cada vez más alterado—. Se concentran únicamente en algunas de las peores características de algunas de las mujeres que hay ahí fuera y, como si fuese una nube de fertilizante, le aplican esas mismas características a todas las demás.
Jeffries hablaba como el típico cantante de blues al que han timado tantas veces que ya no se fía de nadie. Sólo que los cantantes por lo menos cobran derechos de autor y trabajan con discográficas que defienden sus intereses. Pero no es posible registrar los derechos del deseo sexual femenino ni declararse autor de sus elecciones de pareja. Desgraciadamente, la paranoia de Jeffries no carecía de fundamento; sobre todo en el caso de Mystery, el único seductor con suficientes ideas y habilidades como para destronarlo.
El camarero se llevó los platos de la mesa.
—Si me pongo así es porque esos chicos me importan —decía Jeffries—.
Calculo que un veinte por ciento de mis alumnos habrán sufrido abusos. La mayoría de ellos están marcados psicológicamente. Su problema no se reduce a las relaciones con las mujeres, sino también tienen problemas para relacionarse con el resto de las personas. Y muchos de los problemas de este mundo son el resultado de vivir en una sociedad que reprime nuestros deseos.
Jeffries se volvió hacia tres ejecutivas que tomaban el postre varias mesas más allá; estaba a punto de dar rienda suelta a sus deseos.
—¿Qué tal está la tarta de frambuesa? —gritó.
—Muy rica —contestó una de las mujeres.
—Sabéis que existe un lenguaje de signos para los postres —les dijo Jeffries.
Ya no había quien lo parase—. Los signos dicen «Éste no tiene azúcar» o «Éste se me derrite en la boca». Y el lenguaje de signos despierta la sensibilidad de tus sentidos, ayudándote a prepararte para lo que venga a continuación. Es un flujo de energía corporal.
Desde luego, Jeffries había captado el interés de las ejecutivas.
—¿De verdad? —dijeron ellas.
—Soy profesor de flujos de energía —les dijo Jeffries.
Las tres mujeres abrieron la boca al unísono. Para las mujeres del sur de California, la palabra energía es el equivalente al olor del chocolate.
—Ahora mismo estábamos hablando de si los hombres realmente entienden a las mujeres —comentó una de ellas—. Y creemos tener la respuesta. Unos minutos después, Jeffries estaba sentado a la mesa de las ejecutivas, que, olvidándose por completo de sus postres, lo escuchaban absortas. A veces yo dudaba de si sus
técnicas
realmente funcionaban en los sofisticados niveles del subconsciente en los que Jeffries sostenía que lo hacían, o si lo que en realidad ocurría era que la mayoría de las conversaciones son tan aburridas que basta con decir algo diferente, algo con poco interés, para conseguir la atención de una mujer.
—Es increíble —dijo una de ellas cuando Jeffries acabó de referirle las cualidades que las mujeres verdaderamente buscan en un hombre—. Nunca lo había pensado así. ¿Dónde das las clases? Me encantaría asistir a una.
Jeffries le pidió el número de teléfono, se despidió de las ejecutivas y volvió a nuestra mesa.
—¿Te das cuenta ahora de quién es el verdadero maestro? —me dijo con una gran sonrisa mientras se frotaba la barbilla con el dedo pulgar.
A ojos de Sin, yo no era más que un
peón
.
—Jeffries es un mujeriego y un conspirador —me dijo cuando lo llamé a Montgomery, Alabama, donde estaba destinado.
Sin estaba viviendo con una chica a la que le gustaba que la sacaran de paseo con un collar y una correa. Desgraciadamente, los militares no veían con buenos ojos ese tipo de perversiones, así que Sin y su chica tenían que conducir hasta Atlanta para dar paseos lejos de las miradas inquisitivas del ejército.
—Jeffries tiene planes para ti —me advirtió—. Quiere usarte como herramienta de marketing para desacreditar a Mystery. Al fin y al cabo, eres el mejor alumno de Mystery, la persona que sargea más a menudo con él. Cuando Jeffries te pregunta si estás mintiendo a tu gurú lo que pretende es que, con tu respuesta, refuerces la idea de que él es tu gurú. Jeffries pretende demostrar que eres un converso, que has renunciado a tus viejas creencias para abrazar la verdadera fe. Ésa es la idea; así que ten cuidado.
El hecho de aprender
PNL
, manipulación y autoperfeccionamiento tenía un problema: ninguna acción —ya fuese propia o ajena— carecía de propósito. Cada palabra tenía un significado oculto, y cada significado oculto tenía peso en sí mismo, y ese peso tenía reservado un lugar especial en la escala del propio interés. Y aun en el caso de que Jeffries estuviera alimentando nuestra amistad con la única intención de aplastar a Mystery, también era conocido su interés por aquellas personas, especialmente estudiantes, que pudieran introducirlo en todo tipo de fiestas, sobre todo en Hollywood.
A la semana siguiente, invité por primera vez a Jeffries a una de esas fiestas. Mónica, una actriz con buenos contactos, aunque con poco trabajo, con la que había sargeado noches atrás, me había invitado a su fiesta de cumpleaños en Belly, un bar de tapas en Santa Monica Boulevard. Supuse que habría mucha gente guapa y que sería una buena oportunidad para que Jeffries nos deslumbrara con sus habilidades, pero me equivoqué.
Fui a recoger a Jeffries a casa de sus padres, que vivían en un barrio de clase media del oeste de Los Ángeles. El padre de Jeffries, quiropráctico y director de colegio jubilado, además de editor de sus propias novelas, estaba sentado en un sofá junto a la madre de Jeffries, que era claramente quien llevaba los pantalones. De la pared colgaban un corazón púrpura y una estrella de bronce, condecoraciones recibidas por el padre de Jeffries en Europa durante la segunda guerra mundial.
—Style está teniendo mucho éxito usando mi
técnica
—les dijo Jeffries.
Incluso los MDLS cuarentones necesitan la aprobación de sus padres.
—Hay gente que cree que hablar de sexo es terrible —intervino su madre—.
Pero Jeffries no es sucio ni vulgar. Jeffries es un chico muy inteligente. —Se levantó y caminó hasta la estantería que cubría por completo una de las paredes—. Todavía tengo el libro de poemas que escribió cuando tenía nueve años. ¿Quieres verlo? En un poema, Jeffries dice que él es un rey y que se sienta en un trono.
—No, mamá, Style no quiere que le leas ninguno de mis viejos poemas —la interrumpió Jeffries—. Venga, vámonos. Venir aquí ha sido una equivocación.
La fiesta de cumpleaños fue un completo desastre. Jeffries no sabía comportarse en ese ambiente. Pasó la mayor parte de la noche creyendo que estaba coqueteando al actuar como si fuese mi amante gay y arrastrándose a cuatro patas detrás de Carmen Electra, olfateándole el culo, como si fuese un perro. En una ocasión, mientras yo hablaba con una chica, nos interrumpió para alardear sobre una chica a la que había ligado hacía unos días. A las diez de la noche me dijo que estaba cansado y me ordenó que le llevase a casa.
—La próxima vez deberíamos quedarnos un poco más —le dije.
—No —replicó él—. La próxima vez deberíamos llegar antes —me regañó—.
No me importa trasnochar, pero me gusta que me avisen con tiempo, para poder echarme una siesta y estar descansado.
Me dije a mí mismo que nunca volvería a llevar a Jeffries a un sitio con clase. La verdad es que fue vergonzoso. Lo cierto era que, desde que pasaba tanto tiempo con MDLS, habían bajado considerablemente mis estándares de vida social. Ya apenas veía a mis antiguos amigos. Ahora mi vida social estaba monopolizada por tipos vulgares con los que antes nunca habría salido. Pero, aunque me había acercado a la Comunidad para conocer mujeres, lo cierto era que ésta se caracterizaba, precisamente, por su ausencia. Pese a todo, tenía la esperanza de que tan sólo fuese una fase del proceso, como cuando, para limpiar tu casa, primero la desordenas.
Jeffries no dejó de arengarme sobre sus rivales hasta que llegamos a su apartamento de Marina del Rey. Por supuesto, los rivales de Jeffries eran igual de crueles con él. Recientemente le habían apodado Mío 99, pues, según decían, cada vez que Jeffries le robaba una táctica a alguien lo hacía insistiendo que era él quien la había desarrollado en su seminario de Los Ángeles de 1999.
—Ese traicionero de DeAngelo —dijo Jeffries antes de bajarse del coche—. Su seminario es mañana y acabo de enterarme de que algunos de mis alumnos van a participar. Y ni siquiera han tenido la decencia de decírmelo.
No tuve el valor necesario para decirle que también yo iba a asistir.
«De nadie depende elegir por quién se siente atraído»
Esas eran las palabras que David DeAngelo había proyectado sobre la pared. El seminario estaba completamente abarrotado. Debía de haber más de ciento cincuenta personas en la sala. A muchos de ellos ya los conocía.
Los seminarios empezaban a resultar una imagen preocupantemente familiar: una persona con auriculares sobre un escenario aconsejando a un grupo de hombres necesitados sobre la mejor manera de no tener que recurrir al onanismo nocturno. Pero en éste había una diferencia: como había dicho Jeffries, DeAngelo era un tipo apuesto. Una versión delicada de Robert de Niro; un De Niro que nunca se metía en problemas.
Lo que diferenciaba a DeAngelo de los demás gurús era precisamente que no destacaba por nada. No era ni carismático ni interesante. No tenía el fuego inapagable de alguien que anhela convertirse en líder de un culto, ni tampoco parecía valerse de las mujeres para llenar algún oscuro vacío de su alma. Ni siquiera se creía mejor que los demás. No, DeAngelo realmente era muy normal. Lo único que lo hacía peligroso era su increíble capacidad de organización.
Resultaba evidente que llevaba meses preparando el seminario. No sólo estaba todo perfectamente planificado, sino que cada detalle había sido pensado para un consumo masivo. Se trataba de un método para ligar que podía ser presentado a cualquier persona sin que ésta se sintiera agredida ni por su crudeza, ni por su actitud con respecto a las mujeres, ni por lo retorcido de sus
técnicas
; excepto, claro está, por la recomendación del libro
Adiestramiento canino
, de Lew Burke, como fuente de sugerencias sobre la mejor manera de tratar a las mujeres.
Al igual que DeAngelo, muchos de los oradores del seminario eran antiguos alumnos de Jeffries; entre ellos, Rick H., Vision y Orion, el clásico perdedor que se había hecho famoso por ser el primer MDLS en vender cintas de video de sí mismo sargeando en la calle. La serie de vídeos «Conexiones mágicas» era vista como la prueba irrefutable de que, con
técnicas
hipnóticas, hasta un completo perdedor podría acostarse con una chica.
—El diccionario define seducción como «Arrastrar, persuadir a alguien con promesas o engaños a que haga cierta cosa, generalmente mala o perjudicial; particularmente, conseguir un hombre por esos medios poseer una mujer» —leyó DeAngelo de una de sus notas—. Así pues —continuó—, la seducción implica engaño; para seducir es necesario comportarse con deshonestidad y ocultar tus motivos. Y eso no es lo que enseñamos aquí. Aquí enseñamos lo que se define como atracción. Atracción es trabajar en uno mismo hasta hacerse irresistible para las mujeres.