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Authors: Neil Strauss

Tags: #Ensayo, Biografía

El método (The game) (25 page)

BOOK: El método (The game)
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Entonces, Andy me preguntó en qué trabajaba (aunque se trataba de un IDI, en ese momento no me di cuenta). Cuando le dije que era escritor, Andy me dijo que estaba pensando en escribir un libro. Olvidándose por completo de Hillary, empezó a bombardearme con preguntas y me pidió que lo ayudara con su libro. Se había convertido en mi fan y, como dice Mystery, si te ganas a los hombres, tienes a las mujeres.

—Me asusta que alguien pueda pensar que soy aburrido —me dijo.

Ése era su punto débil. Lo había vencido siendo más interesante que él, haciendo una demostración de mi valía. La táctica había funcionado; mejor incluso que con Heidi Fleiss en el bar Whiskey. El único problema era que yo todavía no me daba cuenta de hasta qué punto había funcionado.

Andy se acercó a mí con complicidad.

—¿Eres, gay, bisexual o heterosexual? —me preguntó.

—Heterosexual.

—Qué pena —dijo respirándome al oído—. Soy bisexual. Podríamos haberlo pasado muy bien.

Cuando Andy y sus amigos se fueron, volví a sentarme al lado de Hillary y ella me miró con los
ojos de cachorro delante de un plato de comida
. Le cogí la mano por debajo de la mesa y noté el calor que emanaba de la palma de su mano y de su muslo. Sería mía esa misma noche. Me lo había ganado.

CAPÍTULO 5

A la mañana siguiente, cuando volví de casa de Hillary, me encontré a Dustin esperándome en mi apartamento. El ligón nato había regresado.

Pero ¿qué hacía en mi apartamento?

—Hola —me dijo con un tono de voz tan suave como afeminado. Llevaba una americana de tweed con grandes botones marrones, pantalones negros de poliéster y un pequeño gorro negro.

Hacía más de un año que no hablaba con Dustin; desde luego no había hablado con él desde que formaba parte de la Comunidad. Lo último que sabía de él era que había estado llevando una discoteca en Rusia. Me había mandado fotos de sus novias; una por cada noche de la semana. De hecho, las llamaba Lunes, Martes, Miércoles…

—¿Cómo has entrado?

—Me ha abierto tu casera. Es muy agradable. ¿Sabías que su hijo también escribe?

Dustin tenía el don de conseguir que la gente se sintiera cómoda a su alrededor.

—Me alegro de verte —dijo al tiempo que me daba un fuerte abrazo. Al soltarme vi que tenía los ojos vidriosos, como si realmente se alegrara de verme.

El sentimiento era mutuo. Desde que había entrado a formar parte de la Comunidad, apenas había pasado un día sin que pensara en Dustin. Mientras que Ross Jeffries necesitaba de sus patrones hipnóticos para convencer a las mujeres de que explorasen sus fantasías con él, Dustin conseguía lo mismo sin siquiera abrir la boca. Dustin era un lienzo masculino en blanco sobre el que las mujeres proyectaban sus deseos reprimidos. Antes, nunca había logrado entender cómo lo conseguía, pero, ahora, con mis nuevos conocimientos, si lo observaba en acción y le hacía las preguntas pertinentes, con el tiempo, podría llegar a crear un modelo que recreara su modo de operar. Podría añadir una corriente completamente nueva a la Comunidad.

—No sé si sabes lo que he estado haciendo este último año —le dije—. La cosa es que he estado aprendiendo de los mejores profesionales del ligue. Mi vida ha cambiado por completo. Ahora tengo a todas las mujeres que quiero.

—Lo sé —asintió él—. Me lo ha contado Marko. —Después me miró con sus grandes ojos vidriosos, esos mismos ojos pardos que habían visto el alma de tantas mujeres hermosas—. Yo ya… —empezó a decir—. La verdad es que todo eso ya ha quedado atrás.

Lo miré con incredulidad; hasta que me di cuenta de que el gorro que llevaba en la cabeza era un kipá.

—Vivo en Jerusalén —me dijo—. En una yeshiva. Es una escuela religiosa.

—Estás bromeando, ¿verdad?

—No. Hace ocho meses que no me acuesto con una mujer. Está prohibido.

No podía creer lo que estaba oyendo: el rey de los don juanes se había hecho célibe. No podía ser verdad. ¿Acaso no era ésa la razón por la que se habían inventado las prisiones? Les ofrecían a los hombres comida, ropa, un tejado y aire puro, pero les privaban de las dos cosas que realmente importaban: la libertad y las mujeres.

—Al menos te dejarán masturbarte, ¿no?

—No.

—¿De verdad?

—Bueno… —vaciló él—. A veces tengo sueños eróticos.

—¿Ves, Dustin? Dios está intentando decirte algo.

Dustin se rió y me dio unas palmadas en la espalda. Sus gestos eran pausados y su risa condescendiente, como si los chistes fuesen algo que perteneciera al pasado.

—Ahora me llamo Avisha —me dijo—. Es mi nombre hebreo. Me lo puso uno de los rabinos superiores de la yeshiva.

No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo podía haberse convertido Dustin en un candidato a rabino, sobre todo ahora, que tanto podría haber aprendido yo de él?

—No consigo entenderlo. ¿Por qué has renunciado a las mujeres?

—Cuando puedes acostarte con cualquier mujer, llega un momento en el que hacerlo ya no te satisface. En mi caso, llegó un momento que dejé de acostarme con las chicas que llevaba a casa. Lo único que quería era hablar con ellas. Nos pasábamos la noche hablando, creando lazos mucho más profundos que los que se consiguen con el contacto carnal, y, luego, al amanecer, las acompañaba a su casa. Fue entonces cuando empecé a cambiar. Me di cuenta de que mi autoestima dependía únicamente de mi éxito con las mujeres. Las mujeres eran como dioses para mí, sólo que falsos dioses. Así que decidí encontrar al dios verdadero.

Dustin me explicó que buscó el camino en Internet hasta que encontró la Torá y empezó a leerla. Tras un primer viaje a Jerusalén, de vuelta en Moscú, una noche fue a una fiesta en un casino; allí, rodeado de mafiosos, de hombres de negocios corruptos y de mujeres a las que sólo les importaba el dinero, se sintió asqueado. Así que hizo las maletas y dejó atrás a sus siete novias. Llegó a Jerusalén la víspera de la Pascua judía.

—He venido para pedirte perdón por mi comportamiento en el pasado —me dijo.

No tenía ni idea de lo que me estaba hablando. Dustin siempre se había portado como un buen amigo.

—Siempre había idealizado un estilo de vida y un comportamiento corruptos —me explicó—. Vivía de espaldas a la bondad, a la compasión, a la dignidad humana… Usaba a las mujeres. Las degradaba. Las explotaba. Sólo pensaba en mi propio placer. Aborrecía los buenos instintos que había en mí, e intentaba corromper a quienes estaban a mi lado.

Mientras lo escuchaba, no pude evitar pensar que todas esas cosas por las que se estaba disculpando eran precisamente las razones por las que yo me había hecho amigo suyo.

—Yo te ensalcé mi comportamiento como si fuese el más alto ideal al que podía aspirar un hombre —continuó diciendo—. Y por eso, por lo que pueda haber contribuido a borrar la bondad natural de tu alma, te pido perdón de todo corazón.

Lo que decía Dustin podía tener sentido intelectualmente, pero yo siempre he huido de las posiciones extremas, ya sea la adicción a las drogas, el fanatismo religioso o las dietas a base de cero hidratos de carbono. Había algo extraño en Dustin, o en Avisha, como se hacía llamar ahora. Tenía un hueco en su interior que siempre había intentado llenar; primero con las mujeres, y ahora con la religión. Aunque lo escuché con atención, no compartía su punto de vista.

—Estás perdonado —le dije—, aunque la verdad es que no tengo nada que perdonarte.

Él me miró con ternura, pero no dijo nada. No había duda de dónde yacía el secreto de su poder de seducción. Eran esos ojos que brillaban como la superficie de un lago de montaña y la intensidad con la que enfocaba la mirada, haciéndote sentir que, en ese momento, para él no existía nada más que tú.

—Para aumentar mis probabilidades de conocer a mujeres, he cambiado ciertas cosas de mí mismo —seguí diciendo yo—. Y resulta que todas esas cosas son positivas. Lo que quiero decir es que, para atraer a las mujeres, me he convertido en una persona más segura de sí misma. Además, he empezado a hacer ejercicio y ahora como mejor. Cada vez estoy más cerca de mis propias emociones y me interesa la espiritualidad. Me he convertido en una persona más divertida y más positiva.

Él me escuchaba con paciencia.

—Y no sólo tengo más éxito con las mujeres, sino con todas las personas, ya sea con mi casera o con la chica que me llama del banco cuando dejo la cuenta en números rojos. Supongo que lo que intento decir es que en el proceso de aprender a ligar también me estoy convirtiendo en una persona mejor.

Él empezó a mover la boca.

—Siempre…

—¿Sí?

—Siempre podrás contar con mi amistad.

Al parecer, mis argumentos no lo habían convencido.

—¿Te importa que me quede unos días contigo? —me preguntó Dustin.

—Me encantaría —respondí yo—, pero el miércoles me marcho a Australia.

—¿Tienes un despertador que me puedas prestar? —me preguntó él—. Tengo que rezar al alba.

Yo le di un pequeño despertador de viaje. Al hacerlo, él sacó un libro de su bolsa de viaje.

—Toma —me dijo—. Lo he traído para ti.

Era una pequeña edición en tapa dura de un libro del siglo XVI llamado
El camino de los justos
. Tenía algo escrito en la primera página. Era una cita del Talmud:

Quien destruye una sola vida es tan culpable como quien destruye el mundo entero, y quien salva una sola vida es tan merecedor de alabanzas como quien ha salvado el mundo entero.

Así que Dustin estaba intentando salvarme. Pero ¿por qué? Si yo me lo estaba pasando en grande.

CAPÍTULO 6

El sol lucía con fuerza y una tabla de surf viajaba atada a la baca de nuestro flamante coche de alquiler. Mystery y yo volvíamos a estar de gira. Nos esperaban cinco talleres, para los que ya no quedaban plazas, en tres ciudades australianas. La vida me sonreía.

Mystery, en cambio, estaba deprimido. Antes de salir de Toronto, su novia, Patricia, le había dado un ultimátum: o boda e hijos o adiós.

—Llevo seis días sin echar un polvo —protestó Mystery mientras conducíamos por la costa de Queensland—. Aunque, eso sí, no sé cuántas veces me habré masturbado viendo porno de lesbianas.

Tras cuatro años de relación, las metas de Mystery y de Patricia, empezaban a chocar. Mystery quería recorrer el mundo con un espectáculo de ilusionismo y dos novias bisexuales, mientras que Patricia quería crear una familia en Toronto, con un solo hombre y ninguna otra mujer que no fuese ella.

—No entiendo a las mujeres —protestó Mystery—. Sé cómo acostarme con ellas, pero no las entiendo.

Habíamos decidido venir a Australia cuando Sweater, el alumno del primer taller de Mystery, nos había invitado a pasar una semana en su casa de Brisbane. Al parecer, tras cuatro meses de intenso sargeo, Sweater por fin había encontrado a la mujer con la que quería casarse.

—Me siento como un adolescente enamorado —exclamó Sweater cuando aparcamos delante de su casa. No se parecía en nada al hombre inseguro de mediana edad que habíamos conocido en el vestíbulo del hotel Roosevelt. Tenía un aspecto magnífico y, lo que era más sorprendente, una sonrisa irresistible pegada constantemente a la cara.

Helena Rubinstein dijo en una ocasión que no había mujeres feas; tan sólo mujeres perezosas. Ya que las exigencias de belleza de los hombres son mucho menores que las de las mujeres, la frase resultaba doblemente apropiada en el caso de Sweater. Dale a un hombre un buen bronceado, unos dientes más blancos, la ropa apropiada y una rutina de comida sana y ejercicio y tendrás un hombre apuesto.

—He pasado el fin de semana en Sydney con mi prometida —nos dijo Sweater al entrar en su casa—. Hablamos por teléfono unas siete veces al día. ¡Y acabo de pedirle que se case conmigo! ¿Verdad que es una locura? Y, por si eso fuera poco, acaban de pagarme medio millón de dólares por un seminario sobre marketing. ¡La vida es fantástica! Gracias a la Comunidad tengo salud, diversión, dinero y amor. Y además estoy rodeado de gente maravillosa.

Sweater vivía en una casa de dos pisos con mucha luz y vistas al río Brisbane y a los jardines botánicos. Un bonito jardín con una enorme piscina y un
jacuzzi
rodeaba la casa. En el piso de arriba había tres dormitorios, y en el de abajo, alrededor de un gran escritorio con forma de herradura, trabajaban cuatro jóvenes de unos veinte años y espíritu emprendedor; cada uno delante de su propio ordenador. Sweater no sólo los había preparado para que vendieran sus productos —libros y cursos sobre el mercado inmobiliario—, sino que también los había introducido en la Comunidad. De día ganaban dinero para Sweater; de noche, salían a
sargear
con él.

—Me lo paso bien ayudando a estos chicos, pero yo ya estoy fuera de circulación —nos dijo Sweater cuando le preguntamos cómo se sentía ahora que había decidido pasar el resto de la vida con una sola mujer—. Eso sí, nadie puede decir que no me haya retirado en la cima. Pero ahora sé que sin compromiso no puede haber una verdadera relación.

En cierto modo, sentí envidia de Sweater: yo nunca había conocido a una mujer con la que pudiera comprometerme así.

Desde luego, el taller de Mystery nos había cambiado la vida a todos. Sweater se había hecho rico y estaba enamorado; Extramask por fin se había ido de casa de sus padres y había conseguido tener un orgasmo durante el coito, y yo viajaba por el mundo enseñando unas habilidades que hacía tan sólo un año ni siquiera sabía que existían.

Quien estaba realmente impresionado con Sweater, aunque no tanto por su éxito personal como por el negocio que dirigía desde su propia casa, era Mystery. De ahí que, cuando no estaba acribillando a preguntas a Sweater o a alguno de sus empleados sobre el negocio, pasara horas enteras sentado en la oficina observándolos trabajar en silencio.

—Esto es exactamente lo que necesito —le decía una y otra vez a Sweater—. Has creado un entorno social positivo y eso da lugar a un buen ambiente de trabajo. Y yo, mientras tanto, me estoy pudriendo en Toronto.

De camino al aeropuerto, Mystery y yo empezamos a planear nuestra siguiente aventura.

—Doy un taller particular en Toronto el mes que viene —me dijo Mystery—. Un tío me ha ofrecido mil quinientos dólares.

—¿Tanto?

La mayoría de los clientes de Mystery eran estudiantes universitarios que apenas conseguían reunir el dinero suficiente para pagar un taller colectivo, que Mystery había subido a seiscientos dólares, al tiempo que había reducido el número de noches de cuatro a tres.

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