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Authors: Neil Strauss

Tags: #Ensayo, Biografía

El método (The game) (58 page)

BOOK: El método (The game)
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Pero yo no acostumbraba a presionar a las mujeres. Si otra mujer me hubiera tratado como Lisa, ya haría tiempo que habría dejado de perseguirla. Por supuesto, también era posible que mi obsesión viniera de una vena misógina de macho alfa, que podía haber contraído accidentalmente como consecuencia de pasar demasiado tiempo en el campo del sargeo. Por otra parte, Lisa era una mujer ferozmente independiente, alguien a quien yo admiraba. Así que siempre era posible que el cavernícola que llevaba dentro de mí quisiera acostarse con ella a modo de conquista.

Pero también existía la remota posibilidad de que ella hubiera conseguido tocar una parte de mí que yo siempre había ocultado; incluso a mí mismo. Era esa parte de mí que quería dejar de pensar, que quería dejar de buscar, que quería dejar de preocuparse por lo que pensaran de mí los demás, que quería olvidarse de todo y dejarse ir y sentirse cómoda y libre y vivir el momento, como cuando cogí esa gran ola con mi tabla de surf. Y, por momentos, cuando tanto Lisa como yo dejábamos caer nuestras defensas, era así como me sentía con ella.

Después de cenar fuimos a mi casa. Lisa se puso una camiseta blanca y unos calzoncillos que le llegaban hasta las rodillas y nos tumbamos juntos, debajo de las sábanas, con las cabezas apoyadas en almohadas separadas, mirándonos sin tocarnos, tal y como habíamos hecho tantas veces antes.

Yo quería continuar la conversación de la cena. Ya no intentaba seducirla; sencillamente necesitaba respuestas.

—Entonces, ¿por qué viniste a verme el otro día?

—Mientras estuviste fuera, te eché de menos —me dijo.

Me encantaba ver cómo se le separaban los labios sobre los incisivos cuando hablaba. Me hacía pensar en salmón sobre arroz.

—Mis amigas se reían de mí porque contaba los días que quedaban para que volvieras. Hasta fui a comprar cosas para cocinarte algo especial. La verdad es que no sé por qué lo hice. —Guardó silencio durante unos instantes. Después sonrió, como si no debiera estar contándome todo aquello—. Compré unos filetes de pez espada. Al final se pasaron y tuve que tirarlos.

Una oleada de confianza llenó mi pecho de calidez. Después de todo, todavía tenía una oportunidad con Lisa.

—Pero ya es demasiado tarde —dijo ella—. Te dejé una ventana abierta y tú no supiste aprovecharla.

David DeAngelo hubiera dicho que había llegado el momento de comportarme como un chulo-gracioso. Ross Jeffries hubiera dicho que no podía permitir que fuese ella quien decidiera el marco en el que transcurría nuestra relación. Y Mystery me habría dicho que la castigara. Pero yo no pude evitarlo. Tenía que hacer la típica pregunta de
TTF
.

—¿Qué hice mal?

—Para empezar, no me llamaste al volver de Miami. Tuve que ser yo quien vine a buscarte.

—Espera un momento —protesté—. Eso no es justo. Creía que pasabas de mí.

No me devolviste las llamadas cuando me fui a Miami.

—El mensaje de tu contestador decía que estabas fuera y que no podrías devolver las llamadas.

—Ya, pero a ti sí te habría devuelto la llamada. Quería oír tu voz.

—Después, la noche del Whiskey Bar casi ni me dirigiste la palabra. Y la última gota fue cuando vinimos a la mansión antes de ir a hacer surf. Le dije a Sam que seguías gustándome, y ella me dijo que me olvidara de ti. Me dijo que, al subir a tu cuarto para ir al baño, se había encontrado un condón usado en el suelo.

Mi cerebro se revolvió contra sí mismo y se dio una bofetada. No me había acordado de tirar el condón que había usado con Isabel. Así que era eso lo que le había dicho Sam al oído de camino a Malibú.

—Entonces, ¿por qué has quedado conmigo esta noche?

—Me pediste que saliéramos juntos. Era una cita en toda regla. Además, estabas nervioso, así que supuse que debía de gustarte de verdad.

Me incorporé en la cama. Lo que estaba a punto de hacer era propio de un
TTF
.

—Déjame que te explique algo. Los MDLS lo llaman
monoítis
. Es un término que se refiere a la enfermedad que sufren los tíos que se obsesionan con una sola chica. Los hombres con
monoítis
nunca consiguen nada porque, cuando están con la chica que les gusta, se ponen demasiado nerviosos y lo estropean todo.

—¿Y? —preguntó ella.

—Yo tengo
monoítis
. Y tú eres esa chica.

Nos estábamos mirando a los ojos. Vi cómo brillaban los de Lisa. Y sabía que los míos también lo hacían. Había llegado el momento de besarla.

No usé ninguna frase, ninguna
técnica
, ningún cambio de fase. Me acerqué a ella. Ella se acercó a mí. Ella cerró los ojos. Yo cerré los ojos. Y nuestros labios se encontraron. Fue exactamente como siempre había pensado que debía ser un primer beso.

Pasamos la noche besándonos y diseccionando todo lo que había ocurrido durante las últimas semanas.

Por la mañana, mientras Lisa dormía, bajé al salón con mi agenda telefónica. Llamé a Nadia y a Hie y a Susanna y a Isabel y a las Jessicas y a cada CS y MRE —y todos los demás acrónimos— a las que veía y les dije que había conocido a alguien y que quería serle fiel.

—¿Así que la prefieres a ella que a mí? —me dijo Isabel con evidente enojo.

—No es una elección racional —repuse.

—¿Es que es mejor en la cama que yo?

—No lo sé. Sólo nos hemos besado.

—Así que quieres deshacerte de mí porque le has dado unos besos a una chica.

¿Es eso? —preguntó con una carcajada fingida.

—No quiero deshacerme de ti —le dije—. Si quieres, podemos seguir viéndonos, pero como amigos.

Casi pude sentir cómo mis palabras se le clavaban en el corazón, igual que tantas veces se habían clavado en el mío antes de unirme a la Comunidad.

—Pero… Te quiero —dijo ella.

¿Cómo podía quererme? Si yo fuera ella, me acostaría con una decena de tíos para superar mi
monoítis
.

—Lo siento —le dije. Y era verdad.

Hay un problema con el sexo sin compromiso: a veces deja de serlo. A veces surge el deseo de algo más. Y, cuando las expectativas de una de las personas no coinciden con las de la otra, entonces, quien tenga mayores expectativas acaba sufriendo. No existe el sexo gratis; siempre hay un precio que pagar.

Yo acababa de romper la regla de oro de Ross Jeffries: déjala siempre mejor de lo que estaba cuando la conociste.

CAPÍTULO 7

El vapor de agua subía hacia el cielo sin estrellas de Los Ángeles. Mystery y yo estábamos sentados, uno enfrente del otro, en el
jacuzzi
. Mystery rodeó el borde con uno de sus pálidos brazos, mientras con el otro sujetaba una copa con un líquido naranja y unos cubitos de hielo. Si no fuera porque Mystery nunca bebía alcohol, hubiera pensado que era un cóctel.

—Ya se lo he notificado oficialmente a Papa —me dijo—. Me voy el mes que viene.

Una vez más, iba a dejarme en la estacada, igual que lo había hecho durante su crisis de Toronto. Ahora, yo tendría que convivir con la pareja feliz que había forzado su marcha y con el ejército de clones de Papa.

—¿De verdad vas a dejarte vencer tan fácilmente? —le pregunté al tiempo que cogía una colilla del agua y la dejaba en uno de los vasos vacíos que había en el borde—. No puedo creerme que no vayas a luchar. Katya no se atrevería a pisar la mansión si te quedaras. Tienes que luchar, Mystery. No puedes dejarme solo en la casa.

—No —dijo Mystery—. Siento demasiada ira, demasiado resentimiento. Tanto que prefiero irme. Así no tendré que verlos nunca más.

Le dio un pequeño sorbo a su bebida.

—¿Qué estás bebiendo? —le pregunté.

—Es un destornillador. Creo que estoy un poco borracho. ¿Sabes que nunca he estado borracho? Nunca quise emborracharme mientras mi padre estuvo vivo. Pero, ahora que ya no lo está, no veo ninguna razón para no probarlo.

—No creo que sea el mejor momento para empezar a beber, tío. Ya estás suficientemente deprimido, y el alcohol sólo va a hacer que te sientas peor.

—Está bueno.

Como de costumbre, yo desperdiciaba saliva con Mystery, que dio otro pequeño sorbo, esta vez con una pequeña floritura del brazo, como si quisiera añadirle glamour al gesto.

—Así que Isabel vino a buscarte anoche —dijo.

—Sí. Y fui muy claro con ella respecto a Lisa.

Mystery se inclinó hacia adelante, removiendo la espuma del agua con la base de la copa.

—No entiendo qué pierdes por darte un revolcón de vez en cuando con Isabel.

Es una pena desperdiciar un cuerpo como el de esa chica.

—No, esta vez quiero hacerlo bien. No quiero acostarme al lado de Lisa sintiéndome culpable por algo que no puedo decirle. Eso rompería la confianza que compartimos.

Me incliné sobre el borde del
jacuzzi
y metí la mano en la piscina. El agua estaba casi tan caliente como la del primero. Alguien se había vuelto a dejar el sistema de calefacción encendido. La factura del gas iba a ser astronómica.

—¿Te han contado alguna vez la historia de la rana y el escorpión? —me preguntó Mystery.

—No —respondí yo. Después salté a la piscina y permanecí flotando boca arriba mientras Mystery se apoyaba sobre el borde del
jacuzzi
para contarme aquella fábula.

—Un día, un escorpión que estaba en la orilla de un río le pidió a una rana que lo llevara hasta la otra orilla. «¿Y cómo se que no me clavarás tu aguijón?», le preguntó la rana. «Porque, si lo hiciera, me ahogaría», respondió el escorpión.

—La rana pensó en lo que había dicho el escorpión y se dio cuenta de que tenía razón. Así que dejó que el escorpión se subiera en su espalda y empezó a cruzar el río. Pero cuando estaban en medio de la corriente, el escorpión le clavó el aguijón en la espalda. Mientras los dos se ahogaban, la rana le preguntó: «¿Porqué?».

—Y el escorpión contestó: «Porque es mi naturaleza».

Con expresión triunfante, Mystery le dio un nuevo sorbo a su copa. Después me miró fijamente, mientras yo flotaba en la piscina, y me habló lenta y deliberadamente, como el Mystery al que había conocido durante mi primer taller; aquel que me había dicho que me deshiciera de la aburrida piel de Neil Strauss.

—Es tu naturaleza —me dijo—. Ahora eres un maestro de la seducción. Eres Style. Has probado la fruta del conocimiento y ya nunca serás como antes.

—¿No te parece que esas palabras resultan algo cínicas teniendo en cuenta que vienen de alguien que habla de casarse y de tener hijos con una chica a la que casi no conoce? —repuse. Después di un par de brazadas, nadando de espalda.

—Somos polígamos por naturaleza —añadió él—. Por eso somos infieles. Y si eso es una amenaza para nuestras relaciones, pues que así sea. —Se acabó el destornillador de un sorbo y se llevó las manos a las sienes, como si estuviera luchando contra el mareo—. Nunca subestimes el poder de negar una acusación.

—No —repuse yo sin mirarlo—. Esta vez no me vas a convencer.

Salí del agua, me cubrí los hombros con una toalla y entré en el salón. Xaneus, Playboy y Tyler Durden estaban en un sofá. Al verme se levantaron y, sin decir una sola palabra, sin tan siquiera mirarme, volvieron a la habitación de Papa. Desde luego, no era un comportamiento habitual; aunque, después de todo ese tiempo en Proyecto Hollywood, ya nada me sorprendía.

Subí a mi habitación, me duché y hojeé un ejemplar de la leyenda medieval de Parsifal que había comprado hacía un par de días. Las personas a menudo leemos libros buscando voces que nos den la razón. Y, en ese momento, la naturaleza de Parsifal me resultaba mucho más atractiva que la del escorpión.

Tal como yo interpretaba la leyenda, se trataba de la historia de un niño sobreprotegido que conoce a unos caballeros y decide que quiere ser como ellos. Así que sale al mundo en busca de aventuras y pasa de ser un necio a ser un caballero legendario. Por aquel entonces, el país se había convertido en un erial, pues el rey del grial había sido herido. Al llegar al castillo del grial, Parsifal descubre que el rey sufre unos terribles dolores. Como el ser humano compasivo que es, querría preguntarle: «¿Qué ocurre?». Y, según la leyenda, si alguien de corazón puro le hace esa pregunta al rey, éste sanará y la abundancia volverá a las tierras del reino. Sin embargo, Parsifal no lo sabe y, como caballero que es, ha sido entrenado según un estricto código de honor que, entre otras cosas, le impide hacer una pregunta o decir siquiera nada a no ser que se dirijan a él primero. Así que se va a descansar sin decirle nada al rey. Al despertar por la mañana, descubre que el castillo ha desaparecido. Al seguir sus enseñanzas, en vez de obedecer a su corazón, ha desperdiciado la oportunidad de salvar tanto el reino como al rey. Al contrario que el escorpión, Parsifal tuvo la posibilidad de elegir. Sencillamente tomó la decisión equivocada.

Al ir a la cocina a por algo de beber, vi a Mystery sentado delante de la televisión del salón. Tenía otro cóctel en la mano y estaba viendo el DVD de Karate Kid.

—Yo nunca tuve un señor Miyagi —se lamentó entre sollozos. Estaba borracho—. Mi padre nunca me enseñó nada. —Se secó las lágrimas con una mano—. Yo sólo quería tener a un señor Miyagi.

Supongo que todos buscamos a alguien que nos enseñe los trucos que nos permitirán triunfar en la vida: el código de honor de los caballeros o el comportamiento de los machos alfa. Pero una secuencia de movimientos y un código de comportamiento no pueden arreglar lo que está roto dentro de cada uno. Lo único que podemos hacer es aceptarlo.

CAPÍTULO 8

Lisa y yo pasamos todo el día siguiente juntos. Y el siguiente, y también el otro. Yo no dejaba de pensar que iba a estropearlo todo, que estábamos pasando demasiado tiempo juntos, que ella iba a cansarse de mí. Rick H. siempre lo había dicho: «Dale el regalo de echarte de menos». Pero no parecíamos capaces de separarnos.

—Eres perfecto para mí —me dijo ella. Era la cuarta noche seguida que dormíamos juntos—. Nunca me he acostado con alguien que me gustase tanto como tú. Tengo miedo de que, si lo hago, me enganche a ti y ya no pueda dejarte.

Debajo de aquel duro caparazón, Lisa estaba asustada. Todo aquel tira y afloja no era una
técnica
psicológica consciente; era su corazón, que luchaba contra su cabeza. Puede que la razón por la que le costaba tanto abrirse fuese que escondiese algo muy frágil en su interior. Al igual que me ocurría a mí, Lisa estaba asustada de llegar a sentir algo real por alguien; de amar, de ser vulnerable, de darle a otra persona la llave de su felicidad y su bienestar.

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