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Authors: Neil Strauss

Tags: #Ensayo, Biografía

El método (The game) (61 page)

BOOK: El método (The game)
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—Sí. De alguna manera, imita mi trabajo. Algunas de las cosas que pasaron tras la publicación de mi libro me asquearon. No creo en hacer cosas que mermen a otras personas. Nunca estuve interesado en conquistar a una mujer de forma despótica. Lo que quería era encontrar a alguien a quien querer. Además, con el tiempo perdí interés en la seducción. Había demasiadas cosas que quería hacer, como para dedicarme sólo a seducir mujeres.

—¿Cómo perdiste el interés?

—Perdí el interés después de casarme. Tenía más confianza en mí mismo y me había dado cuenta de que acumular docenas de muescas en el cinturón no iba a acallar mi anhelo existencial. También me ayudó tener a dos hijas que, en ocasiones, me han acusado de ser un machista; algo que supongo que soy, aunque tan sólo moderadamente.

—¿Qué anhelo existencial?

—En mi opinión, el dilema existencial es el siguiente: todos somos animales gregarios, así que, al estar solos, todos convivimos con cierta sensación de inadaptación. Pero, cuando descubrimos que no somos tan extraños como creíamos y que todos los demás se sienten tan inadaptados como nosotros, entonces ese dolor nos abandona y la idea de que no somos una persona válida prácticamente desaparece.

—Pero ¿y las personas que no consiguen deshacerse de esa sensación de inadaptación?

—No puedes imaginarte la cantidad de hombres mal vestidos que me han dicho con voz nasal: «Eric, no les intereso a las mujeres». Yo les digo: «Necesitas comprarte ropa nueva, mejorar tu postura e ir a clases de dicción. » Todas esas cosas son síntomas de la existencia de profundas heridas psicológicas.

[Suena el teléfono. Eric contesta. Habla por teléfono durante unos minutos. Después cuelga.]

—Era una chica a la que me ligué hace treinta y ocho años y medio: mi mujer. De hecho, cuando la conocí yo estaba trabajando en el libro y usé con ella una de las frases de entrada que había estado estudiando. Al pasar por delante de mí en un bar, le dije: «Eres demasiado guapa como para dejar que pases de largo». Pensé que esa chica dura de Nueva YCork se enfadaría conmigo, pero ella me dijo: «¿Lo dices en serio?». Después de eso, ya no pude quitármela de encima.

—¿Cómo se te ocurrió la idea de escribir el libro?

—Tenía un amigo que estaba haciendo prácticas conmigo en Benton and Bowles. Un día, nos fijamos en la chica que trabajaba en el edificio de El Al, que estaba justo delante del nuestro. Era una chica mediterránea, preciosa. Parecía salida de un cuadro de Botticelli. Al día siguiente, mi compañero me dijo que, a la hora de comer, la había seguido a un deli, se había acercado a ella mientras se comía un sándwich sentada en el césped y habían estado hablando. Al final, habían quedado para cenar.

—A la semana siguiente me dijo que la chica era virgen. Me contó que había tenido que salir a por un bote de vaselina para poder penetrarla. Eso es lo que me dio la idea de escribir un libro sobre cómo ligar. Me llamó la atención el descaro de mi amigo y su habilidad para convertir el momento de ligar con una mujer en algo cotidiano y perfectamente natural. Yo siempre había sido muy tímido. No era bueno ligando, pero quería serlo, más que ninguna otra cosa en el mundo. Por eso escribí el libro.

—¿Había algún precedente?

—A mediados de los sesenta, la vida estaba cambiando radicalmente en Estados Unidos. Las mujeres empezaban a tomar la píldora, se escuchaba a los Beatles y a los Rolling, y Bob Dylan empezaba a hacerse popular. Estaba naciendo una contracultura. De repente, la vida era salvajemente erótica.

—Durante los años cuarenta y cincuenta, si crecías en un pueblo, conocías a las chicas en actividades de la iglesia o te las presentaba algún familiar. Pero, en los sesenta, de repente, todo el mundo se fue de casa de sus padres y alquiló un apartamento en la ciudad. Fue entonces cuando los bares se convirtieron en el lugar donde conocer a las chicas. Y, como consecuencia de ello, hubo que inventar nuevas herramientas para acercarse a chicas desconocidas.

—¿Cuál crees que es la diferencia entre la gente que tiene un don natural para ligar y las personas que, como nosotros, necesitan aprender de forma analítica?

—Creo que la gente que tiene el don natural lo que tiene realmente es la confianza necesaria para hacerlo. Durante la última etapa de mis días de ligue, yo mismo me sorprendía de mi falta de pudor. Legué a desarrollar el coraje necesario para decirle a una mujer, después de una copa de vino: «Quiero follar contigo». Hay mujeres que buscan hombres atrevidos que las dirijan. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de eso.

Algo extraño le sucedió a Eric Weber cuando la conversación giro hacia el campo del sargeo. Pareció despertar de su letargo. Su mirada se tornó más brillante. Pasamos la siguiente media hora intercambiando historias, anécdotas y teorías de sargeo. A pesar de todo lo que había dicho sobre casarse y vivir felizmente en pareja, no había duda de que, bajo la superficie, todavía existía ese tipo raro que envidiaba el éxito de sus amigos con las mujeres.

Al acabar de hablar, me enseño una escena de la película que estaba editando. Trataba de un hombre calvo de mediana edad que intentaba vender el horrible guión que había escrito, al tiempo que vivía de su ex mujer, que ahora estaba casada con un hombre de éxito.

—¿De verdad te ves como ese escritor de guiones? —le pregunté mientras salíamos juntos del edificio.

—Ése es mi yo interior —reconoció Eric Weber—. A veces, en lo más profundo de mí mismo sigo sintiéndome incapaz, inadaptado y poco querido. —¿Incluso después de tus años de MDLS?

—A veces todo lo que puedes hacer es aparentar confianza —me dijo al mismo tiempo que abría la puerta de su coche—. Y, con el tiempo, los demás empiezan a creer que de verdad la tienes. —Se metió en el coche—. Y, luego te mueres. Cerró la puerta y se marchó.

CAPÍTULO 14

Lisa llegó a la mansión a las dos de la madrugada. Entró en mi habitación a trompicones, tiró el bolso al suelo, se quitó la ropa y se metió en la cama de un salto sin nada más que una botella de cerveza.

—Me siento atraída por ti de todas las maneras posibles —me dijo arrastrando las palabras.

—¿De verdad?

—¿Quieres saber cuáles son?

—Claro.

—Emocionalmente, físicamente y mentalmente.

—Eso son muchas maneras.

—Si quieres, te las explico.

—Vale. Empecemos por la física.

Ése era el aspecto de mi persona sobre el que todavía me sentía mas inseguro.

—Me gustaban especialmente tu boca y tus dientes —dijo ella. Yo busqué alguna vacilación, alguna señal de duda en sus palabras, pero no la había—. Me gusta que tengas los hombros anchos y las caderas estrechas. Me encanta que tengas pelo en el cuerpo. Me encanta el color de tus ojos, porque es igual que el mío. Me encanta la forma de tu nariz. Me encantan las concavidades de tus sienes.

—¿De verdad? —exclamé yo al tiempo que saltaba sobre ella y la cogía de los hombros—. Nadie me había hecho nunca un cumplido sobre mis sienes. A mí también me gustan.

Me reí por lo ridículo que sonaba lo que acababa de decir. Y, entonces, se lo confesé todo. Le conté que me había pasado los últimos dos años de mi vida aprendiendo
técnicas
de sargeo. Le hablé de los
TTF
y de los MDLS, de las
TB
y las MRE, de los IDI y de los
negas
.

—Un día me encantaría que te vistieras supersexy y que fuéramos a una discoteca —le dije dejándome llevar por el entusiasmo—. Así podría
MAGear
a todos los tipos que se acercaran a ti.

Lisa me apartó de encima, de tal manera que ambos quedamos sobre nuestros costados, mirándonos el uno al otro; apenas unos centímetros separaban nuestros rostros.

—No necesitas consejos de nadie —me dijo con un aliento embriagador—. Todo lo que me gusta de ti, lo que hace que piense que eres fantástico, son cosas que ya tenias antes de conocer a esos MDLS. No hace falta que lleves bisutería barata ni unos zapatos ridículos. A mí me hubieras gustado de todas maneras.

Fuera, se oían pisadas de tíos que volvían a la mansión llenos de entusiasmo tras una noche más en la que casi habían logrado acostarse con una chica.

—Todo lo que aprendiste en esa Comunidad es precisamente lo que casi impide que estemos juntos ahora —continuó diciendo lisa—. Quiero que seas Neil, nada más.

Puede que tuviera razón. Puede que yo le hubiera gustado tal y como era. Pero yo sabía que nunca habría tenido la oportunidad de conocerla si no me hubiera pasado los dos últimos años de mi vida aprendiendo a enseñar mi mejor cara. Sin la Comunidad yo nunca hubiera tenido la suficiente seguridad en mí mismo como para hablar con una chica como Lisa, cuyo trato era un continuo desafió.

Había necesitado la ayuda de Mystery, de Ross Jeffries, de David DeAngelo, de David X, de Juggler, de Steve P., De Rasputín y de todos los demás. Los había necesitado para descrubrirme a mí mismo. Y ahora que lo había conseguido, ahora que me había sacado a mí mismo del caparazón tras el que me escondía y había aprendido a aceptarme tal y como era, ahora quizá ya no los necesitaría.

Lisa se incorporó y bebió un sorbo de la botella de cerveza que se había traído a la cama.

—Esta noche todos los tíos querían ligar conmigo. —Se rió. La modestia nunca había sido su fuerte—. Espero que te des cuenta de que estás saliendo con la chica más impresionante de Los Ángeles.

A modo de respuesta, me levante, abrí el cajón de debajo de mi cómoda, saqué los dos grandes sobres que había dentro y los lleve a la cama. Di la vuelta al primero y dejé caer su contenido sobre el edredón. Cientos de trozos de papel, de cajas de cerillas, de tarjetas de visita, de servilletas de papel y de recibos rotos se derramaron sobre la cama. Cada uno tenía un nombre y un teléfono escritos por una chica distinta. Después vacié el segundo sobre, de contenido similar, sobre el primero, hasta formar una pequeña montaña de papeles. Eran todos los números de teléfono que me habían dado desde aquel fatídico semimario con Mystery.

—Claro que me doy cuenta —le contesté por fin—. Llevo dos años conociendo a todas las mujeres de Los Ángeles y, de entre todas ellas, te he elegido a ti.

Era la cosa más bonita que había dicho en mucho tiempo. Aunque, después de decirla, me di cuenta de que no era del todo cierto. Si había algo que había aprendido en la Comunidad, era que el hombre nunca elige a la mujer. Todo lo que puede hacer es ofrecerle la oportunidad de que lo conozca, la oportunidad de que lo elija.

CAPÍTULO 15

Herbal fue el próximo en irse.

Lo vi desde la ventana de mi habitación; estaba cargando su robot aspiradora en una camioneta de mudanzas.

—Me vuelvo a Texas —me dijo con una débil sonrisa cuando salí a despedirme de él.

Era la última persona que hubiera imaginado abandonado la mansión.

—Pero ¿por qué? ¿Te vas a ir después de todo lo que has pasado con Mystery?

—Me siento como si todo el proyecto hubiera sido un fracaso —respondió él—. Ya nunca pasamos tiempo juntos. Los de la
VDS
me dejaron de hablar cuando empecé a trabajar con Mystery, y Papa cada vez instala a más grande nueva.

—¿Y Katya?

—Se viene a Austin conmigo.

Supongo que si Katya hubiera estado usando a Herbal para vengarse de Mystery, a esas alturas ya lo habría dejado.

—¿Qué quieres que haga cuando llegue el ualabi? —le pregunté.

—Ya he hablado con ellos. Lo van a mandar directamente a Austin.

Observar cómo Herbal cargaba sus pertenencias en aquella camioneta me produjo una tristeza mucho más profunda que la que había sentido con la marcha de Mystery. Con Mystery había perdido a un amigo y a un antiguo mentor. Pero, al marcharse, todavía tenía alguna esperanza de que las cosas se calmaran en la mansión y de que Proyecto Hollywood pudiera salir adelante. Sin embargo, ahora me daba cuenta de que, entre las maquinaciones de Tyler Durden y la marcha de Herbal. Proyecto Hollywood había muerto definitivamente.

Excepto Papa y Tyler Durden, todos los demás parecíamos haber despertado del hechizo de la Comunidad. Incluso Prizer —el chico que había perdido la virginidad en México— había dejado de vender sus DVD de sargeo y se había convertido en un devoto cristiano. Antes de abandonar los foros de seducción, había escrito: «Despertad de vuestros trance y dejad de gastaros el sueldo con una panda de perdedores que tan sólo son capaces de seducir a tíos tan ingenuos como vosotros. En la vida hay más cosas aparte de
sargear
».

Si hasta el más infeliz se había ido de la Comunidad, ¿qué hacía yo todavía allí?

A nuestra espalda, una botella de cerveza se rompió contra el asfalto, llenando la calle de trozos de cristal verde. Al volverme vi a un adolescente con una camiseta sin mangas y el pelo teñido de rubio como Eminem sentado en los escalones de la entrada a la mansión.

—¿Quién es ése? —le pregunte a Herbal.

—No lo conozco. Es uno de los chicos nuevos que ha traído Papa.

Me había quedado solo y el resto de los inquilinos de la mansión estaban decididos a hacer que la abandonara. Estaba cansado de luchar. Estaba cansado de sentirme decepcionado por el comportamiento de la gente. Además, yo no necesitaba estar allí. Yo tenia novia.

Y, aun así, no podía dejar de preguntarme cómo era posible que, si yo era tan listo, fuese Papa quien se quedara el final con la mansión.

Lisa me dio la respuesta esa noche, mientras hablábamos tumbados en la cama.

—Porque tú no querías quedártela —me dijo—. Ésa no es tu vida. Tan sólo es una subcultura por la que te has dejado deslumbrar durante una temporada. ¿Cómo va a ser válido algo que se basa en una falsa realidad y en una serie de comportamientos aprendidos? Aléjate de todo eso. La Comunidad ya no te está ayudando. Ahora sólo te impide seguir adelante con tu vida.

De niño, cada vez que veía El mago de Oz, me sentía decepcionado cuando Glinda, la bruja buena, le decía a Dorothy que el poder para volver a su casa había estado en ella desde que había llegado a Oz. Ahora, veinte años después, por fin entendí el mensaje. Yo siempre había tenido la capacidad de abandonar la Comunidad, pero hasta ahora no lo había hecho porque no había alcanzado el final de mi camino. Todavía pensaba que esos tíos tenían algo que yo no tenia. Aunque la razón por la que todos los gurús se habían aferrado a mí —la razón por la que Tyler Durden quería ser yo, incluso odiándome— era que veían algo en mí de lo que ellos creían carecer.

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