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Authors: Og Mandino

Tags: #Autoayuda

El milagro más grande del mundo (11 page)

BOOK: El milagro más grande del mundo
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—Señor, tenemos a un «no identificado» quien responde a la edad y descripción general. ¿Quiere echarle un vistazo?

Asentí con la cabeza y le seguí. Mientras caminábamos a lo largo del iluminado corredor que olía a antiséptico, tocó mi brazo y dijo:

No permita que la impresión le sobrecoja. Todavía no han inventado un desodorante que anule estos olores.

Finalmente empujó una puerta rechinante y entramos a una habitación helada llena de gigantescas gavetas alineadas, como si se tratara de archiveros. Revisó, el número de una de ellas y jaló de la manija. Volteé la cabeza hacia otro lado no queriendo ver. Finalmente me forcé a mí mismo y observé el cuerpo desnudo de un hombre muy viejo; su cabello largo caía a ambos lados de su cara sobre su pecho; sus ojos aún estaban entre abiertos. Mi corazón latía apresuradamente mientras me inclinaba para observar mejor a este pobre ser humano sin nombre que había caído en su último basurero.

No era Simon.

Finalmente me dirigí hacia Personas Perdidas, en South State. Nada.

La nieve caía mientras me detenía frente al estacionamiento. Salí del auto, le di la vuelta a la llave, y observé cómo se movía lentamente la barra hacia el cielo, recordando nuevamente el primer día en la nieve cuando un extraño y hermoso hombre entró en mi vida y sostuvo en sus desnudas manos el mundo para mí. Me subí al auto, golpeé el volante con mis puños, y lo introduje en el estacionamiento.

Debo haberme visto terriblemente mal. Hasta los integrantes de mi grupo se alejaron de mí, como si no notaran mi presencia cuando volví a entrar a mi oficina, tirando nieve, a lo largo de la alfombra roja de la recepción. Al pasar frente al escritorio de Pat le hice una seña con la cabeza, ella se levantó y me siguió.

—Cierre la puerta… y siéntese.

Frunció el entrecejo y se sentó frente a mí. Sus ojos estaban abiertos tanto por miedo como por la preocupación.

—Dios mío, Og, ¿qué pasa?

—Creo que me estoy volviendo loco, Pat. Ahora escúcheme. Vive en la calle Winthrop, ¿no es así?

—Sí, a una manzana de aquí, aproximadamente.

—Cada mañana, cuando viene hacia aquí, ¿corta por el estacionamiento?

—Sí.

—¿Ha visto alguna vez a un viejo extraño caminando por el estacionamiento? Tiene el cabello largo y barba, y anda con él un bassett. Usa ropa chistosa y generalmente está alimentando a las palomas.

Pat pensó por algunos segundos y sacudió su cabeza.

—Generalmente hay algunos borrachos por ahí, pero ninguno es como el que describe.

—¿Nunca ha visto a ese hombre? Es muy alto y muy viejo. Algunas veces lleva un crucifijo de madera colgando de su cuello.

—Nunca. ¿Qué pasa, Og? ¿Cuál es el problema?

—Está bien, Pat. Después le cuento. Gracias. Oh… detenga mis llamadas hasta que le diga.

Después que cerró la puerta traté de poner en orden mis pensamientos… cazando mariposas alusivas y efímeras de imágenes irracionales… tratando de pasar por alto el dolor que sentía en la cabeza… y en la boca del estómago. ¿Estaba enloqueciendo? ¿Era así como llegaba a su punto máximo una depresión con la incapacidad de relacionar un pensamiento racional con otro? ¿Es esto de lo que advierten todos los seminarios para ejecutivos y libros que le pasará si presiona a su cuerpo y cerebro hasta más allá de sus límites, al tratar de comprimir varias vidas en una por el loco intento de triunfar? ¿Finalmente el cerebro se confunde de canal en usted y le fuerza a participar de una tierra de fantasía de actos y conversaciones con personajes sacados de algún cuento infantil ya olvidado? ¿Es este el último escape cuando las presiones y responsabilidades se hacen demasiado grandes para hacerles frente?

¿Era Simon un sueño? Imposible. Más aún, si Simon estaba cerca del estacionamiento casi todas las mañanas, ¿por qué Pat nunca lo había visto? ¿Y el departamento? ¿Me estaba jugando alguien una especie de broma macabra? Además, ¿por qué jamás había hablado de Simon con alguna persona? ¿Y qué sobre sus pláticas… aquellas horas inapreciables de inspiración, saber y esperanza? Y, sobre todo, lo referente al trapero… que sacaba de los basureros a los rechazados de la raza humana… mostrándole a la gente cómo realizar el milagro más grande del mundo… Dios mío, no podía haber inventado todo esto ni en los momentos más creativos.

Miré hacia atrás tratando de encontrar algún vestigio de cordura cuando, de repente, me di cuenta de que había estado dando vueltas entre mis manos al sobre de manila. ¡El sobre marrón: mi único lazo con la verdad… mi único lazo con Simon… mi prueba de que realmente existía!

—Simon, Simon… ¿dónde diablos está? No me haga esto. ¡No merezco esto de su parte!

Debo haber estado al borde de un shock… ya que gritaba en dirección de tres sillones anaranjados situados frente a mi escritorio. Finalmente tomé el sobre, lo abrí, y encontré varias hojas escritas a máquina unidas con una grapa.

Mientras hacía esto, cayó sobre mi escritorio un objeto. Lo tomé… era un alfiler de seguridad del que pendía un pedacito de tela blanca de aproximadamente media pulgada cuadrada.

Hice a un lado el alfiler. Junto a las hojas había una carta para mí, rotulada por la misma mano que había escrito el sobre.

La carta no tenía fecha…

CAPÍTULO 8

Querido señor Og:

No estoy bien preparado para tratar con las legalidades específicas y tardadas para la escrituración de mi último deseo y testamento. Permita que esta carta sea suficiente.

Durante el pasado año usted trajo amor, compañía, risa y agradable conversación, para no mencionar un geranio rojo inmortal, a la vida de un viejo trapero.

Los traperos, debido a la naturaleza de su profesión elegida, no están acostumbrados a estar en el extremo del recibimiento de los regalos más finos de la vida, ni tampoco es inteligente estar demasiado unidos con aquellos a los que se pretende ayudar. Sin embargo, existen ocasiones en las cuales los maestros tienen que ser enseñados, los doctores deben ser curados, los abogados deben ser defendidos, los actores deben ser espectadores, y hasta los traperos deben ser amados.

Sé que usted me ha amado, al igual que yo lo amo.

Por lo tanto, es propio que le deje como legado la copia original del «Memorándum de Dios», no sólo para cumplir mi promesa, sino también para la culminación de esa larga serie de coincidencias aparentemente milagrosas entre el gran vendedor de su libro y mi persona.

Posiblemente después de haberse beneficiado de la mucha introspección y pensamientos relacionados con nuestra amistad, podrá darle la perspectiva adecuada a los pasados doce meses y hasta llegue a la conclusión final de que no era una tarea tan difícil escribir un memorándum proveniente de Dios, como lo fue que aceptara su existencia.

Debido a que sé que usted es un hombre impetuoso, estoy seguro de que mucho antes de haber llegado hasta este punto de mi carta ya ha estado buscándome en vano, y ahora se siente atormentado por la pena y la preocupación por mi bienestar. No tema. Borre toda preocupación de su mente. Con las palabras de otro trapero le pido ahora que no se apene más… ya que a donde voy no puede seguirme ahora, pero algún día lo hará.

No olvide que usted y yo tenemos un contrato. El «Memorándum de Dios» está ahora en su posesión y deseo que lo comparta, finalmente, con el mundo, pero sólo después de que haya aplicado sus principios a su propia vida, de acuerdo con mis instrucciones.

Recuerde que las tareas más difíciles son consumadas, no por una explosión repentina de energía o esfuerzo; sino por la aplicación diaria y constante de lo mejor que tiene dentro de su ser.

Para cambiar la propia vida para bien, para resucitar el propio cuerpo y mente de la muerte viviente, se requiere de muchos pasos positivos, uno enfrente del otro, con la vista siempre puesta en sus metas.

El «Memorándum de Dios» solo es su pasaje, hacia una vida mejor. No hará nada por usted a menos que usted abra su mente y su corazón para recibirlo. Por sí mismo no le moverá ni una sola pulgada hacia ninguna dirección. Los medios de trasporte y las fuerzas para romper su inercia deben ser generados por fuerzas dormidas desde hace mucho tiempo, pero que aún están vivas dentro de su ser. Siga estas normas y sus fuerzas se autoimpulsarán:

1. Primero, marque este día en su calendario. Después cuente hasta que llegue al día número cien y márquelo. Esto establecerá la duración de su misión sin tener necesidad de contar cada día que pasa.

2. En seguida, en este sobre encontrará un alfiler de seguridad, al cual se le ha añadido una pequeña pieza de tela blanca en forma de cuadro. Esta combinación de alfiler y tela, dos de los materiales más comunes y poco atractivos del mundo, constituyen un amuleto secreto de trapero. Úselo en un lugar visible como un recuerdo constante durante los próximos cien días, de que usted está tratando de vivir de acuerdo con el «Memorándum de Dios». Su alfiler y tela son símbolos… signos de que se encuentra en el proceso de cambiar su vida de alfileres y trapos de fracasos por los tesoros de una vida nueva y mejor.

3. Por ningún motivo y bajo ninguna circunstancia divulgue el significado de su amuleto a quienes pudieran preguntarle durante su misión de cien días.

4. Lea el «Memorándum de Dios» antes de acostarse, cada día, durante cien noches… y después duerma en paz, mientras el mensaje que ha leído penetra gradualmente hasta lo más profundo de su mente, que nunca duerme. No permita que ninguna razón o excusa interfiera con la lectura diaria de este documento, ni una sola noche.

Gradualmente, mientras los días se convierten en semanas, notará grandes cambios en su vida… al igual que los notarán quienes lo rodean. Al llegar el día número cien… usted será un milagro viviente… una persona nueva… llena de belleza, maravillas, ambición y capacidad.

Entonces, y sólo entonces, encuentre a alguien, que, al igual que su antigua persona, necesite ayuda. Dele a esa persona dos cosas: su amuleto secreto de trapero… y el «Memorándum de Dios».

Y déle algo más… al igual que yo se lo di a usted… déle amor.

Puedo ver el día en que observaremos a miles y miles de individuos usando nuestros amuletos de traperos. Las personas se encontrarán en los mercados, en la calle, en los templos, en las plazas públicas, en sus escuelas, y en sus trabajos y observarán los alfileres y telas de los otros y sonreirán a sus hermanos y hermanas… ya que cada uno sabrá que el otro se ha embarcado en la misma misión, en el mismo sueño, y que tienen un propósito común… cambiar su propia vida por una mejor y, así, unidos cambiarán el mundo.

Sin embargo, puedo profetizarle muchas situaciones difíciles, señor Og. Puede decidir finalmente publicar un libro en el cual incluirá el «Memorándum de Dios», y su editor le pedirá, sin que le quede otra salida que aceptar, que realice algunos viajes de promoción como lo ha hecho con sus demás libros. ¿Cómo explicará el «Memorándum de Dios», tomando en cuenta que será imposible probar que su creador, su autor realmente existió? Se le presentarán desafíos muy severos sobre su integridad y posiblemente estará en peligro su cordura debido a aquellos que se nieguen a aceptar su historia si la cuenta tal y como la vivimos. ¿Cómo culparles? No ha pasado mucho tiempo desde que los seres humanos eran crucificados, decapitados o quemados por mucho menos de lo que se le pedirá que diga con el fin de ser verídico con respecto a mí y al «Memorándum».

Sin embargo, lo dejo en sus manos con fe absoluta de que lo tratará como a un niño al que se ama. Sé cómo le gustan los retos, así que lo reto a que lo utilice; lo reto a que lo publique y lo desafío para que lo dé a conocer al mundo entero.

En una ocasión dijo haber tenido una premonición sobre mi persona. Al leer estas palabras sabrá que nunca nos volveremos a ver por lo menos durante mucho tiempo, No habrá más horas juntos en las que podamos saborear nuestro jerez en la paz y el calor de una gran amistad que no conoció las barreras del tiempo y del espacio. Lo dejo, por ahora, no con tristeza, sino con satisfacción y felicidad de haber caminado juntos, hombro con hombro, a través de este breve momento de eternidad. ¿Quién puede pedir más?

Algún día, cuando el mundo se le cierre, como sucederá de cuando en cuando, sírvase una copa de jerez y piense acerca de su viejo trapero. Mis bendiciones le acompañarán siempre, y mi única petición es que continúe escribiendo sin importar las circunstancias que le rodeen. Todavía tiene mucho que decir. El mundo lo necesita. Los traperos lo necesitan. Yo lo necesito.

Uno de mis amigos más queridos, Sócrates, dijo, al final de su vida: «La hora de mi partida ha llegado, y seguimos nuestro camino… yo muero, y tú vives. Qué es mejor, sólo Dios sabe».

Señor Og, yo sé qué es mejor.

Vivir… es mejor.

Viva feliz… y con una paz duradera.

Con amor,

Simon

Hice a un lado su carta y observé las páginas escritas a máquina.

Tomé el alfiler de seguridad del cual pendía el pedazo de trapo blanco y puse el amuleto en la solapa.

Tomé mi calendario de cinco años y me lo acerqué.

Dibujé un círculo sobre la fecha y conté hasta cien, terminando bien entrado el año.

Tracé un círculo sobre el día número cien.

Hoy por la noche, antes de apagar la lámpara de noche, leería el «Memorándum de Dios» como me había indicado.

Tenía las manos unidas firmemente. Incliné la cabeza hasta que la frente tocó el escritorio.

¿Por qué estaba llorando? ¿Se debía a que Simon me había dejado? ¿Era porque había sospechado, demasiado tarde, su verdadera identidad? ¿O se debía a que sabía que mi vida, mis sueños, mi mundo, nunca serían los mismos, ahora que él había puesto sus manos sobre ellos…?

CAPÍTULO 9

Memorándum de Dios

Para: Ti

De: Dios

Pide consejo.

Escucho tu lamento.

Éste atraviesa la oscuridad, se filtra entre las nubes, se mezcla con la luz de las estrellas, y encuentra su camino hacia mi corazón montado en un rayo del sol.

Me he angustiado al escuchar el lamento de una liebre atrapada en el cepo, por el gorrión que ha caído de su nido, por un niño que yace en una charca, o por el hijo que derrama su sangre en una cruz.

Sabe también que te escucho. Está en paz. Está tranquilo.

Tengo consuelo para tu pena, ya que conozco su causa… y su cura.

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