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Authors: Og Mandino

Tags: #Autoayuda

El milagro más grande del mundo (9 page)

BOOK: El milagro más grande del mundo
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—¿Es ahí en donde trabajan ustedes los traperos? ¿Entre los muertos en vida… entre los perdedores de la humanidad?

—Generalmente, sí. He descubierto que la mayoría de los individuos no desean ni están dispuestos a aceptar ayuda antes de tocar el fondo. En ese momento creen que ya no tienen nada que perder y, por lo tanto, son mucho más receptivos hacia mi sencilla técnica para ayudarles y que traten de empezar una nueva vida… para realizar el milagro más grande del mundo… para resucitar de sus muertes vivientes. ¿Acostumbra leer a Emerson, señor Og?

—No lo he leído desde mi último año de preparatoria.

—¡Qué lástima! Emerson debería ser leído por personas de treinta y cuarenta años de edad, no por adolescentes. Emerson escribió: «Nuestra fuerza nace de nuestra debilidad. La indignación que se arma con fuerzas secretas no despierta hasta que nos sentimos heridos y timados y penosamente abrumados. Cuando un hombre es empujado, atormentado, despreciado, tiene la oportunidad de aprender algo; se le ha dado ingenio, humanidad; ha obtenido hechos; aprende de su ignorancia; está curado de su locura de orgullo; ha obtenido moderación y una habilidad verdadera».

—Pero, ¿no es un sueño imposible su última meta? ¿No está tratando, como Quijote, de escapar de la realidad de esta vida, y no le importa estar condenado al mismo destino? Los viejos valores, los viejos principios, ya no funcionan actualmente. Lo que debe hacer para que ellos encuentren nuevamente su significado es cambiar por completo su medio ambiente. Simon, esta hablando de cambiar el mundo. Se ha tratado de hacerlo una y otra vez. Hemos conseguido un
Quién es Quién
de Mártires que ha tratado y ha fallado.

—Ellos no fracasaron. Mientras la poderosa Roma se derrumbaba a su alrededor, un sabio llamado Paulino siguió cuidando un pequeño templo para mantenerse cuerdo y ecuánime. Actualmente puede encontrar en una librería las sabias palabras de este hombre… de este viejo y sabio trapero. Los mártires no fracasan cuando su corazón deja de latir. ¡Si hubieran fallado, usted y yo no estaríamos aquí sentados discutiendo la posibilidad de llevar a la práctica su meta común de hacer de éste mundo un lugar mejor en el cual puedan vivir todas las criaturas de Dios!

El viejo regresó a su sillón, y posó una de sus manos en mi rodilla.

—Señor Og, ¿por qué no tratar de cambiar al mundo? ¿Por qué no enseñarles a otros que pueden realizar un milagro en sus vidas? ¿Qué importancia puede tener para el hombre no vivir en el centro del universo si puede crear su propio mundo hermoso? ¿Por qué debe preocuparse el hombre por haber descendido del reino animal una vez que se da cuenta de que posee poderes que ningún otro animal tiene? ¿Y por qué preocuparse de que algunos de sus actos sean causados por impresiones de su juventud enterradas en su subconsciente cuando aun tiene la fuerza para dominar su mente y así ordenar su destino último? Solo el hombre, a su modo, tiene la última decisión sobre como vivir su vida.

Había dicho tantas cosas profundas y con importancia que yo tenía que interrumpir nuestra discusión o, por lo menos, alivianar el estado de ánimo para tener tiempo de digerir todos sus comentarios. Por lo tanto, prendí un cigarrillo y traté de hacer que picara el anzuelo.

—Simon, los astrólogos no tomarían muy en cuenta sus comentarios acerca del hombre pudiendo controlar su propio destino.

Asintió con la cabeza, con tristeza, y sonrió.

—Los videntes, los astrólogos, los médicos, quienes leen la mano, los numerólogos, los psíquicos… cada era tiene muchas frazadas de seguridad.

El viejo me despeinó.

—¿Conoce algo de Shakespeare, señor Og?

—Un poco.

—«La falta, querido Bruto, no esta en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos…»

CAPÍTULO 6

El día de su cumpleaños número setenta y nueve lo sorprendí con un regalo.

La impresión de que yo hubiera recordado la fecha exacta de su aniversario, el trece de noviembre, que había surgido en una de nuestras primeras conversaciones, le puso eufórico.

Detesto ir de compras, pero me pasé dos sábados completos buscando algo único y relevante que comprar para Simon. Finalmente lo encontré en Marshall Field's, en Woodfield… un geranio de vidrio fundido. Medía como medio metro, tenía un colorido y una textura tan reales que a menos de que se tocara no podía saberse que había crecido en el más extravagante invernadero.

Simon poseía un macetero, el único que había afuera de una ventana en todo el edificio. Dijo que lo había colocado tan pronto como se había cambiado a ese apartamento, y que una vez al año lo metía y lo pintaba cuidadosamente con pintura verde. También, cada primavera, plantaba incontables semillas de geranio, su planta favorita, las cuales luchaban por florecer, después se ponían terriblemente amarillas y verdes y finalmente morían. El año anterior, me dijo, trató de cambiar su suerte esperando a que fuera mediados de verano y comprando plantas crecidas y en flor. Dos semanas más tarde estaban cafés y muertas. Sin embargo, no se daba por vencido. Había encontrado una especie, en un libro, con la cual iba a intentar la próxima primavera.

El viejo insistió en que jamás le había fallado la plantación de geranios ni en su jardín de Damasco ni en el de Sachsenhausen. Una vez me describió con lujo de detalles como desenterraba sus plantas favoritas antes de la primera helada, como las ponía a secar en una base y como las volvía a plantar en la primavera… uno de sus primeros triunfos para ayudar a que las cosas vivientes empezaran una nueva vida. Algunos de sus geranios tenían más de veinte años. Pero no en Chicago. Simon culpó a la contaminación.

—¿Cómo puede sobrevivir algo en esta lluvia de muerte proveniente de arriba y de los monstruos de gasolina de la calle? Observe el exterior, señor Og. Hoy es noche de luna llena. ¿Puede verla? ¡Por supuesto que no puede! Estamos rodeados por nuestro propio rechazo. Nos bañamos en él. Respiramos en él. Comemos en él. Hasta el agua con la que riego mis plantas contiene productos químicos que matarían a una cucaracha. Actualmente solo las plantas y las aves mueren. Mañana, ¿quién sabe? Aún así tengo fe en que finalmente podré criar un geranio y en que la raza humana despertará a tiempo para prevenir que su mundo se convierta en un gigantesco basurero.

—Va a ser necesario que intervenga un ejército de traperos para lograr esto, Simon.

—Para que este planeta sobreviva va a ser necesario que finalmente cada ser humano se convierta en su propio trapero. No debe depender de su vecino para salvarse. Créame, señor Og, esto pasará.

En Field's habían envuelto mi regalo con el papel más extravagante del mundo, y cuando abrí la puerta y deposité la gran caja dorada en sus manos y dije simplemente: «Felicidades, viejo amigo», tomó la caja, abrió la boca sin poder articular palabra. Después brotaron de sus ojos unos lagrimones que se deslizaron por sus mejillas. Depositó cuidadosamente la caja en el suelo y me abrazó. Finalmente puso sus gigantescas manos a ambos lados de mi cara y me besó en la frente.

—Señor Og, este es el primer regalo de cumpleaños que recibo desde hace treinta y cinco años. ¿Cómo supo el día?

—Un día lo dejó escapar. Abra la caja.

—No puedo. Es demasiado maravillosa como para abrirla. El papel, es tan bonito. No debería ser roto.

—Se trata solo de un pedazo de papel. Adelante. Ábralo.

Simon se sentó en la alfombra y depositó la caja frente a el de manera que quedaba una de sus piernas a cada lado de esta. Primero desamarró cuidadosamente el listón y lo puso a un lado. Después deslizó los dedos debajo del papel, y cuando encontraba un pedazo de cinta adhesiva la desprendía cuidadosamente, para al fin desenvolver la gran caja de cartón café. Posteriormente sacó su navaja de bolsillo, cortó la tira engomada de la superficie superior y abrió la tapa. Miró hacia el interior y frunció el entrecejo. Entonces empezó a sacar los metros de papel con el que había sido empacada la planta, saboreando cada momento con esa clase de excitación y anticipación infantiles que solamente pueden verse en Navidad. Por último tomó cariñosamente su regalo, del interior de la caja.

—¡Un geranio! No puedo creerlo. ¡Un pelargonio de la mejor clase! Una flor de exhibición, una aristócrata de sangre azul, si es que alguna vez he visto una. ¡Y no es real! ¡Dios mío! ¡Es de vidrio! Señor Og, ¿en dónde encontró esta increíble obra de arte? Y observe ¡observe el rojo de su florecimiento! En una ocasión, en Jerusalén, vi un geranio con el mismo brillo iridiscente. Traté de comprarlo pero no tuve éxito. ¡Qué regalo! Un regalo tan costoso, señor Og. ¿Qué puedo decir?

—No diga nada, Simon. Me siento feliz de que le haya agradado. Solo es una muestra de amor y agradecimiento por todas las horas de sabiduría y esperanza que ha compartido conmigo. Feliz cumpleaños… y le deseo otros setenta y nueve más. Para entonces se había puesto de pie, llevando la planta de un lugar a otro, buscando el lugar perfecto para ella. La depositó en la mesilla del café, se alejó, estudió la situación por algunos minutos, sacudió la cabeza en señal de desaprobación y la quitó de ahí. Después la colocó sobre el aparato de televisión. Tampoco. Después la colocó en la mesa, detrás de las fotografías de su familia. Se veía mejor. Pero no era el lugar adecuado.

Al observar su nerviosidad mientras movía su regalo de un lado a otro, tuve repentinamente una inspiración.

—Simon, existe sólo un lugar perfecto para el geranio.

Hizo una pausa, de mala gana, como si le estuviera echando a perder su diversión.

—¿Dónde, señor Og?

—Bien, es de vidrio, así que la contaminación no lo dañará. ¿Por qué no lo planta en el exterior, en el macetero de la ventana? Quién más, en toda la ciudad, tendrá un geranio en su ventana floreciendo en noviembre… y diciembre… y enero, y todos los meses del año?

—Eso fue un toque de ingenio, señor Og. Además puede estar allí para desearle los buenos días, cada mañana, mientras maneja hacia el interior del estacionamiento. Lo haré. Pero… usted debe llevar a cabo la ceremonia.

—¿La ceremonia? ¿Qué quiere decir?

—Debe plantarlo por mi. Espere… espere… Traeré mi pala.

Y así, entre los dos, plantamos nuestro geranio de vidrio de noventa y cinco dólares. Luchamos contra la ventana de la sala hasta que se movió de mala gana y mientras unas ráfagas de los vientos prematuros de invierno casi cortaron mi respiración, me asomé e hice un agujero en la tierra casi congelada del macetero. Simon me pasó la planta y enterré el tiesto, cubriéndolo con arena, para que solo se viera la planta. Después nos alejamos un poco para admirar nuestro paisaje mientras la luz de la sala se reflejaba en los pétalos de la flor.

—Es muy hermosa, es muy especial —gritó Simon—. Finalmente tengo mi geranio. ¿Lo ve? Aquel que persevera alcanza. ¡Quién si no usted encontraría un regalo así!

—Es para mi trapero favorito, eso es todo.

Después hicimos un brindis, con Jerez, por supuesto, por sus setenta y nueve años, y mientras nos sentábamos observé que Simon luchaba para mantener bajo control sus emociones. Sus labios temblaban ligeramente y sus ojos estaban entrecerrados. Me pregunté a mi mismo cuál sería el recuerdo en el que se encontraba sumergido, pero no formulé la pregunta. Finalmente sacudió la cabeza, como si pretendiera aclarar su mente, y dijo:

—Nada es más vergonzoso que un viejo no pueda mostrar con algo que ha vivido mucho excepto por sus años.

—Se quien dijo eso. Fue Séneca, ¿no?

—Señor Og, usted es demasiado listo para tener solamente cincuenta años de edad.

—Pero, Simon usted tiene mucho que mostrar acerca de su vida. Solo tomando en cuenta todos estos años en los que ha vivido como trapero con todas esas personas a las que ha ayudado

—Sí… mis ángeles provenientes del basurero. Amo a cada uno de ellos. Son mi boleto al cielo… mi pasaporte hacia Lisha… y Eric.

—Simon, me gusta más que el de Séneca el comentario de Henry Ford acerca de las personas viejas.

—¿Sí?

—Ford dijo que si se sacara toda la experiencia y el juicio de las personas que pasaban de los cincuenta años de edad en este mundo no habría suficientes cerebros y talentos para que este funcionara.

—Pero, señor Og, Ford no dijo eso hasta que había pasado los cincuenta. Y entonces, por supuesto, estaba de moda el comentario del humorista alemán del siglo dieciocho, Ritcher. ¿Lo sabe?

—Sabía que me superaría. Adelante.

—Ritcher dijo: «Como un sueño de la mañana, la vida se vuelve más brillante mientras más vivimos, y la razón de todas las cosas aparece más clara. Lo que nos ha preocupado antes nos parece menos misterioso, y las sendas tortuosas parecen ser más rectas cuando nos aproximamos al fin».

Como si un imán gigantesco me atrajera repentinamente, me levanté de mi asiento, me dirigí hacia Simon y me senté a sus pies. Levanté la cabeza hacia su hermosa cara y dije:

—El «Memorándum de Dios». Creo que estoy listo para leerlo. Consideraría un honor y un privilegio que me lo diera y le prometo que haré todo lo que esté en mis manos para entregarlo al mundo. No puedo acordarme de ninguna época desde que empezó nuestra relación en la cual lo haya necesitado más que ahora.

El viejo suspiró suavemente; en su cara había una expresión de descanso abrumadora.

—Temía que hubiera rechazado mi oferta o, que con el paso de los meses, la hubiera olvidado. Su aceptación es un regalo aun mayor que el geranio. Sin embargo, he pensado algunas cosas desde que le hice mi Ofrecimiento.

—Simon, lo que quiere decir es que ha cambiado de opinión.

—No, no… no es eso. Sólo que he pensado que las personas pueden no tomar en serio su mensaje, señor Og, ya que es sencillo, corto y básico. Actualmente parece ser que mientras más complicadas, resonantes y costosas se hagan las instrucciones para la propia ayuda, más personas son atraídas, mientras que tienden a hacer menos a individuos tales como Dale Carnegie, Dorothea Brande, Napoleon Hill, Norman Vincent Peale y hasta a W. Clement Stone, quienes ofrecen soluciones sencillas pero prácticas para los problemas de la vida. Más aún, es una cosa aconsejar y consolar a una persona, conociéndola personalmente, antes de introducirla al «Memorándum de Dios», debido a que se posee la fuerza de la personalidad que añade fe a su regalo. Y es un problema totalmente distinto el que las palabras impresas, sin ningún primer condicionamiento mental de la persona, sean lo suficientemente fuertes como para motivar a que el lector actúe.

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