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Authors: Og Mandino

Tags: #Autoayuda

El milagro más grande del mundo (8 page)

BOOK: El milagro más grande del mundo
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Simplemente negaría con la cabeza y esperaría.

—Debido a que todos nosotros sabemos que podemos ser mejores de lo que somos. Oh, es verdad que la mayoría de los seres humanos no pueden traducir este sentimiento en palabras, pero ha habido algo que le aleja, por completo, del reino animal. Y ese algo, prácticamente una segunda conciencia, continúa recordándonos durante los momentos más inesperados de nuestra estúpida vida que no estamos viviendo al máximo. Por lo tanto, esto solamente es lógico si sabemos que podemos ser mejores y no lo intentamos; si sabemos que podemos obtener más bienes mundanos y no lo hacemos; si sabemos que podemos realizar un trabajo más difícil y mejor pagado y no tratamos… entonces no pensamos mucho acerca de este fracaso que se pasea por ahí llevando nuestro nombre. Gradualmente aumenta nuestro odio hacia esa persona. ¿Conoce algo de Maslow, señor Og?

—Jamás he sido capaz de entender lo que ha escrito.

—Maslow no es difícil si se lee lentamente y se piensa… dos actividades pasadas de moda en este país, creo. En una ocasión Maslow escribió que o las personas hacen cosas que son buenas y adecuadas y, por lo tanto, se respetan a sí mismas, o hacen cosas despreciables y se sienten desdeñables, sin valor e incapaces de ser amados. Para mi forma de pensar, Maslow no fue lo suficientemente lejos. Creo que la mayoría de los seres humanos se sienten despreciables, sin valor y sin amor, sin hacer cosas despreciables. Solo con ser desaliñados en su trabajo o por no preocuparse por su apariencia, o no estudiar o trabajar un poco más para mejorar su posición en la vida, o por tomar ese trago innecesario, o por realizar otros mil actos pequeños y estúpidos que empañan su propia imagen ya magullada es suficiente para aumentar el odio que sienten por si mismos. La mayoría de nosotros no sólo tenemos el deseo de morir… ¡también el deseo de fallar!

Algunas veces Simon citaría a un escritor que citaba a otro.

—Señor Og, todos somos desdichados. Henry Miller siempre estuvo obsesionado por la frase de Tolstoi que dice: «Si eres desdichado… y yo se que lo eres».

—Pero, Simon, la mayoría de nosotros somos desdichados sólo porque tenemos problemas. Puedo llevarle, en este preciso momento, a un hospital de esta ciudad, en el cual hay pabellón tras pabellón de personas tremendamente felices… las cuales ríen todo el tiempo… ya no se enfrentan a sus problemas… y sus ventanas tienen barrotes.

—No estoy sugiriendo un estado eufórico imposible de felicidad permanente como una concha que durara toda la vida y nos protegiera. Eso es imposible. Los problemas, grandes y pequeños, estarán con nosotros mientras vivamos. Norman Vincent Peale dijo en una ocasión que la única vez que había encontrado personas sin problemas fue cuando se encontraba paseando en un cementerio. No, la felicidad no es la cura para todo, es un antídoto… algo que nos permitirá tratar y hacer frente a nuestros problemas y aun así mantener nuestra dignidad para que no renunciemos a la raza humana… y la ultima forma de renuncia es, por supuesto, el suicidio.

—¿Por que diablos no podemos lidiar adecuadamente con nuestros problemas, Simon? ¿Por que todos somos tan desdichados aun cuando los ingredientes para ser felices se encuentran a nuestro alrededor? ¿Es esta otra maldición, como el pecado original, solamente que peor?

—¿Por que no somos felices? Lo repetiré para usted. Somos desdichados debido a que ya no poseemos dignidad. Somos desdichados debido a que ya no creemos ser un milagro especial, una creación especial de Dios. Nos hemos convertido en ganado, en cifras, en tarjetas perforadas, en esclavos, en habitantes de ghettos. Nos observamos en el espejo y ya no vemos las cualidades divinas que una vez fueron tan evidentes. Hemos perdido la fe en nosotros mismos. Realmente nos hemos convertido en el mono desnudo del que habló Desmond Morris.

—¿Cuando comenzó todo esto?

—No estoy completamente seguro. Pero, por supuesto tengo una hipótesis. Creo que comenzó con Copernico.

—¿Copérnico? ¿El astrónomo polaco?

—Si. En realidad era médico. La astronomía era sólo un pasatiempo. Antes de Copernico, el hombre realmente pensaba que vivía en el centro absoluto del universo de Dios, aquí en la tierra, y que todas esas pequeñas luces de arriba estaban ahí sencillamente para deleitarlo, entretenerlo e iluminarlo. Entonces, Copernico probó que nuestro planeta no era el centro de ninguna cosa y que constituía solamente otra pequeña luz redonda de polvo y piedra que se movía en círculos en el espacio permaneciendo cautiva de una inmensa bola de fuego mucho más grande que la Tierra. Esto constituyo un tremendo golpe para nuestro ego. Durante siglos nos negamos a aceptar los brillantes descubrimientos de este hombre. Para pagar ese precio, el conocimiento de que éramos menos que los pequeños niños de Dios, era terrible de contemplar. Por ello pospusimos el pago. Nos negamos a escuchar.

—¿Y después?

—Cuatrocientos años más tarde nuestra dignidad fue gravemente herida de nuevo. Gran Bretaña produjo un brillante naturalista, Darwin, quien nos dijo que no éramos criaturas especiales de Dios, sino que teníamos nuestro origen en la evolución del reino animal. Todavía le asestó otro golpe más a nuestra dignidad diciéndonos que descendíamos del reino animal. Esto constituyó una pastilla desagradable para que el hombre se la tragara. Durante muchos años, como usted sabe, no había podido terminar de tragarla. Y para muchos constituyó una bendición ya que se reconocía y perdonaba mediante la ciencia el comportamiento bestial de la humanidad. Después de todo, si éramos animales, ¿qué podía esperarse de nosotros? Así pues, nuestra imagen, nuestra dignidad y nuestro amor propio se deslizaron un poco más por la ladera de la miseria y el infierno. Darwin nos proporcionó nuestra licencia animal.

—¿Después de Darwin…?

—¿Después de Darwin? ¡Freud! Y más ventanas rotas en la casa de la dignidad. Freud nos dijo que, éramos incapaces de controlar muchas de nuestras acciones y pensamientos y que no podíamos entenderlos, ya que su origen se encontraba en las experiencias de nuestra niñez más temprana y se relacionaban con el amor y el odio y la represión, ahora enterradas profundamente en nuestra mente subconsciente. Esto era todo lo que necesitábamos. Ahora teníamos el permiso de uno de los doctores más brillantes del mundo para hacer cualquier cosa que deseáramos para nosotros mismos… y para los demás. Ya no necesitábamos una explicación racional acerca de nuestras actividades. Sólo actuar… y echarle la culpa de todo a nuestros padres.

—Simon, deje asegurarme de que he comprendido lo que esta diciendo. Su postura es que el hombre, en una época, posiblemente mediante una comunicación más intima con su dios, creyó que realmente era una creación maravillosa, un ser superior hecho a imagen de Dios. Después empezó a hacer descubrimientos que gradualmente destruyeron la alta opinión que tenía de sí mismo, hasta que finalmente llegó a pensar: «Si no somos seres semejantes a Dios; si no vivimos en el centro del mundo de Dios; si en realidad sólo somos animales, y si no podemos controlar y explicar muchas de nuestras acciones, entonces no somos de mayor trascendencia que la maleza de nuestro jardín. Si en verdad no somos mucho más que cualquier cosa, ¿entonces, cómo podemos estar orgullosos de nosotros mismos? Y si no estamos orgullosos de lo que somos, ¿cómo podemos apreciarnos a nosotros mismos? Y si no nos apreciamos, ¿quien va a querer vivir con esa clase de personas…? por lo tanto… librémonos de nosotros mismos. Manejemos demasiado aprisa, o bebamos y comamos demasiado, o hagámonos los tontos a propósito para que nos despidan del trabajo y podamos meternos en un rincón a chuparnos el dedo y nos digamos a nosotros mismos que de cualquier forma no tenemos ningún valor, así que se vaya todo al diablo. ¿Es eso?»

—Exacto.

Ahora me tocaba hablar a mí.

—Permítame añadir lo que puede ser otro clavo en el ataúd de la dignidad, Simon, siempre y cuando se pruebe que es correcto. ¿Ha oído hablar del profesor Edward Dewey y su Fundación para el Estudio de los Ciclos de la Universidad de Pittsburg?

—Sí. Hace muchos años adquirí una gran colección de ejemplares mensuales de la revista Cycles editada por su fundación. Deben estar empacados en algún lado. ¿Qué pasa con él, señor Og?

—El profesor Dewey ha pasado más de cuarenta años de su vida estudiando los ciclos, fluctuaciones rítmicas que se repiten con regularidad en todo desde los temblores hasta la abundancia de las cosechas y el precio de las acciones del mercado y las erupciones del Sol, y varios cientos más de diversas disciplinas.

—Lo sé.

—El profesor Dewey me visitó, hace tres años, y dijo que estaba impresionado por mis escritos en la revista
Sucess Unlimited
. Me preguntó si me gustaría trabajar con él en la creación de un libro sobre los ciclos que pudiera ser entendido por todos. Me sentí tan complacido debido a su petición que así la oportunidad por los cabellos. Pase más de un año escarbando en sus archivos, notas y graficas y, finalmente, escribimos un libro llamado
Cycles, Mysterious Forces That Trigger Coming Events
.

—Señor Og, mientras más le conozco más me sorprende usted.

—Eso es mutuo, Simon. De cualquier forma, el profesor Dewey piensa que puede existir otro factor que afecta nuestras actividades y actitudes. Piensa que existe una gran posibilidad de que diversas posiciones planetarias, cuando tienen lugar, pueden ejercer algún tipo de fuerza inmensurable que afecta nuestro comportamiento en grupo, de forma que algunas veces nos hacen pelear, otras amar y otras nos hacen pintar, componer y escribir… y mientras tanto pensamos que hacemos estas y otras cosas simplemente por razones lógicas. Dice que bien podemos ser marionetas que penden de un hilo y que debemos aprender que es lo que controla dicho hilo, más allá, y entonces cortarlo, porque de otra forma nunca alcanzaremos totalmente nuestro potencial ni volveremos a obtener nuestra dignidad.

—Me agrada su profesor, señor Og. Ahora, si usted ha crecido y se ha educado con las posibilidades que dicen que solamente es un grano de arena con un poco de dominio si no es que nada sobre su destino, y después se ve expuesto, cada día, a sucesos que agotan su individualidad, y esta inmerso constantemente en la basura negativa arrojada por los periódicos, la radio, la televisión, el cine y el teatro y combina todo eso con el interés por su propia seguridad, sus ahorros, el bienestar de su familia, su futuro y después añade a esto el miedo acerca de que el mundo se está convirtiendo en un lugar inmundo de contaminación o puede brotar por si mismo un día de florecimiento, ¿cómo puede realmente mantener un grado de dignidad cuando debe pasar la mayor parte de su tiempo, y esfuerzo sencillamente tratando de sobrevivir? ¿Para qué pensar que se es algo grande? ¿Qué puede haber agradable en usted? ¿Qué tiene de maravilloso esta vida? ¿Quién llamó a esto un paraíso?

—Viejo amigo, de alguna forma me esta pidiendo respuestas retóricas.

Simon frunció el entrecejo y sus hombros se hundieron momentáneamente por la debilidad de su descubrimiento. Posteriormente una amplia sonrisa desfiguró su rostro, sus ojos se abrieron al máximo, y subió el volumen de la voz.

—La respuesta paradójica, señor Og, es que a pesar de todas las fuerzas arregladas en contra nuestra aún seguimos queriendo estar orgullosos de nuestra vida. Seguimos deseando, con todo el corazón, alcanzar el máximo de nuestro potencial, y esto se debe solo a la pequeña llama de esperanza que sigue encendida dentro de nuestro ser y que sacude la vergüenza de nuestro fracaso y nuestro descenso gradual hasta la vergüenza común de la mediocridad. Somos como esas figuras de las pinturas del Renacimiento que muestran almas condenadas al infierno que se deslizan hacia el fuego mientras que sus manos permanecen extendidas hacia arriba, aun tratando de asirse de algo, aún buscando ayuda, ayuda que por lo general nunca llega.

—¿Hay alguna esperanza, Simon? ¿Sirve de algo encender una pequeña vela en toda esta oscuridad?

—Siempre hay esperanza. Cuando se haya terminado toda esperanza, el mundo llegará a su fin. Y no piense en una sola vela cuando busque sobrepasar la oscuridad de la desesperación. Si todos encienden una vela podríamos convertir la noche más oscura en el día más claro.

Traté de jugar al abogado del diablo.

—¿Pero no se ha estropeado y herido la raza humana debido al deseo de reparación? El mundo se mueve demasiado aprisa para el común de los mortales. Se hace a un lado, desde una temprana edad, y le deja su lugar al listo, al que no es escrupuloso y al mezquino. Por cada historia de éxito en este mundo existen mil fracasos miserables y la proporción no parece cambiar en una buena dirección al mismo ritmo que aumenta la población.

—Señor Og, me sorprende oírle hablar en esta forma. Parece estar midiendo el éxito y el fracaso como todo el mundo. No puede creer lo que está preguntando. No pudo haber escrito su libro pensando que el éxito se mide únicamente mediante balances bancarios.

—Tiene razón, Simon. Sin embargo, no puedo decirle en cuantos programas de aquellos en los que he tomado parte me han preguntado esto, ni cuantos individuos que no han leído mi libro y me han entrevistado, suponen que he escrito otro libro que le dice al lector como triunfar, lo cuál siempre se pone en paralelo con la manera de ser rico. Enfrentémonos a ello. En este país las palabras «rico» y «éxito» son sinónimos.

—Lo sé. Pero aunque sea triste, es la realidad.

—Y cuando trato de explicar frente a las cámaras que el libro tiene muy poco que ver con una ganancia financiera y mucho con paz mental o felicidad, con frecuencia consigo que se rían de mi y me hagan una serie de preguntas sumamente difíciles de contestar.

—¿Me podría dar un ejemplo, señor Og?

—Sí. Me dicen, por ejemplo, que es muy fácil hablar acerca de la felicidad y la paz espiritual, pero ¿cómo consigue que sonría un hombre sin empleo y que tiene que alimentar cinco bocas y no tiene nada en el refrigerador? ¿Cómo tranquiliza la mente y el alma de una joven madre de un ghetto que ha sido arrastrada por su medio mientras lucha para sostener a sus tres hijos sin padre? ¿Cómo convence a un agonizante que todavía puede disfrutar lo poco que le queda de vida? ¿Qué le dice a una ama de casa convencida de que esta condenada a una vida de platos sucios y camas deshechas?

—Ninguno de los problemas que mencionó son fáciles de resolver; sin embargo, déjeme recordarle, una vez más, que cada uno de esos individuos y todos en este mundo siguen poseyendo su propia luz dentro de su ser. Puede haber disminuido en algunos, pero le digo que… ¡nunca, nunca se extingue! Mientras exista un aliento de vida habrá esperanza… y aquí es donde entramos los traperos. Sólo denos una oportunidad y nosotros podemos suministrar el combustible que será absorbido por cualquier luz sin importar que tan débil sea. Un ser humano, amigo mío, es un organismo adaptable y sorprendente, capaz de resucitarse a si mismo de su muerte viviente, muchas veces, si se le da la oportunidad y se le muestra el camino.

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