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Authors: Agatha Christie

El misterio de Pale Horse (15 page)

BOOK: El misterio de Pale Horse
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—¿Qué haré a continuación?

—Mantente atento a su reacción. Si tú mencionas «Pale Horse» y esa mujer no tiene la conciencia limpia, apuesto lo que quieras a que se traicionará a si misma con algún gesto o palabra.

—Y si todo resulta así, más adelante, ¿qué?

—Lo importante es averiguar, de momento, si vamos bien encarrilados. En cuanto estemos seguros de ello nos lanzaremos por el camino a toda máquina.

Segundos después, Ginger añadió pensativamente:

—Hay otra cosa. ¿Por qué crees que Thyrza Grey te dijo todo aquello? ¿Por qué fue tan explícita?

—El sentido común nos da la respuesta: porque no está en su sano juicio.

—No me refiero a eso. Quise decir: ¿por qué tú en particular y no otro había de ser el receptor de sus confidencias? Me pregunto si aquí no habrá algo que contribuya a orientarnos.

—A orientarnos, ¿en qué sentido?

—Espera un momento, a ver si consigo poner mis ideas en orden.

Esperé. Ginger asintió, volviendo a hablar en seguida.

—Supongamos, sólo es una suposición, ¿eh?, que todo ocurrió así... Imaginemos que Poppy se halla enterada de todo lo concerniente a «Pale Horse», no a través de una experiencia personal, sino de oídas. Parece una de esas chicas que pueden pasar perfectamente inadvertidas en una reunión... Y, no obstante, llegado el momento, se impone de la charla que sostienen unas gentes que desconocemos en su presencia. Hay personas bastante necias, que proceden a menudo de tal manera. ¿Y si luego alguien ha tenido noticia de lo que le contó o, mejor dicho, de su alusión y se apresura a tocarle en el hombro, a modo de advertencia? Al día siguiente llegas tú y le haces unas preguntas. La muchacha está asustada y lógicamente no contesta a ellas. Pero existe un hecho... ¿Qué te habrá movido a ti a formular las mismas? Tú no eres policía. Lo más razonable es pensar que eres un cliente probable.

—Pero seguramente...

—Esto es lógico... Hasta ti han llegado unos rumores y deseas llevar a cabo ciertas averiguaciones, con un objetivo premeditado. Más tarde apareces en la fiesta de Much Deeping. Te llevan a «Pale Horse»... Evidentemente, porque lo has pedido... ¿Y qué ocurre entonces? Thyrza Grey pasa directamente a hacerte el artículo.

—Es posible —consideré—. ¿Crees que esa mujer es capaz de convertir en realidad lo que dijo?

—Personalmente, me inclino a pensar que, desde luego, ¡no! Pero siempre existen probabilidades de que sucedan cosas raras. Especialmente dentro del campo del hipnotismo. Ordénale a alguien en estado hipnótico que al día siguiente por la tarde, por ejemplo, coja un trozo de vela de donde sea... El sujeto lo hará sin tener la menor idea del porqué de su acción. Hay quien maneja cajitas con una enmarañada red de cables eléctricos, afirmando que si introduces en aquélla una gota de tu sangre sabrás si vas a padecer la enfermedad del cáncer en el periodo próximo a dos años. Todo eso suena a falso, pero a lo mejor no es una mentira tan completa como pensamos. En cuanto a Thyrza... No creo que lo que dice sea verdad. Y sin embargo, ¡me siento espantada ante semejante posibilidad!

—Sí —repuse sombríamente—. Eso lo explica todo muy bien.

—Podríamos ocuparnos un poco de Lou —declaró Ginger pensativamente—. Sé de muchos sitios donde localizarla, dando a nuestro encuentro visos de casualidad. Quizá Luigi tenga también cosas interesantes que contarnos. Pero lo primero —añadió—, es entrar en contacto con Poppy.

Esto último quedó dispuesto con bastante facilidad. Tres noches después de esta conversación David tuvo libres unas horas. Fuimos a ver una revista y mi amigo apareció en el local, en que tenía lugar la representación llevando a Poppy a remolque. A la hora de la cena nos dirigimos al Fantasie. Advertí que Ginger y Poppy, después de una ausencia un tanto prolongada en el tocador de señoras, volvieron hablando cordialmente, como dos buenas amigas. En el transcurso de la reunión no se plantearon temas capaces de provocar apasionadas discusiones, de acuerdo con las instrucciones de Ginger. Finalmente, las dos parejas nos separamos y yo llevé a Ginger a su casa, en mi coche.

—No hay mucho que informar —dijo mi acompañante animosamente—. He visto a Lou. A propósito, el motivo de su disputa con la otra chica fue un joven llamado Gene Pleydon. Un asunto ingrato. Las muchachas le adoran. Habíase dedicado por entero a Lou cuando Tommy se cruzó en el camino de ambos. Aquélla sostiene que él iba detrás de su dinero exclusivamente... probablemente se obstine en pensar así para consolarse. De todas maneras Pleydon le hizo una mala jugarreta y la chica, naturalmente, está dolida. De acuerdo con sus declaraciones, aquello no fue propiamente una riña, sino un simple arranque de mal genio...

—¡Vaya, hombre! Has de saber que le arrancó a Tommy de raíz unos mechones de pelo.

—Me limito a contarte lo que Lou me dijo.

—No parece haberte costado mucho trabajo hacerle todas esa confidencias.

—¡Oh! Las chicas de su corte gustan de hablar de sus asuntos personales. Lo hacen sin el menor prejuicio, casi sin recato. Bueno, Lou tiene ya otro amigo, un buen elemento, me atrevería a asegurar, por el cual, además, está loca. Mi impresión es que no ha sido cliente de «Pale Horse». Pronuncié estas dos palabras en un momento que me figuré el más indicado y no registré reacción alguna. En mi opinión podemos eliminarla. Luigi cree, por otra parte, que Tommy sentía una seria atracción por Gene. Y éste la buscaba. ¿Qué has logrado averiguar tú sobre la madrastra?

—Se encuentra fuera. Regresará mañana. Le he escrito una carta... Mejor dicho: le ordené a mi secretario que le escribiera, pidiéndole hora para una visita.

—Muy bien. Ya lo tenemos todo en marcha. Confío en que esto marchará bien.

—¡Con tal de que vayamos a parar a algún lado!

—Algo conseguiremos —dijo Ginger entusiasmada—. Ahora que me acuerdo... Volviendo al principio, al origen de esto... El padre Gorman fue asesinado después de asistir a una moribunda, por haber oído de labios de ésta determinada información... Ésa es la hipótesis. Ahora bien, ¿qué le ocurrió a esa mujer? ¿Murió también? ¿Quién era? He ahí otra probable pista, un hilo de la trama que puede llevamos a la meta.

—Murió, efectivamente. En realidad, no sé mucho de ella. Davis... Ése creo que era su apellido.

—Bien... ¿no se podría averiguar algo más?

—Ya veremos.

—Si llegásemos a conocer el ambiente en que se movía, tal vez supiéramos cómo se enteró de lo que más tarde había de saber también el padre Gorman.

—Comprendo lo que quieres decir.

Al día siguiente por la mañana llamé por teléfono a Jim Corrigan, a quien expuse mis pretensiones en aquel sentido.

—Deja que piense... Profundizamos algo, sin excedernos. El de Davis era un apellido falso. Por eso nos ocupó más tiempo de la cuenta localizarla, esto es, situarla en el campo de la actividad que desarrollaba antes de fallecer. Aguarda un momento... Tomé unas notas entonces... ¡Ah, sí! ¡Aquí está! Su apellido real era Archer. Su esposo resultó ser un delincuente de menor cuantía, un ratero. La mujer le abandonó, volviendo a utilizar su nombre de soltera.

—¿Qué clase de ratero era Archer? ¿Dónde podríamos verle, si eso es posible?

—¡Oh! No atendía más que a ciertas menudencias. Sustraía lo que se le ponía al alcance de la mano en los almacenes, robaba baratijas aquí y allá... Era un hombre de ciertas convicciones, no creas. Y digo que era, porque ya murió.

—No es muy amplia la información que me acabas de dar.

—No, no lo es. La firma para la cual trabajaba la señora Davis en el momento de ocurrir su fallecimiento era C. R. C. «Customers Reactions Classified»
[6]
. Los que rigen esta entidad poseían pocos datos en relación con ella y su familia.

Después de dar las gracias a mi amigo, colgué el auricular, sin más comentario.

Capítulo XII

Tres días más tarde Ginger me llamó por teléfono.

—Tengo algo para ti —me dijo—. Un hombre y unas señas. Toma nota.

Saqué mi agenda.

—Adelante.

—El nombre es Bradley y las señas Municipal Square Buildings, 75, Birmingham.

—Bueno... ¿Y qué significa esto?

—¡Sólo Dios lo sabe! Porque lo que es yo estoy como tú. Y hasta dudo de que Poppy tenga una noción cierta de lo que me ha dicho.

—¿Poppy? Pero, ¿es que esto...?

—Sí. La he estado trabajando a fondo. Ya te anuncié que si lo intentaba le sacaría algo. En cuanto he conseguido apaciguarla, la cosa ha resultado fácil.

—¿Cómo lo lograste? —inquirí movido por la curiosidad.

—Asunto de mujeres, Mark. No me entenderías... La cuestión se centra en que lo que una chica cuenta a otra no tiene el relieve de una confidencia hecha a una persona del sexo opuesto.

—¡Ah, sí! Una especie de inofensiva masonería...

—Eso podría servir como explicación. Sea lo que sea, el caso es que hemos comido juntas y con tal ocasión yo me he dedicado a divulgar acerca de mi vida amorosa, citando diversos obstáculos... Un hombre casado con una mujer de insoportable carácter, que por el hecho de ser católica se negaba a concederle el divorcio, convirtiendo la vida de aquél en un infierno. Ella era inválida. Sufría constantemente, pero aun así duraría muchos años. En realidad, la muerte para ella era un favor. Me respondió que una solución a ese problema era recurrir a «Pale Horse»... ¿Y qué era eso? Porque si bien había oído hablar de tal institución ignoraba muchos detalles. Quizá resultara extraordinariamente caro... Poppy me dijo que a ella también se le figuraba lo mismo. Había oído un comentario en tal sentido. Bueno. Al menos ya abrigaba algunas esperanzas. Eso declaré. ¿Por qué? Pues porque yo tenía también mi problema personal... Sí. Un tío abuelo... Me disgustaba al pensar en que había de llegar, inevitablemente, el día de su muerte, si bien con su desaparición yo resultaría favorecida. Tal vez me exigieran una cantidad a cuenta... ¿Cuál era el procedimiento para entrar en contacto con la organización? Entonces Poppy me salió al encuentro con ese nombre que te he dicho y las señas correspondientes. Antes de nada hay que ir a ver a ese hombre para concertar las condiciones comerciales de su gestión.

—¡Es fantástico!

—Lo es, ¿verdad?

Los dos guardamos silencio unos segundos.

—¿Y Poppy te dio a conocer eso abiertamente? —pregunté algo incrédulo—. ¿No te pareció... asustada?

Ginger repuso impacientemente:

—No comprendes, Mark. El simple hecho de decirlo carece en cierto modo de importancia. Además, Mark, si lo que imaginamos es verdad, el negocio ha de anunciarse poco o mucho, ¿no te parece? Habrán de ir en busca de «clientes» constantemente.

—Nos conducimos como unos locos al dar crédito a toda esa historia.

—Como quieras. Estamos locos. ¿Piensas ir a Birmingham a ver al señor Bradley?

—Sí —respondí—. Voy a ir a ver al señor Bradley; si es que existe.

Mi convencimiento en este aspecto era absoluto: no lo creía. Pero sí, me equivoqué. El señor Bradley existía.

Los «Municipal Square Buildings» constituían un verdadero enjambre de oficinas. El número 75 se encontraba en un tercer piso. En la puerta, de cristales, había unas letras en negro, cuidadosamente pintadas: C. R. Bradley —Agente Comercial. Debajo leí, en letras más menudas: Haga el favor de entrar.

Entré.

Había una antesala reducida, vacía en aquellos momentos. Al fondo divisé otra puerta. Despacho particular, rezaba en un rótulo sobre la misma. Encontrábase entreabierta.

Una voz llegó a mis oídos.

—Pase, por favor.

Aquel cuarto era más grande. Contaba con una mesa, un par de confortables sillones, un teléfono y una batería de archivadores. El señor Bradley se hallaba acomodado detrás de la mesa.

Era un individuo menudo, moreno, de vivos y oscuros ojos. Vestía un traje de apagado tono, exactamente igual que los que suelen llevar miles de hombres de negocios.

—¿Tiene la bondad de cerrar la puerta? —inquirió con un cortés gesto—. Tome asiento. En ese sillón se sentirá a gusto. ¿Un cigarrillo? ¿No? Bien. ¿En qué puedo servirle?

Le miré. No sabía cómo empezar. ¿Qué le diría? No tenía la menor idea. Yo creo que fue la desesperación lo que me indujo a pronunciar la palabra con que, se inició nuestra conversación. O tal vez sus brillantes ojos provocaron aquel arranque...

—¿Cuánto? —inquirí lacónicamente.

Noté que se sobresaltó un poco, lo cual me alegró. Pero su gesto no fue el que a mí me hubiera gustado apreciar. No adoptó la pose, como yo habría hecho en su lugar, de creer que, alguien que no se encontraba bien de la cabeza acababa de penetrar en su despacho.

Sus cejas se elevaron unos milímetros.

—Bien, bien, bien... —dijo—. No quiere usted perder el tiempo, ¿eh?

Yo me aferré a mi pregunta.

—¿Qué responde usted?

Movió la cabeza suavemente, como si me reprochara con delicadeza aquella salida.

—Ésta no es la manera correcta de abordar las cosas. Hemos de proceder debidamente...

Me encogí de hombros.

—Como usted lo crea oportuno. ¿Qué es lo correcto entonces?

—Aún no hemos sido presentados, ¿verdad? No sé cómo se llama usted.

—De momento no creo que me sienta inclinado a decírselo.

—Precavido.

—Precavido.

—Una casualidad admirable..., que no siempre puede utilizarse en la vida cotidiana. Dígame: ¿quién le envió a mí? ¿Quién es nuestro mutuo amigo?

—Tampoco puedo decírselo. Un amigo mío tiene amistad con un individuo que a su vez tiene relación con usted.

El señor Bradley asintió.

—Así es como suelo ponerme en contacto con la mayoría de mis clientes —manifestó—. Algunos de los problemas que exponen son de carácter más bien... delicado. Supongo que conoce mi profesión, ¿no?

No abrigaba ninguna intención de aguardar mi réplica. Apresurose a darme la contestación.

—Agente de apuestas del hipódromo —declaró—. ¿Le interesan a usted, quizá, los caballos?

Entre las dos últimas palabras hubo una levísima pausa.

—No soy hombre aficionado a las carreras de caballos —repuse evasivo.

—Este noble animal ofrece diversos aspectos. Existen las carreras de caza, el simple paseo... a mí me agrada en su aspecto deportivo. Y las apuestas —Bradley se detuvo para preguntar con aire indiferente, demasiado indiferente—: ¿Piensa en algún caballo especial?

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