El misterio de Sittaford (11 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: El misterio de Sittaford
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—Es que no volví directamente. Me entretuve dando un paseo por el pueblo.

—¡Con este tiempo tan helado, caminando por encima de la nieve!

—En aquel momento no nevaba. Fue más tarde cuando se puso a nevar.

—Ya comprendo. ¿Y sobre qué tema versó la conversación con su tío?

—¡Oh, nada de particular! Yo... sólo necesitaba charlar un rato con mi viejo tío, darle un abrazo... en fin, esas cosas que a veces se sienten, ya sabe.

«¡Qué mentiroso más malo! —pensó el inspector Narracott—. Estoy seguro de que a mí se me ocurriría algo más ingenioso y mejor pensado.»

En voz alta dijo:

—Muy bien, Mr. Pearson. Ahora, ¿puedo preguntarle por qué, al oír hablar del asesinato de su tío, se apresuró a marcharse de Exhampton sin revelar a nadie su parentesco con la víctima?

—Me asusté —contestó el joven sin titubear—. Me enteré de que había sido asesinado precisamente hacia la hora en que me separé de él. Hágase cargo: eso amedrentaría a cualquiera, ¿verdad? Por eso me apresuré a marcharme y abandoné aquella localidad en el primer tren que salía. ¡Oh, supongo que fui un loco al actuar de ese modo! Pero ya sabe lo que pasa cuando a uno le atenaza el miedo. Y creo que cualquiera se hubiera aturdido de hallarse en las mismas circunstancias.

—¿Y eso es todo lo que tiene que decir?

—Sí, claro.

—Entonces, Mr. Pearson, tal vez no le importe acompañarme para poner por escrito esta declaración y hacerme el favor de firmarla después de leerla.

—¿Y eso será todo?

—Me parece que es posible, Mr. Pearson, que sea necesario detenerlo a usted hasta después de la encuesta judicial.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Jim Pearson—. ¿No me ayudará nadie?

En aquel momento se abrió la puerta y una joven entró en la habitación.

Era una mujer excepcional, según notó enseguida el perspicaz inspector. No porque fuera arrebatadoramente bella, sino que su rostro era tan atractivo y extraordinario que no resultaba fácil olvidarlo después de haberlo visto una sola vez. Alrededor de ella flotaba una atmósfera de naturalidad, de
savoir faire
, de invencible resolución, al mismo tiempo que de enorme fascinación.

—¡Oh, Jim! —exclamó ella—. ¿Qué ocurre?

—Lo que yo me temía, Emily —contestó el joven—. Creen que yo he asesinado a mi tío.

—¿Quién cree eso? —preguntó Emily.

El joven indicó con un gesto a su visitante.

—Este señor es el inspector Narracott. —dijo, y añadió con desmayado acento, a guisa de presentación—: Miss Emily Trefusis.

—¡Oh! —exclamó la joven presentada.

Y estudió al inspector Narracott con una profunda mirada de sus almendrados ojos.

—Jim —murmuró ella—, eso es una idiotez. Tú eres incapaz de matar a nadie.

El inspector no replicó nada.

—Me figuro —dijo Emily, volviéndose hacia Jim— que habrás estado diciendo una serie de cosas terriblemente imprudentes. Si leyeses los periódicos con un poco más de atención, querido Jim, sabrías que nunca se debe hablar con un policía, a menos que tengas a un buen abogado al lado que te guíe en cada una de tus palabras. ¿Se puede saber lo que ha pasado aquí? ¿Va usted a detenerlo, inspector Narracott?

El aludido explicó, en términos técnicos y con clara exactitud, lo que iba a hacer.

—Emily —gritó el joven—, ¿tú no creerás que yo lo hice? Nunca lo creerás, ¿verdad?

—No, querido —replicó Emily con amable entonación—, naturalmente que no. —Y luego añadió, con voz dulce y meditativa—: Ya sé que tú no tienes valor para eso.

—¡Me siento como si no tuviese un solo amigo en el mundo! —gimió el joven.

—Pues tienes uno —dijo Emily—, me tienes a mí. ¡Ánimo, Jim! Contempla el brillo de los diamantes que pusiste en el tercer dedo de mi mano izquierda. Aquí queda tu fiel novia. Puedes irte con el inspector que yo me encargo de todo.

Jim Pearson se levantó, aún con una atribulada expresión en el semblante. Se puso un abrigo que estaba encima de una silla y el inspector le alcanzó el sombrero que encontró sobre la inmediata mesa de despacho. Después se encaminaron ambos hacia la puerta y el policía dijo cortésmente:

—Buenas tardes, miss Trefusis.


Au revoir
, inspector —replicó Emily suavemente.

Si Narracott hubiese conocido un poco mejor a miss Emily Trefusis, se hubiera podido dar cuenta del desafío que aquellas tres palabras encerraban.

Capítulo XI
 
-
Emily empieza a trabajar

La encuesta judicial sobre la muerte del capitán Trevelyan se celebró el siguiente lunes por la mañana. Desde el punto de vista del sensacionalismo, fue un fiasco, pues casi inmediatamente se aplazó hasta la semana siguiente, dejando desencantados a un buen número de espectadores. Entre el sábado y el lunes, Exhampton había conquistado no poca celebridad. Al saberse que el sobrino del muerto había sido detenido por su conexión con el asesinato, el asunto saltó desde las noticias que gozaban de un solo párrafo en las últimas páginas de los periódicos hasta las secciones encabezadas por gigantescos titulares.

El lunes un gran número de periodistas había llegado a Exhampton. Mr. Charles Enderby tuvo ocasión de congratularse una vez más por la espléndida posición que le había proporcionado aquella casualidad, puramente fortuita, del concurso futbolístico organizado por su periódico.

La intención del periodista era pegarse a Mr. Burnaby como una sanguijuela. Y con el pretexto de sacar unas fotografías de la vivienda del comandante, arreglárselas para obtener información en exclusiva de los habitantes de Sittaford y de sus relaciones con el difunto.

A Mr. Enderby no se le escapó el detalle de que, a la hora del almuerzo, una mesa cercana a la puerta fue ocupada por una encantadora joven. El periodista se preguntó qué sería lo que aquella muchacha estaba haciendo en Exhampton. Iba muy bien vestida, con un traje provocativo y elegante, y aparentemente no se trataba de una pariente del difunto, ni menos aún podía clasificarla como una de tantas curiosas desocupadas.

«Me gustaría saber cuánto tiempo se albergará esa joven aquí —pensó Mr. Enderby—. Es una verdadera lástima que tenga que irme esta misma tarde a Sittaford. ¡Qué mala suerte la mía! Bueno, amigo, supongo que no se puede tener todo a la vez.»

Pero, al poco rato de haber terminado la comida, el joven periodista recibió una agradable sorpresa. Estaba de pie en los escalones de entrada de Las Tres Coronas, observando lo rápidamente que se fundía la nieve en la calle y disfrutando de los débiles rayos de un pálido sol invernal, cuando se dio cuenta de que una voz, una encantadora y atractiva voz, se dirigía a él:

—Le pido mil perdones, pero quisiera preguntarle si hay algo que merezca ser visto en Exhampton.

Charles Enderby no perdió la ocasión que se le presentaba.

—Creo que hay un castillo interesante —contestó—. No vale gran cosa, pero es lo que hay. Si me lo permite, le indicaré el camino para ir a él.

—Es usted muy amable conmigo —dijo la muchacha—. Si está seguro de que no está demasiado ocupado...

Charles Enderby descartó inmediatamente la posibilidad de que tuviera otros quehaceres.

Y ambos salieron juntos.

—Creo que usted es Mr. Enderby, ¿verdad? —preguntó la joven.

—Sí. ¿Cómo lo sabe?

—Me lo ha dicho Mrs. Belling.

—¡Ah! Comprendo.

—Yo soy Emily Trefusis. Mr. Enderby, necesito que me ayude.

—¿Que yo la ayude...? —preguntó Enderby—. ¿Por qué no? Me tiene a sus órdenes, pero...

—Le explicaré: soy la prometida de Jim Pearson.

—¡Oh! —exclamó el joven Enderby, ponderando en su mente las posibilidades periodísticas que se le ofrecían.

—La policía lo va a detener. Estoy segura de eso, Mr. Enderby, y también

que Jim no lo cometió. He venido aquí para probar que él no lo hizo, pero necesito que alguna persona me ayude. Una mujer sola no puede hacer nada sin el apoyo de un hombre. ¡Los hombres saben tantas cosas, y son capaces de conseguir tantas informaciones que a las mujeres nos están vedadas!

—Bueno... yo... bien, supongo que lo que me dice es cierto —replicó Mr. Enderby complaciente.

—Esta mañana he estado contemplando a todos esos periodistas que han venido aquí —explicó Emily—. ¡La mayor parte de ellos tienen unas caras tan estúpidas! ¡Le escogí a usted entre todos porque me pareció el único realmente listo!

—¡Oh, caramba! No creo que eso sea muy cierto —dijo Enderby aún más complaciente.

—Bueno, lo que voy a proponerle —continuó explicando Emily Trefusis— es una especie de asociación entre nosotros dos. Esto tendrá, creo yo, ventajas para ambas partes. Hay ciertas cosas que necesito investigar, que he de poner en claro. Usted, en su calidad de periodista, puede ayudarme. En primer lugar, necesito...

Emily se detuvo un momento. Lo que en realidad necesitaba era convertir a Mr. Enderby en una especie de sabueso privado que trabajara para ella, que fuera adonde ella le dijese, que hiciera las preguntas que a ella le convenían y que, en general, se portase como un esclavo cautivo; pero se daba perfecta cuenta de la necesidad de disfrazar esta proposición en términos que resultasen aduladores y agradables al mismo tiempo. Lo importante era que ella sería el jefe, pero el asunto requería ser llevado con gran tacto.

—Necesito —concluyó Emily— estar segura de que puedo
confiar
en usted.

Todo esto lo decía con una voz cariñosa, amable y persuasiva. Mientras ella pronunciaba su última frase, en el pecho del joven periodista nacía una emoción de que la encantadora y desamparada muchacha podía confiar en él de un modo definitivo.

—Debe de ser terrible hallarse en su situación —dijo él cariñoso y, tomando entre sus manos una de las de la joven, se la estrechó con fervor—. Pero ya sabe —continuó diciendo al despertarse en él su sentido periodístico— que no puedo disponer del tiempo a mi antojo. Quiero decir que he de ir donde me manden y hacer lo que me ordene mi empresa.

—De acuerdo —replicó Emily—. Ya había pensado en eso, y precisamente es de lo que iba a hablarle. Seguro que yo soy, dentro de este drama, lo que ustedes, los periodistas, llaman «una exclusiva», ¿no le parece? Puede hacerme una entrevista diaria en la que me haga decir cualquier cosa que crea que les gustará leer a sus lectores.
«Aparece la novia de Jim Pearson», «Una muchacha cree apasionadamente en la inocencia del supuesto asesino», «Recuerdos de la infancia del presunto culpable suministrados por su prometida».
En realidad, yo no sé nada acerca de la infancia de Jim —añadió ella—, pero no creo que importe mucho.

—Estoy pensando —dijo el periodista— que es una mujer maravillosa. Sí, realmente maravillosa.

—Entonces —continuó Emily, prosiguiendo su conquista de la situación—, tendré acceso a los parientes de Jim. Y le podré llevar conmigo en calidad de amigo, lo que le permitirá atravesar puertas que de otro modo le hubiesen cerrado en las narices.

—¡De sobra que lo sé! —exclamó Mr. Enderby con sinceridad, recordando varios fracasos de sus comienzos en el periodismo.

Ahora se abrían ante él gloriosas perspectivas. Bien mirado, había sido afortunado en este asunto: primero, con lo del concurso futbolístico organizado por su periódico y ahora, con esto.

—Trato hecho —dijo el periodista fervientemente.

—De acuerdo —replicó Emily, adoptando la actitud despierta y comercial de un hombre de negocios—. Ahora, ¿por dónde empezamos?

—Esta tarde tenía proyectado dirigirme a Sittaford.

Y el joven explicó las afortunadas circunstancias que le habían puesto en tan ventajosa relación con el comandante Burnaby.

—Porque, fíjese usted, precisamente se trata de uno de esos viejos gruñones que odia a los periodistas como si fuésemos alimañas; pero no es tan fácil enviar a paseo al mensajero que acaba de traerle a uno 5.000 libras, ¿no es verdad?

—Sería muy desconsiderado —opinó Emily—. Pues bien, si usted va a Sittaford, yo le acompañaré.

—¡Magnífico! —exclamó Mr. Enderby—, Ahora, lo que no sé es si allí encontraremos donde alojarnos. Según mis informes no hay más que la mansión del difunto capitán, rodeada de unos pocos chalés que pertenecen a personas como Burnaby.

—Ya encontraremos algo —dijo Emily—. Yo siempre encuentro algo.

No le costó mucho trabajo creerlo a Mr. Enderby. Emily poseía esa clase de personalidad que siempre supera todos los obstáculos.

Mientras hablaban, habían llegado al ruinoso castillo, pero sin fijarse ni poco ni mucho en él, se sentaron en los restos de una pared, disfrutando de algo que pretendía llamarse sol. Emily procedió a desarrollar sus ideas.

—Este asunto me lo tomo yo, amigo Enderby, de una forma absolutamente desprovista de todo sentimentalismo, como si se tratase de un negocio comercial. Para empezar, tiene que creer mi palabra de que Jim no ha cometido este asesinato. Y no afirmo tal cosa por la sencilla razón de que esté enamorada de él o porque crea en su dulce carácter, o por cualquier otra pamplina por el estilo. Es que lo sé con certeza. Debe saber que desde los dieciséis años he tenido que arreglármelas yo solita. Nunca he tratado a muchas mujeres y no sé gran cosa acerca de ellas, pero lo sé todo en lo que se refiere a los hombres. Y le aseguro que si una muchacha no sabe juzgar a un hombre con la debida exactitud para tratarlo como es debido, nunca lo conquistará por completo. Soy experta en esas cosas. Trabajo como modelo en Lucie's y puedo decirle, señor Enderby, que llegar hasta allí es una hazaña.

«Bueno, como le decía, yo soy de las que saben medir a los hombres con toda exactitud. Jim tiene un carácter más bien débil en muchos aspectos. No estoy muy segura —confesó Emily, olvidando por un instante su papel de adoradora de los hombres fuertes— de que no sea ésa la verdadera causa de que me guste. Me doy cuenta de que puedo manejarlo a mi antojo y conseguir cualquier cosa de él. Hay un montón de cosas, incluso criminales, que sería capaz de hacer, si alguien le empujara a ello, pero nunca un asesinato. Sencillamente, es incapaz de coger un saco de arena y atreverse a golpear con él en la nuca a un viejo. Y aunque se atreviese, lo haría con tanto temor, que no acertaría el golpe. En fin, que es una criatura demasiado
blanda
, Mr. Enderby. No le gusta matar ni siquiera a una avispa. En lugar de eso, cuando entra alguna en casa, procura siempre echarla de la habitación sin hacerle daño y normalmente le pica. De todos modos, no hago bien en explicarle tantos detalles. Debe creer en mi palabra y empezar su investigación admitiendo que Jim es inocente.

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