El misterio de Sittaford (17 page)

Read El misterio de Sittaford Online

Authors: Agatha Christie

BOOK: El misterio de Sittaford
11.77Mb size Format: txt, pdf, ePub

Habían ido descendiendo poco a poco desde el rocoso mirador y ya caminaban acercándose al sendero que conducía al pueblo.

—¿Quién vive en este chalé? —preguntó Emily bruscamente.

—El capitán Wyatt, un pobre inválido. Me temo que lo encuentre algo insociable.

—¿Era amigo del capitán Trevelyan?

—No eran íntimos en todo caso. Trevelyan le hacía una visita de cumplido de vez en cuando. El caso es que Wyatt no estimula a los visitantes. Es un hombre muy arisco.

Emily guardó silencio. Estaba imaginando cómo se las arreglaría para entrar en casa de aquel agrio capitán. No quería dejar abandonado ningún «punto de vista» de los que pudieran presentársele.

De repente, recordó que hasta entonces no se había mencionado el nombre de uno de los que asistieron a la famosa sesión de espiritismo.

—¿Que me dice de Mr. Duke? —preguntó con voz vibrante.

—¿Qué quiere que le diga?

—Pues quién es.

—Bien... —comenzó Mr. Rycroft lentamente—, he ahí una cosa que nadie sabe.

—¡Qué extraordinario! —comentó Emily.

—Bien mirado —replicó Mr. Rycroft—, no lo es tanto como parece. Verá, Duke es un individuo que no tiene nada de misterioso. Yo me figuro que el único misterio que tal vez existe en él es el de su origen social. Bueno, ni siquiera eso, si hemos de ser fieles a la verdad. De todos modos, es un buen tipo —se apresuró a añadir.

Emily permaneció en silencio.

—Éste es mi chalé —indicó Mr. Rycroft deteniendo su marcha—. ¿Me hará el honor de entrar a visitarlo?

—Me complacería muchísimo —dijo Emily.

Y ambos recorrieron el breve sendero de entrada y entraron en el chalé. El interior era encantador y las paredes estaban materialmente forradas de estanterías.

Emily iba de una a otra, leyendo con gran curiosidad los títulos de los libros. Una de las secciones de aquella librería estaba dedicada por completo al ocultismo; otra aparecía dedicada a las modernas novelas de detectives. Pero la inmensa mayoría de las estanterías se habían dedicado a trabajos de criminología y a los más famosos procesos de todo el mundo. Los libros de ornitología ocupaban una sección comparativamente pequeña.

—Estaba pensando en que todo esto es delicioso —comentó Emily—. Siento mucho tener que marcharme ahora. Supongo que mi primo, Mr. Enderby, se habrá levantado ya y estará esperándome. Por otra parte, aún no he desayunado. Le habíamos dicho a Mrs. Curtis que nos preparase el desayuno para las nueve y media, y ahora me doy cuenta de que ya son las diez. Llegaré con un terrible retraso, por culpa de esta conversación tan interesante y de que haya usted sido tan complaciente.

—No exagere. Ya sabe que si hay algo que yo pueda hacer... —tartamudeó Mr. Rycroft, mientras Emily se volvía para obsequiarle con una hechicera mirada—, puede contar conmigo. Seremos colaboradores.

Emily le dio la mano y estrechó la suya de un modo cordial.

—¡Es tan maravilloso —exclamó la joven, usando la frase que en el curso de su corta vida le había resultado tan efectiva— saber que hay alguien en quien pueda una realmente fiarse!

Capítulo XVII
 
-
Miss Percehouse

Cuando Emily regresó a su alojamiento, la esperaban allí su amigo Charles y un buen plato de huevos con beicon.

Mrs. Curtis estaba aún muy excitada por la fuga del presidiario.

—Hace ya dos años desde que se escapó el último —les dijo—, y tardaron tres días enteros en encontrarlo. Estaba ya cerca de Moretonhapstead.

—¿Cree que vendrá hacia aquí? —pregunto Charles.

La sabiduría local descartó esa posibilidad.

—Nunca escogen esta dirección; aquí todo son páramos y sólo pequeños pueblos cuando se acaba el páramo. Seguro que se dirigirá hacia Plymouth, es lo más probable. Pero lo atraparán mucho antes.

—Se podría encontrar un buen escondite entre las rocas al otro lado del peñasco —sugirió Emily.

—Tiene razón, señorita, y es cierto que allí hay un lugar donde ocultarse: la cueva del Duende, como la llaman. Se entra por una abertura tan estrecha situada entre dos rocas que es muy difícil de descubrir, pero luego se ensancha mucho en el interior. Se cuenta que uno de los hombres del rey Carlos se escondió una vez en esa cueva durante quince días, ayudado por la criada de una granja vecina, que le proporcionaba alimentos.

—Tengo que ir a echarle un vistazo a esa curiosa cueva del Duende —dijo Charles.

—Se sorprenderá de lo difícil que es encontrarla, señor. Muchos grupos de excursionistas vienen a visitarla durante el verano y se pasan toda la tarde buscándola sin encontrarla. Pero si es capaz de encontrarla, no se olvide de dejar allí dentro un alfiler, que le trae buena suerte.

—Estaba pensando —comentó Charles en cuanto terminaron el desayuno y después de que Emily y él salieron a dar unos pasos por el minúsculo jardincito de la casa— que debería llegarme a Princetown. Es sorprendente cómo se acumulan las buenas noticias en cuanto uno tiene un poco de suerte. Mira por dónde empecé por lo del premio del concurso futbolístico y, antes de que pueda darme cuenta, tropiezo con la fuga de un presidiario y un asesino. ¡Maravilloso!

—¿Y las fotografías del chalé del comandante Burnaby?

Charles miró hacia el cielo.

—Hum... —murmuró—. Creo que le diré que el tiempo es muy malo. Tengo que aprovecharme de mi
raison d'étre
en Sittaford tanto como sea posible y ahora se está nublando. Bueno... espero que no te importe, pero acabo de enviar por correo una entrevista contigo.

—¡Ah, muy bien! —exclamó Emily de un modo casi mecánico—. ¿Qué me haces decir en ella?

—¡Bah! Esas cosas trilladas que a la gente le gusta oír en estos casos —contestó Mr. Enderby—: «Nuestro enviado especial nos informa de su conversación con miss Emily Trefusis, novia de Mr. James Pearson, quien ha sido detenido por la policía acusado de la muerte del capitán Trevelyan.» Luego, siguen mis impresiones acerca de ti, una bellísima muchacha de refinada inteligencia.

—Muchas gracias —replicó Emily.

—Soltera —añadió lacónicamente Charles.

—¿Qué quieres decir con eso de soltera?

—Pues que eres soltera.

—Bien, claro que lo soy —confirmó ella—; pero, ¿por qué lo mencionas?

—A las lectoras les gusta siempre enterarse de eso —dijo Charles—. ¡Oh! ¡Me ha quedado una entrevista espléndida! No te puedes figurar las cosas tan conmovedoras que dices en lo de respaldar a tu novio sin importarte lo que el mundo entero tenga contra él.

—¿He dicho yo algo así realmente? —se asombró la joven con un ligero sobresalto.

—¿Te importa mucho? —preguntó Enderby con cierta ansiedad.

—¡Oh, claro que no! —contestó Emily. Y luego añadió con acento burlón—: Disfruta lo que puedas, querido.

Mr. Enderby parecía algo desconcertado.

—No te preocupes —explicó la muchacha—. Eso que acabo de decir es una frase que estaba bordada en mi babero cuando yo era pequeñita, en el babero de los domingos. En el de los días laborables, decía: «No comas demasiado».

—¡Ah, comprendo! En mi artículo también hablo un poco de la carrera naval del capitán Trevelyan, insinuando que acaso se apoderara de algún ídolo misterioso y la posibilidad de que haya sido víctima de la venganza religiosa de algún extraño sacerdote... pero esto sólo se insinúa como ya supondrás.

—Bien, se nota que estabas muy inspirado —comentó Emily.

—¿Y qué has estado haciendo tú? Creo que te has levantado muy temprano, sabe Dios cuándo...

Emily le relató su encuentro con Mr. Rycroft.

De repente se quedó callada y Enderby, al mirar por encima del hombro en la misma dirección que los ojos de ella, advirtió que un sonrosado joven de saludable aspecto, apoyado en el portillo del cercado, hacía unos ruidos discretos para atraer la atención.

—Siento muchísimo —les gritó el joven— tener que venir a importunarlos y lamento infinitamente molestar; pero mi tía se ha empeñado en que viniera y...

Emily y Charles le interrumpieron con un simultáneo «¡Oh!», en un tono tan interrogativo que mostraba que no encontraban muy satisfactoria la explicación.

—Pues sí —contestó el joven—. Para ser franco, les diré que mi tía es insoportable. Cuando ella dice «hazlo», pueden imaginárselo. Naturalmente, me hago cargo de que es muy poco correcto presentarme de visita a una hora tan intempestiva, pero si conociesen a mi tía... y si se prestan a sus deseos, la conocerán en unos pocos minutos.

—¿Su tía es Mrs. Percehouse? —le interrumpió Emily.

—Exactamente —contestó el joven aliviado—. ¿De modo que ya han oído hablar de ella? Seguro que se lo ha contado la vieja Curtis. No sabe tener la lengua quieta, ¿verdad? No es que sea una mala mujer, no lo crean así. Bien, el caso es que mi tía me dijo que quería verlos y que viniera a decírselo inmediatamente. Que les saludase de su parte y que si no les fuera mucha molestia... teniendo en cuenta que es una pobre inválida que no puede salir de casa, de modo que serían el colmo de la amabilidad si... bueno, ya saben lo que eso significa. No necesito decírselo con más detalle. En realidad, es simple curiosidad, ni más ni menos, y si ustedes dicen que tienen jaqueca o que han de escribir unas cartas urgentes, pues no importará mucho y no necesitan molestarse.

—¡Oh, no, estaremos encantados! —replicó Emily—. Ahora mismo iré con usted a visitar a su tía. Mr. Enderby tiene que ir a casa del comandante Burnaby.

—¿De veras? —consultó Charles en voz baja.

—Desde luego —afirmó la joven en tono autoritario.

Y despidiéndose de él con una graciosa inclinación de cabeza, se reunió con su nuevo amigo en el camino.

—Supongo que usted es Mr. Gardfield.

—En efecto. Debería habérselo dicho antes.

—Oh, bueno —replicó ella—. No era muy difícil adivinarlo.

—Es muy amable de su parte venir conmigo —indicó el joven Gardfield—. La mayoría de las muchachas se hubiesen ofendido mucho, pero ya sabe como son las viejas damas.

—¿Usted no reside habitualmente aquí, Mr. Gardfield?

—Puede apostar su vida a que no —contestó Ronnie con gran exaltación—. ¿Ha visto alguna vez un rincón más dejado de la mano de Dios que éste? ¡Ni siquiera hay un mal cine a donde ir! No me extraña que a la gente le entren ganas de asesinar a...

Pero se interrumpió asustado por lo que acababa de decir.

—Perdóneme, lo siento mucho. Soy el hombre más desgraciado del mundo. Siempre se me escapan cosas inoportunas, pero no tenía intención de hacerlo.

—Estoy segura de que así es —replicó Emily con dulzura.

—Ya hemos llegado —dijo Mr. Gardfield.

Mantuvo abierto el portillo del cercado para que la joven entrara y luego la acompañó por un corto sendero que conducía a un chalé que en nada se diferenciaba de los restantes. En la sala que daba al jardín había un sofá y en él descansaba una anciana dama de delgado y arrugado rostro, en el que destacaba la nariz más afilada y aguileña que Emily hubiera visto en su vida, que se incorporó sobre un codo con alguna dificultad.

—Así que me la has traído —le dijo a su sobrino—. Es usted muy amable, querida, por venir a ver a esta pobre vieja. Ya sabe lo que es estar inválida. A una le gustaría meter la cuchara en todo lo que se guisa y, si una no puede acercarse al puchero, hay que componérselas para que el puchero se acerque a una. No crea ahora que sólo son ganas de curiosear; es algo más. Ronnie, aprovecha para pintar los muebles del jardín; allí al fondo, debajo del cobertizo. Puedes pintar dos sillas de mimbre y un banco. Allí encontrarás la pintura ya preparada.

—Perfectamente, tía Caroline.

El obediente sobrino se marchó.

—Siéntese —ofreció miss Percehouse.

Emily lo hizo en la silla que la dama le indicaba. Aunque le parecía extraño, había experimentado inmediatamente un notable afecto y simpatía por aquella vieja inválida de lengua afilada. Incluso sentía como si la uniera a ella algún lazo de parentesco.

«He aquí una persona —pensó la joven— que va directamente al grano, sin desviarse de su propio camino, y domina a todo el que se le pone por delante. Exactamente igual que yo, con la única diferencia de que a mí me ayuda mi buen aspecto, mientras ella ha de conseguirlo todo por la fuerza de su carácter.»

—Tengo entendido que usted es la prometida del sobrino de Trevelyan —empezó diciendo miss Percehouse—. He oído contar todo lo que se refiere a usted y ahora que la conozco en persona, comprendo exactamente lo que se propone. Y le deseo buena suerte.

—Muchas gracias, señora —replicó Emily.

—Me fastidian las niñas bobas —continuó la dama—. A mí me gustan las muchachas resueltas y activas.

Y contempló con viveza a su visitante.

—Supongo que usted me compadecerá al verme acostada sin poder levantarme y caminar por ahí.

—No —dijo Emily pensativamente—; no creo que pueda sentir eso. Supongo que todo el mundo puede sacarle jugo a la vida si tiene la determinación suficiente. Lo que no consiga de un modo, lo conseguirá de otro.

—Ni más ni menos —afirmo Mrs. Percehouse—. Todo es cuestión de saber ver las cosas desde otro ángulo.

—El «punto de vista», como yo lo llamo —observó sonriente la joven.

—A ver, explíqueme esa frase, que me interesa mucho.

Tan claramente como le fue posible, Emily esbozó la teoría que le había servido de meditación de aquella mañana, y cómo la había aplicado al caso que llevaba entre manos.

—No está mal —observó la anciana señora con expresivos gestos de aprobación—. Ahora, querida, vayamos al fondo de la cuestión. Como no soy tonta de nacimiento, ni mucho menos, sé que usted ha venido por este pueblo para sacar todo lo que pueda de los que vivimos aquí y ver si lo que consigue averiguar tiene alguna relación con el asesinato. Bien, pues si quiere saber cualquier detalle acerca de alguno de mis vecinos, puedo contárselo yo.

Emily no perdió ni un segundo. Con la concisión de un hombre de negocios, centró el tema:

—¿El comandante Burnaby?

—Se trata de un típico ex oficial del ejército, retirado, de mente estrecha y muy limitada, y que es bastante envidioso. Demasiado crédulo en cuestiones de dinero. En fin, de esos hombres que invertirían sus ahorros en un negocio fantasma por la sencilla razón de que no ve más allá de sus narices. Le gusta pagar pronto sus deudas y le desagradan las personas que no se limpian los pies en la esterilla.

Other books

Widow's Pique by Marilyn Todd
The Tehran Initiative by Joel C. Rosenberg
Passion by Silver, Jordan
The House of Stairs by Ruth Rendell
Rafe by Amy Davies
Sea Mistress by Iris Gower
El Río Oscuro by John Twelve Hawks