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Authors: Martin Davidson

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El nazi perfecto (5 page)

BOOK: El nazi perfecto
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Yo siempre había interpretado esto como un ejemplo espantoso del terror arbitrario de la degradación bélica en anarquía y venganza. Mi abuelo estaba simplemente en el lugar y el momento equivocados, fue una víctima de un torbellino de violencia incontrolable. Pero esto fue cuando yo le consideraba un civil o a lo sumo un soldado reclutado. Empero, como oficial de las SS que aguarda el tiro en la nuca, la escena se desarrollaba de un modo algo distinto. Ahora representaba una especie de justicia más comprensible, aunque salvaje.

Todo debería haber concluido para él en aquel lugar y momento, pero sucedió algo extraordinario. Cuando sólo quedaban Bruno y otro camarada suyo, un oficial soviético intervino y ordenó que se detuviera al verdugo del grupo de vigilancia: «Basta de disparos, no más sangre», había gritado. Y la ejecución se detuvo. Los dos alemanes restantes, uno de ellos mi abuelo, fueron puestos de pie y conducidos lejos de la hilera de cadáveres, tambaleantes y estupefactos, pero todavía vivos. Para diez de aquellos hombres, su historial nazi había acabado allí mismo, pero no para Bruno. Había tenido una suerte increíble y notable. Como resultado, viviría los cuarenta y siete años que le quedaban sin que le acosara ninguna consecuencia especialmente penosa de los primeros treinta y nueve.

Mi madre tenía muy poco que añadir a los fragmentos que ya me había contado. Por entonces era demasiado joven para asimilar algún detalle real, y después de la guerra estaba tan traumatizada que no tenía el menor deseo de saber algo más de la vida de su padre como militante nazi. Protegía celosamente su ignorancia, le bastaba y sobraba con no saber nada. En cuanto a la cuestión de por qué Bruno se había alistado, ella no sabía más que nosotros y sólo podía ofrecer una conjetura educada. Sin duda nunca había hablado de esto con su padre.

Si queríamos descubrir más cosas sobre Bruno, estaba claro cuál debía ser nuestro primer y más importante paso. Teníamos que encontrar, y después seguir, cualquier rastro documental que todavía existiese en los archivos oficiales, suponiendo que hubiese sobrevivido alguno. No tenía sentido siquiera pensar en testigos vivos. Cualquier contemporáneo de mi abuelo tendría ahora más de cien años. Teníamos que hacerlo todo nosotros mismos; no habría atajos. Contábamos con el hecho de que los alemanes habían sido meticulosos en la conservación de archivos. Aunque consiguieron quemar y tirar montañas enormes de material en los días finales de la guerra, la gran mayoría de los registros del personal de las SS había sobrevivido. Yo conocía la fecha y el lugar de nacimiento de Bruno: 27 de julio de 1906, en Perleberg, una ciudad a unos ciento cincuenta kilómetros al noroeste de Berlín. También sabía su rango definitivo: Hauptsturmführer (capitán). Aparte de esto no sabía nada. Pero era un comienzo.

El archivo central se encuentra en Berlín, en el llamado Centro Documental, que forma parte del enorme Bundesarchiv o Archivo Federal. De 1945 a 1992 lo dirigieron los norteamericanos, que garantizaron que nada de su contenido incriminatorio fuera víctima de una destrucción posbélica. El archivo había proporcionado una evidencia crucial para los numerosos juicios celebrados en Alemania después de la guerra, entre ellos los procesos de Núremberg. Más tarde, cuando fue decayendo la actividad judicial, el archivo pasó a ser una fuente inestimable para los historiadores. Al cabo de casi medio siglo de administración americana, y como una de las consecuencias de la caída del Muro en 1989, el archivo fue entregado a los alemanes. Hay una copia completa en Maryland, a las afueras de Washington, que contiene duplicados en microfichas de toda la colección de documentos del Centro Documental de Berlín, que mantendría estos registros accesibles y a salvo de las leyes de privacidad alemanas. Así que les escribimos mandando nuestros detalles y nos armamos de valor ante cualquier hallazgo que hicieran.

Lo más importante para nosotros era saber si existía documentación que indicase que Bruno Langbehn había pertenecido realmente a las SS y, de ser así, a qué departamento le habían destinado. Sólo hizo falta un par de llamadas telefónicas para conocer la respuesta. Un archivero prometió buscar a Bruno en la denominada
Dienstalterliste
o lista de servicio, un quién es quién de oficiales. Las SS la publicaban a intervalos periódicos entre 1934 y el final de la guerra, e incluía nombres y fechas de nacimiento, así como condecoraciones, fechas, números de servicio y departamentos. Lo buscó como es debido y, en efecto, confirmó con clara letra gótica que Bruno Langbehn, nacido en Perleberg el 27 de julio de 1906, había sido miembro de las SS.

Ya habíamos encontrado el número de militante de Bruno en el Partido Nazi, su número en las SS y la fecha en que había sido nombrado oficial: 11 de septiembre de 1937 (de hecho, unos pocos días antes de que naciera mi madre). Pero había más, añadió. La
Dienstalterliste
mostraba que Bruno había ganado dos importantes condecoraciones nazis. La primera era la llamada insignia de oro del partido (
Goldenes Parteiabzeichen
), el símbolo más prestigioso concedido a los más valiosos defensores del partido, a los miembros cuyo número era inferior a 100.000, es decir, a afiliados muy tempranos como Bruno, que se había alistado muchos años antes. Había sido un nazi converso desde el mismo principio. Tras una inspección más detenida, vimos que en la foto de familia lucía su insignia de oro de las SS; es la pequeña y redonda con una esvástica en el bolsillo frontal del pecho. Yo siempre me había imaginado que la relación de Bruno con el régimen había sido similar a la de millones de alemanes; pero esta idea se alejaba cada vez más de la figura que ahora emergía, la de un hombre cuyo compromiso con el partido nacionalsocialista había sido largo, profundo y, por ende, totalmente sincero.

Otro símbolo en el epígrafe personal dedicado a Bruno nos informó de que la insignia de oro no era su única condecoración nazi. Más adelante le habían otorgado un sello aún más siniestro de la aprobación del Tercer Reich, esta vez en un dominio exclusivo de los oficiales de las SS. Era el denominado
Totenkopfring
o anillo de la calavera, que estaba decorado con una calavera esculpida y otros emblemas rúnicos. Ningún artilugio, aparte de la daga personal de las SS de Himmler o la Luger de Heydrich, despierta el mismo grado de codicia y deseo entre los que acumulan por internet parafernalia nazi. Era una distinción concedida personalmente por Himmler, el jefe de las SS.

Con todo, la información más importante quedó reservada para el final: la identidad de la división de las SS en la que Bruno había servido. Sería un elemento crucial en todas nuestras pesquisas futuras y decisivo para ayudarnos a hacernos una idea de quién había sido. Las SS no eran un monolito, sino una organización que abarcaba una sorprendente diversidad de actividades, algunas militares y otras no. Incluía en su seno a un amplio repertorio de hombres, desde los que dirigían los campos de concentración hasta aquellos cuyo único interés en vestir el uniforme era ingresar en su división de caballería montada y disfrutar de su amor por la equitación. La preferencia de Bruno, sin embargo, resultó ser una muy específica: ni campamento ni regimiento de caballería, sino el SD-Hauptamt; la sede central del SD, el llamado Sicherheitsdienst o Servicio de Seguridad. Un veterano de las SS al que mi hermana consiguió localizar nos advirtió de que tuviéramos mucho cuidado en nuestro modo de proceder: «
Ach, die SD, die waren sehr böse Buben
» («Los SD, ésos eran de verdad los malos chicos»).

Una semana más tarde llegó una fotocopia de la página correspondiente de la
Dienstalterliste
, que me fue enviada por el archivo y que pude ver por mí mismo. Es un glosario del Estado dentro de un Estado que eran las SS. Lo corroboraba el frontispicio que anunciaba orgullosamente que las SS sólo tenían un Führer, Adolf Hitler. Hay una lista delante de las principales oficinas regionales alemanas de las SS y su abreviatura geográfica. Hay incluso un útil glosario de todos los iconos diminutos que delinean las distinciones concedidas a miembros de las SS; van desde medallas deportivas a cruces de hierro militares (de tres clases) y diversas medallas tempranas del partido, como la insignia de honor de oro.

Y después obtuvimos los nombres de los propios miembros. La lista consta de ocho columnas. Allí estaba Bruno fijado en un tipo de imprenta gótico. Mis ojos recorrieron la página. Me inspiraban curiosidad todos los demás nombres y sus fechas de nacimiento, sobre todo concentradas en el primer decenio del siglo, pero algunas se remontaban a finales del XIX.

Los detalles confirmaron todo lo que nos habían dicho. Le habían nombrado teniente de las SS (Untersturmführer) en septiembre de 1937. También nos dieron su número del partido; había dos columnas: a los que figuraban en la izquierda se les reservaban los números por debajo de 1,8 millones, y a los de la derecha las cifras superiores. Bruno tenía con mucho el número más bajo del partido de toda la página, tan bajo que hasta merecía estar impreso en negrita: 36.931. Varias decenas de miles, incluso cientos de miles, más bajo que la mayoría. Cuanto más bajo el número, por supuesto, antes se habían afiliado; un número tan bajo debía indicar una fecha de alistamiento muy anterior a 1933, cuando Hitler se convirtió en canciller. Bruno, por su parte, tendría unos veinte o veintiún años por entonces. Lejos de ser una especie de aberración tardía, su carrera en las SS había sido de hecho la culminación de largos años de activismo nazi. Su pertenencia al partido se remontaba a la época de la frágil República de Weimar, un momento en la historia de su país que claramente había despertado sólo ira y desprecio. Al hacerse mayor, parece que aquellas impresiones se intensificaron hasta adquirir formas incluso más radicales que culminaron en su afiliación no sólo a las SS, sino también al SD
[2]
, su departamento más elitista. El hombre que nos mira fijamente desde la fotografía, con el pelo tonsurado y una constelación de insignias en el cuello, era un militar a mitad de camino de una carrera ejercida en el mismo corazón de la red nazi.

Los habituales factores atenuantes no eran aplicables a Bruno. No era joven (estaba en la treintena cuando estalló la guerra, perfectamente en edad de formarse juicios maduros); no le habían reclutado, pero había elegido activamente el procedimiento de selección más arduo existente; en ningún momento había sido un mero acompañante voluntario, sino el modelo mismo de un activista comprometido desde mucho antes, un hombre con la convicción más profunda, si significaban algo las condecoraciones que había conquistado. Todo lo cual acrecentó la importancia de exhumar su historial completo de las SS en el Bundesarchiv. El archivo de Maryland poseía más documentación, mucha más que la página única del
Dienstalterliste
. Comprendía más de veinticinco páginas, pero la mayoría estaban muy quemadas (intencionadamente o, lo que es más probable, dañadas por bombardeos) y eran prácticamente ilegibles. Nuestro único recurso era volver a su fuente original, el Centro Documental de Berlín, y confiar en que las fotocopias de documentos (en lugar de microfichas más borrosas) fueran más fáciles de leer. Unas semanas más tarde llegó un segundo sobre, y esta vez, para nuestro enorme alivio, su contenido era mucho más claro. Más aún, incluida en esta recopilación de documentos había registros misceláneos que no habían llegado al archivo norteamericano. Aunque todavía había indicios del incendio que había estado tan cerca de reducir a cenizas todos los papeles, teníamos delante la correspondencia que durante unos seis meses de 1937 ilustraba el modo en que Bruno se había ganado el codiciado lugar en las SS.

El fajo de impresos incluía evaluaciones, cuestionarios, historiales, declaraciones juradas y referencias, todo ello relacionado con la solicitud presentada por Bruno para entrar en el servicio. Los datos sobre aquella parte de la vida de mi abuelo habían permanecido ocultos durante cincuenta años, pero allí estaban, de nuevo expuestos a la luz, en blanco y negro descoloridos. Eran especialmente fascinantes porque constituían crónicas retrospectivas escritas después del acontecimiento. Bruno no tuvo oportunidad de falsificarlos, filtrarlos y embellecerlos para un público posbélico y posnazi. Eran su carrera nazi. Aquellos documentos habían sido reunidos y completados expresamente para conseguirle un puesto en el círculo interno de las SS. Aquel hombre era Bruno como más deseaba que le juzgasen otros correligionarios en 1937.

Pero había un documento que yo deseaba ver más que ningún otro: la
Lebenslauf
(currículum vitae) de Bruno. Todos los solicitantes a las SS los redactaban con su propia letra, refiriendo los momentos clave de su educación en la tentativa de convencer a las SS de que los reclutaran. Lo que los hacía especialmente ilustrativos era la forma que adoptaban. No eran las respuestas con una sola palabra a preguntas pro forma, sino extensos fragmentos de prosa destinados no sólo a facilitar información, sino a exponer argumentos en favor del firmante. Yo nunca había leído uno, aunque había oído hablar de ellos. Me aterró pensar que quizá hubiera sido el único documento que se había perdido en la lotería del fuego y el deterioro al que se expone cualquier archivo bélico. Pero allí estaba, sano y salvo.

Se componía de dos caras de una hoja A4 y estaba escrito con la letra fina e insegura de un dentista alemán de treinta años que tomaba la decisión más trascendental de su vida profesional e ideológica al justificar el motivo por el que las SS debían aceptarle en sus filas. Al final logramos recuperar alrededor de un ochenta por ciento de su contenido. Era un documento extraordinario no sólo porque despejaba la «nube de desconocimiento» en que su vida había estado envuelta desde la guerra, sino porque me permitió deducir qué procesos mentales se necesitaban a la hora de intentar ingresar en las SS.

En un primer examen, sin embargo, su tono y contenido parecían decepcionantemente neutros. Incluso cuando Bruno describe su vida el efecto es bastante impersonal. Por supuesto, como se trata de una carta de solicitud en vez de un testimonio político, no hay expresiones que revelen una actitud ni tampoco de hueca retórica política (aparte de la despedida final,
Heil Hitler
). Es evidente que Bruno no veía la necesidad de expresar el apoyo a los ideales nazis de una manera explícita u ostentosa. No hay nada de la recargada y bastante histérica súplica especial de los denominados «testimonios de Abel»,
[3]
por ejemplo. Bruno se había esforzado mucho en infundir un tono particular, el de un hombre determinado a que le tomaran en serio, convencido de que poseía las cualificaciones adecuadas, y para lo cual una exposición sencilla era el idioma más idóneo. Claramente confía en que los hechos de su vida y su compromiso obvio hablarán por sí mismos. Pero por debajo de esta jerga burocrática hay algunos indicios más profundos que indican que no se trata de una solicitud de empleo normal, indicios de lo que las SS buscaban en los aspirantes al ingreso, y la claridad con que Bruno lo comprende.

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