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Authors: Howard Weinstein

El pacto de la corona (22 page)

BOOK: El pacto de la corona
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Le pasó fugazmente por la cabeza la idea de volverse y empujar a McCoy hacia el precipicio… y luego arrojarse ella tras él. ¡Qué melodramático!

En realidad, no sabía qué era lo que quería, excepto paz en su corazón, y eso no tenía ni idea de cómo conseguirlo. Tal vez le llegase junto con la Corona.

La Corona… La había visto, cuando era muy pequeña, en unas cuantas ceremonias. Intentó recordar qué aspecto tenía, su forma y tamaño, su tacto, pero no pudo conseguirlo. Lo único que tenía eran imágenes, atisbos de un objeto maravilloso visto por los ojos de la niña que había sido.

¿Cómo sería el Poder de los Tiempos, si ella lo poseía? ¿Sería algo que podría sentir físicamente? ¿Sería placentero o atemorizador? La luz del sol podía curar o quemar; el viento podía soplar como una brisa o como un vendaval. ¿Tendría el Poder un doble filo, al igual que las fuerzas de la naturaleza? ¿O se presentaría solamente ante la visión mental? ¿La cambiaría a ella?

«Por favor, que sea capaz de cambiarme», deseó fervientemente. «Que me haga todo lo que no soy: fuerte… sabia… mundana… digna de ser amada.»

Sin embargo, al mismo tiempo tenía miedo de ser cambiada por algo ajeno a ella misma. ¿La invadiría el Poder como alguna fuerza de la noche, como una criatura infernal? ¿Era así como funcionaba el Poder? ¿Se trataría de una fuerza contra la que tendría que batallar? Y, si ganaba, ¿sería entonces aceptada como heredera legítima del Pacto? Si era así como iban a suceder las cosas, ¿qué ocurriría si perdía la batalla? No sería capaz de gobernar… ¿y qué quedaría de ella, de Kailyn?

No… el Poder tenía que ser una fuerza del bien y de la luz. Repentinamente se dio cuenta de que, durante todos los años que había vivido junto a él, todas las horas y días pasados en el aprendizaje de lo que su padre tenía para enseñarle, él nunca le había dado una clara descripción de aquel Poder de los Tiempos. ¿Por qué no lo había hecho? De repente se sintió traicionada. «¿Cómo Pudo mi padre fallarme de esa manera?»

Ella misma se respondió: él no lo habría hecho. Si hubiera sido capaz de enseñarle, con palabras, cómo era el Poder, lo habría hecho. ¿Ni siquiera después de pasar toda una vida con esa cosa extraña, ese Poder, como parte de uno mismo, continuaba uno siendo incapaz de describírselo a otra persona?

La joven suspiró sonoramente; si eso era verdad, ¿cómo, entonces, sabría ella alguna vez, sin lugar a dudas, que lo tenía?

Claro está que la Corona se lo diría de momento, pero ¿continuaría haciéndolo siempre?

Era todo muy esquivo. Como el amor. Volvió los ojos atrás para mirar a McCoy, cuyo rostro era una máscara gris de pesadumbre. Kailyn sintió deseos de decirle que no importaba que no la amase, pero sí que importaba. Ella quería que él la amase, ¿no era así? «No sé qué es lo que quiero.» Gimió suavemente, y se puso completamente roja cuando Frin, el más alto de los dos guías, giró bruscamente la cabeza para ver si se encontraba en peligro. Ella se apresuró a sonreírle; tranquilizado, él volvió a fijar su atención en el camino.

Cuando los jóvenes guías llegaron a un punto en el que el sendero se estrechaba y lo cubría una arcada de roca, ambos se detuvieron y Shirn avanzó hasta el frente del grupo.

Intercambió algunas palabras con sus sobrinos y luego abrió la marcha él mismo. Pasaron por debajo de la arcada y Spock se detuvo brevemente para examinarla mientras McCoy lo miraba por encima del hombro.

—Fascinante. Esto no está hecho por las manos de los hombres.

—Casi parece una puerta de entrada.

Y así era realmente, pues el sendero, que había subido suavemente durante la última hora, subió de pronto muy abruptamente. Lo que había sido una excursión se transformó en una auténtica escalada, y McCoy gemía mientras intentaba no quedarse atrás. Todos se habían atado por la cintura con cuerdas de seguridad, y Spock ayudó al médico en determinados sitios en los que un asidero para las manos y los pies era prácticamente inexistente.

Finalmente llegaron a una plataforma de roca, y Shirn indicó una pausa. Agradecido, McCoy se dejó caer pesadamente y se dobló en dos intentando recobrar el aliento.

—A partir de aquí —declaró Shirn—, debo mostrar el camino sólo a Kailyn.

—Espere un momento —jadeó McCoy. Lo acometió un acceso de tos y Spock se inclinó para ofrecerle una mano a la que agarrarse.

—¿Por qué no podemos acompañar a Kailyn? —preguntó Spock.

—Porque es eso lo que me pidió su padre.

—Pero hemos recorrido todo este camino… —comenzó McCoy.

Kailyn lo interrumpió.

—Es nuestra costumbre. Mi padre ya me advirtió que los tendría a ustedes a mi lado excepto en el último momento. Lo que viene a partir de ahora es algo que debo hacer por mí misma.

Mientras hablaba, evitó mirar a McCoy a los ojos.

El observó con impotencia mientras separaban las cuerdas. Kailyn y Shirn permanecieron unidos por una de ellas y ascendieron por el escarpado precipicio para desaparecer después en la cumbre. McCoy se puso trabajosamente de pie y Poder le apoyó una poderosa mano sobre uno de los brazos. «¿Será para ayudarme o para detenerme?», se preguntó McCoy.

Spock se acercó para substituir al joven guía y ayudo a McCoy a sentarse sobre una roca plana.

—No podemos dejarla marchar de esa manera, Spock.

—Tenemos muy pocas alternativas.

—No tiene ninguna importancia que ella necesite nuestro apoyo. Se trata de que eso tiene que ser peligroso. Shirn no es precisamente un gallo primaveral. ¿Qué ocurriría si algo le sucediese a él, o a ella? Yo…

—Ya sé que está preocupado, doctor. También a mí me preocupa. Según la lógica, éste no es el mejor método.

McCoy miró al vulcaniano con ojos penetrantes. Por supuesto, su rostro no le dejaba entrever absolutamente nada; pero McCoy creía en lo que percibía: una textura en la voz que raramente había captado, una auténtica cordialidad. Quería darle las gracias a Spock, pero no había nada peor que un vulcaniano incómodo, así que permaneció en un total silencio.

Aquélla no era una senda fácil. Kailyn se preguntó si los pies de algún humanoide la habrían recorrido desde que la Corona había sido depositada en aquellas montañas, hacía tantos años. Le dolían los dedos de las manos a fuerza de aferrarse a grietas y salientes que parecían demasiado pequeños y frágiles como para soportar el peso de una persona.

—No mires hacia abajo —le advirtió Shirn desde más arriba.

—¿Debo mirar hacia arriba?

—Sólo hasta la altura de mis pies. Yo me ocuparé de lo que tenemos por delante.

—Pero yo…

Sus palabras fueron ahogadas por un sobrecogedor alarido cuando el saliente que tenía bajo los pies se rompió con un chasquido horrible. Por la ladera rodaron numerosas piedrecillas y Kailyn quedó colgando en el extremo de la cuerda de seguridad. El grito cesó cuando la muchacha respiró una bocanada de aire frío, y Shirn la tranquilizó rápidamente.

—Te tengo. No luches. Quédate quieta, Kailyn.

Sintió que la cuerda se le tensaba en torno a la cintura. La apretaba lo suficiente como para causarle dolor, pero ella permaneció callada.

—Tiende las manos hacia delante, niña. No intentes tirar, sólo equilíbrate. Presiona suavemente contra esa roca afilada. Esa misma.

Sin sacudirse en absoluto, ella hizo lo que el anciano le acababa de decir. La roca afilada era firme.

—Muy bien. Ahora, apoya un pie sobre ese saliente.

El pie derecho obedeció como si lo hiciese por su propia cuenta. El izquierdo lo siguió. La cuerda hacía que se sintiese segura, y un momento después se hallaba cerca de Shirn en la cima de lo que ahora se daba cuenta de que era una de las caras de roca desnuda de la cumbre misma de la montaña. De pronto, el territorio que los rodeó fue prácticamente plano.

La nieve virgen cubría aquel irreal mundo blanco que se encumbraba por encima de las nubes. Una dura luz solar descendía desde el cenit, y se hacía difícil calcular las distancias. La joven le dio la mano a Shirn y el anciano pareció caminar sin rumbo. Mientras le seguía los pasos como una niña perdida, Kailyn recorrió con la vista todo aquel paisaje extraño. El resto de aquel planeta era escarpado y peligroso, pero no completamente diferente de Orand o Shad. Sin embargo, las cumbres de las montañas eran sitios vacíos, monótonos, como si sus creadores se hubiesen quedado sin cosas que ponerles encima. Tal vez habían sospechado que nadie subiría jamás hasta un lugar tan alto y desolado, o quizá lo habían creado intencionalmente, como un lugar en el que descansar del torbellino creado abajo por los hijos de la naturaleza: el viento y la lluvia, la tierra, el agua, las gentes y los animales que luchaban todos celosamente para dominarse los unos a los otros.

Pero en aquellas cúspides no había ni un sonido, ni una voz, ni un colmillo, ni una lanza, ni una pisada aparte de las de Shirn y las suyas propias. Sólo había luz, la fuerza más pura, el comienzo de la Creación…

…E Iyan, Dios de Dioses, encendió las estrellas una a una,
decía el Libro de Shad.
Y cuando estuvieron encendidas, Iyan se sintió feliz. Porque ahora, a la luz de la gloria, Él podría hacer los lugares y las criaturas que vivirían en ellos. «He creado la luz, dada a las estrellas. Éstas vivirán y morirán, pero viviendo crearán estrellas nuevas. Cuando una muera, encenderé una nueva, y no volverá jamás a haber oscuridad en el Universo.» Iyan vio la luz y la luz era buena…

«Luz», pensó Kailyn, al recordar la leyenda del libro sagrado.

—Ya hemos llegado —anunció Shirn.

Kailyn parpadeó al darse cuenta de dónde estaba. Ante ellos había un montículo de roca cubierto de nieve en el que se veía una abertura que descendía.

—¿Estás preparada?

Kailyn asintió con la cabeza, y Shirn entró delante. Ella levantó los ojos y miró al sol por última vez antes de penetrar en la roca. Incluso las estrellas morían, pero, mientas vivían daban vida. Mientras Kailyn viviese, ¿qué le daría ella al universo, a su mundo, a su pueblo? Aquél era el momento de averiguarlo.

El túnel se adentraba en la enorme montaña. Shirn alumbraba el camino con una de las linternas rescatadas de la
Galileo
.

—El aire es templado aquí dentro —dijo Kailyn, pasados algunos minutos—. No era lo que esperaba encontrar en el interior de una montaña como ésta.

—Esto es un volcán… pero no te inquietes. Nunca ha hecho erupción en toda la historia conocida. Quizá algún día entre en actividad. De momento, sólo produce calor y fuentes termales.

Una gota de sudor bajó por la frente de Kailyn, y ambos se despojaron de los abrigos.

—¿Qué distancia hemos recorrido ya? —preguntó la muchacha.

—No mucha. Parece mayor a causa de la oscuridad.

Un momento más tarde llegaron al final del túnel, donde se abría una gruta en forma de cúpula de cuyo techo goteaba humedad; una alfombra de musgo cubría el suelo y subía por las paredes. Shirn dejó la linterna sobre una piedra grande y se encaminó directamente hacia un escondrijo abierto en la pared, de donde sacó un objeto envuelto en un brillante paño metálico que trajo hasta Kailyn. Ella le dedicó una mirada interrogativa.

—Abre el envoltorio, Kailyn.

Como hipnotizada, apartó cuidadosamente los extremos del paño y contempló ante sí la Corona de Shad.

No estaba espectacular ni llamativamente incrustada de piedras preciosas. En su sencillez, era una obra de arte clásica, y lo hubiera sido aunque careciese de la condición de Corona sagrada. Se trataba de una sencilla banda de plata, que todavía brillaba después de todos aquellos años pasados en la cumbre de una montaña. Tenía cuatro puntas, dispuestas a los lados, delante y detrás respectivamente, que representaban a los cuatro dioses de la religión shadiana. En la base de la punta frontal, símbolo de Iyan, Dios de Dioses, estaban los dos cristales del Pacto. Cuatro siglos de orden, paz y prosperidad, habían dependido del significado y la fe que residía tras aquellos cristales, al igual que el futuro dependía de ellos en aquel momento.

Los cristales eran multifacetados, y cada una de las pulidas superficies era pentagonal. A pesar de que tenía alrededor de dos centímetros y medio de diámetro, la profundidad brumosa del interior parecía inmensa, y cada uno era una ventana hacia algún otro sitio sin nombre y hacia otro tiempo. Kailyn ladeó la Corona y la bruma se arremolinó, como la nieve artificial en el interior líquido del juguete de un niño. La bruma se sacudió dentro de los cristales, una mezcla neblinosa de marrones y grises.

Kailyn parecía paralizada mientras miraba fijamente el plateado objeto que tenía entre sus pequeñas manos. Todo lo ocurrido desde la partida de Orand pasó a toda velocidad por su mente, una confusión de acontecimientos que se desplegaban y se unían como los dibujos de un caleidoscopio. De alguna manera, las piezas encajaban, aunque se deshacían y cambiaban para conducirla finalmente a ese momento y lugar.

—Pronuncia la oración y ponte la Corona, niña mía.

Kailyn asintió obedientemente. Luego se arrodilló sobre el musgo blando e iba a dirigir el rostro… ¿hacia qué dirección? Había perdido el sentido de la orientación y se ruborizó.

—¿Hacia dónde está el sur? —preguntó, dado que el sur era el lugar por donde salía el sol de Shad, y la dirección de Iyan.

Shirn sonrió y la volvió para ponerla de cara al sur. Ella musitó la plegaria que su padre le había enseñado muchos años antes, preparándola para aquel día.

—Ruego que se me conceda la guía, que pueda seguir la senda de los dioses y de mis padres y madres, que pueda ser una verdadera hija del Pacto, que pueda guiar a nuestro pueblo siempre hacia la luz y nunca hacia la oscuridad. Sean dadas las gracias a Iyan, y a mi padre y madre.

Tenía los labios secos y sintió como si su garganta fuese de algodón al tragar. El corazón comenzó a latirle con fuerza y sus manos temblaron muy levemente mientras aferraban la Corona que sostenía a la altura del pecho. Ella quería que Shirn le dijese qué debía hacer, pero el anciano pastor se había retirado a las sombras, detrás de ella.

Lentamente, levantó la Corona por encima de su cabeza, elevando sus melancólicos ojos para seguirla. Luego comenzó a bajarla cada vez más hacia su cabeza. .

—Maldición, Spock —protestó amargamente McCoy—.Sabía que tendríamos que haber ido con ellos.

Hacía ya mucho rato que había recuperado fuerzas, y se paseaba dando vueltas y más vueltas por la plataforma. El sol, que había estado en el cenit cuando Kailyn y Shirn se pusieron en camino para recorrer el último tramo del camino, estaba al otro lado de la montaña, camino del horizonte vespertino. Spock estaba impasiblemente sentado sobre la roca plana, mientras que Frin y Poder charlaban entre sí y alternativamente miraban con expresión de aburrimiento hacia las montañas adyacentes.

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