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Authors: Nick Drake

Tags: #Histórico

El Reino de los Muertos (10 page)

BOOK: El Reino de los Muertos
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—Acabas de llamarle niño.

Me miró, y por un momento pensé que iba a echarme. No lo hizo, de modo que continué.

—Perdona que abunde en un punto, pero cuando la masa empieza a salpicar al rey con la sangre de cerdos sacrificados, y en público, en el momento álgido de la fiesta de Opet…

—Un incidente aislado. Estos elementos subversivos carecen de importancia, y serán aplastados.

Reparó en que la mesa no estaba bien alineada, frunció el ceño y la devolvió a su posición perfecta.

—Y luego, la talla. ¿Descubierta el mismo día? Alguien de la jerarquía de palacio está conspirando contra el rey. Y no olvides los rumores sobre el fracaso de la guerra contra los hititas, y la larga ausencia del general Horemheb…

Había dado en el clavo. Su bastón golpeó la mesa que había entre nosotros. Una figurilla de cristal cayó y se rompió.

—Tu trabajo es aplicar la ley —ladró—. No cuestionar la ética o la práctica de su aplicación.

Intentó serenarse.

—Careces de autoridad para hablar de estos temas. ¿Qué haces aquí, haciéndome perder el tiempo? Sé lo que la reina te ha pedido. ¿Qué más me da si desea regodearse en sus pequeñas fantasías de miedo y protección? En cuanto a ti… Te imaginas el héroe en un romance de verdad y justicia. Pero ¿quién eres? Otros han sido ascendidos antes que tú. Languideces en una posición de rango medio, distanciado de tus colegas, falto de logros. Te crees elegante y sutil porque te interesa la poesía, pero estás metido sin comprometerte en una profesión que exalta la violencia de la ejecución de la ley. Ese es el resumen de ti.

Silencio. Me levanté. El siguió sentado.

—Como tú dices, soy una figura de romance: absurda, anticuada y caducada. La reina me convenció. No puedo evitarlo. Tengo debilidad por las damas en apuros. Alguien grita la palabra «justicia», y aparezco como un perro.

—Justicia… ¿Qué tiene que ver con todo esto? Nada.

La forma burlona de pronunciar la palabra de aquel hombre viejo y corrupto me llevó a pensar en todo lo que no era justo.

Avancé hacia la puerta.

—Doy por sentado que cuento con tu aprobación para continuar con la investigación de este misterio, con independencia de hacia dónde me conduzca.

—La reina es suficiente autoridad. Yo apoyo sus deseos en todas las cosas.

Quería decir: yo no te concederé autoridad.

Sonreí, abrí la puerta y lo dejé a él y a sus huesos doloridos en la cámara perfecta. Al menos, ahora había afirmado mi papel en la situación. Y sabía otra cosa importante: no tenía ni idea del plan de Anjesenamón.

10

Regresé a mi destartalada oficina, al final de un largo pasadizo, donde la luz se rinde decepcionada y los limpiadores nunca molestan. Aquí no hay signos de poder. Ay tenía razón, por supuesto. Yo no iba a ningún sitio, como una hoja caída en un charco de agua estancada. El encanto del encuentro de la otra noche estaba dando paso a la áspera luz del día, y me di cuenta de que apenas sabía por dónde empezar. En días como estos me sentía peor, como suele decirse, que el excremento de los buitres. Tot trotaba delante de mí, pues conocía el camino, como conoce todo lo importante.

Jety me estaba esperando. Tenía el vicio de rebosar de información, cosa que solo consideraba tolerable los días buenos.

—Siéntate.

Titubeó un momento, desconcertado.

—Habla.

—Anoche…

—Basta.

Hizo una pausa, boquiabierto, paseando la vista entre Tot y yo, como si el animal pudiera explicarle las razones de mi mal humor. Nos quedamos sentados como un trío de idiotas.

—¿Crees en la justicia, Jety?

Pareció un poco perplejo por la pregunta.

—¿A qué te refieres…?

—Es una cuestión de fe sobre la experiencia, ¿verdad?

—Creo en la justicia, pero también que no la he visto con mis ojos.

Asentí, satisfecho por aquella excelente respuesta, y cambié de tema.

—Posees cierta información.

Asintió.

—Algo que has visto con tus ojos —continué.

Volvió a asentir.

—Han encontrado otro cadáver.

—Qué decepción —dije en voz baja—. ¿Cuándo lo han descubierto?

—A primera hora de esta mañana. Intenté localizarte en casa, pero ya te habías ido. Este es diferente.

Habría sido hermosa. La noche anterior aún habría sido una mujer joven, de unos dieciocho o diecinueve años, que acababa de llegar a la posesión perfecta de su belleza. Solo que en el lugar de su cara y su pelo había una máscara de hoja de oro. Desprendí con mi cuchillo una esquina pegajosa, y vi que debajo del oro no había rostro, solo el cráneo, tejido sanguinolento y cartílago. Porque alguien, con destreza exquisita e inapelable, le había arrancado el cuero cabelludo, por delante y por detrás, y desprendido la cara y los ojos. Aún quedaba un vivido rastro de sus facciones en el contorno de la máscara, donde habían apretado la hoja de oro para que adquiriera forma. Lo habían hecho antes de que alguien hubiera destruido su belleza. Tal vez nos fuera útil para identificarla.

Alrededor del cuello, encajado bajo su túnica de hilo blanco, había un amuleto anj colgado de una delicada cadena de oro, una pieza de belleza excepcional que otorgaba protección, pues era el símbolo que expresa la palabra «vida». Lo desprendí con cuidado y lo sostuve en la palma de mi mano.

—Eso no debía pertenecer a la chica —dijo Jety.

Paseé la vista por la sencilla habitación donde la habían descubierto. Tenía razón. Se trataba de un objeto demasiado valioso. Parecía un tesoro, quizá la herencia de una familia muy rica. Ya me había hecho una idea de a quién podía haber pertenecido. Pero si yo tenía razón, el misterio de su aparición empeoraba mucho más las cosas.

—Lleva un tatuaje. Mira… —dijo Jety, al tiempo que me enseñaba una serpiente que se enroscaba alrededor de su antebrazo. El trabajo era tosco y barato—. Se llamaba Neferet. Vivía aquí sola. El casero dice que trabajaba de noche. Por consiguiente, creo presumible suponer que trabajaba en locales de alterne. O en los burdeles.

Contemplé aquel cuerpo adorable. ¿Por qué, una vez más, no había señales de lucha o violencia? Nadie podía soportar tal agonía sin debatirse, morder y roerse la lengua y los labios, mientras batallaba por su vida contra las ligaduras que debían inmovilizar sus muñecas y tobillos. Pero no había nada. Era como si todo hubiera ocurrido en un sueño. Paseé por la habitación en busca de pistas, pero no vi nada. Cuando volví hacia el diván desnudo, el sol se filtraba por la estrecha ventana y caía sobre el cadáver de la muchacha. Solo entonces reparé, en la estantería contigua al diván, atrapada en el ángulo de la potente y alargada luz de la mañana, la levísima huella de un círculo en el polvo, la marca de una copa que había estado allí, y ahora había desaparecido.

Una copa fantasma; una copa de sueños. Pensé en mi primera intuición, que el asesino del muchacho tullido le había administrado el extracto de la amapola, o algún otro narcótico potente, con el fin de tranquilizarle mientras llevaba a cabo su macabra labor. El secreto agazapado detrás de las Dos Tierras en nuestra época (detrás de sus grandes edificios y templos nuevos, sus poderosas conquistas, y sus deslumbrantes promesas de riqueza y éxito para los más afortunados de los que vienen aquí para trabajar, servir y sobrevivir) es que las desdichas, los sufrimientos diarios y las interminables banalidades de la vida se mitigan, cada vez más, gracias a los delirios de los narcóticos. En otro tiempo, el vino era el medio de acceder a la felicidad artificial. Ahora, las cosas son mucho más sofisticadas, y lo que era uno de los grandes secretos de la medicina se ha convertido en la única dicha que muchos encuentran en esta vida. El hecho de que esta euforia sea falsa es irrelevante, al menos hasta que sus efectos se desvanecen, y dejan al usuario abandonado a las mismas desdichas que motivaron su huida de la realidad. Los hijos de las familias de clase alta alivian de manera regular las tensiones y presuntas presiones de sus vidas prósperas y carentes de significado de esta manera. Y otros, que por un motivo u otro se han desprendido de la red de apoyo de sus familias, se encuentran descendiendo la escalera de sombras que conduce al otro mundo, donde la gente vende sus últimas posesiones (sus cuerpos y almas) a cambio de un instante de dicha.

En estos días, todo tipo de comercio ha extendido sus rutas y sendas hasta los confines más alejados y extraños del mundo. Por consiguiente, junto con los elementos esenciales del poder económico del reino (madera, piedra, minerales, oro, mano de obra), las nuevas mercancías de lujo llegan hasta aquí por tierra, mar y río: pieles de animales raros, monos inteligentes vivos, jirafas, baratijas de oro, productos textiles, nuevos perfumes sutiles… El interminable desfile de objetos de moda y deseables. Y también, por supuesto, las cosas secretas, la mercancía de los sueños.

Médicos y sacerdotes siempre han utilizado las partes potentes de ciertas plantas. Algunas, como la amapola, son tan fuertes que unas pocas gotas destiladas en un vaso de precipitación de agua bastan para adormecer los sentidos del paciente antes de iniciar un procedimiento excepcionalmente doloroso, como una amputación. Recuerdo que una señal de este efecto es la dilatación de las pupilas. Lo sé porque las prostitutas de la ciudad nocturna aumentan su atractivo tomando lo mismo para realzar el brillo de sus ojos hastiados y cansados. Pero la dosis es un asunto delicado: si es excesiva, los ojos florecen a la luz irreal y extraña de la droga, pero se cierran para siempre en la muerte.

Expliqué mi idea a Jety.

—Pero ¿por qué el asesino no se limita a asesinar a su víctima con la droga, para luego proceder al cambio de la disposición de los muebles? —preguntó.

Era una buena pregunta.

—Por lo visto, al asesino le interesa que el «trabajo» se realice en el cuerpo todavía vivo —contesté—. Es lo que se halla en el núcleo de su obsesión. Su fetiche…

—Detesto esa palabra —dijo Jety, de manera innecesaria—. Me pone la piel de gallina…

—Hemos de descubrir dónde trabajaba esta chica —dije.

—Estas muchachas que terminan en la ciudad, haciendo lo que ella hacía, han venido de todas partes y de ninguna. Se cambian el nombre. No tienen familia. Y nunca pueden marcharse.

—Ve a los locales de alterne y a los burdeles. A ver si encuentras su rastro. Alguien la habrá echado de menos.

Le di la máscara dorada.

Asintió.

—¿Qué harás tú?

—Necesito que tú hagas eso mientras yo sigo otra pista.

Me miró, medio risueño.

—Cualquiera diría que ya no te caigo bien.

—Nunca me has caído bien.

Sonrió.

—Hay algo que no me estás diciendo…

—Una deducción muy acertada. Nuestros largos años juntos no han sido un desperdicio.

—¿Y por qué no confías en mí?

Me toqué la oreja para confirmar mi silencio y señalé a Tot.

—Pregúntale a él. Lo sabe todo.

El mandril nos miró a los dos con expresión muy seria.

Fuimos a una tranquila taberna, lejos de la parte bulliciosa de la ciudad. Era media mañana y todo el mundo estaba trabajando, de modo que el local estaba desierto. Nos sentamos en bancos situados en la parte trasera para beber cerveza y comer el plato de almendras que había pedido al silencioso pero atento propietario, inclinados el uno hacia el otro para que no nos oyeran. Le conté todo lo sucedido aquella noche y el día anterior. Le hablé del misterioso Khay, de Anjesenamón y de la talla.

Escuchó con atención, pero sin decir nada, aparte de pedir más información sobre cómo era el palacio. Esto era desacostumbrado. En circunstancias normales, Jety tenía una opinión racional sobre todo. Hace muchos años que nos conocemos Yo me ocupé de que fuera nombrado agente de los medjay en Tebas, para sacarlos a él y a su esposa de Ajtatón. Desde entonces, siempre ha sido mi ayudante.

—¿Por qué no has dicho nada?

—Estoy pensando.

Bebió un buen trago de cerveza, como si pensar fuera un trabajo que diera sed.

—Esa familia solo provoca problemas —decidió por fin.

—¿Debería sentirme agradecido por esta perla de sabiduría?

Sonrió.

—Significa lo siguiente: no deberías implicarte. Es una mala noticia.

—Eso dijo mi mujer. Pero ¿qué me propones que haga? Tú has de pensar en tu familia.

Me sentía vagamente irritado. Él me observaba.

—Pero te sientes responsable, ¿verdad?

Me encogí de hombros, vacié mi vaso de cerveza y me levanté para marchar. Tot ya estaba tirando de su correa.

Salimos al calor y la luz, con Jety trotando tras de mí para alcanzarme.

—¿Adonde vamos ahora? —preguntó, mientras esquivábamos a la muchedumbre.

—Yo voy a ver a mi amigo Najt. Y tú vas a averiguar todo lo que puedas sobre la desaparición de esa chica. Ya sabes por dónde hay que empezar a investigar. No olvides encontrarte conmigo después.

11

Visitar a mi viejo amigo Najt en su casa de campo significaba pasar del caos caluroso y polvoriento de la ciudad a un mundo diferente, más sereno y racional. Había utilizado su inmensa riqueza para conseguir que su vida fuera lo más lujosa y agradable posible, creando su pequeño reino de arte y conocimientos en su propiedad amurallada de las afueras de la ciudad. Su fama como cultivador de flores y abejas le había granjeado un nuevo y desacostumbrado título: el de supervisor de los jardineros de Amón. Todos los miles de ramos que adornaban los templos durante las festividades, y los que se ofrecían a los dioses (para recordarles el más allá) se cultivan con la supervisión de Najt.

Salí de los suburbios por la puerta sur y continué por el sendero que conducía a su casa. El sol coronaba el cielo, y la tierra rielaba bajo el calor de mediodía. No había traído sombrilla, pero las palmeras que flanqueaban el camino proporcionaban protección suficiente. Mientras caminaba observé las copiosas cosechas, ordenadas en pulcras hileras, que se alejaban en todas las direcciones. En algunos puntos, el brillo de los canales de agua, que rebosaban a causa de la inundación, reflejaba en filas el blanco azulado del cielo. Me crucé con muy poca gente, porque los obreros estaban tomando su comida y cerveza de mediodía, o dormían en hileras bajo cualquier sombra que podían encontrar, debajo de carros, palmeras, o al lado de casas y graneros, con el pañuelo de cabeza sobre la cara. En lo alto, los halcones desplegaban sus anchas alas bronce oscuro en las corrientes térmicas, volaban y dibujaban círculos mientras contemplaban el mundo. Me he preguntado con frecuencia qué aspecto presenta el mundo desde esa altura, que los hombres, condenados a caminar por la tierra sobre dos piernas, jamás podrán compartir. Imagino la serpiente centelleante del Gran Río, que continúa desde un extremo del mundo hasta el otro, y desplegadas a cada lado las pautas verdes y amarillas de los cultivos. Al otro lado, la infinitud de la Tierra Roja, donde las familias reales construyen sus tumbas de piedra eterna y sus templos colindantes, en las márgenes del desierto, el lugar de la soledad extrema. Tal vez ellos podían ver lo que nos estaba vedado: lo que es del sol cuando se pone detrás del horizonte inalcanzable del mundo visible. ¿Existe en verdad un inmenso y peligroso océano oscuro, donde el sol prosigue su curso nocturno a bordo de su barca, arrostrando los peligros de la noche? ¿Es eso lo que nos están diciendo esas aves de presa, con sus agudos graznidos que suenan como gritos de advertencia?

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