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Authors: Nick Drake

Tags: #Histórico

El Reino de los Muertos (12 page)

BOOK: El Reino de los Muertos
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Salimos a una zona al aire libre. A mi alrededor, hombres de la aristocracia, vestidos con el lino blanco más puro, se dedicaban a sus esotéricas tareas con parsimonia. El trabajo de sacerdote no parecía muy oneroso. En épocas determinadas del año, y a cambio de una parte de los inmensos ingresos del templo, entran en el recinto para servir durante un período, respetando las antiguas normas de pureza ritual (se bañan en el lago sagrado al alba, se afeitan el cuerpo, visten túnicas de lino blanco), y observan con precisión y sin variaciones las funciones y los ritos del culto según las Instrucciones.

Pero todos los templos, desde el altar más pequeño de una ciudad comercial de las fronteras del sur, hasta los lugares más antiguos y divinos de las Dos Tierras, son vulnerables a la gama habitual de actividades humanas: corrupción, soborno, robo, malversación de fondos y todo lo demás, desde escándalos de servicios religiosos abreviados y hurto de comida y reliquias sagradas, hasta violencia desatada y asesinato. Cuanto más grande es el templo, más riqueza controla. La riqueza es poder. Y Karnak es el más grande de los templos. Hace mucho tiempo que su riqueza y poder rivalizan, y ahora han superado a los de la familia real.

El gran espacio limitado por los muros contenía lo que a mí se me antojó un caos de lo antiguo y lo moderno: torres, obeliscos, avenidas, estatuas, capillas y edificios del templo inaccesibles, con enormes columnas papiriformes y pasadizos en sombras. Algunos eran de construcción reciente, otros se hallaban en construcción, algunos estaban desmantelados, y otros en ruinas. También había almacenes, oficinas y alojamientos para funcionarios y sacerdotes. Era, a todos los efectos, una pequeña ciudad, majestuosa pero caótica. Los sacerdotes entraban y salían de los portales y torres, asistidos por un número todavía mayor de criados y ayudantes. Delante de nosotros había otra torre que conducía a más torres, para acceder al final a los antiguos santuarios situados en el corazón del templo.

—Al otro lado de esos patios se halla el lago sagrado —dijo Najt, al tiempo que señalaba a su derecha—. Dos veces al día y dos veces por la noche, los sacerdotes han de rociarse con agua y lavarse la boca con un poco de natrón.

—Una vida dura —dije.

—El sarcasmo es estupendo, pero la relación sexual está absolutamente prohibida durante el período en que los sacerdotes llevan a cabo los oficios dentro del territorio del templo, y estoy muy seguro de que tú, por ejemplo, considerarías terrible dicha imposición —replicó con su habitual franqueza en esos asuntos—. Pero por supuesto, los sacerdotes constituyen la población más transitoria de este lugar. Están los cantores, los celebrantes del altar, los sacerdotes lectores, los escribas, los sacerdotes de horas, que son responsables de observar la hora exacta de los ritos… Pero es la administración, junto con los criados, tejedores, cocineros y limpiadores, la que garantiza el cumplimiento correcto de los rituales. Podría decirse que el dios Amón emplea a más gente que el propio rey.

—De modo que, en esencia, se trata de un inmenso departamento gubernamental… —dije.

—Exacto. Hay supervisores de todos los aspectos de la administración del templo: de los terrenos, las cuentas, el ejército, el personal, los campos, la ropa, los graneros, el fisco…

Se detuvo frente a la entrada de una serie de impresionantes edificios.

—Y esta es la Casa de la Vida, que contiene el scriptorium, las bibliotecas y los archivos, así como las oficinas de los sacerdotes lectores.

Entramos. Al otro lado de unas puertas dobles había una sala grande y silenciosa.

—Eso es el scriptorium —susurró Najt, como si le hablara a un niño, pues vi a hombres de edades diversas trabajando, copiando o recopilando meticulosamente textos de viejos rollos de papiro a otros nuevos. La atmósfera de la biblioteca era adormecedora, era media tarde y algunos de los usuarios de mayor edad de los archivos no estaban trabajando, sino dormitando ante los rollos diseminados frente a ellos. A lo largo de las paredes, cubículos de madera albergaban un número infinito de papiros, rollo tras rollo, como si contuvieran todo el conocimiento plasmado en escritura. La luz del sol caía de soslayo desde los lucernarios, iluminaba las incontables motas que se encendían y apagaban a medida que subían o bajaban, como diminutos fragmentos de ideas o signos que se habían escapado de los rollos, y ahora eran incomprensibles sin el texto del que procedían.

Najt continuó susurrando.

—Estos son los archivos más antiguos del mundo. Muchos textos conservados aquí proceden del alba del mundo. El papiro es de una resistencia notable, pero algunos son tan antiguos que se guardan en sus estuches de piel, ilegibles. Otros pueden desenrollarse, pero uno teme que el menor rayo de sol borre los últimos vestigios de tinta, de modo que solo pueden consultarse a la luz de las velas. De hecho, algunos los consultan a la luz de la luna, pero creo que eso es una superstición. Muchos están escritos en signos que ahora son incomprensibles, de modo que no son más que un batiburrillo de marcas infantiles carentes de sentido. Se trata de una idea terrible: mundos enteros que han perdido su sentido. Es un gran palacio de conocimiento, pero, ay, gran parte no se puede conocer. Conocimientos perdidos… Libros perdidos…

Suspiró. Avanzamos por un pasillo flanqueado de puertas.

—Aquí se conservan tratados de mitología y teología, así como recitaciones y los originales de inscripciones de todas las tallas de las paredes y obeliscos del templo, copiadas a la perfección. También hay estudios donde se copian los Libros de los Muertos, según encargo. Además, hay las salas de instrucción y aprendizaje. Y zonas donde se guardan textos sobre muchos temas, como escritura, ingeniería, poesía, derecho, teología, estudios de magia, medicina…

—Y astronomía —dije.

—En efecto. Y aquí hemos llegado.

Vimos a un anciano con el vestido de lino blanco y la faja de sacerdote lector, de pie frente a unas puertas dobles atadas con un cordón y cerradas. Nos miró ceñudo.

—Soy Najt —saludó mi amigo.

—Bienvenido —contestó el sacerdote, en un tono que insinuaba todo lo contrario.

—Me gustaría examinar algunos rollos de la sección de astronomía —pidió Najt.

El sacerdote lo miró con los ojos entornados, mientras meditaba sobre su petición.

—¿Y quién es tu acompañante? —preguntó con suspicacia.

—Es Rahotep, detective jefe de los medjay de Tebas.

—¿Para qué necesita un policía estudiar cartas astronómicas?

—Posee una mente inquisitiva, y yo procuro satisfacerla —replicó Najt.

Por lo visto, el sacerdote no pudo encontrar otro motivo para impedir la entrada, de modo que exhaló un profundo suspiro, como un hipopótamo, rompió el sello a regañadientes y desató los cordones. Abrió las puertas, y con un breve ademán propuso que entráramos.

Era una sala mucho más grande y alta de lo que yo había supuesto. Cada pared estaba forrada de estanterías que llegaban hasta el techo, y altas vitrinas dispuestas como las espinas de un pez dividían el espacio. Cada estantería albergaba numerosos rollos de papiro. Yo no habría sabido por dónde empezar, pero Najt leyó a toda prisa las etiquetas en busca de algo.

—La astronomía es una simple función de la religión en lo tocante al mundo. Mientras sepamos cuándo aparece la estrella que importa, para que los días y festividades coincidan con las cartas lunares, todo el mundo está contento. Pero nadie parece haberse dado cuenta de que la regularidad, la pauta de regreso de las propias estrellas imperecederas, implica un inmenso universo ordenado que se halla más allá de nuestra comprensión.

—En lugar de los viejos cuentos que nos han contado desde que el tiempo empezó, acerca de dioses y diosas y todo lo procedente del pantano de papiros de la creación, siendo el mundo nocturno el lugar de la vida eterna…

—En efecto —susurró Najt—. Las estrellas son la vida eterna, pero tal vez no de la forma que nosotros lo hemos entendido siempre. Herejía, por supuesto —dijo, y sonrió satisfecho.

Desenrolló varios rollos sobre las mesas bajas dispuestas entre las vitrinas, y después me enseñó las columnas de signos y cifras de las cartas, escritas con tinta roja y negra.

—Mira: treinta y seis columnas con la lista de los grupos de estrellas en que se divide el mundo de la noche. Los llamamos
decans
.

Dejé que mi vista paseara sobre los símbolos de las columnas, al tiempo que abría cada vez más el antiguo rollo.

—Da la impresión de que los signos continúan interminablemente.

Najt chasqueó la lengua en señal de desaprobación.

—Ve con cuidado. Hay que manipularlos con delicadeza. Con respeto.

—¿Por qué se anota así la información?

—Cada columna muestra las estrellas que se alzan antes del alba sobre el horizonte cada período de diez días del año. Aquí está la Estrella del Perro, que se alza exactamente a la hora de la inundación, al principio del año solar. Y aquí está Sah, Gloriosa Alma de Osiris, la estrella brillante que sale al principio de
peret
, el tiempo de la primavera… Ya conoces el dicho, por supuesto: «Yo soy la estrella que pisa las Dos Tierras, que navega delante de las estrellas del cielo sobre el vientre de mi madre Nut».

Negué con la cabeza.

—A veces pienso que no sabes nada de nada —dijo.

—Este no es mi territorio habitual. ¿Qué hay de los eclipses? —le recordé.

Durante los siguientes minutos, recogió muchas cartas, enrollando y desenrollando, y cada carta parecía más antigua y frágil que la anterior.

Por fin, sacudió la cabeza con resignación.

—No hay nada documentado. No me lo esperaba.

—Un callejón sin salida.

—Era una idea interesante, y al menos ahora sabes algo sobre el tema —dijo, en su tono más pedagógico.

Abandonamos los archivos, y el sacerdote se agachó con movimientos rígidos para volver a atar y sellar los cordones.

—¿Dónde guardan los libros secretos? —pregunté en voz alta mientras nos alejábamos.

Najt no consiguió disimular su alarma por la pregunta.

—¿De qué estás hablando? ¿Qué libros secretos?

—Los Libros de Tot, por ejemplo.

—Son más leyenda que realidad. Como muchos supuestos libros secretos.

—Pero ¿no es cierto que existe cierto número de textos sagrados que solo se revelan a los iniciados? —pregunté.

—¿«Iniciados» en qué? ¿Textos sobre qué temas secretos?

—Oh, materias como geometría divina —contesté como si tal cosa.

—Nunca he oído hablar de algo semejante —dijo tirante, mientras paseaba la vista a su alrededor para comprobar que nadie nos estaba oyendo.

—Por supuesto que sí, amigo mío —dije en voz baja.

Me miró encolerizado.

—¿Qué quieres decir?

—Sabías que no habría nada en esos rollos susceptible de interesarme. Agradezco que me hayas dedicado tiempo para demostrar que no había nada. Pero te conozco muy bien, y sé que me estás ocultando algo.

Tuvo la elegancia de ruborizarse.

—A veces, no se puede hablar de asuntos importantes con frivolidad.

—¿Qué asuntos?

—Te desprecio de todo corazón cuando empleas tus técnicas de interrogación conmigo. Solo estoy intentando ayudarte —dijo, y hablaba en serio.

—En tal caso, te diré lo que pienso. Creo que existen libros secretos, sobre astronomía, entre otras cosas, y creo que eres un iniciado, y has visto algunos, y sabes dónde están.

Me miró fijamente, con la mirada más fría que había visto jamás en su cara.

—Tienes una imaginación muy vivida…

Y se alejó.

Lo seguí hasta la luz y el calor del atardecer, y continuamos caminando juntos en silencio. De repente, se detuvo y me arrastró hacia una zona de sombras, al lado de un antiguo templo.

—No puedo mentirte, amigo mío, pero tampoco puedo revelar el contenido de los libros. He prestado un juramento solemne.

—Pero solo te he preguntado si existían o no.

—Incluso eso es demasiado conocimiento. Es preciso ocultar si existen o no. Los libros secretos están prohibidos en estos tiempos oscuros. El conocimiento secreto vuelve a ser peligroso. Como sabes bien, si descubren a alguien que posea alguno, o incluso copias de fragmentos, puede ser condenado a muerte.

—Pero existen, un círculo interno los comparte, y por lo tanto deben estar guardados de manera clandestina. ¿Dónde están? —pregunté a bocajarro.

—No puedo decirlo.

Contemplé los edificios que llenaban los recintos del templo. De repente, me di cuenta de que quizá existía otra ciudad dentro de esta ciudad secreta. Pues cada secreto contiene otro secreto en su seno.

Me fulminó con la mirada, francamente irritado.

—Presupones demasiadas cosas sobre nuestra amistad.

Nos miramos en aquel extraño momento. Para aliviar la tensión, hice una reverencia.

—Mis disculpas. Los asuntos profesionales nunca deberían interponerse entre viejos amigos.

Asintió, casi satisfecho. Sabía que poco más le arrancaría en aquel momento de acaloramiento emocional.

—Es el cumpleaños de Sejmet, ¿o lo has olvidado entre tantas ideas sobre eclipses y libros secretos? Esta noche ceno contigo y con tu familia —me recordó. Me di una palmada en la frente. No me había olvidado, porque Tanefert me lo había recordado antes de marchar, pero aún debía cumplir un sagrado deber familiar.

—Y yo soy el responsable del banquete, de modo que he de ir a comprar los ingredientes secretos, que jamás debo revelar bajo pena de muerte, antes de que los mercaderes santos y esotéricos del mercado cierren sus puestos.

Consiguió sonreír por fin, y pasamos juntos bajo la gran puerta que nos devolvió a la vida de la ciudad. Después, nos separamos, él en dirección a su casa, y yo al mercado para comprar carne, especias y vino.

13

Cada uno tiene su lugar habitual en los taburetes que rodean la mesa baja: mi padre en el extremo, Sejmet y Thuyu a un lado, con Jety y su esposa, y Tanefert y Amenmose al otro, junto con Najt y Nechmet, la Dulce, a quien le gusta sentarse a su lado y rodearle el cuello con los brazos. Contempla a su público mientras nos deleita con sus gestos adorables. ¿Dónde habrá aprendido tales zalamerías? Yo había preparado nuestro plato favorito (gacela al vino tinto), reservado para las celebraciones.

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