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Authors: Nick Drake

Tags: #Histórico

El Reino de los Muertos (4 page)

BOOK: El Reino de los Muertos
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Tutankhamón deseaba ser visto para demostrar la renovada lealtad y generosidad que la familia real deparaba a Amón, el dios de la ciudad, y a los sacerdotes que eran propietarios y administradores de sus templos, con la construcción de nuevos monumentos y templos cada vez más ambiciosos y gloriosos. A este fin, era necesario un ingente número de ingenieros, artesanos y obreros especializados, cuyas chabolas y poblados habían brotado alrededor de los templos, empujando los límites de la ciudad hacia las tierras cultivadas. Miré al norte y vi las antiguas y oscuras ristras de mercados, pocilgas, talleres y casas diminutas del ingobernable corazón de la ciudad, dividido en dos por la anormal línea recta de la avenida de las Esfinges, construida antes de que yo naciera. Hacia el oeste corría la reluciente serpiente plateada del Gran Río, y a cada lado los campos brillaban con una luz cegadora, como un espejo astillado minuciosamente, anegados por la inundación.

Mucho más lejos, en la orilla oeste, al otro lado de las franjas de cultivos, se hallaban los inmensos templos funerarios de piedra, ya en el desierto, y más allá las tumbas subterráneas secretas de los reyes, en su valle escondido. Hacia el sur de los templos se alzaba el palacio real de Malkata, con su barrio de oficinas y viviendas de los administradores, y enfrente, la inmensa extensión estancada del lago Birket Habu. Más allá de la ciudad y su territorio se hallaba la frontera definitiva entre la Tierra Negra y la Tierra Roja. Es posible alzarse con un pie en el mundo de los vivos, y con el otro en un mundo de polvo y arena, en que el sol desaparece cada noche, y al que enviamos nuestro espíritu después de la muerte y a nuestros criminales para que perezcan, y donde los monstruos de nuestras pesadillas merodean y nos atormentan en aquella oscuridad yerma e inmensa.

Delante de nosotros, corriendo de norte a sur entre el gran templo de Karnak y el Templo del Sur, la avenida estaba tan vacía como el lecho de un río seco, aparte de los barrenderos que estaban trabajando a marchas forzadas para eliminar las últimas motas de polvo y otros restos, con el fin de que todo estuviera perfecto. Ante el inmenso muro de adobe pintado del Templo del Sur, falanges de unidades del ejército tebano y multitud de sacerdotes con hábito blanco se habían congregado en silencio. Después del bullicioso caos del muelle, allí todo era orden y concierto. Agentes del medjay contenían a la muchedumbre que se apelotonaba alrededor de la explanada y a cada lado de la avenida, hasta confundirse con la mancha rielante de la distancia. Tanta gente, atraída por el sueño de vislumbrar al dios en este Día de los Días.

—¿Son imaginaciones mías, o se percibe una atmósfera extraña? —dije.

El asintió.

—Nunca había sido tan tensa.

Las golondrinas, solas en su dicha, volaban sobre nuestras cabezas. Saqué con discreción el amuleto de lino y se lo enseñé.

—¿Qué puedes decirme sobre esto?

Lo miró sorprendido y leyó a toda prisa.

—Es un conjuro para los muertos, como incluso tú debes de saber. Pero es muy peculiar. Se dice que fue escrito por Tot, el dios de la escritura y la sabiduría, para el gran dios Osiris. Con el fin de que el conjuro sea eficaz en un ritual, la tinta ha de estar hecha de mirra. Se reserva en exclusiva para los funerales de la gente de más alta alcurnia.

—¿Por ejemplo? —pregunté perplejo.

—Sumos sacerdotes. Reyes. ¿Dónde lo encontraste?

—En el cadáver de un muchacho tullido. No era rey, desde luego.

Ahora fue Najt el que pareció sorprenderse.

—¿Cuándo?

—A primera hora de esta mañana —respondí.

Meditó un momento sobre estos extraños hechos, y sacudió la cabeza.

—Aún no sé qué deducir —decidió.

—Ni yo. Solo que no creo en las coincidencias.

—La coincidencia es una forma de decir que reconocemos una relación entre dos hechos, pero somos incapaces de descubrir el significado de dicha relación —replicó conciso.

—Todo lo que dices siempre me parece correcto, amigo mío. Posees el don de transformar la confusión en un epigrama.

Sonrió.

—Sí, pero para mí es una especie de tiranía, pues soy demasiado ordenado para mi propio bien. Y la vida, como sabes, es sobre todo caos.

Le observé mientras continuaba reflexionando sobre el lino y su extraño mensaje. Estaba pensando en algo que no quería decirme en voz alta.

—Bien, es un misterio. Pero ven —dijo en su tono perentorio habitual—, esto es una fiesta, y hay mucha gente aquí que quiero que conozcas.

Me tomó por el codo y me condujo hacia una enorme multitud parlanchina.

—Ya sabes que no puedo soportar a los grandes y poderosos —murmuré.

—Oh, no seas tan excéntrico. Hay mucha gente aquí que posee notables intereses y pasiones: arquitectos, bibliotecarios, ingenieros, escritores, músicos, además de algunos hombres de negocios y financieros, por si fuera poco, pues el arte y la ciencia también dependen de poderosas inversiones. ¿Cómo va a aumentar y mejorar nuestra cultura si no compartimos nuestros conocimientos? ¿Dónde si no conseguiría un agente del medjay como tú confraternizar con ellos?

—Eres como una de tus abejas, que van de flor en flor, deleitándose en su néctar…

—Es una analogía muy buena, pero me hace quedar como un diletante.

—Amigo mío, jamás se me ocurriría acusarte de ser un diletante, ni un aficionado, ni un chapucero. Eres una especie de filósofo mezclado con un aventurero encerrado en sí mismo.

Sonrió satisfecho.

—Me gusta cómo suena eso. Este mundo y el Más Allá están plagados de curiosidades y misterios. Harían falta muchas vidas para comprenderlos todos. Y por desgracia, creo que solo tenemos una…

Antes de que pudiera escabullirme con elegancia, me presentó a un grupo de hombres maduros que estaban conversando bajo el toldo. Iban vestidos con opulencia, con lino y joyas de primerísima calidad. Cada uno de ellos me examinó con curiosidad, como un objeto de peculiar interés que tal vez podrían adquirir a precio de saldo.

—Os presento a Rahotep, uno de mis más viejos amigos. Es el jefe de detectives de Tebas, especializado en asesinatos y misterios. Algunos opinamos que debería ser nombrado jefe de los medjay de la ciudad a la menor oportunidad.

Intenté encajar aquel halago público como pude, aunque lo detestaba, como Najt sabía muy bien.

—Como sin duda sabéis todos, la retórica de mi querido amigo es famosa. Es capaz de convertir el barro en oro.

Todos asintieron al mismo tiempo, al parecer complacidos con mi frase.

—La retórica es un arte peligroso. Es la manipulación de la diferencia, podría decirse de la distancia, entre la verdad y la imagen —dijo un hombre bajo y gordo, con una cara como un cojín, los ojos azules sobresaltados de un bebé, y una copa ya vacía en la mano.

—Y en nuestros tiempos, esa distancia se ha convertido en el medio de ejercer el poder —apuntó Najt.

Un embarazoso silencio siguió a sus palabras.

—Caballeros, esta reunión empieza a adquirir tintes casi subversivos —dije para alegrar el momento.

—¿No ha sido siempre así? La retórica ha sido una fuerza de persuasión desde que el hombre empezó a hablar, con el fin de convencer al enemigo de que era en realidad su amigo… —dijo otro hombre.

Todos rieron.

—Cierto es, pero cuánto más sofisticada se ha vuelto en nuestros días. Ay y sus secuaces nos venden palabras como si fueran la verdad. Pero las palabras son traicioneras e indignas de confianza. ¡Si lo sabré yo! —exclamó con ostentación el hombre de los ojos azules.

Varios rieron, alzaron las manos y agitaron sus dedos delicados.

—Hor es poeta —explicó Najt.

—Entonces, tú eres un especialista en la ambigüedad de las palabras. Dominas sus significados ocultos. Un don muy útil en los tiempos que corren —dije.

El hombre aplaudió complacido y lanzó una carcajada. Me di cuenta de que estaba algo ebrio.

—Es cierto, porque son tiempos en que nadie puede decir lo que desea en realidad. Najt, amigo mío, ¿dónde has encontrado a este ser tan notable? ¡Un agente del medjay que entiende de poesía! ¿Qué será la próxima vez, soldados bailarines?

El grupo rió con más ganas, decidido a mantener una atmósfera relajada y alegre.

—Estoy seguro de que a Rahotep no le importará si revelo que él también escribió versos en su juventud —dijo Najt, como para sellar las grietas finísimas que empezaban a aparecer en la conversación.

—Eran muy malos —proclamé—. Ya no existen pruebas de ello.

—Pero ¿qué pasó, por qué abandonaste? —preguntó solícito el poeta.

—No me acuerdo. Supongo que el mundo se impuso.

El poeta se volvió hacia el grupo, con los ojos abiertos de par en par y risueño.

—«El mundo se impuso», qué buena frase. Puede que la tome prestada.

El grupo asintió indulgente.

—Ve con cuidado, Rahotep, conozco a estos escritores, dicen «tomar prestado» cuando quieren decir «robar». Pronto verás tus palabras escritas en un rollo de nuevos versos que circulará en privado —dijo uno de los presentes.

—Y que será una maliciosa sátira en lugar de un poema de amor, si conozco a Hor —añadió otro.

—Muy poco de lo que hago puede ponerse en verso —aduje.

—Y ese es el motivo, amigo mío, de que sea interesante, porque lo demás es artificio, y es fácil cansarse del artificio —replicó el poeta, al tiempo que entregaba la copa vacía a una criada—. Ofréceme el sabor de la verdad cualquier día de estos —continuó.

La chica se acercó, volvió a llenar sus copas y se alejó, llevándose su silenciosa sonrisa y la atención de varios hombres, aunque no de todos. Pensé en lo poco que sabía aquel hombre de la realidad. Después, la conversación se reanudó.

—El mundo ha cambiado mucho en estos últimos años —dijo otro de los invitados.

—Y pese a los avances de nuestro poder internacional, y los logros de nuestras grandes construcciones nuevas, y la prosperidad que muchos de nosotros disfrutamos…

—Y bla bla bla —se burló el poeta.

—… no todos los cambios han sido para mejor —terminó otro.

—Estoy en contra de los cambios. Están sobrevalorados. No mejoran nada —dijo Hor.

—Esa opinión es absurda, y contraria al sentido común. Es una simple señal de la edad, porque a medida que envejecemos creemos que el mundo empeora, los modales se pierden, la ética y los conocimientos se erosionan… —dijo Najt.

—Y la vida política se convierte cada día más en una farsa deprimente… —interrumpió el poeta, al tiempo que volvía a vaciar su copa.

—Mi padre siempre se está quejando de esas cosas, y yo intento discutir con él, y descubro que no puedo —dije.

—Por lo tanto, seamos sinceros mutuamente, al menos. El gran misterio consiste en que nos encontramos gobernados por hombres cuyos nombres apenas conocemos, en oficinas que siguen siendo inescrutables, bajo el gobierno de un anciano, un megalómano que ni siquiera porta un nombre real, quien parece haber arrojado su horripilante sombra sobre el inundo desde que teníamos uso de razón. Debido a las ambiciones del general Horemheb, nos hemos enzarzado en una larga y estéril guerra con nuestros antiguos enemigos, cuando sin duda la diplomacia habría conseguido mucho más, salvándonos así de la incesante sangría de nuestras finanzas. Y en cuanto a los dos hijos reales, da la impresión de que nunca les permitirán crecer y ocupar el lugar que les corresponde por derecho en el centro de la vida de las Dos Tierras. ¿Cómo ha sucedido esto, y cuánto tiempo más se prolongará?

Hor había verbalizado la verdad indecible. Dio la impresión de que nadie tenía valentía para contestar.

—Desde nuestro punto de vista, vivimos muy cómodos al margen y medramos dentro de las circunstancias de nuestras vidas. Hay prosperidad y trabajo, conservamos nuestras excelentes casas y nuestros criados. Tal vez para nosotros signifique un compromiso aceptable. Pero ¿podéis imaginaros testigos de una faceta muy diferente de la vida? —dijo un caballero alto y elegante, que hizo una reverencia y se presentó como Nebi, arquitecto.

—O quizá ves la espantosa realidad de las cosas tal como son, de las cuales nosotros, los que vivimos en el agradable círculo de nuestras cómodas vidas, nos mantenemos aislados —añadió el poeta con un toque desdeñoso en el tono.

—¿Por qué no me acompañas una noche y lo descubres? —dije—. Podría enseñarte las callejuelas y chabolas donde gente honrada pero desafortunada sobrevive gracias a la basura que arrojamos sin pensar. También podría presentarte a algunos criminales de carrera de gran éxito, expertos en maldades y crueldades, que comercian con seres humanos como una mercancía más. Muchos poseen espléndidas oficinas en la ciudad, así como hermosas esposas e hijos cobijados en encantadoras casas, con todas las comodidades de los barrios nuevos. Celebran fastuosos banquetes. Invierten en propiedades. Pero sus riquezas están manchadas de sangre. Puedo enseñarte la realidad de esta ciudad, si es eso lo que andas buscando.

El poeta se llevó sus manos regordetas a la frente en un gesto teatral.

—Tienes razón. Dejo la realidad en tus manos. No la puedo soportar en demasía, ¿y quién puede? Admito que soy un cobarde. La visión de la sangre me hace perder el sentido, detesto ver a los pobres y su horrible ropa, y si alguno tropieza conmigo en la calle sin querer, me encojo de miedo, pensando que me van a golpear y robar. No, prefiero quedarme en la compañía segura y educada de las palabras y rollos de mi confortable biblioteca.

—Ni siquiera las palabras son seguras en estos tiempos —se lamentó otro hombre, situado detrás, en la mejor parte de la sombra del toldo—. Recordad que estamos en presencia de un agente del medjay. El medjay es parte de la realidad de esta ciudad. No es inmune a la corrupción y la decadencia de la que estamos hablando.

Me miró con frialdad.

—Ah, Sobek. Me estaba preguntando cuándo te unirías a nosotros —dijo Najt.

El hombre al que hablaba era de edad madura, pelo gris corto que no había conocido tinte. Tenía unos impresionantes ojos azul grisáceos, y un toque de ira contra el mundo escrito en sus facciones. Nos dedicamos una mutua reverencia.

—Yo no creo que hablar sea un delito —dije con cautela—. Aunque puede que otros no estén de acuerdo.

—Es cierto. Por lo tanto, ¿el delito depende de su promulgación, no de su intención o articulación? —preguntó.

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