El Secreto de Adán (45 page)

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Authors: Guillermo Ferrara

Tags: #Aventuras, Histórico, Intriga

BOOK: El Secreto de Adán
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—¡Detengan a ese hombre! —gritó con todas sus fuerzas.

El patrullero que estaba a una cuadra cerró el paso de Sopenski, quien corría a toda velocidad con el arma en la mano y la cara desencajada.

—¡Deténgase! ¡Tire el arma al suelo! —gritó un policía.

Se frenó en seco. Sudaba. La lluvia se hizo más intensa. No pudo pensar, estaba obnubilado por haber matado al arqueólogo. Sabía que se quedaba sin el dinero, sin la Piedra Filosofal y sin su gloria. No tenía escapatoria. No iría a la cárcel por matar a un hombre. Decidió jugarse la vida. Confiaba en la velocidad de su disparo. Elevó su revólver rápidamente y jaló del gatillo. El policía hizo lo mismo.

Alexia salió corriendo cuando escuchó ruidos en la calle. Vio a Adán con el cuerpo de su padre desfallecido. Aquello le pareció una pesadilla. Toda su infancia se deslizó ante a sus ojos. Su padre abrazándola, haciéndola reír, enseñándole descubrimientos arqueológicos, impulsándola al amor por la Tierra, por los dioses.

—¡Noooo! ¡Papaaaá!

Adán trataba de reanimarlo.

Los ojos de Aquiles se posaron en los de su hija.

Ella no podía llorar.

Aquiles tragó saliva, moviendo la cabeza lentamente hacia los lados.

La mirada entre ellos lo dijo todo. El arqueólogo sentía que se despedía. Su sueño se evaporaba. Sintió paz por haber hecho todo lo posible para ayudar a la humanidad.

—¡Papá! ¡Resiste! ¡Por favor!

Aquiles hizo un gesto para que Adán se acercase a él.

El sexólogo arrimó el oído a la boca del arqueólogo.

Aquiles alcanzó a murmurarle algo y luego su cuerpo exhaló su último suspiro.

A metros de él, Viktor Sopenski era alcanzado por la bala del policía. La muerte los reunía nuevamente, como si el destino quisiera que todo continuara en otra vida.

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En Washington, el Cerebro y todo el equipo de investigación del Gobierno Secretose sentían molestos por la repercusión que estaba teniendo el uso de los cuarzos a nivel masivo. Aunque El Cerebro estaba más al tanto del estado del meteorito y de los misiles que habían disparado que de cualquier otra noticia, ordenó a los medios de prensa sobre los que el Gobierno Secreto tenía influencia que prohibieran la entrada al doctor Krüger y a sus colaboradores. Por el momento tenía demasiadas cosas que resolver, ya después se encargaría de ellos. En Roma, al enterarse de la muerte de Aquiles y Sopenski, el cardenal Tous se sintió presa de la ansiedad, le pareció que el mundo se derrumbaba; su aspecto era el de un hombre que había envejecido diez años de golpe. Estaba a punto de desobedecer la orden de no salir del Vaticano. Sentía su sed de poder paralizada, su instinto estaba tenso como el de una fiera enjaulada. La rabia daba paso al abatimiento y al coraje. ¿Aquiles se llevaría el secreto con él? Era una mezcla de emociones sin timón. El cardenal percibía que podía perder la batalla. Su razón se lo decía aunque él era un mago. Y un mago necesitaba nuevos trucos. No veía ninguno con claridad. Algo en su interior se entregó, se postró con el perfume de la derrota sobre el sofá de su despacho. Con Sopenski muerto y sin saber nada de Eduard, sus cartas magnas se esfumaban en el aire.

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Chichen Itzá, México, 15 de diciembre de 2012

Chichen Itzá, en la Riviera Maya, era un sitio de peregrinación y turismo. Lleno devegetación, el pequeño enclave con una tupida selva, calles de tierra, casas pequeñas y bellas, casi todas pintadas de blanco, estaba rodeado por varios cenotes, extraños pozos subterráneos de agua dulce y transparente, en los que muchos se sumergían para bucear y ver sus maravillas de piedras y cuevas. Chichén Itzá era una de las ciudades principales de los mayas antiguos en su apogeo, junto a Belice, Guatemala y Tulúm. Su calor húmedo favorecía el crecimiento de la selva, que se había comido importantes monumentos y pirámides con el paso del tiempo. En la actualidad existían puestos de artesanos que exhibían sus collares, pulseras, péndulos y demás obras labradas con exquisitez maestra en ónix, la piedra negra de poderes curativos, la plata y el oro.

Alexia y Adán habían atravesado meses de dolor por la muerte de Aquiles. Ella estuvo abatida, pero su fuerza interior y el apoyo incondicional de Adán le habían hecho seguir adelante. Llegaron a Chichén Itzá para cumplir la promesa que Adán le hizo al arqueólogo.

Aunque mucha gente había recibido un cuarzo en diferentes partes del mundo y habían aprendido a pasar la información a otros, sólo se había conseguido que menos de un tercio de la población comprendiera la magnitud de los acontecimientos.

—¿Cómo te sientes? —le dijo Adán una vez que dejaron las maletas en la habitación del hotel Club Med, a pocos metros de la pirámide maya de
Kukulkán
.

—Bien, un poco mareada por el vuelo.

Era la primera vez que estaban con un poco más de intimidad. Todos los meses anteriores habían trabajado siempre rodeados de gente.

—¿Qué haremos hoy? —preguntó ella.

—Buscar de inmediato al chamán amigo de tu padre, quien tiene la Piedra Filosofal.

Alexia asintió.

—Lo encontraremos, no te preocupes. ¿Cómo sientes tu cuarzo?

—Muy caliente —dijo ella al tiempo que se llevaba la mano al pecho para tocarlo.

—El mío también, desde que llegamos a Chichen Itzá siento mucho calor en el pecho. Alexia —le dijo con voz suave—, a pesar del dolor por la pérdida de tu padre, la gravedad de la situación de la Tierra y de todo lo que está pasando, quiero que sepas que te amo.

Ella sentía emoción, su corazón le latía más deprisa. Estaba hermosa y radiante.

Alexia dejó que toda su blanca fila de dientes dibujara la mejor de sus sonrisas.

—Yo también te amo, Adán.

Se tomaron de las manos. La luz de las velas iluminaba cuatro pupilas húmedas, dos corazones y dos almas en un mismo sentimiento de unidad. Se acercaron para besarse. Fue un beso carnal, íntimo, dulce, sagrado. Aquella mujer lo elevaba. Y él a ella. Esa noche consumaron la unidad espiritual a través de sus cuerpos, sus sexos y su misma respiración.

Por primera vez ajenos a todo, sus cuerpos estaban tan radiantes y llenos de energía en los
chakras
que la habitación del hotel se llenó de una luz que no era de este mundo, la luz de sus auras.

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Ala mañana siguiente Adán fue el primero en despertarse. Alexia aún dormía y supe lo revuelto sobre la almohada lo hicieron pensar que era la misma Afrodita soñando en el Olimpo. Su desnudez lo dejaba sin palabras. El sexólogo conocía varias técnicas de sexualidad oriental y tántricas, gracias a las cuales podía elevar las corrientes de electricidad y magnetismo invadiendo el cuerpo.

Alexia había sentido a plenitud ese magnetismo, ya que la electricidad del deseo no se agotaba sino, por el contrario, era una corriente que iba en aumento. Una sensación asombrosa que provocaba mayor unidad, profundidad y conexión.

Chichen Itzá estaba abarrotada de fieles, curiosos, turistas e iniciados espirituales que llegaban, como en años anteriores, para celebrar el solsticio del 21 de diciembre.

Rodará Tanka, la Tierra despertará y llegarán los hombres del Sol, el
itzá
despertará.

La mente de Adán recibió aquel pensamiento cuando estaba bajo la ducha. "El
itzá
despertará, ha llegado la hora", pensó con cierta incertidumbre, no sabía a ciencia cierta qué iba a suceder o incluso si sucedería algo. Apuró su baño y se vistió rápidamente.

Sabía que el sueño de Aquiles, aquello por lo que había trabajado tanto junto a su padre, se iba a ver recompensado. El mundo entero sabría que la tablilla atlante de más de 12,000 años tenía grabado el origen secreto del primer Adán.

Aunque la Piedra Filosofal estaba ahora en manos de alguien a punto de despertarle un gran poder.

89

Washington, 16 de diciembre de 2012

El ministro de Defensa había sido presionado y estaba adquiriendo una extraña expresión en el rostro. A su lado estaba el presidente de Estados Unidos, acompañado por Stewart Washington, sus asesores dentro de la Operación M, Patrick Jackson y Sergei Valisnov, con una veintena de miembros de inteligencia, secretarios, jefes del ejército y de la armada.

El clima dentro de la Casa Blanca era espeso. Los planes de defensa ante al meteorito que se acercaba ocupaban la atención de los principales jefes de gobierno. Muchos de los ahí presentes, como Stewart Washington, no habían dormido bien durante las últimas semanas.

Se había decidido trabajar en equipo conformado por los líderes en la Casa Blanca, el Gobierno Secreto, el HAARP, la NASA, el NORAD, el SDO y la NOAA. Se había pactado una comunicación fluida cada treinta minutos para reportar los informes a los jefes de gobierno.

El presidente de los Estados Unidos se encontraba inquieto, dio tres pasos hacia una hermosa mesa de roble para servirse él mismo un vaso con agua y tomar una aspirina. Su piel caoba brillaba de sudor, se quitó el saco de su elegante traje azul. Arremangó su camisa blanca, acompañada de una fina corbata gris. Su menudo cuerpo no impedía demostrar su valía y la fortaleza que debía sacar en un momento tan álgido como aquel. La única buena noticia que había recibido era que 10 por ciento de la población había accedido a implantarse el chip de control en la muñeca derecha debajo de la piel. Para ellos era un pequeño gran paso. Pero ahora al presidente le preocupaba otra cosa.

Le preguntó a su asesor.

—¿Novedades del NORAD en Colorado?

—Sin novedad, señor. Los mismos reportes de hace media hora.

El presidente tenía el gesto duro.

—¿Y señales del satélite ACE?

—El ACE ha enviado información reciente, pero estos últimos reportes son extraños, señor. Dice que en la última media hora se han podido ver, desde el satélite, unas manchas surgiendo del exterior del Sol. Según los cálculos que me han enviado, en pocas horas debería colisionar el meteorito con uno de los misiles que hemos enviado.

—¿A qué velocidad desciende?

—Se aproxima a 50,000 kilómetros por hora. Tiene unos 170 kilómetros de diámetro.

Todos tragaron saliva al escuchar aquello. Si no destruían el meteorito, ningún ser humano podría contar la historia. El presidente sentía que sus sistemas nervioso y digestivo estaban también en alerta máxima debido a la tensión.

El gobierno oficial y el Gobierno Secreto trabajaban, a través del HAARP, en todos los sistemas de manipulación del espacio a través de redes electromagnéticas y de las redes subliminales de control mental. Además habían hecho siniestros trabajos para alterar las frecuencias naturales de la Tierra, generando calentadores ionosféricos para influir ex profeso en el clima. Pero ahora había llegado algo más poderoso.

El presidente sentía un bloqueo a la altura del plexo solar. Se aflojó el nudo de la corbata. Era la primera vez que un misil nuclear iba a impactar contra un meteorito, por lo que su nerviosismo era explicable. La Operación M despertaba en él un extraño presentimiento que lo sumía en la intranquilidad.

Todos los pasos dentro del Ministerio de Defensa de Estados Unidos siempre se ejecutaron con una precisión de reloj suizo. Cada movimiento exigía máxima concentración. Varios técnicos y expertos iban y venían llevando carpetas y hablando por teléfono. El presidente y los jefes de gobierno de Estados Unidos eran la cara visible al mando. Stewart Washington se limitaba a ver cómo el presidente daba órdenes y trabajaba con su equipo.

—Quiero informes cada quince minutos, en vez de cada treinta —ordenó el presidente.

Hizo una pausa. Por su mente pasaban muchas cosas, había muchos frentes abiertos en juego. El meteorito, las manchas solares, esas extrañas profecías de las que todo el mundo hablaba y algo más que le preocupaba.

—¿Han vuelto a ver naves extraterrestres?

—No, señor presidente, aparte de las que se vieron por todo el mundo hace meses.

El ministro de Defensa apoyó eso al asentir con su voluminosa cabeza.

—¿Cómo está la prensa? —preguntó el presidente.

—Inquieta, señor. Están pasando todo por televisión, radio e internet.

Stewart Washington le dirigió una mirada reflexiva al Brujo Valisnov. Aquel plan había surgido de su mente. En realidad, no había otra opción que destruir al meteorito.

El presidente dio varios pasos hasta la foto de Abraham Lincoln.

—¿Y el ánimo de la gente?

—Reina el miedo, señor. Hay mucha confusión. Muchos famosos de Hollywood han aparecido en televisión diciendo que se iban a sus búnkers bajo tierra, y los que tienen dinero se los han construido también.

Los segundos pasaban como un coche de Fórmula 1 a toda velocidad. Parecía que todo iba más deprisa. Aquello tenía el aire de ser la antesala de la peor de las tragedias. Una obra de teatro macabra. La adrenalina corría por las venas e impregnaba la sangre de todos los presentes en aquella reunión. La espera se les hacía insoportable. Los rostros denotaban una verdadera preocupación. El mundo entero dependía de lo que resolvieran ellos, de un misil y de lo que les informaran los satélites de investigación, el ACE, el SOHO y el Atlas v, la gran herramienta de la NASA que trabajaba a unos 35 mil kilómetros de distancia de la Tierra, transmitiendo los datos a una base de Nuevo México en Estados Unidos, con capacidad de tomar una fotografía cada diez segundos.

90

Adán y Alexia habían recorrido una hermosa brecha internándose por unos trescientos metros de selva. Rodearon la ladera oeste del cenote, donde se encontraba una pequeña cascada de unos veinte metros. Habían visto loros silvestres, burros, mariposas de varios colores, incluso una serpiente enroscada en un árbol. La vida en Chichen Itzá era intensa, fértil, poderosa, se respiraba una energía elevada.

Tardaron menos de quince minutos en llegar a la casa del chamán. El ambiente era de una tranquilidad inquietante. Los niños jugaban, algunas mujeres hilaban telas y otras sonreían bajo la sombra de los árboles. No había signos de la tecnología en el sitio.

—Buenos días —dijo Adán—, busco al maestro Evans. ¿Está aquí?

—Sígame, amigo —le respondió un hombre delgado y también vestido de blanco que los hizo pasar hacia un salón más grande.

La amplia casa emitía una energía especial, enigmática, casi eléctrica, una especie de magnetismo palpable en el aire, como una diminuta capa de polvo fino e intangible.

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