Alexia repitió lo que el maestro había trazado.
—La cruz
Ankh
, el ADN, lo femenino y lo masculino, la estrella de dos triángulos… ¡está dibujando los símbolos de la tablilla atlante! —exclamó ella.
—¡Está activando el cuarzo! —afirmó Adán.
Aquellos milenarios símbolos eran empleados por otras culturas ancestrales para ir directamente al subconsciente y activar su potencial. Adán sabía que la mente aprendía por palabras y el alma por símbolos. Eran lenguajes diferentes. El intelecto quedaba suspendido y todo se comprendía con la sabiduría intuitiva.
El maestro Evans completó sus dibujos y miró al cielo, tocó la punta del cuarzo con la mano derecha y dijo unas palabras en un extraño idioma. Luego agregó, elevando sus brazos al cielo:
—Ésta es la Piedra Filosofal, que ha sido dejada por nuestros ancestros atlantes. Estamos listos para recibir el poder —su voz se volvía tronante al tiempo que bajaba las dos manos a unos centímetros del cuarzo atlante, como si tocara su campo vibracional—. Haremos la parte final del Ritual Secreto, la fase más importante. Tienen la misión de generar una gran espiral serpentina para ser los primeros en la ascensión vibracional, y luego trasmitir este enorme Sol humano a todos los que estén preparados alrededor de la Tierra.
"¡La teoría de Sheldrake!", pensó Adán, con alegría. Intuía por dónde iba el maestro. La energía que generarían esas más de cien mil personas provocaría el mismo efecto de reacción en cadena en las conciencias de mucha gente en otros sitios distantes, de manera similar a como se describía en la "teoría de los cien monos".
El maestro Evans se marchó del círculo con lentitud. El cuarzo atlante era bellísimo, transparente, cristalino, inmaculado. Habían pasado 12,000 años. El cuarzo, como todos los minerales y metales también evolucionaba, iba purificando su interior. Al estar ahora en aquel círculo ritual, adquirió toda la soberanía y majestuosidad. Estaba enclavado en la Tierra haciendo contacto con el principio femenino y, con sus puntas hacia el cielo, recibía las vibraciones del principio masculino, el Sol.
Una antena entre dos mundos.
Un puente de reconexión.
—Ahora estoy entendiendo más cosas —le dijo Adán a Alexia, que no le quitaba los ojos a la Piedra Filosofal.
—Alexia, escúchame —dijo cogiéndole suavemente las manos.
Ella se volvió hacia él. Sus ojos estaban llenos de luz.
—Creo que ya entiendo la razón de estos tres días de oscuridad —dijo él—. ¿Recuerdas ese pasaje de la Biblia en donde Lázaro está dado por muerto dentro de una tumba?
—Sí —dijo ella—, casi todo el mundo lo conoce. Luego Jesús llama a Lázaro y le devuelve la vida. Es la resurrección de Lázaro.
—Creo que es simbólico al mismo tiempo que real —dijo él—. ¿Por qué justamente tres días? Es igual que esto que ahora experimentamos.
Ella se detuvo a pensar.
—Es similar que en el Egipto antiguo —dijo Adán nuevamente.
—¿En Egipto?
—Sí. Los iniciados entraban a las pirámides y tenían que estar tres días en oscuridad, meditando, escuchando sonidos y vibraciones elevadas, antes de alcanzar la luz de la iluminación de la conciencia. Era una alquimia espiritual.
Alexia estaba sorprendida.
—Los mayas también lo hacían en los laberintos oscuros, ¿sabes para qué? —le preguntó él con una sonrisa.
—¿Autoconocimiento?
—Sí, pero sobre todo porque la glándula pineal era activada con la oscuridad —Adán sonrió y completó él mismo la frase—. Estos tres días de oscuridad son para producir melatonina, esta hormona es lo que los griegos antiguos llamaban ambrosía, "el néctar de la suprema excelencia".
Si todo tu ojo fuera único, tu cuerpo estará en la luz.
Las palabras de Jesús retumbaron como un eco cósmico en la mente de Adán.
—Escucha —le dijo Adán con firmeza—, tanto Jesús, que tardó tres días para resucitar, como Horus, Dionisio, Mitra, y otros mesías solares coinciden en su misma muerte y resurrección.
—Explícate.
—A todos les llevó tres días a oscuras para reestructurar su ADN.
Ella se quedó pensativa, recordando el proyecto de su padre.
"El secreto de Adán.
La secreción del ADN
."
Washington, 18 de diciembre de 2012
Estamos en manos de Dios —dijo el presidente con el rostro abatido y la mirada triste antes de marcharse con su gabinete y su familia a su búnker de seguridad.
"Quiero estar solo un momento, les había dicho a todos los reunidos en la Casa Blanca."
Necesitaba intimidad. Fue a su despacho, se arremangó la camisa, se sirvió un vaso con agua y se dirigió hacia el sitio donde él creía encontrar a Dios. Tomó un ilustrado y pesado tomo de la Biblia, se sentó sobre su silla personal y abrió el libro al azar esperando encontrar consuelo en aquellas palabras.
Pero no lo encontró. Al contrario, su turbación aumentó luego de leerlo, los dedos abrieron la página que decía Apocalipsis 12:
La mujer y el dragón
. Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del Sol, con la luna debajo de sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Estaba encinta y gritaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento.
Otra señal también apareció en el cielo: un gran dragón escarlata que tenía siete cabezas y diezcuernos, y en sus cabezas tenía siete diademas.
No pudo continuar. Tuvo que dejar de leer, ya que su inquietud e incertidumbre le aceleró el corazón al ver que aquel párrafo se refería a los terremotos y las tormentas solares. No se imaginaba que aquellas palabras simbolizaran algo muy profundo.
Central de la NASA, 18 de diciembre de 2012
El ambiente dentro de la espaciosa sala de reuniones de la NASA era de extrañeza y confusión. Habían sido desbordados. Los astrónomos que se hallaban frente a los pocos telescopios que aún funcionaban no daban crédito a lo que estaba sucediendo en el planeta.
Los satélites habían fallado en el envío de datos, otros ya habían caído contra la Tierra y no habían podido predecir ni captar la actividad nuclear en el centro del Sol, mucho menos que el gran astro, y todo el planeta, se sumiera en la oscuridad.
Contra lo que normalmente podría esperarse, todo el personal de científicos y operarios de la NASA estaba paralizado. Ni siquiera tenían posibilidad de conectarse con otras agencias científicas en el mundo. Sólo quedaba esperar y observar.
El campo magnético de la Tierra estaba cambiando, la oscuridad reinaba por doquier, el Sol se veía como un enorme círculo de color ébano.
El corazón de una joven astrónoma dio un vuelco al observar por uno de los telescopios la inminente proximidad, aunque todavía a varios miles de kilómetros de distancia de la atmósfera, de la amenazante presencia del meteorito. O más bien, de lo que parecía ser un meteorito. Una tremenda bola de luz que viajaba a más de 50,000 kilómetros por hora directo hacia la Tierra.
—¡Dios mío! —exclamó, con la voz llena de agitación—. Señor —le dijo a uno de sus superiores—, observe.
Los ojos del jefe de departamento de la NASA se posaron sobre el telescopio.
Se produjo un silencio escalofriante.
—Es extraño —dijo con inquietud—, por sus características no parece un meteorito ni un cometa.
Todos a su alrededor lo miraron desconcertados.
—¿Entonces qué es? —preguntó la joven astrónoma.
El director tenía puestos sus ojos en el amenazante objeto.
Silencio.
—No puedo decirlo con exactitud, pero juraría.
No terminó la frase. El ambiente crecía en nerviosismo.
—Juraría que esto no es ni un cometa, ni meteorito, ni nada parecido… ya que en su centro… no hay masa.
En treinta y cinco años de experiencia, el astrónomo nunca había visto algo similar. Nunca imaginó que diría aquellas palabras tan importantes.
—Lo único que podemos asegurar es que se trata de una descomunal lluvia de fotones, de energía y luz. En otros puntos del mundo, otros astrónomos pudieron ver aquella concentración de luz y energía, desde Australia hasta Brasil. Era enorme y venía hacia ellos.
Tampoco podían comunicárselo a nadie.
Chichen Itzá, 20 de diciembre de 2012
Los dos primeros días del Ritual del Fuego de las Estrellas los habían dedicado a danzar, a meditar, a realizar ejercitaciones individuales y colectivas, en silencio. La multitud estaba generando un inmenso calor humano y un océano de energía elevada; los congregados sentían que su conciencia comenzaba a desplegar una nueva visión. En todo momento, miles de velas encendidas iluminaban aquella magnífica, extraña y bella ceremonia.
Evans les había dicho que muchos de los que estaban reunidos allí, representantes de todas las naciones, mezclando las bellezas de las razas negras, blancas, rojas y amarillas, eran en realidad antiguas almas atlantes en busca de la liberación final.
El chamán, como muchos de los presentes, sabía que la reencarnación no era más que una rueda evolutiva y el aprendizaje de los seres a través de sucesivas experiencias para alcanzar la iluminación. Muchos habían buscado por varios caminos iniciáticos la emancipación de la conciencia: el yoga, las danzas, el conocimiento, la metafísica, el manejo de la energía o, como en el caso de Adán, la meditación.
Él y Alexia estaban radiantes, vitales, livianos. Sentían una capacidad de comunicación energética inusual. Entre ellos y el grupo circulaba una vibración común de unidad y empatía.
—Éste es el último día y la última fase del ritual —dijo el maestro Evans—. Hoy volveremos a sentir la libertad completa, la preparación final para recibir mañana el Gran Día de Gloria. Hoy la Piedra Filosofal Atlante emitirá todo su poder y todos podrán sentir su abrazo energético.
—Hoy los dos principios de la vida serán uno. Lo femenino, la mujer Diosa eterna que danza y que crea el magnetismo de los universos se unirá al hombre Dios que nutre con electricidad la vida. Hoy es la antesala para dejar atrás los reinos animales y saltar hacia el amor como seres humanos para conocer lo nuevo, nuestra profunda dimensión.
—Esta fase dentro del Ritual de Fuego se llama Ritual del Beso de las Almas. Ahora se colocarán frente a frente, sentados con las piernas cruzadas, se tomarán de las manos y acercarán sus pechos para que los cuarzos se sintonicen aún más —les indicó el maestro—. Conecten el tercer ojo dejando que la frente quede en contacto permanente con la otra frente. El beso de las almas.
Plenamente concentradas, las personas comenzaron a acercarse unas con otras, la mayoría desconocidas, y a conectarse desde el poder del
chakra
del entrecejo. Los tambores y didjeridoos sonaron con tremenda fuerza. Parecía que la Tierra se moviera también con aquella meditación colectiva. Poco a poco, la multitud entró en éxtasis.
Adán y Alexia sintieron una descarga eléctrica desde lo alto de la cabeza hacia el resto del cuerpo. Y a partir de allí, una oleada tras otra de sensaciones, impulsos y corrientes biomagnéticas se deslizó por el sistema nervioso.
—Comenzarán a respirar al mismo ritmo —dijo el chamán—, inhalar y exhalar la vida que hay en ustedes. Uno nutre al otro a través de la respiración. Eso nos volverá una sola unidad.
Todos comenzaron a respirar profunda y lentamente. Estaban colocados en parejas.
El sonido de las respiraciones profundas retumbaba como un trueno de vida. Durante más de veinte minutos estuvieron respirando de esa manera.
—Coloquen ahora una mano encima del cuarzo en el pecho de su compañero o compañera.
Al instante, más de cien mil personas estaban sintiendo cómo dejaban de sentir el cuerpo físico, eran pura energía comunicándose en silencio.
Adán y Alexia dejaron de sentir su cuerpo y se unieron en una ola de energía y conciencia. En aquel momento la Piedra Atlante comenzó a generar más luz, parecía una enorme lámpara alógena de miles de voltios. La luz comenzó a extenderse por toda la multitud. Los cuarzos que llevaban colgando del cuello también se iluminaban. De pronto, una sola luz brilló bajo la inmensidad.
La masa de iniciados respiraba y distribuía la energía a través del cuarzo y la glándula pineal.
Evans volvió a guiarlos con voz baja.
—El momento presente, estar alertas al ahora eterno.
¡Luz! ¡Todos sintieron una descarga de luz! ¡Pura claridad en su interior! Los rostros generaban un éxtasis envolvente, sugestivo, transformador. Los rastros del ego iban difuminándose en aquella luz que todo lo abarcaba.
La luz de la conciencia.
¿No está escrito en la Ley? Yo dije: ustedes son dioses.
Aquella era una nueva invitación a la apoteosis, la iniciación de un hombre común que se ilumina y conoce el poder de Dios dentro de sí mismo. Adán había dejado de ser Adán; Alexia había dejado de ser Alexia, eran nuevos seres, eran luces en movimiento dentro de un cuerpo físico, eran el otro y también todos los otros, eran uno.
Adán sintió una corriente eléctrica atravesándolo desde su sexo hasta la coronilla; Alexia, debajo de su pubis, también vibró con intensidad orgásmica. Ella, una diosa ancestral, la encarnación del fuego femenino, se unió en energía con Adán, y los cuerpos completaron el ritual uniéndose en un abrazo cálido, pecho a pecho, donde el placer inundó todos los poros de la piel hasta las células.