—¿A qué novedades se refería la doctora?
Alexia lo miró directo a los ojos.
—Me acaba de decir el conserje que se ha cortado toda comunicación en el mundo entero. Estamos incomunicados y sin electricidad. ¿Qué crees que pasará? —le preguntó Alexia.
Adán hizo un gesto de inquietud.
—Supongo que lo que está anunciado. No lo sé, Alexia. ¿Quién puede saber eso? Confiemos en que el contacto con la Piedra Atlante y que el Ritual del Fuego de las Estrellas nos dé… —no pudo completar la frase.
Tanto Adán como Alexia sintieron que estaban en manos de algo superior. ¿Tragediao salvación? No lo sabían. No sabían lo que pasaba con el meteorito que viajaba hacia el planeta. Alexia sintió en carne propia cómo la Tierra se lastimaba, sangraba por sus heridas, se veía impotente al recibir el impacto del Sol. Adán se quedó pensativo durante varios minutos. Algo en su interior le decía que aquello no podía verse simplemente bajo el prisma de la tragedia, debería haber algo más.
—Alexia, no podemos dejar de tener confianza en las investigaciones de nuestros padres. No podemos dejar de confiar en el poder grupal de las conciencias, de los cuarzos, de la ciencia de las profecías mayas. ¡Ellos lo anunciaron! Éste es el momento de transición, el tramonto de la Tierra y del Sol. ¡Sabíamos que esto estaba predicho! No podemos tener dudas ahora.
La confianza de Adán contagió a Alexia, quien abrazó a su hombre, y sintió que al rodearlo con los brazos por su amplia espalda estaba abrazando a todo el mundo.
—Confiemos en el amor —dijo ella emocionada y con el luminoso cuarzo en su pecho como una brasa caliente.
Por la tarde Adán ya estaba mucho mejor. Había descansado y recibido un masaje con los terapeutas del hotel. Luego de una ducha caliente, ambos se dirigieron a la pirámide de Kukulkán a reunirse con el maestro Evans, tal como habían acordado.
Una multitud, todos vestidos de blanco, se dirigía al mismo tiempo hacia la monumental pirámide maya de nueve niveles. Habría más de cincuenta mil personas, aunque se esperaba el doble, ya que mucha gente iba llegando hacia aquel enclave energético. Era difícil caminar o adelantar a alguien, todos se movían como una sola entidad.
Aquel gran grupo de iniciados espirituales de todo el mundo se daba cita para ese vital acontecimiento. Había gente de muchos países. Algunos portaban velas encendidas y todos llevaban un pequeño cuarzo colgando en su cuello, simbolizando el vínculo entre todos: la misma conciencia de unidad era un puente individual conectando a la multitud. Los cuarzos comenzaron a emitir un destello de luz que, al contacto con los de otra gente, formaba una energía más grande, fina, elevada. Tan sólo dirigirse hacia el sitio central donde estaba previsto el ritual era ya un espectáculo conmovedor.
En lo alto de la gran pirámide escalonada se podía ver el diminuto cuerpo del maestro Evans, absorto en la meditación. Se encontraba acompañado de varias personas que formaban un círculo a su alrededor. Luego de casi veinte minutos de meditación, el maestro Evans abrió los ojos para ver a la multitud que se congregaba formando una espiral de luz blanca con su ropa y su energía vital. Él veía lo que otros no podían ver.
Adán y Alexia fueron avanzando. Se respiraba un clima de respeto, silencio y confraternidad. Existía algo en el ambiente, un aura de mística y unidad, de felicidad y conexión. Algo que en las ciudades se había perdido. Adán y Alexia se sentían cada vez más energéticos y acompañados.
En aquel momento, por la mente de Adán desfilaron tres pensamientos.
La humanidad entrará en tres días de oscuridad.
Se enfrentará al Gran Salón de los Espejos.
Conocerá el Nuevo Sol.
—El momento ha llegado.
Con la expresión serena de un hombre que sabe lo que hace, el maestro Evans comenzó a descender de los empinados escalones. Llevaba una caja en la mano. Su descenso era lento, ceremonial, consciente. Su joven mujer estaba a su lado, con el cabello negro, largo y ondulado.
Cuando por fin bajó la hermosa pirámide maya, sin decir nada, la gente le hizo espacio y comenzó a formarse un círculo que se extendía varios cientos de metros. El Sol estaba por ponerse sobre el horizonte. La visión de aquella marea humana al atardecer era fascinante.
El maestro reconoció el rostro de Adán y Alexia, y los llamó con un gesto de la mano para que se dirigieran hacia él. Ellos sonrieron. Se colocaron cada uno en un costado, representando las fuerzas femeninas y masculinas.
El cielo presentaba una extraña mezcla de colores. El Sol se teñía con un fuerte amarillo y naranja, entremezclándose con tintes violáceos y granates. La gente aguardaba en completo orden y silencio. A simple vista, no se veía el fin del círculo humano. Cada persona era un punto blanco al lado de otro punto blanco, una célula al lado de otra célula.
A una señal de la mano derecha del maestro Evans, un grupo de músicos comenzó a tocar tambores y didjeridoo, los instrumentos musicales más antiguos del planeta. El tambor representaba los latidos de la Tierra; mientras que el didjeridoo representaba las fuerzas del aire y del viento, las fuerzas del cielo.
El clima ceremonial progresaba en un suave in crescendo a medida que llegaban más personas; las huellas de los sabios de antaño iban a ser desempolvadas, la inconsciencia sería arrojada por la borda de un barco mundial que estaba incomunicado en todo el orbe. Ahora sólo existía una comunicación posible: cara a cara, alma con alma. Un futuro incierto estaba a la vuelta de la esquina. Nadie sabía a ciencia cierta lo que sucedería. O quizá no sería ni futuro ni pasado, sólo presente.
Al cabo de unos diez minutos, cesaron los sonidos. Se percibía un silencio con presencia, lleno de vida, un puente de contacto con el interior de cada persona.
El maestro Evans comenzó a hablar aprovechando el eco de las piedras, estaba radiante.
—
In Lakesh
—dijo con voz fuerte, a lo que todos respondieron lo mismo, como un relámpago colectivo.
Iniciaban el ritual con el saludo ancestral maya: "yo soy otro tú", eran las antiguas palabras que significaba que todos los presentes eran uno y lo mismo.
—Hoy iniciaremos el Ritual de Fuego de las Estrellas. Es un momento vital para nuestra supervivencia y evolución. Somos una fuerza conjunta —su voz era lenta y trasmitía paz—, somos muchos cuerpos, muchas energías, muchas almas para una
intención común
.
Los iniciados sabían que el tiempo se había estado acelerando y continuaría haciéndolo, a medida que se aproximaban al momento crítico del cambio dimensional. El pulso de la Tierra, que antes era una constante de 7.8 hertzios, había subido a 12.5 y tendría todavía que elevarse a 13 hertzios. Cuando alcanzara ese punto, se abriría el umbral donde se estabilizaría en una octava superior de frecuencia y se iniciaría otra etapa de la creación en una realidad diferente.
Evans dirigió una mirada al horizonte. Tomó aire antes de continuar.
—Todo ser vivo que reciba esta energía como nueva información molecularmente la codificará mediante su ADN, que se verá transformado. El primer paso del cambio les podría parecer un caos porque el modelo anterior debe disolverse antes de que se pueda manifestar lo nuevo. En el siguiente paso, los patrones se reorganizarán en un orden perfecto. Todos los cuerpos estarán tratando de afinarse a las nuevas frecuencias de luz.
El maestro Evans se refería a que la caída acelerada del campo magnético de la Tierra daría nacimiento al hombre nuevo. Cuando dicho campo alcanzara lo que los científicos llamaban "el punto cero". Sólo en esa circunstancia se haría posible completar la reconfiguración de todos los patrones genéticos, y hacerlos aptos para la vida en una dimensión más elevada. La idea conjunta era espiritualizar la materia.
—La remodelación del ADN durará mientras la Tierra completa su trabajo de parto. Y para ello activaremos nuestro Cuerpo de Luz, en el momento en el que la vibración acelere nuestras células. Así, nuestro cuerpo será el escenario de una reconfiguración en cadena, que resultará en la expansión de conciencia que buscamos. Serán tres días en los cuales nos prepararemos para la ascensión. Serán tres días para recibir el poder de la serpiente galáctica con conciencia, amor y serenidad. Serán tres días para que el Sol entre en su primavera.
La multitud estaba electrificándose con aquellas palabras.
—La primera fase del ritual será la Danza de lo Femenino y lo Masculino —continuó diciendo con voz poderosa—. Las mujeres dejarán de ser mujeres y los hombres dejarán de ser hombres, para dar paso a los dioses que son en potencia. Cada cuerpo físico se moverá en armonía con el sistema solar, en armonía con Gaia, nuestra madre Tierra y con el Sol.
—Sentirán que la danza va despertando el poder de la serpiente, el poder de la bioenergía sagrada. Los cuarzos que llevan colgando comenzarán a destilar su esencia: la luz. Será la luz auténtica de lo que somos, así atravesaremos la oscuridad.
No se produjo ni siquiera un murmullo. El aire estaba cálido, no sólo por la actividad solar, sino por la energía que allí se estaba movilizando. "Los tres días de oscuridad", pensó Adán como un eco mental.
—Luego de este proceso —continuó el chamán—, cada uno se encontrará en su interior, con su individualidad. Más allá de las voces de la mente. Más allá de los miedos. Un encuentro íntimo, consciente, renovador.
La respiración colectiva generó un suave sonido, el sonido de la vida.
—Nadie estará libre de ver su rostro en El Gran Salón de los Espejos. Es un momento de interiorización para reconectar con la esencia, con la misma partícula de La Fuente Original que hay dentro de cada uno.
Evans dirigió una mirada al cielo.
—Todo el ritual lo realizaremos para conocer los augurios del cambio. Lo que los sabios antiguos anunciaron como el Sexto Sol, nuestra fuente de vida sobre la galaxia, será coronado y ascendido por La Fuente Creadora. Estamos en un lugar mágico. El sitio de la energía femenina de la Tierra, el itzá. Desde aquí pondremos el corazón y el alma al servicio de La Fuente.
El
itzá despertará
.
En ese mismo momento, cuando ya era casi el crepúsculo y los cielos estaban adornados por tonos magenta y formas ondulantes, el Sol caía ya por el horizonte y todo se sumió en una oscuridad absoluta.
Chichén Itzá, 18 de diciembre de 2012
Aunque normalmente ya habría amanecido, seguía siendo de noche. Eran casi las nueve de la mañana y todo seguía oscuro. El multitudinario grupo había pasado la noche meditando y danzando; al dormir, algunos tuvieron ensoñaciones en el plano astral.
Adán y Alexia habían dormido cogidos de la mano. El sexólogo se incorporó y tomó una profunda inhalación. El aire se sentía cálido.
—Permanecerá así durante dos días hasta que pasemos la alineación.
Mucha gente alrededor del mundo estaba realmente aterrada en aquellos momentos. Pensaban en el dinero que estaba en su banco, en sus familiares, sus casas, sus trabajos. La gente que se manejaba por hábitos y veía la vida como algo seguro estaba sufriendo mucho. Se resquebrajaban sus creencias.
Las personas sentían ahora que la vida era un fenómeno imprevisible, cambiante. Muchos sufrían por lo que había sido destrozado con los terremotos y la manera como se esfumaban sus proyectos futuros. Pero los que la estaban pasando peor, eran quienes no tenían ni idea de cómo mirarse al espejo de su alma. Les resultaba más duro a aquellos para los que todo se reducía a estar de fiesta, los que no cuidaban su cuerpo, los que ocultaban sus emociones, los que se manejaban por estereotipos sociales, los que ponían toda su fe en el dinero y en el poder, y por vez primera se enfrentaban a algo que no podían comprar ni adquirir.
La única manera era excavar las profundidades de su alma para ver su interior. Debían estar en paz consigo mismos, ya que la incertidumbre de la muerte les rondaba en aquellos momentos.
Los que no estaban preparados ni iniciados, ni prestaban atención a las cosas profundas de la vida ni a las experiencias metafísicas, sintieron por un momento que era como si zarpara la barca de Noé y ellos se quedaran fuera. Muchos habían perdido esa partida, presos de la inconsciencia, la terquedad o las creencias limitantes, estaban desconectados del objetivo de mirarse a su propio espejo. Ni siquiera los devotos religiosos que apostaban su salvación a la repetición mecánica de plegarias tenían paz.
Adán vio que el maestro Evans venía desde debajo de la pirámide, tres personas lo acompañaban. La multitud iba despertándose poco a poco.
Evans dijo con voz suave:
—Ahora iniciaremos el Ritual del Fuego de las Estrellas. Durante estos tres días buscarán en su corazón y se prepararán para el viaje.
En ese momento, uno de los que estaba detrás del maestro le acercó un bulto cubierto por una bella tela color azul. Evans descubrió lo que había debajo.
Se produjo una suave exclamación cuando la Piedra Filosofal, de casi un metro de alto con la punta de siete ángulos, fue dejada en el suelo. El maestro dibujó un gran círculo protector de unos cinco metros de diámetro en torno al cuarzo atlante, con varios símbolos alrededor.
—El ojo de la conciencia —le dijo Adán a Alexia cuando el maestro lo dibujó en el suelo.
Ella asintió en silencio.
El maestro continuó dibujando otros símbolos.