El Secreto de Adán (46 page)

Read El Secreto de Adán Online

Authors: Guillermo Ferrara

Tags: #Aventuras, Histórico, Intriga

BOOK: El Secreto de Adán
13.31Mb size Format: txt, pdf, ePub

Había más de una docena de personas en actitud relajada y meditativa, sentados cómodamente, todos vestidos con ropas claras, rodeados al fondo por un jardín lleno de vegetación por donde se filtraba la luz del Sol entre los árboles y una fuente de agua de la que manaba un gran chorro cristalino que emitía un sonido relajante.

—Lo encontrarán en la sala que está detrás de la fuente —le indicó el hombre.

Adán y Alexia siguieron por un estrecho pasillo rodeado de plantas. Algunos de los presentes los observaron dedicándoles una sonrisa sincera que devolvieron con agrado. Alexia estaba radiante de la mano de Adán.

Entraron a la habitación. Había un hombre solo de espaldas a la puerta. Al encontrarse con el maestro Evans, a Adán y Alexia les pareció que lo conocían de toda la vida. Era ese tipo de hombre del que no sabe bien su edad. Quizá sesenta, quizá setenta años; lo cierto era que su cuerpo desprendía vitalidad. Tenía el pelo blanco, cortado casi a la altura de los hombros, los ojos negros como el ónix con brillo y trasmitiendo confianza, el cuerpo era delgado, ni menudo ni robusto. Su hablar era sereno pero su voz grave resonaba como un eco. Estaba vestido de blanco con un cinturón dorado de tela atado a la cintura.

—¿Maestro Evans? —preguntó Adán.

El hombre asintió y sonrió.

—Ustedes deben ser Alexia y Adán.

Ahora ellos respondieron con una sonrisa.

—Bienvenidos —les dijo el hombre, mirándoles sobre la cabeza.

A Adán le asombró que el hombre no les mirara a los ojos, sino arriba de la cabeza.

El chamán sonrió. Sus dientes eran blancos y derechos.

—¿Usted tiene la Piedra Atlante? —preguntó directamente Adán.

—La Piedra Filosofal está compuesta de amor y sabiduría. Energía y conciencia.

El hombre hablaba en clave, parecía haber salido de una profunda meditación.

—Entiendo —dijo ella—. ¿Qué se supone que haremos? ¿Qué cree que sucederá?

—Una mutación.

—¿Concretamente de qué manera lo haremos? —preguntó Adán.

—Para tomar nuestro camino de regreso hacia la gloria plena de nuestra verdadera naturaleza, ingresamos más profundamente en las calderas de alquimia divina a través de los fuegos sagrados de la transmutación.

Evans miró a los ojos a Alexia, ella sintió que observaba el fondo de su alma.

—Tienes una luz muy bonita —le dijo el chamán con la voz suave—. Lo que haremos será un antiguo ritual atlante.

—¿Un ritual? —preguntó Alexia.

—Sí. El ritual colectivo hará que sea más fácil que cada una de nuestras células reconozca la luz solar como combustible, algo similar a la fotosíntesis en las plantas. Nuestra bioquímica completa y el funcionamiento del cuerpo humano se transfigurarán radicalmente. Además —añadió el maestro Evans—, estamos trayendo la fuerza de vida del alma de nuevo al sistema nervioso central y hacia todas nuestras conexiones eléctricas. Por ello el Sol está cambiando, el Padre Sol está emitiendo una lluvia de luz.

—Pero… el mundo es un caos —razonó Alexia.

—Sí, como antes de un parto. Es muy importante mencionar que es a través de los sentimientos tranquilos y apacibles de armonía y de nuestras actitudes silenciosas y meditaciones profundas que la energía cósmica generará un impacto perfecto para la manifestación. El ritual se llevará a cabo dentro de dos días. Exactamente cuatro días antes del 21 de diciembre. Es un ritual que durará tres días.

—¿Los tres días de oscuridad? —dijo Adán—. ¿Qué sucederá?

—El Amor Sin Nombre —dijo con VOZ grave—. El ritual congregará a más de cien mil personas. Será la oportunidad de recibir la llegada de la energía serpentina, la llamarada de fuego cósmico que anticiparon mis ancestros.

Adán recordó que había escuchado de boca de Aquiles el nombre.

—¿El Ritual del Fuego de las Estrellas?

El chamán le dirigió una mirada llena de amor.

—Exacto. Es un ritual que se realiza cada vez que hay un ciclo de transformación solar, cada 26,000 años.

—Además de mis ancestros hay constancia escrita de ello.

—¿Cómo dice? —preguntó ella.

—En este libro —respondió el maestro Evans, que estiraba la mano hacia un ejemplar gastado de la Biblia—, ¿quieres leer?

El chamán le entregó el voluminoso ejemplar.

Alexia, asombrada, cogió el libro.

—Busca en Apocalipsis, del Nuevo Testamento, 2:17 —dijo el maestro.

Alexia humedeció el dedo índice con saliva para cambiar las páginas.

Al vencedor le daré maná escondido; le daré también una piedrecilla blanca y, grabado en la piedrecilla, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe.

Hubo un silencio largo hasta que Adán habló.

—¿Quiere decir que también en la Biblia se menciona el uso de la Piedra Filosofal?

—No la llaman así, pero es lo mismo —contestó Evans.

De nuevo el silencio.

Alexia volvió a tocar su piedra de cuarzo colgada al cuello.

El maestro Evans mostraba la sonrisa enigmática de aquel que sabe más cosas de las que habla.

91

Central del SDO (Solar Dynamics Observatory),

16 de diciembre de 2012

A150,000,000 de kilómetros de la Tierra, en el núcleo del Sol, una eyección de masa coronaria salió disparada a una velocidad nunca vista. Aquella descomunal llamarada sólo tardaría ocho minutos en llegar al planeta. En ese breve lapso, toda la gente sobre la faz de la Tierra seguía ajena a lo que ocurría dentro del astro. Una implosión de energía tuvo lugar como si fuera una supernova, para luego explotar en un violento chorro orgásmico.

Las capas externas del Sol se convirtieron en una danza gigantesca de calor, luz y gases. Rápidamente tocó la baja atmósfera de la Tierra una inmensa masa caliente, una lluvia de fuego. El astro supremo emitió un llamarada seguida de otras de más poder.

Lo primero que quemó fueron los satélites que estaban en el espacio y en menos de un instante las redes de comunicación, televisión, internet, telefonía móvil y radios. Todas quedaron totalmente deshechas.

Mudas.

Muertas.

La Bolsa de Valores cayó abruptamente y un helado terror económico corrió por la mente de los inversionistas y responsables de las empresas, dominados por el escepticismo, ajenos a cualquier profecía mística.

El primer problema que tuvo el mundo con la tormenta solar fue la incomunicación. La gente de repente vio cómo se cortaba la televisión, cómo quedaba sin posibilidad de hacer llamadas telefónicas o de enviar mails.

Para los seres humanos era el inicio de una confusión sin precedentes.

Para el Sol era una evolución, una nueva espiral dentro de la ascensión galáctica y una nueva coronación de su naturaleza como deidad de la Vía Láctea.

La última gran tormenta solar se había registrado en el año 2001 y los científicos siempre supieron que la actividad solar tenía ciclos de repetición cada once años. De acuerdo con sus cálculos, era correcto que en 2012 ocurriera una tormenta de mucha mayor magnitud.

Se desencadenó una sucesión de eventos trágicos.

Varios de los aviones que estaban en vuelo habían quedado desprovistos de su tecnología. Perdieron contacto con las torres de control. Las aeronaves tuvieron que ser manejadas manualmente. Los controles, brújulas, GPS y elementos de navegación tanto en aviones, barcos y coches dejaron de funcionar. La tecnología y la electricidad se sumieron en un mutismo absoluto, el más grave hueco destructivo que podía sufrir la sociedad estaba sucediendo en aquel momento. El elemento del que más dependían todos los sistemas en los que estaba basada la civilización, la electricidad, había desaparecido.

Cuando la tormenta solar alcanzó niveles más bajos, traspasando el campo magnético de la Tierra, lo siguiente que destrozó fueron las centrales eléctricas, lo que originó apagones múltiples y automáticos en las principales ciudades del mundo.

El planeta entero comenzaba a quedar inmerso en la oscuridad.

Algunas personas quedaron atrapadas en los elevadores, líneas de ferrocarril y subterráneos.

Los hospitales empezaron a funcionar con generadores propios. Sólo tenían poco tiempo para nutrirse de aquella energía de reserva. Noventa y cinco por ciento de las ciudades experimentó la oscuridad y la incomunicación.

En los sitios donde era invierno, la gente se quedó sin calefacción. Y el frío trajo miedo, temores ancestrales.

Los semáforos y todo sistema de orden dentro del tránsito vehicular no emitían ninguna luz, generando un gran caos. Los embotellamientos y choques fueron un espectáculo atroz. Sirenas de ambulancias, policía y bomberos se escuchaban en casi todas las calles de las capitales. Los enfermos y discapacitados que habían quedado en los pisos superiores de los rascacielos no podían bajar de allí.

En las ciudades donde ya era de noche se dibujaban imágenes de la aurora boreal que normalmente sólo se veía en los polos. Ahora, en otros lados del mundo, danzantes energías verdosas se apoderaban de los cielos.

Desde la visión y juicio normales de una persona daba la impresión de que el Sol, convertido en un guerrero furioso, quisiera destruir las bases de la comunicación humana. Quemaba todo, cancelando la posibilidad de hablar por teléfono, enterarse, ver las noticias o enviar un mensaje.

Inevitablemente la humanidad había quedado bajo las garras de lo que había dominado a medio mundo en los últimos siglos: el miedo.

Muchas ciudades parecían la mítica Troya ardiendo igual que un bosque de paja.

La horrorosa cadena de acontecimientos fue devastando el ánimo de la gente al mismo tiempo que lo hacía con todo cable, trasmisor o conductor de energía que existiese.

Lo que los científicos conocían como "máximo solar" se estaba lanzando ahora sobre el planeta con todo su potencia. El Sol, como estrella magnética, expulsaba la mayor tormenta solar de la historia humana. Durante la siguiente hora, sucesivas oleadas de masas de nubes gigantes y ardientes avanzaban a 3,200 kilómetros por segundo cargadas de miles de millones de toneladas de gas electrificado y producía la fase más fuerte y poderosa de la tormenta.

La atmósfera de la Tierra se recalentó y las corrientes rodearon el planeta, que parecía un horno. Todos los satélites de órbita baja habían recibido un impacto y quedaron como migas de pan humeante a la deriva por el espacio. La magnetosfera, el campo magnético de la Tierra, había dejado de ser un escudo protector fuerte, y estaba siendo vulnerada por una nube solar más grande que Júpiter, que expulsaba nubes de gas y electricidad de miles y millones de toneladas. Otros satélites fueron auténticos misiles, perdieron la gravedad y volvieron a la Tierra a gran velocidad. Se estrellaban como flechas lanzadas desde el cielo en diferentes partes del globo. La histeria se apoderó de la mitad de la humanidad. El principio del fin.

Ni la NOAA ni el SDO había podido informar a los Estados Unidos ni a los demás países de la magnitud de la tormenta. Varios directores de las centrales eléctricas se anticiparon y apagaron varios generadores antes de que se quemaran, fueron los únicos en tener un poco de luz. Los casi 2,000 transformadores de alta energía de los Estados Unidos y la enorme cantidad del resto del mundo estaban destruidos.

El satélite SOHO había anunciado que se veían manchas solares, pero no de semejante magnitud. Ningún humano o satélite podía esperar algo semejante, de hecho el ACE y el Atlas V del SDO, al estar más próximos al astro, fueron los primeros en quemarse.

Los ministros de Defensa de todos los países se limitaron a ver cómo el Sol invadía todos los espacios aéreos, vapuleando, con magna soberbia, cualquier medida de seguridad. Sencillamente, no se podía hacer nada.

En menos de diez horas, el gran astro al que tantas culturas antiguas habían venerado, se comportó de tal forma que nadie podía entenderlo desde la simple razón humana.

El Sol había hecho que la gente tuviera que volver a encender velas en sus hogares.

Nadie entendía, hasta el momento, cómo iban a salir de aquel caos inflamable. Aunque en la oscuridad general reinante dentro de las casas de todo el mundo, algo extraño comenzó a suceder.

Las personas que habían recibido un trozo programado con el cuarzo atlante miraban estupefactas cómo, dentro del centro de aquella diminuta piedra que colgaba de sus cuellos, surgía un misterioso rayo de luz.

92

Aquel mediodía el presidente de los Estados Unidos se había quedado con una extraña sensación que le seguía rondando como un virus. Se sentía raro, confuso, sumido en la densidad. Antes de las tormentas solares, habló con Stewart Washington y con el ministro de Defensa para acordar las actividades del día siguiente.

En esos instantes, la Casa Blanca era un hervidero. La gente corría de un lado a otro, impotente y completamente incomunicada.

—¡Qué demonios está pasando! —gritó el presidente, desencajado, cuando llegó a la sala de reuniones.

—No hemos restablecido comunicaciones —le respondió su secretario personal con la cara aterrada—. Lo último que supimos es que el Sol estaba emitiendo unas extrañas manchas.

—¿Y nuestros generadores propios?

—Están inutilizados, señor.

—¿Comunicación con las centrales?

—No, señor, con ninguna hemos podido hablar.

El Cerebro y Valisnov ya se encontraban allí. El ministro de Defensa estaba pálido.

—Señores —dijo el presidente—, ¿qué se supone que debemos hacer? ¿Alguna idea? Allí afuera todo es un completo desastre. No podemos comunicarnos ni con la policía, ni con el ejército. ¡Ni con nadie! ¡Maldita sea! —gritó, había perdido los estribos.

El Cerebro, por el contrario, estaba frío, miró de reojo a Sergei Valisnov. Éste no hizo ningún gesto, parecía una estatua que hacía juego con la decoración de aquella pomposa sala. Aquel miembro de la inteligencia del Gobierno Secreto tampoco tenía soluciones.

—Veo que no podemos hacer mucho —retomó el presidente una vez que El Cerebro salió—. Sólo esperar que el misil destroce el meteorito. Pero, ¿qué hacemos con la furia del Sol?

Nadie habló. Sabían que era inútil.

—Sólo queda una cosa por hacer —dijo el secretario de Defensa, y sugirió que lo único en sus manos era dirigirse al búnker de seguridad.

El Sol seguía siendo el soberano de la vida sobre la Tierra.

93

Mientras el mundo civilizado se resquebrajaba, Adán y Alexia caminaban de la mano, de regreso al hotel, sumamente impactados por lo que habían escuchado del maestro Evans.

Other books

They All Fall Down by Roxanne St. Claire
Love Has The Best Intentions by Christine Arness
The Emperors Knife by Mazarkis Williams
The Orchardist by Amanda Coplin
Down: Trilogy Box Set by Glenn Cooper