Con la revolución de las costumbres, principal mente en el dominio sexual, en Irlanda, poco a poco, aun que siempre con reticencias y remilgos, el nombre de Casement se fue abriendo camino hasta ser aceptado como lo que fue: uno de los grandes luchadores anticolonialistas y defensores de los derechos humanos y de las culturas indígenas de su tiempo y un sacrificado combatiente por la emancipación de Irlanda. Lentamente sus compatriotas se fueron resignando a aceptar que un héroe y un mártir no es un prototipo abstracto ni un dechado de perfecciones sino un ser humano, hecho de contradicciones y con trastes, debilidades y grandezas, ya que un hombre, como escribió José Enrique Rodó, «es muchos hombres», lo que quiere decir que ángeles y demonios se mezclan en su personalidad de manera inextricable.
Nunca cesó ni probablemente cesará la controversia sobre los llamados
Black Diaries
. ¿Existieron de verdad y Roger Casement los escribió de puño y letra, con todas sus obscenidades pestilentes, o fueron falsificados por los ser vicios secretos británicos para ejecutar también moral y políticamente a su antiguo diplomático, a fin de hacer un escarmiento ejemplar y disuadir a potenciales traidores? Durante decenas de años el Gobierno inglés se negó a auto rizar que historiadores y grafólogos independientes examinaran los diarios, declarándolos secreto de Estado, lo cual dio pábulo a sospechas y argumentos a favor de la falsificación. Cuando, hace relativamente pocos años, se levantó el secreto y los investigadores pudieron examinarlos y someter los textos a pruebas científicas, la controversia no cesó. Probablemente se prolongará mucho tiempo. Lo que no está mal. No está mal que ronde siempre un clima de incertidumbre en torno a Roger Casement, como prueba de que es imposible llegar a conocer de manera definitiva a un ser humano, totalidad que se escurre siempre de todas las redes teóricas y racionales que tratan de capturarla. Mi propia impresión —la de un novelista, claro está— es que Roger Casement escribió los famosos diarios pero no los vivió, no por lo menos integralmente, que hay en ellos mucho de exageración y ficción, que escribió ciertas cosas porque hubiera querido pero no pudo vivirlas.
En 1965, el Gobierno inglés de Harold Wilson permitió por fin que los huesos de Casement fueran repatriados. Llegaron a Irlanda en un avión militar y recibieron homenajes públicos el 23 de febrero de ese año. Estuvieron expuestos cuatro días en una capilla ardiente de la Garrison Church of the Saved Heart como los de un héroe. Una concurrencia multitudinaria calculada en varios cientos de miles de personas desfiló por ella a presentarle sus respetos. Hubo un cortejo militar hacia la Pro-Catedral y se le rindieron honores militares frente al histórico edificio de Correos, cuartel general del Alzamiento de 1916, antes de llevar su ataúd al cementerio de Glasnevin, donde fue enterrado en una mañana lluviosa y gris. Para pronunciar el discurso de homenaje, don Eamon de Valera, el primer presidente de Irlanda, combatiente destacado de la insurrección de 1916 y amigo de Roger Casement, se levantó de su lecho de agonizante y dijo esas palabras emotivas con que se suele despedir a los grandes hombres.
Ni en el Congo ni en la Amazonia ha quedado rastro de quien tanto hizo por denunciar los grandes crímenes que se cometieron en esas tierras en los tiempos del caucho. En Irlanda, esparcidos por la isla, quedan algunos recuerdos de él. En las alturas del
glen
de Glenshesk, en Antrim, que desciende hacia la pequeña ensenada de Murlough, no lejos de la casa familiar de Magherintemple, el Sinn Fein le hizo un monumento que los radicales unionistas de Irlanda del Norte destruyeron. Ahí han quedado por el suelo esparcidos los fragmentos. En Ballyheigue, Co. Kerry, en una pequeña placita que mira al mar se yergue la escultura de Roger Casement que esculpió el irlandés Oisin Kelly. En el Kerry County Museum de Tralee está la cámara fotográfica que Roger llevó el año 1911 en su viaje a la Amazonia y, si lo pide, el visitante puede ver también el abrigo de paño tosco con que se abrigó en el submarino alemán U-19 que lo trajo a Irlanda. Un coleccionista privado, Mr. Sean Quinlan, tiene en su casita de Ballyduff, no lejos de la desembocadura del Shannon en el Atlántico, un bote que (lo asegura enfáticamente) es el mismo en el que desembarcaron en Banna Strand Roger, el capitán Monteith y el sargento Bailey. En el colegio de lengua gaélica «Roger Casement», de Tralee, el despacho del director exhibe el plato de cerámica en el que comió Roger Casement, en el Public Bar Seven Stars, los días que fue a la Corte de Apelaciones de Londres que decidió sobre su caso. En McKenna's Fort hay un pequeño monumento en gaélico, inglés y alemán —una columna de piedra negra— donde se recuerda que allí fue capturado por la Royal Irish Constabulary el 21 de abril de 1916. Y, en Banna Strand, la playa donde llegó, se yergue un pequeño obelisco en el que aparece la cara de Roger Casement junto a la del capitán Robert Monteith. La mañana que fui a verlo estaba cubierto con la caca blanca de las gaviotas chillonas que revoloteaban alrededor y se veían por doquier las violetas salvajes que tanto lo emocionaron ese amanecer en que volvió a Irlanda para ser capturado, juzgado y ahorcado.
Madrid, 19 de abril de 2010
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No hubiera podido escribir esta novela sin la colaboración, consciente o inconsciente, de muchas personas que me ayudaron en mis viajes por el Congo y la Amazonia, y en Irlanda, Estados Unidos, Bélgica, el Perú, Alemania y España, me enviaron libros, artículos, me facilitaron el acceso a archivos y bibliotecas, me dieron testimonios y consejos y, sobre todo, su aliento y su amistad cuando me sentía desfallecer ante las dificultades del proyecto que tenía entre manos. Entre ellas, quiero destacar a Verónica Ramírez Muro por su invalorable ayuda en mi recorrido por Irlanda y en la preparación del manuscrito. Sólo yo soy responsable de las deficiencias de este libro pero, sin estas personas, hubieran sido imposibles sus eventuales aciertos. Muchas gracias a:
En el Congo: Coronel Gaspar Barrabino, Ibrahima Coly, Embajador Félix Costales Artieda, Embajador Miguel Fernández Palacios, Raffaella Gentilini, Asuka Imai, Chance Kayijuka, Placide-Clement Mananga, Pablo Marco, Padre Barumi Minavi, Javier Sancho Más, Karl Steinecker, Dr. Tharcisse Synga Ngundu de Minova, Juan Carlos Tomasi, Xisco Villalonga, Emile Zola y los «Poétes du Renouveau» de Lwemba.
En Bélgica: David van Reybrouck.
En la Amazonia: Alberto Chirif, Padre Joaquín García Sánchez y Roger Rumrill.
En Irlanda: Christopher Brooke, Anne y Patrick Casement, Hugh Casement, Tom Desmond, JefFDudgeon, Sean Joseph, Ciara Kerrigan, Jit Ming, Angus Mitchell, GrifFin Murray, Helen O'Carroll, Séamas O'Siocliain, Donal J. O'Sullivan, Sean Quinlan, Orla Sweeney y el personal de la National Library of Ireland y del National Photographic Archive.
En el Perú: Rosario de Bedoya, Nancy Herrera, Gabriel Meseth, Lucía Muñoz-Nájar, Hugo Neira, Juan Ossio, Fernando Carvallo y el personal de la Biblioteca Nacional.
En New York: Bob Dumont y el personal de la New York Public Library.
En Londres:
John
Hemming, Hugh Thomas, Jorge Orlando Meló y el personal de la British Library.
En España: Fiorella Battistini, Javier Reverte, Nadine Tchamlesso, Pepe Verdes, Antón Yeregui y Muskilda Zancada.
Héctor Abad Faciolince, Ovidio Lagos y Edmun do Murray.
MARIO VARGAS LLOSA, nació en Arequipa, Perú, en 1936. Aunque había estrenado un drama en Piura y publicado un libro de relatos, Los Jefes, que obtuvo el premio Leopoldo Alas, su carrera literaria cobró notoriedad con la publicación de La ciudad y los perros, Premio Biblioteca Breve de 1962 y Premio de la Crítica en 1963. En 1965 apareció su segunda novela, La casa verde, que obtuvo el Premio de la Crítica y el Premio Internacional Rómulo Gallegos. Posteriormente ha publicado piezas teatrales, estudios y ensayos, memorias, relatos y sobre todo, novelas. Ha obtenido los más importantes galardones literarios, desde los ya mencionados hasta el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias, el PEN/Nabokov y el Grinzane Cavour. El 7 de octubre de 2010 ha recibido el Premio Nobel de Literatura.