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Authors: Adam Fawer

Tags: #Ciencia-Ficción, Intriga, Policíaco

El Teorema (40 page)

BOOK: El Teorema
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Por último reconoció la figura inconfundible del último. Era su otro él, que existía fuera de sí mismo. David, su gemelo. Cuando la puerta se cerró, Jasper vio los ojos de su hermano. Parecían mucho más inquietos de lo que recordaba; miraron en derredor con la paranoia de alguien enjaulado antes de cruzar la mirada de Jasper.

Él había visto ojos como los de David en muchas ocasiones, pero siempre había sido entre las paredes blancas y grises de las diversas instituciones psiquiátricas que había frecuentado en los últimos tres años. Jasper asintió para sus adentros, y se relajó por primera vez desde su despertar, cuatro días antes.

Por fin su hermano estaba preparado.

TERCERA PARTE
El demonio de Laplace

La mecánica cuántica requiere una gran atención. Pero una voz interior me dice que es la solución. La teoría consigue muchas cosas, pero no nos acerca al secreto del Viejo. En cualquier caso, estoy convencido de que Él no juega a los dados.

ALBERT EINSTEIN, físico del siglo XX

Evidentemente, Dios no sólo juega a los dados, sino que además lo hace a ciegas, y en ocasiones los tira donde no puedes verlos.

STEPHEN HAWKING, físico del siglo XXI

Capítulo 25

Caine vio a Jasper y sintió un gran alivio.

Había conseguido finalmente salir de la terrible alucinación. Estaba seguro de que a partir de entonces todo iría bien. Jasper sabría qué hacer, cómo sacarlo de las tinieblas y devolverlo a la cordura. Él ya había hecho este viaje. Conocía el camino.

Jasper se levantó y Caine lo estrechó entre sus brazos.

—No tienes idea de lo feliz que me hace verte —afirmó Caine, sin soltarlo.

—Pues creo que sí —le susurró Jasper al oído—. Bienvenidoido-pido-sido. —Le dio una palmada en el hombro y luego los gemelos se separaron. Caine se sentó a una mesa directamente delante de su hermano. Nava se sentó a la derecha de Caine; Doc junto a Jasper.

Antes de que Caine pudiera hablar, apareció la camarera. Todos se apresuraron a pedir, más que nada por librarse de ella y no porque desearan beber. En cuanto ésta se alejó, Jasper se dirigió a Nava:

—No te preocupes, aquí no hay conspiradores. Estamos seguros. —Luego se inclinó sobre la mesa y añadió en voz baja—: No tardarán en llegar, pero aún queda tiempo para decirle a David lo que necesita saber-tener-beber.

Nava interrogó a Caine con la mirada.

—No pasa nada —dijo Caine, sin tener claro si debía creer en sus palabras. A pesar de la anterior convicción de que sólo Jasper podía rescatarlo de la alucinación, ahora que veía la mirada de loco en los ojos de su hermano, ya no estaba tan seguro. Pero debía intentarlo—. Jasper, yo…

—David, lo siento, pero no voy a decirte lo que quieres escuchar. Todo esto —dijo Jasper, y movió la mano para abarcar con un gesto la totalidad del entorno—, es real. También lo es todo lo que te ha pasado en las últimas veinticuatro horas. Sé que parece una locura, pero en cuanto estés en el otro lado, lo comprenderás.

—¿Qué me estás diciendo? —Caine notó que la boca se le quedaba seca—. ¿Que el demonio de Laplace también es real?

—Sí y no —contestó Jasper.

Caine se enfadó. Jasper había acertado en una sola cosa: no le había dicho lo que quería escuchar. Cerró los ojos y comenzó a masajearse las sienes. Aquello no podía estar ocurriendo. Necesitaba salir de aquello. Tenía que despertar. Se oyó un gran estrépito y abrió los ojos. Jasper acababa de dar un puñetazo en la mesa; algunos de los parroquianos se volvieron para ver qué pasaba. Nava parecía furiosa y Doc asombrado.

—David, tienes que escucharme. Abre tu mente a lo que voy a decirte; dame veinte minutos. Después, si todavía crees que estoy loco, o que lo estás tú, podrás hacer lo que quieras. Pero al menos dame tiempo para explicarme.

David quería resistirse, pero la mirada de súplica en los ojos de Jasper lo convenció de que debía hacer lo que su hermano le pedía.

—Vale —asintió e intentó abrir su mente a la horrible posibilidad de que todo lo sucedido desde que había tomado el medicamento experimental del doctor Kumar fuera real. En aquel mismo momento, apareció la camarera con las bebidas: dos Coca-Colas para los gemelos, un Red Bull para Nava y un café para Doc. Como Caine no estaba seguro de cuándo tendría otra oportunidad para tomar la medicación, se apresuró a engullir una píldora.

—Muy bien —dijo Jasper en cuanto la camarera se marchó—. Preguntaste si el demonio de Laplace era real y te respondí «sí y no». Aceptemos, por el momento, que la respuesta fuera un «sí» rotundo y que tú eres la manifestación física del demonio de Laplace.

—En ese caso —replicó Caine—, lo sabría todo y no es así.

—Pero si lo supieras todo, entonces serías capaz de predecir el futuro, ¿no?

—Sí, pero creía que Heisenberg había demostrado…

—A la mierda con Heisenberg —dijo Jasper con tono despectivo—. Ya volveremos a eso. Por ahora, sólo responde a esta pregunta: si tú fueras el demonio de Laplace y lo supieras todo, entonces serías capaz de predecir el futuro. ¿Sí o no?

—Sí —aceptó Caine, enojado—, Pero incluso si lo supiese todo, mi cerebro necesitaría procesar toda esa información, cosa que es imposible.

—Correcto —afirmó Jasper con una sonrisa.

—Si es imposible, ¿cómo puedo ser el demonio de Laplace?

—Porque no necesitas ser capaz de procesar la información, sólo necesitas poder acceder a ella. Míralo de esta manera: ¿si quisieras hablar con alguien que sólo habla japonés, qué haríasbailarías-cantarías?

—No lo sé… supongo que utilizaría un diccionario inglés-japonés. Eso o llamaría a un intérprete.

—Exacto. No necesitarías hablar japonés, siempre y cuando tuvieses acceso a una herramienta que te permitiera traducir tus pensamientos al japonés. Básicamente trasladarías el procesamiento de la información a una persona o a un diccionario.

—De acuerdo —asintió Caine con cierta vacilación—. Veo adonde quieres ir a parar, pero no comprendo cómo puedes comparar la traducción de un idioma con el procesamiento de toda la información en el universo.

—¿Por qué-quinqué-requeté? —replicó Jasper.

—Porque incluso si pudieras acceder a los datos, no existe una fuerza intelectual en el planeta, ya sea un hombre o una máquina, que sea capaz de procesar toda esa información.

—Ahí es donde te equivocas —manifestó Jasper—. La hay.

—¿Cuál es?

—El inconsciente colectivo.

Caine miró a su hermano, en un intento por comprender. Recordaba de su época de estudiante que un psicólogo alemán llamado Cari Jung había desarrollado la teoría del inconsciente colectivo a mediados de 1900, pero aparte de eso, todo lo demás eran bastante nebuloso. Jasper vio la expresión de desconcierto en su rostro y comenzó a explicárselo.

—Vale, te refrescaré la memoria. La conciencia, como sabemos, es intermitente. La mayoría de las personas duermen un promedio de ocho horas al día, y eso significa que pasamos al menos una tercera parte de nuestra vida en un estado inconsciente. Jung creía que la mente consciente, al menos en parte, responde y es afectada por el inconsciente. Jung clasificó el inconsciente en tres categorías separadas. La primera incluye los recuerdos personales que puedes recuperar voluntariamente, como el nombre de tu maestra en cuarto de primaria. No lo tienes en la punta de la lengua, pero probablemente lo recuperarás de tu inconsciente si te concentras.

—Como la memoria a largo plazo.

—Sí-mí-ti. —Jasper asintió vigorosamente—. En la segunda categoría están los recuerdos personales que no se pueden recuperar voluntariamente. Son esas cosas que sabías en su momento pero que ahora eres incapaz de recordar, o algo así como un trauma infantil que has reprimido. Todos esos recuerdos estuvieron en tu mente consciente en un tiempo determinando, pero por alguna razón acabaron tan enterrados en tu subconsciente que ya no puedes acceder a ellos. La tercera categoría es el inconsciente colectivo. Es absolutamente imposible que su contenido pueda convertirse en consciente porque nunca ha estado en nuestra mente consciente. En esencia, el inconsciente colectivo contiene conocimientos que no tienen un origen conocido-pidodido-fido.

—¿Como qué? —preguntó Nava.

—Un bebé sabe mamar cuando se le acerca el pezón y llora cuando tiene hambre. Un potrillo da sus primeros pasos a los pocos segundos del nacimiento. Cuando se abren las huevas, los alevines nacen sabiendo nadar. La lista es interminable. Todas las criaturas en la naturaleza nacen con complejas habilidades físicas y conocimientos sobre sí mismas y del mundo que las rodea sin una fuente conocida.

Caine frunció el entrecejo.

—Creía que todo ese conocimiento estaba programado en nuestro ADN.

—Eso es lo que creen los biólogos, no los físicos, y hasta ahora ningún biólogo ha sido capaz de responder a la pregunta de dónde llegaron las instrucciones originales.

—Me parece que no te sigo.

—Piénsalo de esta manera: dado que toda la vida en el planeta evolucionó a partir de organismos unicelulares, las instrucciones con las que nacemos todos tuvieron que ser aprendidas antes de poder codificarlas. Hubo un primer bebé que tuvo que aprender a llorar, un primer potrillo que tuvo que aprender a caminar. Pero todo lo que los científicos saben de la biología sugiere que las experiencias aprendidas no pasan de generación en generación.

—Muy bien —dijo Caine—. Si la biología no puede explicarlo, ¿por qué puede la física?

—Muchos físicos, y también psicólogos, creen que el conocimiento inherente de las criaturas se originó en la mente consciente, y no sólo en la de cada uno. —Jasper bebió un buen trago de gaseosa antes de continuar—. Tú sabes que los físicos modernos creen que la materia existe en forma de ondas, y no en puntos específicos en el espacio y el tiempo, ¿no es así?

—Apenas —respondió Caine. La cabeza le daba vueltas.

Jasper suspiró.

—Todo esto te resultaría mucho más fácil si hubieses estudiado física en lugar de estadística.

—No creo que hace ocho años, cuando tenía que escoger una licenciatura, hubiese podido prever que tendría esta conversación.

—La verdad es que hubieses podido, pero ya llegaré a eso. Veamos, ¿por dónde iba?

—Decías que no existe nada en un punto específico en el tiempo y el espacio.

—Correcto-insecto-recto. Verás, hasta principios de 1900, todos creían en lo que ahora se llama la física clásica, tal como la formuló Isaac Newton en 1867 cuando escribió los Principia. Los puntos más importantes de la física clásica eran sus leyes del movimiento, donde afirmaba que el movimiento de los cuerpos estaba determinado por la acción de las fuerzas sobre ellos.

«Estas leyes se utilizaban para explicarlo todo, desde las órbitas planetarias a la aceleración de un coche. En el fondo, Newton creía que Dios había creado el universo de una manera ordenada, con arreglo a unas leyes inmutables. Esta creencia parecía reflejarse en la sociedad en su conjunto, a medida que se extendía el capitalismo y el mundo cambiaba para obedecer lo que llaman las «leyes» de la oferta y la demanda.

Jasper, claramente excitado y por momentos más metido en su papel de conferenciante, hablaba cada vez más rápido.

—Entonces, en 1905, Einstein presentó su teoría de la relatividad, donde sostenía que todo era relativo. Einstein demostró que la posición, la velocidad y la aceleración, que para Newton existían como valores absolutos, en realidad sólo existían en relación a otra cosa. Todavía más importante, demostró que también el tiempo era relativo.

—Por favor, Jasper, habla en un idioma que entendamos. —Caine consultó su reloj—. Sólo te quedan catorce minutos.

—Vale-tole-mole. Me daré prisa —prometió Jasper—. Einstein dijo dos cosas. Primero: la velocidad de la luz es constante no importa dónde estés ni lo que hagas. —Jasper contó con los dedos—. Segundo: las leyes de la física son percibidas de la misma manera por dos observadores que se muevan a una velocidad constante en relación a ellos dos.

»Eso significa que si tú y yo estamos en un tren que acelera, veremos el paisaje de la misma manera, pero si tú estás en el tren y yo estoy junto a las vías, veremos el paisaje de manera diferente. Es una simplificación bastante exagerada, pero se entiende.

Caine asintió al recordar que los árboles pasaban como una mancha en su viaje a Filadelfia.

—Ahora, si yo estuviese en una nave espacial que viaja a una velocidad cercana a la de la luz, que es de trescientos mil kilómetros por segundo, ocurre algo extraño. Respecto a tu punto de vista, el tiempo para mí se ralentiza. Cuando me baje de la nave espacial, seré más joven que tú. Cuando Einstein lo demostró, quedó probado que incluso el tiempo era relativo. La siguiente demostración fue que la energía y la masa estaban vinculados intrínsecamente: a mayor aceleración, mayor sería la masa en relación a un cuerpo en reposo-oso-toso.

—Dame un ejemplo —dijo Caine, con la intención de demorar un poco el ritmo de su hermano y tener tiempo para asimilar lo que había dicho hasta ahora.

—Por supuesto. Cuando estás sentado en un avión que despega, notas como si te empujaran el cuerpo contra el asiento, ¿no? Casi como si fueras más…

—Pesado. —Caine acabó la frase por él, porque ahora lo entendía.

—Exacto. Sin embargo, cuando el avión alcanza la altitud de la velocidad de crucero y deja de acelerar, tú vuelves a sentirte normal. De ahí la fórmula E = me2, donde «E» es la energía, «m» la masa y «c» la velocidad de la luz. Dado que «c» es una constante, eso significa que cuando la energía aumenta, también lo hace la masa. Por lo tanto, si estás sentado en un avión que despega, a medida que acelera, tú tienes más cantidad de energía cinética que el entorno inmediato, así que, a ti te parece que aumenta tu peso.

—Vale, lo entiendo —afirmó Caine—. Pero ¿qué tiene esto que ver con las ondas?

—Tal como mencioné antes, Newton creía que toda la materia tenía una ubicación precisa en el espacio y en el tiempo, pero en cuanto Einstein demostró que todo era relativo, los físicos comprendieron que la materia no tenía una ubicación absoluta ni tampoco una edad absoluta. Eso provocó una revolución que llevó al desarrollo de la relatividad especial, que estudia la emisión y la absorción de la energía por la materia.

«Esto, a su vez, llevó a la predicción y el posterior descubrimiento de las partículas elementales, que son los ladrillos que construyen toda la materia, conocidas como quarks. A pesar de que los físicos han demostrado la existencia de doce tipos de quarks diferentes: «arriba», «abajo», «encanto», «raro», «verdad», «belleza y sus antipartículas…

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