El Triunfo (34 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El Triunfo
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—¡Vaya, Rechoncha Señoría! —saludó el muchacho, atravesando la alfombra en dirección al Patriarca y dando un traspié a causa de sus extraños zapatos—, ¡tenéis un aspecto horrible! ¡Eh, vos! —se dirigió al asombrado Cardinal—, ¡traed una copa de coñac! Rápido. Gracias. —Mientras alzaba la copa, el joven brindó—: ¡A vuestra salud, Divinidad! —y la vació de un trago—. Gracias —repitió, y se la entregó al Cardinal—. Tomaré otra.

»¡Ah! Patriarca —continuó alegremente—, tenéis mucho mejor aspecto ya. Una copa más y pareceréis casi humano. ¿Que quién soy yo? Vos me conocéis, mi querido Vanya. El nombre es Simkin. ¿Que por qué estoy aquí? Porque, Oronda y Fofa Eminencia, tengo dos nuevos amigos que se mueren de ganas por conoceros. Creo que los encontraréis interesantes. Pertenecen, literalmente, a otro mundo.

6. Dona nobis pacem

—Hemos venido a este mundo en misión de paz, Patriarca Vanya —aseguró Menju el Hechicero con voz suave y melancólica—. Cometimos el error, como ahora nos resulta bien evidente, de ir a parar en medio de vuestros... hum... juegos de guerra. Se nos atacó, totalmente por error, según vos. —Esto último fue pronunciado en tono tranquilizador, al ver que Vanya parecía a punto de elevar una protesta—, pero, al no saberlo, no pudimos más que suponer que Joram, un conocido criminal que está huyendo de la justicia de nuestro mundo, había descubierto nuestros planes y nos esperaba para destruirnos. —El Hechicero suspiró con fuerza—. La verdad es que es un lamentable incidente. Totalmente deplorable la pérdida de vidas por ambos bandos. ¿No es así, mayor Boris?

El Patriarca Vanya dirigió una rápida mirada al militar, que había permanecido todo el tiempo sentado, muy tieso, en el borde de un sillón acolchado y blando, con la mirada fija frente a él. Simkin había hecho desaparecer los disfraces que los dos hombres habían usado en el Corredor, y el mayor volvía a vestir lo que para Vanya debía ser el uniforme militar de los suyos.

—¿No es así, mayor? —repitió el Hechicero.

El mayor no respondió. No había dicho una sola palabra en todo el tiempo que él, Simkin y aquel hombre que se llamaba a sí mismo el Hechicero llevaban en la habitación. Vanya aguardó atentamente para ver la reacción de éste ante la repetida petición del mago para que confirmara sus palabras y no le pasó inadvertido el destello de odio y desafío que apareció por un instante en los claros ojos del rubio mayor. Sus fuertes mandíbulas de bulldog estaban tan apretadas que las venas del grueso cuello quedaban claramente visibles.

Vanya aguardó con interés la reacción del Hechicero. Fue bastante curiosa. El mago levantó la mano derecha en el aire y la flexionó varias veces, distraídamente hizo que sus dedos adoptaran la forma de la garra de un ave. El Patriarca consideró muy interesante comprobar que el mayor palidecía ante aquel gesto. La mirada llena de odio quedó suavizada por el temor, los enormes hombros se hundieron, y el hombre pareció encogerse dentro de su horrible uniforme.

—¿No es verdad, mayor? —el Hechicero repitió la pregunta.

—Sí —respondió éste brevemente, con calma, pero volvió a apretar los labios con fuerza.

—El mayor se siente muy incómodo en este mundo mágico y, desde luego, se siente muy extraño aquí —se disculpó Menju ante Vanya—. Aunque ha estudiado el idioma durante varios meses y comprende lo que hemos estado diciendo bastante bien, no se siente lo bastante seguro para conversar aún. Espero que le perdonaréis su deficiente conversación.

—Naturalmente, naturalmente —repuso el Patriarca, agitando la mano rechoncha que podía mover. La otra permanecía oculta bajo el pesado escritorio ante el que se sentaba Su Divinidad.

El Patriarca se había recuperado con rapidez de su sobresalto inicial al recibir visitantes de un mundo que una hora antes no existía para él. A pesar de su apoplejía, seguía conservando todo el astuto poder de observación y conocimientos sobre la humanidad que lo habían mantenido en el poder durante muchos años. Mientras empezaba a charlar ociosamente con el Hechicero sobre las diferencias y similaridades existentes entre los idiomas de los dos mundos, y que provenían de un antiquísimo tronco común, en realidad estaba evaluando mentalmente a los dos extraños, intentando adivinar los motivos que los habían conducido a su presencia.

Los dos hombres eran similares a cualquier habitante de Thimhallan, se percató Vanya, con la excepción de que el mayor estaba bien Muerto y que el Hechicero, desprovisto de magia durante varios años, la utilizaba ahora de un modo algo torpe y desmañado.

Tras estudiar al oficial, Vanya lo dejó casi inmediatamente de lado. El mayor, un militar franco y honesto, era evidente que no comprendía nada y se sentía perdido en medio de aquellas diplomacias. Se sentía intimidado por este mundo y temía al Hechicero, el cual lo mantenía bajo su control, con lo que se convertía en el único jugador acreditado.

Menju mentía cuando afirmaba que había venido con intenciones pacíficas. De eso, Vanya no guardaba la menor duda. El Hechicero no recordaba a Vanya, pero éste sí lo había reconocido. La memoria del Patriarca rememoró algunos datos de la historia de aquel hombre. Menju, que practicaba en secreto las Artes Arcanas de la Tecnología, había intentado utilizar su fuerza para apoderarse de un ducado cerca de Zith-el; capturado por los
Duuk-tsarith
, se lo había juzgado sumariamente y sentenciado a ser expulsado al Más Allá. La ejecución se había llevado a cabo con rapidez y sin demasiado revuelo; la mayoría de los habitantes de Thimhallan probablemente ni se enteraron del hecho. Aquello había tenido lugar hacía ¿cuánto? ¿Cuatro años? Menju tenía veinte entonces, ahora parecía tener unos sesenta, y había pasado, según le había confesado a Vanya, cuarenta años en el mundo del Más Allá.

El Patriarca no comprendía en absoluto aquella circunstancia, a pesar de que el Hechicero había intentado explicárselo pacientemente con referencias a la velocidad de la luz y a las distintas dimensiones. «Almin utiliza sendas misteriosas», se dijo el Patriarca, y dejó de lado el asunto por considerarlo insignificante. Pero a lo que sí otorgó capital importancia fue a que aquel hombre poderoso se hallaba aquí ahora con unas determinadas pretensiones. ¿Qué era lo que quería? ¿Y qué estaba dispuesto a ofrecer a cambio? Aquéllas constituían preguntas urgentes.

En cuanto a sus aspiraciones, desde el principio le resultaron evidentes al Patriarca: Menju quería la magia. Cuarenta años sin Vida habían despertado la ambición en aquel Hechicero. Vanya podía ver el ansia que se reflejaba en los ojos de Menju. Ahora, de regreso a su mundo, el Hechicero había tenido de nuevo acceso a la Vida. Se había dado un banquete, y el Patriarca veía claramente el firme propósito de Menju de no volver a pasar jamás necesidad de ella.

Aunque seguía hablando de sustantivos, gerundios y verbos, Vanya reflexionaba interiormente: «Está mintiendo cuando afirma haber venido aquí en paz», se repitió; «el ataque a nuestras fuerzas no fue ningún accidente; fue demasiado rápido y organizado. Lo sé por los primeros informes que me llegaron de Lauryen. Según los
Duuk-tsarith
, el ejército de estos extraños humanos tiene problemas graves ahora. Nuestros magos produjeron ingentes bajas en sus filas, los obligaron a retirarse. ¿Por qué está aquí el Hechicero? ¿Cuál es su plan? ¿Qué utilidad puede tener para mí?»

—Hablando de idiomas, me sorprende que Simkin aprendiera el nuestro con tanta rapidez —dijo el Hechicero.

—Nada relacionado con Simkin me sorprende —gruñó Vanya, con una mirada furiosa a la figura vestida de rojo.

Tumbado cómodamente en un diván del lujoso despacho del Patriarca, el joven, aparentemente, se había quedado dormido durante la discusión sobre locuciones preposicionales y roncaba con fuerza.

—Joram tiene una teoría sobre él, ¿sabéis? —comentó el Hechicero despreocupadamente, aunque el Patriarca creyó detectar un destello en los ojos del hombre: la mirada de un jugador que intenta calcular las cartas que posee su oponente—. Según él, Simkin es la personificación de este mundo: la magia en su forma más pura.

—Una idea lamentable y típica de Joram —replicó Vanya con aspereza, disgustándole aquel repentino interés por Simkin. El
Bufón
era una carta estrafalaria dentro de cualquier baraja, y el Patriarca llevaba más de una hora intentando pensar en la mejor manera de desembarazarse de él—. Confío en que nosotros como personas alcancemos mejor consideración que la que puede otorgarse a este ser indisciplinado, amoral e insensible.

—¡Eh! —Simkin se sentó en el diván, parpadeando y mirando a su alrededor aturdido—. ¿He oído pronunciar mi nombre?

Vanya lanzó un bufido.

—Si te aburres, ¿por qué no nos dejas?

—¡Cielos! —bostezó Simkin mientras se recostaba de nuevo en el diván—. ¿Va a alargarse mucho más la discusión sobre el vocabulario? Porque, de ser así, me
iré
a balancear mi participio en un ambiente más divertido e interesante...

—No, no —lo interrumpió Menju, mostrando los dientes en una encantadora sonrisa—. Te pido perdón, Simkin, mi buen amigo, por haber provocado tu sueño. La lingüística es mi pasatiempo —añadió, volviéndose de nuevo hacia el Patriarca Vanya—, y esta discusión con alguien tan erudito como vos me resulta un auténtico placer. Espero que en el futuro podremos pasar muchas horas agradables examinando este tema, si Su Eminencia está de acuerdo. —Vanya asintió con frialdad—. Pero Simkin muy correctamente nos recuerda que no disponemos de demasiado tiempo. Debemos cambiar estos agradables temas de conversación por otros de naturaleza más grave.

El apuesto rostro de Menju se tornó solemne.

—Sé que coincidiréis con nuestro sincero deseo de que esta guerra trágica y fortuita finalice antes de que dañen irreparablemente cualquier tipo de relaciones que pudieran establecerse entre nuestros dos mundos, Divinidad.

—¡Amén! —dijo el Cardinal con fervor.

Vanya se sobresaltó, ya que había olvidado la presencia de su ministro, y, con una mirada glacial, lo reprendió en silencio por hablar cuando no debía. El Cardinal se encogió sobre sí mismo mientras Simkin, con un portentoso bostezo, colocó sus pies sobre el brazo del sofá y permaneció en esta posición admirando las puntas enroscadas de sus zapatos, al tiempo que tarareaba una cancioncilla con voz aguda y desafinada que produjo el efecto de irritar de inmediato a todos los presentes.

—Coincido con vuestro deseo de paz —corroboró el Patriarca con cautela, tanteando el camino, su mano rechoncha se arrastró por encima de la mesa—, pero, tal como habéis dicho, hubo desgraciadamente una pérdida enorme de vidas. Entre ellas la de nuestro querido Emperador Lauryen. La gente siente terriblemente su muerte. ¡Harás el favor de parar! —Esta exclamación fue dirigida a Simkin, quien había empezado a entonar un canto fúnebre.

—Lo siento —se disculpó Simkin mansamente—. ¡Me dejé llevar por mis sentimientos hacia el fallecido! —Se cubrió el rostro con uno de los almohadones del sofá y rompió a llorar ruidosamente.

Vanya aspiró con fuerza por la nariz y agitó su enorme mole en la silla, mientras apretaba los labios para no decir nada que pudiera lamentar más tarde. Vio aparecer una apenas perceptible sonrisa de complicidad en los labios del Hechicero. Resultaba evidente que el mago conocía a Simkin...

«Pero ¿por qué debiera sorprenderme eso?», pensó Vanya con resignación, mientras dejaba escapar el aire con un soplido, cual un globo que se deshincha.
Todo el mundo
conoce a Simkin.

—Comprendo el dolor de vuestra gente —afirmaba Menju—, y estoy seguro de que, aunque no hay nada que podamos hacer para devolverles a su querido líder, podrá considerarse algún tipo de satisfacción.

—Quizá, quizá. —Vanya suspiró pesadamente—. Pero, a pesar de que estoy de acuerdo con vos, señor, me temo que el asunto se halla fuera de mi control. Joram, ese notorio criminal, ha engañado no sólo a vuestra gente sino también a la mía. Corren rumores, incluso —añadió el Patriarca sin darle importancia—, de que fue él el responsable de la muerte de Lauryen...

Menju sonrió, comprendiendo al instante el plan de Vanya.

El Patriarca giró la gordezuela mano, mostrando todas sus cartas de mala gana.

—Sea como fuere, Joram ha conseguido que lo proclamen Emperador de Merilon. Él y un tipo engreído llamado Garald, príncipe de la ciudad-estado de Sharakan, van a proseguir con esta guerra terrible.

El mago y el mayor intercambiaron una mirada al oír esto, la fría y forzada de los aliados reacios, pero obligados a serlo.

—Sé que técnicamente somos enemigos, Patriarca Vanya —comenzó el Hechicero, vacilante—, pero, en nombre de la paz, si pudierais explicarnos lo que conocéis sobre sus planes, quizá podríamos encontrar una forma de anticiparnos a ellos y evitar que se perdieran más vidas.

El Patriarca frunció el ceño, su mano se crispó.

—No soy ningún traidor, señor...

—Os van a atacar mañana por la noche —interrumpió Simkin lánguidamente. Arrojó a un lado el almohadón y se sonó con el pañuelo de seda naranja—. Joram y Garald planean acabar con todos vosotros, borraros de la faz de este mundo; no quedará ni un solo vestigio de vuestros cuerpos —continuó alegremente, lanzando el pañuelo de seda al aire, donde desapareció—. Fue idea de Joram. Cuando vuestro mundo se encuentre sin noticias vuestras, pensarán que ha ocurrido lo peor. El cascarón ha sido aplastado, el polluelo ha muerto y el cuco se lo pensará dos veces antes de volver a poner sus huevos en este nido de nuevo. Para entonces, desde luego, habremos reparado el gallinero, la Frontera mágica volverá a estar intacta. Encantador, ¿verdad?

—¡Traidor! ¿Por qué se lo has dicho? —exclamó el Patriarca con una gran demostración de cólera, al tiempo que estrellaba la mano activa contra el escritorio.

—Es justo —repuso Simkin, mirando al Patriarca con sorpresa—. Después de todo —continuó, levantando un pie en el aire y haciendo que la punta del zapato se desenrollara—, le conté a Joram todos los planes de
ellos
, incluso lo de los refuerzos que van a venir. Exactamente como se me indicó.

—¡Refuerzos! ¡A Simkin se le dieron instrucciones! ¿Qué significa todo esto? —exigió Vanya—. ¡Habéis asegurado que vuestra visita era pacífica! Ahora resulta que, al parecer, intentáis aumentar vuestro poderío militar, y no sólo eso —señaló a Simkin—, ¡sino que estáis utilizando a este joven como espía! ¡A lo mejor ésa es la causa de vuestra presencia aquí! Llamaré a los
Duuk-tsarith
.

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