—¡Muy al contrario! —protestó con ardor Vanya—. Me preocupa únicamente vuestra seguridad, Menju.
—Gracias, Eminencia. —El Hechicero se levantó de su silla.
—Recordad que se os ha advertido. ¿Os encargaréis vos de todo? —Vanya permaneció sentado para ocultar su defecto físico.
—Desde luego, Divinidad.
—Entonces, me parece que nuestra conversación ha concluido.
—Sí, aunque aún
falta
una cosa por aclarar. —El Hechicero se volvió hacia el joven—. Te corresponde una buena recompensa por tus servicios, Simkin. Entiendo que por eso estás haciendo todo esto, después de todo.
—¡No, no! —protestó Simkin, mostrándose terriblemente ofendido—. Patriotismo. Lamento no tener más que un amigo al que sacrificar por mi país.
—¡Insisto en que aceptes algo!
—No podría, la verdad —repuso el muchacho con orgullo, pero dirigiendo una mirada a Menju por entre los entornados párpados.
—Mi mundo y éste —Menju señaló a Vanya—, te estarán eternamente agradecidos.
—Bueno, a lo mejor
existe
un pequeño favor que puedes facilitarme, ahora que lo mencionas. —Simkin pasó el pañuelo naranja lentamente por entre sus dedos.
—¡Nómbralo! ¿Joyas? ¿Oro?
—¡Bah! ¿Para qué necesito yo el vil metal? Pido tan sólo que me llevéis a vuestro mundo.
El Hechicero pareció sorprenderse de forma considerable ante aquella petición.
—¿Lo dices en serio?
—Tan en serio como acostumbro a hablar —replicó Simkin con desenvoltura—. No, espera. Retiro eso. Creo que mi petición está planteada más en serio de lo normal.
—Bien, bien. ¿Es eso todo? ¿Que te lleve con nosotros? —Menju lanzó una gran carcajada—. ¡Nada más fácil! ¡Es una idea brillante, en realidad! ¡Harás sensación como parte de mi actuación! ¡Te convertirás en una celebridad en todo el universo, amigo mío! ¡Ya puedo ver las marquesinas! —El mago agitó una mano en el aire—. ¡EL HECHICERO y Simkin!
—Hummm... —el joven se atusó el bigote pensativo—. Bien, bien. Podemos discutir
eso
después. Ahora debemos marcharnos ya. Recoge al mayor, pongámonos nuestros disfraces, y regresemos a esos extraordinariamente horribles edificios en los que a vosotros os gusta vivir.
Simkin se alzó en el aire lentamente, su bata de brocado rojo resplandeciendo como una llama bajo las brillantes luces de los aposentos del Patriarca, y flotó en dirección a la pared cubierta por el tapiz.
Al pasar junto a Menju, un murmullo flotó hasta ellos.
—SIMKIN y el Hechicero.
El sol se hundió en el horizonte apresuradamente, sin llamar la atención. La noche llegó rápidamente a Thimhallan y una luna nueva apareció en el firmamento. Curvada en una maliciosa sonrisa, parecía como si se mofara de las locuras de la humanidad que contemplaban sus ojos.
—¡El mago me toma por un idiota!
Solo con el Cardinal, tras la partida de Simkin y sus
amigos
, el Patriarca continuaba sentado tras su escritorio, mirando con ferocidad a la silla vacía que, no hacía mucho, había ocupado el Hechicero.
Vanya se había deshecho en sonrisas agradables, al menos la mitad de su rostro que todavía podía moverse, hasta que hubieron partido sus visitantes. Pero una vez hubieron desaparecido —la voz de Simkin parloteando animadamente todo el tiempo; su irritante sonido fue lo último que Vanya escuchó cuando el Corredor se cerró alrededor de ellos—, el lado sonriente de su semblante se volvió tan frío e impasible como el que tenía paralizado.
—¡La Espada Arcana! Eso es lo que quiere —rezongó Vanya, la mano regordeta se arrastró de nuevo arriba y abajo de la mesa, mientras el Cardinal la contemplaba con una especie de horrible fascinación—. ¡Una muestra de buena voluntad! ¡Bah! Conoce la verdad sobre ella, sobre sus poderes. Joram debe habérselo contado. Menju sabía de la existencia de Simkin, después de todo, e incluso lo de la Transformación y la huida de Joram al Más Allá. ¡Sí! ¡Está enterado de la verdad sobre la espada! ¡
Tú
eres el idiota, Menju, si piensas que te la entregaré! —masculló Vanya; sus planes borboteaban y fermentaban, llegando a su punto de ebullición.
A juzgar por el sudor que cubría su frente, su recipiente mental empezaba a rebosar.
—¡Hechicero! ¡Demonio de las Artes Arcanas! No es extraño que no temas a los demonios de ese lugar maldito que has escogido para realizar tu horrible acción. Sin duda tú eres uno de ellos. Pero también puedes servirme a mí al tiempo que sirves a tu Siniestro Señor. Líbrame de la Profecía. Líbrame de Joram. Haré de
él
un mártir y te arrojaré a
ti
al príncipe Garald y al populacho que aullarán pidiendo tu sangre. Ellos se apoderarán de ti y de tu despreciable ejército para crucificaros y
yo
obtendré la Espada Arcana.
Con el ardor de sus emociones, el hielo se derritió, la sonrisa regresó a la mitad de su rostro.
—Haced venir al Verdugo —ordenó el Patriarca.
—Ese sacerdote gordinflón me toma por un idiota —comentó el Hechicero, complacido.
Mirándose a un espejo que había hecho aparecer, se enderezó con cuidado la corbata y se alisó unas arrugas inexistentes de las solapas. Él y el mayor se hallaban de regreso en su cuartel general, sentados en el despacho del oficial. Se había despojado de su disfraz, a pesar de que Simkin le había asegurado, antes de marchar, que la bata de rojo brocado le quedaba
¡perfecta!
—¡Creo que estás loco! —murmuró el mayor Boris con voz cavernosa.
—¿Qué has dicho, James? —preguntó el Hechicero, aunque lo había oído perfectamente.
—¡Que no lo comprendo! —replicó el militar respirando pesadamente—. ¿Qué has hecho sino ponernos en una situación aún más desesperada que antes? ¿Por qué le revelaste nuestros planes a Joram? Sabías que eso lo obligaría a atacarnos antes de que llegaran los refuerzos...
—Ciertamente —repuso el Hechicero con tranquilidad, peinándose la espesa y ondulada melena.
—Pero ¿por qué?
—Mayor —el mago seguía contemplándose críticamente en el espejo—, considéralo: hemos enviado un mensaje desesperado a nuestro mundo pidiendo refuerzos; éstos llegan y nos encuentran sentados con toda tranquilidad en este reino encantado, sin que se oiga un solo disparo, y, entonces, les regalamos con historias de gigantes y dragones, gimoteando que no nos atrevemos a pelear porque ¡el coco malvado nos cogerá! ¡Se partirían de risa! —Recuperado su acostumbrado aspecto afable y sereno, el Hechicero hizo desaparecer el espejo con una palmada y se giró encarándose con el mayor—. En lugar de ello, ¡nos encontrarán luchando por nuestras vidas contra monstruos y magos chiflados! Se unirán a la batalla, matarán sin piedad, y se sentirán muy satisfechos de poder exterminar a esta población diabólica.
—Y al provocar el ataque de Joram, me obligas también a mí a luchar —repuso el mayor Boris, mirando sin ver a la noche, con ojos vidriosos.
—No es que no confíe en ti, mayor. —El Hechicero estiró una mano por encima de la mesa y le dio unos golpecitos a la mano derecha de James Boris. Éste se estremeció al sentir aquel contacto y apartó la mano rápidamente, ocultándola en el bolsillo—. Es que simplemente necesitaba... un seguro. En realidad, considero que eres un poco ingenuo si crees que Joram te dejaría escapar de este mundo sin el menor rasguño. Ya los viste movilizar Merilon para la guerra...
El oficial lo había observado y lo recordaba. Tras oscurecer la habitación, el Patriarca Vanya había invitado a sus visitantes, antes de que se fueran, a contemplar Merilon la Bella.
Mientras todo se preparaba para la guerra, el crepúsculo de Merilon se había transformado en luz del día, sus calles iluminadas por innumerables soles que relucían con fuerza. El sombrío rostro del mayor se tornó aún más tétrico a medida que contemplaba monstruos de pesadilla que volaban por los aires y legiones de esqueletos que desfilaban por las calles. Podía repetirse las desdeñosas palabras del Patriarca, repetirse que se trataba de ilusiones ópticas, incapaces de hacer daño. Pero ¿quién se lo diría a sus hombres, cuando se enfrentaran a aquellas alucinaciones en el campo de batalla? ¿Y si les avisaba, por qué habrían de creerle? Especialmente cuando acababan de ver a sus camaradas hechos pedazos por los picos de basiliscos reales y a sus invencibles tanques aplastados bajo los pies de auténticos gigantes. No había forma de separar la ilusión de la realidad en aquel mundo horrible.
El miedo se apoderó de Boris, como un centauro que devorara la carne de su víctima todavía con vida. Su mano derecha, escondida en el bolsillo, temblaba. Tuvo que hacer un esfuerzo para no extraerla y examinarla, para comprobar si
todavía
era una mano...
—Mis hombres pueden convertirse simplemente en carne para tu trampa —le comunicó al Hechicero con amargura—, pero no vamos a esperar que los magos caigan sobre nosotros como lobos hambrientos. Voy a atacar su ciudad mañana. Los tomaré por sorpresa.
El Hechicero se encogió de hombros.
—No me importa lo que hagas, mayor, mientras no interfieras en mis planes para conseguir la Espada Arcana.
—No lo haré —replicó James Boris con dureza—. Necesito esa maldita espada, ¿recuerdas? Lanzaré el ataque al mediodía. ¿Estás seguro de que Joram estará fuera de combate para entonces?
—Por completo —contestó Menju y se alzó disponiéndose a partir—. Y ahora, si me perdonas, mayor, debo preparar la estrategia de mañana.
El mayor continuó con su expresión taciturna.
—¿Qué hay de ese... Simkin? No confío en él.
—¿Ese petimetre? —El Hechicero se encogió de hombros—. Se conducirá como ha prometido. Quiere obtener su recompensa.
—Pero no tienes la menor intención de llevarlo de regreso con nosotros, ¿verdad, Hechicero? —El oficial se alzó también, sin sacar las manos de los bolsillos—. Puede que sea un petimetre, pero es peligroso. ¡Por lo que he visto, es mucho mejor mago de lo que tú puedes esperar ser jamás!
Menju contempló al mayor con mirada fría y sostenida.
—Imagino que esta observación te habrá hecho sentirte mejor, James. Ahora puedes irte a la cama con algunos jirones de dignidad pegados a tu estima. No es que tenga que dar explicaciones, pero, para ser sincero,
había
pensado llevarlo conmigo. Le hubiera conferido mucha más categoría a mi número. Pero tienes razón. Es demasiado poderoso. Exigiría, por así decirlo, el estrellato. Una vez que me haya entregado a Joram, Simkin encontrará el mismo destino que aguarda a todos los demás habitantes de este mundo.
—¿Y qué hay de Joram?
—Lo quiero vivo. Me será útil. Me confiará los poderes de la Espada Arcana y cómo fabricar más armas de este tipo.
—Sabes que no lo hará.
—No tendrá más remedio. Su esposa estará en mi poder...
La luna se paseaba por el cielo en busca, quizá, de nueva diversión, mas, de ser cierto, encontró muy poca.
Tras una muy satisfactoria reunión con el Verdugo, el Patriarca se retiró a su dormitorio. Aquí, con la ayuda de un novicio, se vio envuelto en un voluminoso camisón y se lo ayudó a meterse en la cama. Una vez allí, se percató de que, con las emociones de aquella tarde, había olvidado sus oraciones nocturnas. Sin embargo, no se levantó del lecho. Seguramente, por una vez Almin podría arreglárselas sin recibir instrucciones ni consejos de su ministro.
En otra parte del mundo, también el mayor Boris se acostaba. Tumbado en su camastro de reglamento, intentaba, aparentemente, descansar, aunque no sabía cuál de las dos alternativas temía más: no dormirse o sucumbir al sueño. Independientemente de cómo actuara, sabía que lo más probable era que la noche resultara muy desagradable.
Dos hombres seguían todavía despiertos: el Hechicero y el Verdugo, ambos planeando cómo capturar a su presa a la mañana siguiente.
La luna, al no distraerse con estos acontecimientos, estaba a punto de esconderse cuando, por fin, halló algo divertido.
Un cubo con una brillante asa naranja descansaba en un rincón de la cúpula geodésica que servía de cuartel general al ejército invasor. No era un recipiente ordinario en absoluto pues, tras llegar a un estado extremo de indignación, empezaba a desmontarse, literalmente, por las junturas.
—¡Menju, eres un tramposo! ¡No estás jugando nada limpio! ¡Llevarte a Joram a un mundo feliz, y despreciarme a mí! —El cubo empezó a agitar el asa con violencia—. ¡Bien, ya veremos qué pasa! —amenazó airado—. Ya lo veremos.
«El conde Devon está realmente apenado por lo ocurrido con la vitrina de la porcelana, pero sucedió, piensa, debido a que su mente está muy preocupada porque los ratones están royendo su retrato. El cuadro estaría muy contento de regresar a su antiguo lugar en la pared si tan sólo alguien se lo ordenara. El lo ha intentado, pero éste no oye su voz.
»El conde no quiere que se destruya su retrato, ya que sin él no puede recordar cuál es su aspecto.
»Los ratones lo preocupan. Dice que hay demasiados. Es el resultado de estar encerrados en un desván aislado y cómodo sin ningún tipo de depredadores; su difunta esposa tenía terror a los gatos. Los ratones han disfrutado de una vida muy cómoda y ahora están gordos y lustrosos y han desarrollado toda una afición por el arte. Sin embargo, durante sus paseos solitarios, en permanente vigilia (pues los muertos que pueden dormir lo hacen sin despertarse jamás, mientras que aquellos que no pueden conseguirlo deambulan constantemente en busca de descanso), ha descubierto muchos cadáveres diminutos en el desván.
»Los ratones se están muriendo y no comprende por qué. Sus cuerpecillos cubren el suelo, cada vez en mayor número. Además, le extraña que una mujer que había vivido al otro lado de la calle y que, al parecer, murió por falta de atención y tardaron tres días en darse cuenta de ello, le ha contado que los roedores de su desván también están corriendo la misma suerte.
«Allí encerrados, a salvo y seguros, asegura ella que se están asfixiando.»
La noche intentó adormecer a Merilon, pero aquellos que se preparaban para la guerra apartaron a un lado su acariciadora mano. Joram se puso al mando de la ciudad, y nombró al príncipe Garald su jefe militar. Ambos empezaron a movilizar a la población de inmediato.
Joram se reunió con los suyos en la Arboleda. Mientras se congregaban alrededor de la antigua tumba del mago que los había traído a aquel mundo, muchos de los ciudadanos de Merilon se preguntaron si aquel espíritu medio olvidado no se agitaría inquieto en su sueño de siglos. ¿Estaría a punto de finalizar su descanso y se haría pedazos otro reino encantado?