Ansiaba la fama y el éxito para poder olvidar su pasado y ahogar los recuerdos de Boz Skannet, de la hija que habían tenido y de la traición de su belleza, la cual se había comportado con ella como una bondadosa pero ligeramente taimada hada madrina.
Como todo artista, quería que el mundo la amara. Sabía que era guapa (¿cómo no saberlo si el mundo se lo decía constantemente?), pero también sabía que era inteligente. Por eso había creído en sí misma desde el principio, pero lo que sinceramente no pudo creer al principio fue que tuviera los ingredientes indispensables de los auténticos genios. La energía desbordante y la concentración, y también la curiosidad.
Athena Aquitane utilizó la energía para convertirse en una experta en todo. La interpretación y la música eran sus verdaderos amores, y para poder concentrarse en ellos se convirtió en experta en todo lo demás. Aprendió a arreglar un coche, se transformó en una estupenda cocinera y se entregó a la práctica de todos los deportes femeninos: golf, tenis, baloncesto y natación. Todos ellos a nivel casi profesional. Estudió las distintas modalidades de hacer el amor tanto en la literatura como en la vida, consciente de la importancia que ello tenía en su profesión.
Pero tenía un defecto no soportaba infligir dolor a ningún ser humano, y puesto que en la vida tal cosa era inevitable se sentía una mujer desdichada. Pese a ello había sabido tomar decisiones muy duras para abrirse camino en el mundo. Utilizaba su poder como estrella cotizada, y a veces su frialdad era tan grande como su belleza. Los hombres poderosos le suplicaban que actuara en sus películas y le pedían de rodillas meterse en su cama. Ejercía su influencia e incluso exigía el derecho de elegir a los directores y coprotagonistas. Podía cometer pequeños delitos sin castigo, escandalizar a la gente y desafiar casi todas las normas morales, porque en realidad nadie sabía quién era. Tan misteriosa e inescrutable como todos los astros cotizados, resultaba imposible establecer en ella una clara distinción entre su verdadera vida y las existencias que vivía en la pantalla.
Todas esas cosas y el amor que el mundo le profesaba no le bastaban. Conocía su fealdad interior. Había una persona que no la quería, y el hecho de saberlo era para ella un motivo de sufrimiento. Era la personificación de la actriz que se desespera cuando es objeto de cien críticas positivas y de una sola muy negatíva.
Cuando ya llevaba cinco años en Los Ángeles, Athena Aquitane consiguió su primer papel estelar en una película e hizo la mayor conquista de su vida.
Como todos los grandes astros del cine, Steven Stallings tenía derecho de veto sobre el papel protagonista femenino de todas sus películas. Vio a Athena en una obra del Mark Taper Forum e intuyó inmediatamente su talento. Pero fue su belleza lo que más le llamó la atención y lo que en realidad lo indujo a elegirla como coprotagonista de su siguiente película.
Athena se llevó una tremenda sorpresa y se sintió profundamente halagada. Sabía que aquéllá era su gran oportunidad, y al principio no supo por qué razón la habían elegido. Su agente Melo Stuart se lo explicó:
Ambos se encontraban en el despacho de Melo, una estancia maravillosamente decorada con objetos orientales, alfombras tejidas con hilo de oro y cómodo mobiliario, todo bañado por una suave luz artificial pues las cortinas estaban corridas para impedir la entrada de la luz. Melo prefería hablar de negocios en su despacho, tomando un té inglés y comiendo unos pequeños emparedados en lugar de salir a almorzar fuera. Sólo almorzaba en un restaurante con sus clientes más famosos.
—Te mereces esta oportunidad —le dijo a Athena. Eres una gran actriz pero llevas muy pocos años en esta ciudad, y a pesar de tu inteligencia aún estás un poco verde. No te ofendas, pero eso es lo que ha ocurrido. El agente hizo una breve pausa.
—Por regla general no tengo por costumbre explicar esas cosas porque no suele ser necesario.
—Pero a mí me las explicas porque todavía estoy muy verde ¿no? —dijo Athena sonriendo.
—No exactamente verde —dijo Melo. Pero estás tan concentrada en tu arte que algunas veces parece que no te das cuenta de las complejidades de la industria del cine.
Athena le miró con aire divertido.
—Bueno, pues cuéntame cómo he conseguido este papel.
—Me llamó el agente de Stallings —dijo Melo. Al parecer Stallings te vio en la obra del Taper y tu actuación lo dejó boquiabierto de asombro. Quiere que te contraten para la película. Después me llamó el productor para negociar las condiciones y llegamos a un acuerdo. Emolumentos netos, doscientos mil dólares sin porcentajes, eso vendrá más adelante, y sin compromisos para futuras películas. Son unas condiciones realmente extraordinarias.
—Gracias —dijo Athena.
—No debería decírtelo —añadió Melo, pero Steven tiene la costumbre de enamorarse locamente de sus coprotagonistas. Con toda sinceridad, pero es un galán muy ardiente.
Athena lo interrumpió.
—Melo, no entres en detalles.
—Tengo que hacerlo —dijo Melo.
El agente la miró con afecto. Él, que normalmente era tan inexpugnable, se había enamorado de Athena ya desde el principio, pero como ella jamás había coqueteado con él; había captado la insinuación y no le había revelado sus sentimientos. Al fin y al cabo ella era una propiedad muy valiosa, capaz de reportarle muchos millones de dólares en el futuro.
—¿Qué prétendes decirme? ¿Que debo arrojarme en sus brazos en cuanto estemos solos? —preguntó secamente Athena. ¿No basta mi gran talento?
—Por supuesto que —No, —contestó Melo. En absoluto. Una gran actriz es una gran actriz, pase lo que pase. Pero ¿sabes cómo se convierte una actriz en una gran estrella de cíne? Llega un día en que tiene que conseguir el gran papel, justo en el momento adecuado. Y éste es tu gran papel. No puedes permitirte el lujo de dejarlo escapar. Y ¿qué tiene de malo enamorarse de Steven Stallings? Cien millones de mujeres de todo el mundo se enamoran de él, ¿por qué no tú? Tendrías que sentirte halagada.
—Y me siento —dijo fríamente Athena, pero ¿y si resulta que no lo puedo soportar? Qué ocurrirá entonces?
Melo se metió otro emparedado en la boca.
—¿Y por qué no ibas a soportarlo? Es un hombre simpatiquísimo, te lo juro. Por lo menos coquetea con él hasta que se hayan rodado los suficientes metros de película como para que no te puedan echar.
—¿Y si lo hago tan bien que no quieren prescindir de mí? —replicó Athena.
Melo lanzó un suspíro.
—Si he de serte sincero, Steven no tendrá tanta paciencia. Como a los tres días no te enamores de él, te echará de la película.
—Eso se llama acoso sexual —dijo Athena riéndose.
—No puede haber acoso sexual en la industria cinematográfica —dijo Melo. De una manera o de otra pones tu trasero a la venta por el simple hecho de entrar en ella.
—Me refería a la forma en que tendré que enamorarme de él —dijo Athena. ¿El hecho de follar directamente no es bastante para Steven?
—Él puede follar todo lo que le dé la gana —contestó Melo, pero si está enamorado de ti querrá que le correspondas con amor. Hasta que termine el rodaje.
Melo valvió a suspirar.
—Entonces los dos os desenamoraréis porque estaréis demasiado ocupados trabajando. Hizo una breve pausa. No será un insulto a tu dignidad —dijo. Un astro como Steven manifiesta su interés. El objeto de su interés, que eres tú, puede reaccionar favorablemente o bien mostrar escaso interés por su interés. Steven te enviará flores el primer día. El segundo día, después del ensayo, te invitará a cenar para estudiar el guión. No habrá ninguna obligación, pero como es natural serás excluida de la película si no vas. Con toda la liquidación íntegra, eso sí te lo podré garantizar...
—Melo, ¿no crees que soy lo bastante buena actrix como para conseguirlo sin necesidad de vender mi cuerpo? —preguntó Athena en tono de fingido reproche.
—Por supuesto que —Sí, —contestó Melo. Eres joven, sólo tienes veinticinco áñós. Puedes esperar dos o tres años, e incluso cuatro o cinco. Tengo una confianza absoluta en tu talento, pero es una oportunidad. Todo el mundo quiere a Steven.
Ocurrió exactamente lo que Melo había vaticinado. Athena recibió un ramo de flores el primer día. El segundo ensayaron con todos los actores del reparto. Era una comedia dramática en que la risa terminaba en llanto, una de las cosas más difíciles de hacer. Athena se quedó asombrada ante la habilidad de Steven Stallings. Éste leyó su papel sin ninguna inflexión especial en la voz y sin la menor intención de impresionar a sus oyentes, pero aún así las frases cobraron vida; y de entre todas las variaciones posibles él siempre elegía la más aceitada. Al llegar a una determináda escena, ambos interpretaron de doce maneras distintas, y en todas ellas se compenetraron a la perfección y se siguieron el uno al otro como bailarines. Al terminar, Steven dijo en voz baja:
—Bien, muy bien.
Después la miró con una respetuosa sonrisa puramente profesional.
Al término de la jornada, Steven echó finalmente mano de su encanto.
—Creo que ésta va a ser una gran película gracias a ti —dijo. ¿Qué te parece si nos reunimos esta noche para estudiar bien el guión? Hizo una pausa antes de añadir, con una cautivadora y juvenil sonrisa en los labios. Lo hemos hecho francamente bien.
—Gracias —dijo Athena. ¿Cuándo y dónde?
Steven la miró inmediatamente con una cortés y burlona expresión de horror.
—Oh, no —dijo. Elige tú.
En aquel momento Athena decidió aceptar el papel e interpretarlo como una auténtica profesional. Él era el superastro de la pantalla, y ella la novata. Todas las opciones eran de Steven, y ella estaba obligada a elegir lo que él quisiera. En sus oídos resonaron las palabras de Melo Puedes esperar dos o tres años, e incluso cuatro o cinco. Pero no podía esperar.
—¿Te importaría ir a mi casa? —le dijo. Haré una cena sencilla para que podamos trabajar mientras comemos. ¿A las siete? —preguntó tras una pausa.
Athena era una perfeccionista y se preparó mental y físicamente para la recíproca seducción. La cena sería ligera para que no influyera en su trabajo ni en su actuación sexual. A pesar de que raras veces bebía, compró una botella de vino blanco. La comida tendría que dejar bien claras sus habilidades culinarias; pero la podría preparar mientras trabajaban.
Sabía que la seducción tendría que parecer accidental y no premeditada, pero las prendas tampoco deberían ser una señal de rechazo. Como actor que era, Steven trataría de interpretar todos los signos.
Se puso unos jeans tejanos que le realzaban las nalgas, cuyo color azul moteado de manchas blancas era una alegre invitación. Una blusa de seda blanca con tornos deformes que aunque no dejaba al descubierto erguido de los pechos, permitía adivinar el encanto con que los abría. Se adornó los lóbulos de las orejas con unos aros pequeños de color verde, a tono con sus ojos. Pero el conjunto aunque no resultaba excesivamente serio y estirado, dejaba espacio para la duda. De pronto se le ocurrió una idea genial. Se pintó las uñas de los pies de escarlata y lo recibió descalza.
Steven Stailings llegó con una botella de vino tinto, no del mejor aunque muy bueno. También iba vestido con ropa de trabajo. Holgados pantalones de pana marrón, camisa azul de tela gruesa de algodón, y unas zapatillas deportivas de color blanco. El negro cabello peinado sin demasiado esmero. Llevaba bajo el brazo el guión, entre cuyas páginas asomaban tímidamente varias hojitas amarillas de notas. Lo único que lo delataba era el delicado perfume de la colonia.
Comiéron sin cumplidos en la mesa de la cocina. Steven felicitó con toda justicia a Athena por la comida, y mientras la saboreaban hojearon sus guiones, comparando las notas e introduciendo modificaciones en el diálogo para que la interpretación resultara más convincente.
Después de la cena pasaron al salón e interpretaron varias escenas del guión, que ya habían marcado como especialmente complicadas, pero estaban un poco cohibidos y ello repercutía inevitablemente en su trabajo.
Athena observó que Steven Stallings estaba representando perfectamente su papel. Se mostraba profesional y respetuoso. Sólo sus ojos traicionaban la sincera admiración que sentía ante su belleza, su talento de actriz y su dominio de la materia. Al final preguntó si estaba demasiado cansada para interpretar la trascendental escena de amor del guión.
Para entonces ya habían digerido perfectamente la cena y se habían hecho tan amigos como los personajes del guión. Durante la interpretación de la escena, Steven la besó suavemente en los labios, pero se abstuvo de meterle mano. Después del primer beso la miró profunda y sinceramente a los ojos y le dijo en un emocionado susurro que estaba deseando hacerlo desde la primera vez que te vi. Athena le sostuvo la mirada. Después bajó los ojos, atrajo suavemente su cabeza hacia sí y le dió un casto beso. La señal necesaria. Ambos se sorprendieron de la sinceridad de la apasionada acción de Steven, lo cual significaba, pensó Athena, que sus dotes de actriz eran superiores a las suyas de actor. Sin embargo Steven se mostró extremadamente experto mientras la desnudaba; sus manos le acariciaron la piel, sus dedos la tantearon y su lengua le cosquilleó el interior de los muslos, provocando la respuesta de su cuerpo. No es tan terrible, pensó Athena. Steven era muy guapo, y las clásicas proporciones de su rostro arreboladas por la pasión poseían una realidad que no hubiera podido reproducirse en una película. Es más, en una película todo aquello hubiera quedado reducido a simple lascivia. Cuando Steven hacía el amor en la pantalla, todo era mucho más espiritual.
Athena estaba interpretando ahora el papel de una mujer dominada por una loca pasión física. Ambos se encontraban en perfecta sincronía, y en un cegador instante alcanzaron un orgasmo simultáneo. Exhaustos sobre las sábanas, se preguntaron qué tal hubiera resultado aquella escena en una pelícúla y llegaron a la conclusión de que no hubiera sido lo bastante buena para una toma. No hubiera conseguido subrayar debidamente las características del argumento ni hubiera expresado adecuadamente su fuerza. Le faltaba la tierna emoción interior del verdadero amor e incluso de la auténtica lujuria. Tendrían que repetir la toma.
Steven Stallings se enamoró, como siempre le solía ocurrir. A pesar de que en cierto modo había sido víctima de una violación profesional, Athena se alegraba de que todo hubiera salido tan bien. No se había producido una auténtica coacción más que en la cuestión de la libertad personal, pero se hubiera podido argüir, en cualquier caso, que la supresión de la voluntad personal, razonablemente ejercida, era necesaria para la supervivencia humana.