El Último Don (22 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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Athena fingió no haberla oido. Solía hacerlo cuando alguien mencionaba su belleza.

—¿Pero es mejor intérprete que yo? —preguntó en tono burlón.

—No, qué va, tú eres una gran actriz —contestó Claudia. Después, para espolear a su amíga y conseguir que ésta le revelara algo más sobre su vida, añadió:

—Pero es una persona mucho más feliz que tú.

—¿De verdad?, —dijo Athena. Es posíble, pero algún día será mucho más desdichado de lo que yo haya sido en mi vida.

—Sí —convino Claudia. La cocaína y el alcohol acabarán con él. No envejecerá bien. Pero es inteligente y es posible que se adapte.

—No quisiera convertirme jamás en lo que será él —dijo Athena, y no me convertiré.

—Tú eres mi heroína —dijo Claudia, pero no podrás frenar el proceso de envejecimiento. Sé que no bebes, que no te emborrachas y que ni siquiera follas demasiado con los hombres, pero tus secretos podrán contigo.

Athena soltó una carcajada.

—Mis secretos serán mi salvación —dijo. Y además son tan insignificantes que ni siquiera merece la pena contarlos. Los astros del cine necesitamos un poco de misterio.

Todos los sábados por la mañana, cuando no tenían que trabajar, las dos amigas íban a comprar juntas a Rodeo Drive. Claudia admiraba la habilidad de Athena para disfrazarse de tal forma que no la pudieran reconocer ni sus admiradores ni los dependientes de las tiendas. Se ponía una peluca negra y unas prendas holgadas que disimulaban su figura y se cambiaba el maquillaje para que la mandíbula pareciera más ancha y los labios más carnosos, pero lo más curíoso era su capacidad para modificar los rasgos de su rostro. Se ponía unas lentillas de contacto que cambiaban sus brillantes ojos verdes en unos vulgares ojos color avellana, y hablaba arrastrando las palabras con suave cadencia sureña.

Cuando Athena compraba algo siempre lo cargaba en la tarjeta de Claudia, y cuando más tarde se iban a almorzar juntas, le pagaba el importe con un cheque. Era maravilloso poder relajarse en un restaurante como si fueran unas perfectas desconocidas, pues tal como Claudia solía decir en broma, nadie reconocía jamás a una guionista.

Dos veces al mes Claudia pasaba un fin de semana entero en la casa de Athena en la playa de Malibú para poder practicar la natación y el tenis. Claudia le hizo leer a Athena el segundo borrador de Mesalina, y Athena le pidió el papel de la protagonista, como si ella no fuera una estrella de primera magnitud y Claudia no tuviera que implorar su participación.

Claudia abrigaba por tanto una cierta esperanza de éxito cuando llegó a Malibú para convencer a Athena de que regresara a su trabajo en la película.

Al fin y al cabo Athena no sólo arruinaría su propia carrera sino que también dañaría la de Claudia.

Lo primero que hizo tambalear su confianza fue el fuerte dispositivo de seguridad que rodeaba la casa de Athena, pese a la presencia de los guardias a la entrada de la Colonia Malibú.

Dos hombres vestídos con el uniforme de la Pacific Ocean Security vigilaban la entrada de la casa. Otros dos guardias patrullaban por el enorme jardín del interior.

La menuda ama de llaves sudamericana. la acompañó a la Sala Océano, desde donde Claudia pudo ver a otros dos guardias en la playa del exterior. Todos ellos llevaban porra y armas de fuego enfundadas.

Athena saludó a Claudia con un afectuoso abrazo.

—Te echaré de menos —le dijo. Dentro de una semana me voy.

—¿Pero por qué eres tan loca? —preguntó Claudia. Vas a permitir que este machista chiflado estropee toda tu vida. No puedo creer que seas tan cobarde. Mira, esta noche me quedo contigo y mañana nos sacaremos la licencia de armas y empezaremos a entrenarnos. En un par de días nos convertiremos en tiradoras de precisión.

Athena se echó a reír y le dio otro abrazo.

—Te sale la sangre de la Mafia —le dijo.

Claudia le había hablado de los Clericuzio y de su padre.

Las dós amigas se prepararon unas copas y se sentaron en unas butacas, desde las cuales podían contemplar el cuadro de las aguas verdeazuladas del inmenso océano, enmarcadas por el ventanal.

—No me harás cambiar de idea, y yo no soy una cobarde —dijo Athena. Ahora te revelaré el secreto que tanto querías conocer, y si quieres puedes contárselo a la gente de los estudios, Puede que entonces lo comprendáis.

Entonces le contó a Claudia toda la historia de su matrimonio, Del sadismo y la crueldad de Boz Skannet, de las deliberadas humillaciones a que la sometía y de su huida.

Con su astucia de guionista, Claudia comprendió que en el relato de Athena faltába algo, y que su amiga había omitido deliberadamente ciertos elementos importantes.

—¿Qué pasó con la niña? —preguntó Claudia.

Los rasgos del rostro de Athena se transformaron en la máscara de una estrella de cine.

Ahora mismo no te puedo decir nada más. En realidad, lo de que tengo una hija es un secreto entre tú y yo. Eso es lo úníco que no debes decirles a la gente de los estudios. Confío en ti.

Claudia sabía que no podía insistir en el tema.

—¿Pero por qué quieres dejar la película? —preguntó. Estarás muy bien protegida. Después podrás desaparecer.

—No —dijo Athena. Los estudios sólo me protegerán mientras dure el rodaje de la película, aunque tampoco servirá de nada. Conozco a Boz. Nada será capaz de detenerlo. Si me quedara, de todos modos jamás podría terminar la película.

Justo en aquel momento vieron a un hombre en traje de baño que se acercaba a la casa desde el agua. Los dos guardias de seguridad le cerraron el paso, Uno de los guardias hízo sonar un silbáto, y los dos guardias del jardín salieron corriendo. Al ver que eran cuatro contra uno, el hombre del traje de baño hizo ademán de retirarse.

Athena se levantó, visiblemente alterada.

—Es Boz —le dijo a Claudia en un susurro. Lo hace simplemente para asustarme. Ahora no venía en serio a por mí

Salió a la terraza y miró a los cinco hombres. Claudia la siguió. Boz Skannet, con el bronceado rostro emrojecido por el sol, levantó el rostro hacia ellas y entornó los ojos. Su cuerpo en traje de baño parecía un arma letal.

—Hola, Athena —dijo sonriendo, ¿por qué no me invitas un trago?

Athena le dedicó una radiante sonrisa.

—Lo haría si tuviera veneno. Has incumplido la orden judicial te podría enviar a la cárcel.

—Qué va, no lo harás —dijo Boz. Estamos demasiado unidos, tenemos demasiados secretos en común.

La sonrisa de su rostro no podía ocultar la violencia de su carácter. A Claudia le recordó a los hombres que solían asistir a la fiestas de los Clericuzio en Quogue.

—Ha rodeado a nado la valla de la playa pública —explicó uno de los guardias. Debe de tener un coche allí. Podríamos conseguir que lo encerraran.

—No —dijo Athena. Acompáñenlo a su coche. Y díganle a la agencia que quiero otros cuatro guardias más alrededor de la casa. Boz mantenía todavía el rostro levantado hacia ella, y su cuerpo parecía una gigantesca estatua plantada en la arena.

—Hasta luego, Athena —dijo.

Después, los guardias se lo llevaron.

—Es tremendo —dijo Claudia. A lo mejor tienes razón... Tendríamos que disparar cañones para detenerle.

—Te llamaré antes de mi fuga —dijo Athena, con entonación teatral. Podríamos cenar juntas por última vez.

Claudia estaba casi al borde de las lágrimas. Boz la había asustado en serio, y le había recordado a su padre.

—Voy a Las Vegas a ver a mi hermano Cross. Es muy listo y conoce a mucha gente. Estoy segura de que él nos ayudará. No te vayas hasta que yo vuelva.

—¿Pero por qué va a ayudarme tu hermano? —preguntó Athena. ¿Y cómo? ¿Es que pertenece a la Mafia?

—Por supuesto que —No, —contestó Claudia, indignada. Te va a ayudar porque me quiere mucho. Lo dijo con sincero orgullo en la voz. Y yo soy la única persona a la que quiere de verdad, aparte de nuestro padre.

Athena la miró con el ceño fruncido.

—Tu hermano me parece un poco misterioso. Eres muy ingenua para ser una mujer que trabaja en la industria del cine. Y por cierto, ¿cómo es posible que folles con tantos hombres? No eres una actriz, y tampoco creo que seas una furcia.

—Eso no es ningún secreto —contestó Claudia ¿Por qué follan los hombres con tantas mujeres? —dijo antes de abrazar a Athena. Me voy a Las Vegas añadió. No te muevas hasta que yo vuelva.

Aquella noche Athena se sentó en la terraza y contempló el oscuro océano bajo el cielo sin luna. Repasó sus planes y pensó con afecto en Claudia. Tenía gracia que no se diera cuenta de lo que era su hermano, pero el amor es ciego.

Cuando Claudia se reunió aquella tarde con Skippy Deere y le contó la historia de Athena, permanecieron sentados un buen rato en silencio.

Después Skippy dijo:

—Ha omitido algunos detalles. Fuí a ver a Boz Skannet para ofrecerle dinero. Rechazó el ofrecimiento y me advirtió que si intentaba hacerle alguna jugarreta facilitaría a la prensa una información que nos destruiría a todos. Contaría cómo se deshizo Athena de su hija.

Claudia se enfureció.

—Eso no es verdad —dijo. Cualquiera que conozca a Athena sabe que ella hubiera sido incapaz de hacer tal cosa.

—Cierto —dijo Skippy. Pero nosotros no conocíamos a Athena cuando tenía veinte años.

—¡Vete tú también a la mierda! —dijo Claudia. Me voy a Las Vegas a ver a mi hermano Cross. Tiene más cerebro y más cojones que cualquiera de vosotros. Él lo arreglará todo.

—No creo que sea capaz de pegarle un susto a Boz Skannet —dijo Deere. Nosotros ya lo hemos intentado de varias maneras.

Pero ahora veía otra oportunidad. Sabía ciertas cosas sobre Cross. Cross estaba tratando de introducirse en la industria cinematográfica. Había invertido dinero en seis películas suyas y había perdido una considerable suma, por consiguiente no era tan listo como decía su hermana. Corrían rumores de que Cross tenía conexiones y cierta influencia dentro de la Mafia, pero mucha gente tenía conexiones con la Mafia, pensó Deere, y no por eso era peligrosa. Dudaba mucho que Cross pudiera echarles una mano en el asunto de Boz Skannet, pero un productor siempre escuchaba, un productor era un especialista en apuestas arriesgadas. Y además siempre podría atrapar a Cross para que invirtiera dinero en otra película. Siempre era útil contar con pequeños inversores que no controlaran el proceso y la financiación de la película.

Tras una pausa, Skippy Deere le dijo a Claudia

—Iré contigo.

Claudia de Lena apreciaba a Skippy Deere a pesar de que una vez le había estafado medio millón de dólares. Lo apreciaba por sus defectos, y por la diversidad de sus corrupciones y porque siernpre era una compañía muy agradable, cosas todas ellas indispensables en un productor.

Años atrás habían trabajado juntos en una película y se habían hecho muy amigos. Ya entonces Deere era uno de los productores más prósperos y originales de Hollywóod. Una vez en un plano, el protagonista de una película se había jactado de haberse acostado con la mujer de Deere y éste, que lo estaba escuchando todo desde un saliente del plató situado tres pisos más arriba, había saltado y aterrizado sobre la cabeza del actor, rompiéndole el hombro en su caída, y no contento con eso le había machacado la nariz de un derechazo.

Claudia evocó otro recuerdo. Los dos estaban paseando por Rodeo Drive. De pronto ella vio una blusa en un escaparate. Era la blusa más bonita que había visto en su vida, blanca y con unas rayas casi invisibles de un verde tan delicado que las hubiera podido pintar el mismísimo Monet. La tienda era uno de aquellos establecimientos en los que se tenía que pedir hora por adelantado para poder comprar, como si el propietario fuera un médico famoso. No importaba. Skippy Deere era amigo personal del propietario, como lo era también de los presidentes de los estudios, los directores de grandes empresas y los gobernantes de todos los países del hemisferio occidental.

Una vez en el interior del establecimiento, el dependiente le dijo que la blusa costaba quinientos dólares. Claudia se echó hacia atrás y se acercó las manos al pecho.

—¿Quinientos dólares por una blusa? —dijo. No me haga reír.

El dependiente se echó a su vez hacia atrás, sorprendido por el descaro de Claudia.

—Es un tejido precioso —dijo, hecho a mano... Y las rayas verdes son de un tono que no encontrará en ningún otro tejido del mundo. Es un precio muy razonable.

Skippy Deere esbozó una sonrisa.

—No la compres, Claudia —dijo. Sabes cuánto te costará lavarla? Por lo menos treinta dólares. Cada vez que te la pongas treinta dólares. Y tendrás que cuidarla como a un bebé. Nada de manchas de comida y nada de fumar. Si la quemas y le haces un agujerito, adiós quinientos dólares.

Claudia miró sonriendo ál dependiente.

—Dígame una cosa —le dijo. ¿Me hará un regalo si compro la blusa?

El dependiente, un hombre elegantemente vestido, le dijo con lágrimas en los ojos:

Le ruego que se vaya.

Salieron de la tienda.

—¿Desde cuándo el dependiente de una tienda puede echar un cliente? —preguntó Claudia entre risas.

Estamos en Rodeo Drive —contestó Skippy. Da gracia de que te hayan dejado entrar.

Al día siguiente, cuando Claudia acudió a su trabajo en los estudios encontró una caja de regalo sobre la mesa de su despacho. Dentro había doce blusas como la del escaparate, y una nota de Skippy Deere

Exclusivamente para la ceremonia de los Oscar.

Claudia sabía que el dependiente de la tienda y Skippy Deer tenían mucho cuento. Más tarde vio las mismas rayas verdes en un vestido de mujer y en un pañuelo especial de cien dólares, de esos que usaban los jugadores de tenis para sujetarse el cabello.

La película en la que estaba trabajando con Deere era una estúpida historia de amor con tan pocas posibilidades de ganar un premio de la Academia como las que tenía Deere de que lo nombrara presidente del Tribunal Supremo. Pero aun así se emocionó.

Finalmente, llegó un día en que la película en la que ambos habían trabajado recaudó unos mágicos ingresos brutos de cien millones de dólares, y Claudia pensó que se iba a hacer rica. Skippy Deere la invitó a cenar para celebrarlo.

—Es mi día de suerte —dijo rebosante de buen humor. La película ha superado los cien millones de dólares de recaudación, la secretaria de Bobby Bantz me la ha chupado de puta madre y mi ex mujer se mató anoche en un accidente de tráfico.

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