El Último Don (26 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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—Walter —dijo, ¿te presentarás candidato al Senado si el hombre récibe su merecido? ¿Volverás a ser el de antes?

El gobernador lo miró como si no lo comprendiera. Puso los ojos ligeramente en blanco mirando a Pippi y a Cross, y después volvió a mirar a Gronevelt.

—Esperadme en mi despacho —les dijo Gronevelt a Pippi y Cross.

Pippi y Cross se retiraron en silencio. Gronevelt y el gobernador Wavven se quedaron a solas.

—Walter —dijo Gronevelt con la cara muy seria, tú y yo vamos a hablar muy claro por primera vez en nuestras vidas. Nos conocemos desde hace veinte años. ¿Alguna vez te he parecido indiscreto? Contesta. Nadie lo sabrá. ¿Te volverás a presentar si muere ese chico?

El gobernador se acercó al bar y se preparó otro whisky.

—Me presentaré —dijo con una sonrisa en los labios al día siguiente de haber asistido al funeral de ese chico, para demostrar que lo perdono. A mis votantes les encantará.

Gronevelt se tranquilizó. Ya estaba hecho. Lanzando un suspiro de alivio, se permitió el lujo de decir lo que pensaba.

—Primero de todo, ve a ver a tu dentista —le dijo al gobernador. Te tienes que limpiar esa mierda de dientes.

Pippi y Cross estaban esperando a Gronevelt en la suite de su despacho del último piso del hotel. Gronevelt los acompañó a sus habitaciones para que estuvieran más cómodos y allí les reveló el contenido de su conversación con el gobernador.

—¿Pero el gobernador se encuentra bien? —preguntó Pippi.

—El gobernador no estaba tan bebido como parecía —contestó Gronevelt. Me transmitió un mensaje sin comprometerse directamente.

—Volaré esta noche al Este —dijo Pippi. Eso requiere el visto bueno de los Clericuzio.

—Diles que, a mi juicio, el gobernador es un hombre capaz de llegar hasta el final —dijo Gronevelt. Hasta lo más alto. Sería un amigo muy valioso.

—Giorgio y el Don lo comprenderán —dijo Pippi, pero tengo que explicárselo todo y conseguir el visto bueno.

Gronevelt miró a Cross sonriendo y después se volvió hacia Pippi.

—Pippi —dijo, me parece que ya es hora de que Cross se incorpore a la familia. Creo que tendría que volar al Este contigo.

Sin embargo fue Giorgio quien decidió volar al Oeste, a Las Vegas, para la reunión. Quería que le informara directamente el propio Gronevelt, y éste llevaba diez años sin viajar.

Giorgio se instaló con sus guardaespaldas en una de las villas, a pesar de no ser un jugador importante. Gronevelt sabía hacer excepciones. Había negado el uso de las villas a poderosos políticos, gigantes de las finanzas, algunos de los más famosos astros de Hollywood, a las bellas mujeres con quienes se acostaba y a íntimos amigos. Incluso a Pippi de Lena. Pero le cedió una villa a Giorgio Clericuzio aunque le constaba que era un hombre de costumbres espartanas que no apreciaba demasiado los lujos extraordinarios. Todas las muestras de respeto tenían importancia y se añadían a la suma, y cualquier omisión, por pequeña que fuera, se podía recordar algún día.

Se reunieron en la villa de Giorgio. Gronevelt, Pippi y Giorgio. Gronevelt expuso la situación.

El gobernador puede ser un activo enormemente valioso para la familia —dijo. Si se recupera puede llegar hasta el final. Primero a senador y después a la presidencia. Si eso ocurre tendrás muchas posibilidades de conseguir la legalización de las apuestas deportivas en todo el país. Eso vale miles de millones de dólares para la familia, y esos miles de millones no serán dinero negro, serán dinero blanco. Creo que lo tenemos que hacer.

El dinero blanco era mucho más valioso que el negro, pero la mayor cualidad de Giorgio era la de no dejarse arrastrar jamás a decisiones precipitadas.

—¿Sabe el gobernador que estás con nosotros?

—No con toda seguridad —contestó Gronevelt. Pero debe de haber oído rumores. No es tonto. Le he hecho ciertos favores que él sabe que no hubiera podido hacer por mi cuenta. Es listo. Lo único que dijo fue que volvería a presentarse a las elecciones si el chico moría. No me pidió nada. Es un gran comediante, no estaba tan borracho como parecía cuando se vino abajo. Era sincero, pero también fingía. No sabía a ciencia cierta de qué manera podría vengarse, pero tenía la vaga idea de que yo podría hacer algo. Sufre, pero está urdiendo una intriga. Gronevelt hizo una breve pausa. Si lo hacemos se presentará candidato al Senado y será nuestro senador.

Giorgio empezó a pasear arriba y abajo por la estancia, sorteando los pedestales de las estatuas y el yacuzzi cuyo mármol parecía brillar a través de la cortina que lo rodeaba.

—¿Se lo prometiste sin nuestro visto bueno? —le preguntó a Gronevelt.

——Sí, —contestó Gronevelt. Era una cuestión de persuasión. Tenía que mostrarme seguro para darle la impresión de que aún conservaba el poder y todavía podía hacer cosas, y para que él volviera a sentirse atraído por el poder.

—Me molesta esta faceta del trabajo —dijo Giorgio, lanzando un suspiro.

Pippi le miró con una sonrisa. Giorgio había participado en la eliminación de la familia Santadio con una violencia que había llenado de orgullo al Don.

—Creo que en eso necesitamos la experiencia de Pippi —dijo Gronevelt. Y creo que ya ha llegado el momento de que su hijo Cross se incorpore a la familia.

Giorgio miró a Pippi.

—Crées que Cross está preparado? —le preguntó.

—Lleva mucho tiempo comiendo la sopa boba —contestó Pippi. Ya es hora de que empiece a ganarse la vida.

—¿Lo hará? —preguntó Giorgio. Es un paso muy importante.

—Hablaré con él —dijo Pippi.

—Lo hará. Giorgio se volvió hacia Gronevelt.

—Lo hacemos por el gobernador, pero qué ocurrirá si después él se olvida de nosotros? Corremos un riesgo a cambio de nada. Este hómbre, que es el gobernador de Nevada, aguanta el asesinato de su hija y se queda ahí parado sin hacer nada. No tiene cojones.

—Algo ha hecho, ha venido a verme a mí —dijo Gronevelt. Hay que comprender a la gente como el gobernador. Ha necesitado muchos cojones para hacerlo.

—¿Y cumplirá? —preguntó Giorgio.

—Lo reservaremos para las cosas importantes —contestó Gronevelt. Llevo veinte años haciendo negocios con él. Te garantizo que cumplirá si lo manejamos bien. Es muy listo y sabe perfectamente de qué va la cosa.

—Pippi —dijo Giorgio, eso tiene que parecer un accidente. Se armará un gran revuelo. Es necesario que el gobernador no sea objeto de ninguna insinuación por parte de sus enemigos o de la prensa y la maldita televisión.

—Sí, es muy importante que nadie lo relacione con el gobernador —dijo Gronevelt.

—A lo mejor es un primer encargo de importancia demasiado arriesgado para Cross.

—No, será perfecto para él —dijo Pippi.

Los demás no pudieron poner ninguna objeción. Pippi era el comandante en campaña. Había demostrado su valía en muchas operaciones de aquella clase y sobre todo en la gran guérra contra los Santadio. A menudo le había dicho a la familia Clericuzio: Soy yo el que me la juego si fallo, quiero que la culpa sea mía, y de nadie más.

Giorgio dio unas palmadas. .

—Muy bien, pues; que se haga. Alfred, ¿qué tal un partido de golf mañana por la mañana? Mañana por la noche viajaré a Los Ángeles por un asunto de negocios y al día siguiente regresaré al Este. Pippi, dime quién quieres que te ayude del Enclave del BronX, y hazme saber si Cross está dentro o fuera.

Pippi comprendió que Cross jamás sería aceptado como miembro de la familia Clericuzio si se negaba a participar en aquella operación.

El golf se había convertido en una pasión para los miembros de la familia Clericuzio pertenecientes a la generación de Pippi, y el Don solía comentar en broma que era un juego propio de bruglioni.

Aquella tarde Pippi y Cross se encontraban en el campo de golf del Xanadú. No llevaban carritos, porque Pippi quería hacer ejercicio en medio de la soledad de los greens.

Cerca del novéno hoyo había una pequeña arboleda con un banco debajo. Se sentaron allí.

—Yo no viviré eternamente —dijo Pippi; y tú tienes que ganarte la vida. La Agencia de Cobros es muy rentable pero cuesta mucho de mantener. Tienes que estar estrechamente unido a la familia Clericuzio.

Pippi había preparado a Cross, le había encomendado algunas misiones de cobro muy difíciles en las que había tenido que usar la fuerza y los malos tratos, lo había expuesto a chismorreos familiares, y el chico sabía de qué iba la cosa. Pippi había esperado pacientemente que se presentara una ocasión propicia en la que el objetivo no suscitara ninguna simpatía.

—Lo comprendo —dijo Cross en voz baja.

—Ese tipo que mató a la hija del gobernador —dijo Pippi. Un hijo de puta de mierda y van y lo absuelven. Eso no está nada bien. A Cross le hicieron gracia los métodos psicológicos utilizados por su padre.

—Y el gobernador es amigo nuestro.

—Exactamente —dijo Pippi. Cross, puedes decir que no, recuérdalo, pero necesito que me ayudes en un trabajo que tengo que hacer.

Cross contempló los ondulados greens, las banderas de los hoyos absolutamente inmoviles en medio del aire del desierto, las plateadas cadenas montañosas a lo lejos y el cielo en el que se reflejaban los letreros de neón del Strip, que no se podían ver desde allí. Sabía que su vida estaba a punto de cambiar y experimentó un momentáneo temor.

—Si no me gusta, siempre me quedará el recurso de trabajar para Gronevelt —dijo, apoyando inmediatamente la mano en el hombro de su padre para darle a entender que era una broma. Pippi lo miró sonriendo.

—Este trabajo es para Gronevelt. Ya lo has visto con el gobernador. Bueno, pues vamos a cumplir su deseo. Gronevelt necesitaba el visto bueno de Giorgio, y yo dije que tú me ayudarías.

Muy lejos del lugar donde ellos se encontraban, Cross vio a dos parejas; dos hombres y dos mujeres, junto a uno de los greens, brillando bajo el sol del desierto como dibujos animados.

—Tengo que cobrar mi primera pieza —le dijo a su padre. Sabía que tenía que aceptar o vivir una existencia totalmente distinta, y le gustaba mucho la vida que llevaba. Trabajar por cuenta de su padre, pasarse el rato en el Xanadú, escuchar los consejos de Gronevelt, ver a las guapas coristas del espectáculó, disponer de dinero fácil, ejercer el poder. En cuanto lo hiciera, ya nunca más estaría sometido al destino de los hombres corrientes.

—Yo me encargaré de organizarlo todo —dijo Pippl. Estaré contigo hasta el final. No habrá peligro. Pero el disparo lo tendrás que hacer tú.

Pippl se pasó las tres semanas siguientes adiestrando a Cross. Le explicó que estaban esperando el informe de un equipo de vigilancia sobre Theo, sus movimientos, sus costumbres, las fotografías más recientes. Además, un equipo de operaciones integrado por seis hombres del Enclave del Bronx se iba a instalar en la zona de Los Ángeles donde vivía Theo. Todo el plan de la operación se basaría en el informe del equipo de vigilancia. Después Pippi instruyó a Cross en la filosofía que presidía sus actuaciones.

—Eso es un negocio —le dijo. Tú tomas todas las precauciones necesarias para evitar los inconvenientes. Cualquiera, puede cargarse a alguien. El truco consiste en no dejarse atrapar. Ése es el pecado. Y nunca pienses en las personas implicadas. Cuando el director de la General Motors deja sin trabajo a cincuenta personas, eso es negocio. No puede evitar destrozarles la vida, tiene que hacerlo. Los cigarrillos matan a millares de personas, pero qué puedes hacer tú? La gente quiere fumar y tú no puedes prohibir un negocio que genera miles de millones de dólares. Lo mismo ocurre con las armas de fuego. Todo el mundo tiene una pistola y todo el mundo mata a todo el mundo, pero es una industria de mil millones de dólares y no te puedes deshacer de ella. ¿Qué puedes hacer? La gente tiene que ganarse la vida, eso es lo primero. Constantemente. Si no lo crees, vete a vivir en medio de la mierda.

—La familia Clericuzio es muy exigente, —le dijo Pippi a Cross. Tienes que contar con su visto bueno. No puedes andar por ahí matando a la gente porque te ha escupido en el zapato. La familia tiene que estar contigo porque ellos son capaces de librarte de la cárcel.

Cross escuchó. Sólo hizo una pregunta.

—¿Giorgio quiere que parezca un accidente? ¿Cómo lo haremos?

Pippl soltó una carcajada.

—Jamás permitas que nadie te diga cómo tienes que hacer la operación. Que se vayan todos a la mierda. A mí me dicen lo máximo que se espera de mi actuación. Yo hago lo que es mejor para mí. Y lo mejor es lo más sencillo. Cuanto más sencillo, mejor. Pero si alguna vez tienes que hacer alguna
fantasía
, procura que sea una fantasía por todo lo alto.

En cuanto recibió los informes del equipo de vigilancia, Pippi le hizo estudiar a Cross todos los datos. Había varias fotografías de Theo y de su coche con las placas de la matrícula bien visibles. Un mapa de la carretera que recorría desde Brentwood hasta Oxiiard para visitar a una novia.

—¿Pero es que aún consigue tener novia? le preguntó Cross a su padre.

—Tú no conoces a las mujeres —le contestó Pippi. Si les gustas, puedes mearte en su fregadero si quieres. Si no les gustas te mandarán a la mierda aunque las conviertas en la reina de Inglaterra.

Pippi voló a Los Ángeles para poner en marcha su equipo de operaciones. Regresó dos días más tarde y le dijo a Cross:

—Mañana por la noche.

Al día siguiente, padre e hijo se dirigieron por carretera desde Las Vegas a Los Ángeles, antes del amanecer para evitar el calor del desierto. Mientras lo atravesaban, Pippi le aconsejó a Cross que se relajara. Cross contempló hipnotizado la soberbia salida del sol que parecía fundir la arena del desierto en un caudaloso río de oro desde las estribaciones de la lejana cadena montañosa de la Sierra. Estaba impaciente. Quería hacer el trabajo cuanto antes.

Llegaron a una casa de la familia en Pacific Palisades, donde los seis hombres del equipo del Enclave del Bronx los estaban esperando. En la calzada de la casa había un coche robado, pintado de otro color y con matrícula falsa. En el interior de la casa se guardaban además las armas de ilocalizable origen que se tendrían que utilizar en la operación.

A Cross le sorprendió el lujo de la casa. Tenía una maravillosa vista del mar al otro lado de la autopista, una piscina y una terraza estupenda. Y seis habitaciones. Los hombres parecían Conocer muy bien a pippi, pero no fueron presentados a Cross ni éste lo fue a ellos.

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